Cada 16 de octubre desde 1981, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) conmemora el Día Mundial de la Alimentación. Un año antes, la Asamblea General de Naciones Unidas (resolución 35/70-1980) consideró que «la alimentación es un requisito para la supervivencia y el bienestar de la humanidad y una necesidad […]
Cada 16 de octubre desde 1981, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) conmemora el Día Mundial de la Alimentación. Un año antes, la Asamblea General de Naciones Unidas (resolución 35/70-1980) consideró que «la alimentación es un requisito para la supervivencia y el bienestar de la humanidad y una necesidad humana fundamental».
El objetivo declarado por la FAO, en las últimas 3 décadas, es «promover la solidaridad de la sociedad y los gobiernos en la lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza». Este año el lema es «Protección Social y Agricultura para romper el ciclo de la pobreza rural».
Sin embargo, la FAO tiene una identidad bifacética. Se fundó en 19945 durante la instauración del nuevo orden capitalista en el mundo bipolar instaurado tras la II Guerra Mundial (Bretton Woods-1944). Aunque se propone luchar contra una inseguridad alimentaria que afecta al 20% de la humanidad lo hace en alianza con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, lo que la convierte en el brazo técnico del «libre comercio» de alimentos.
Sus políticas se ocupan, fundamentalmente, de remover los obstáculos para el desarrollo de una agricultura y alimentación mundial mercantilizada e industrializada. Dicho de otra manera, contribuye a la marginación de la cultura campesina, a las migraciones masivas provocadas por la industrialización del campo y al crecimiento de la pobreza en las grandes urbes de los países empobrecidos. Desde la defensa formal de la Seguridad Alimentaria, promueve una agricultura y ganadería industrial dependientes de químicos, transgénicos, maquinaria y energía para el mercado global y fomenta un patrón alimentario basado en azúcar y harinas blancas industriales y proteína animal abundante y barata.
La inseguridad alimentaria no sólo consiste en hambre y enfermedades debidas a la escasez de alimentos, sino también en las enfermedades alimentarias e inmunológicas fruto de la comida basura y de los tóxicos de los alimentos procesados que «ingerimos» como ingredientes ocultos en nuestra comida cotidiana.
Más allá de las declaraciones para la galería, las políticas agrarias y alimentarias de la FAO fomentan el empobrecimiento de los suelos, la pérdida de biodiversidad, la contaminación de aguas, aire y tierras, el cambio climático, el acaparamiento de grandes territorios, sobre todo de Africa, por parte de multinacionales del agronegocio, el hambre en los países empobrecidos y, a través de la comida basura, la obesidad y otras enfermedades alimentarias en los países ricos y las economías emergentes.
El actual desorden alimentario internacional, agrava, en lugar de resolver los problemas que denuncia y es responsable de la desprotección social, la pobreza rural y la degradación de una alimentación, cada vez menos nutritiva, más procesada y más viajada. Por ello cada vez son más necesarias las políticas sociales, agrarias y ambientales paliativas de final de cañería. Es decir, las terapias agravan la enfermedad. Se da dinero o alimentos a familias campesinas que han sido expulsadas de sus tierras por el agronegocio alimentario internacional.
Crecen las víctimas de la inseguridad alimentaria: 1000 millones de personas con hambre y desnutrición y 1500 millones de personas víctimas de las pandemias producidas por la industrialización de la agricultura y la alimentación causante de sobrepeso y obesidad, factores principales de riesgo en enfermedades cardiovasculares, diabetes, síndrome metabólico, cáncer, alergias, trastornos del aparato locomotor, inmunodeficiencias y alteraciones psicosociales. Estas enfermedades se ceban especialmente en la población con menores recursos y conocimientos alimentarios. En esta nueva colonización colaboran, con la excusa de la falta de alimentos, las mismas multinacionales responsables del hambre y sus gobiernos cómplices promocionando los transgénicos, la ganadería industrial y la producción masiva de frutas y verduras de alta precisión y en invernaderos. Ambos tipos de inseguridad alimentaria crecen fundamentalmente entre las mujeres, l@s niñ@s y las familias de los grupos sociales más desfavorecidos que también son víctimas de la violencia provocada por el mercado de trabajo que les deja sin empleo, sin vivienda y por las guerras para el control geoestratégico de energía y recursos naturales.
La FAO, el FMI, el BM, a nivel mundial y la Política Agraria Común y la Unión Europea, a nivel continental, cuestionan todas las medidas que limiten la circulación de capitales y la concentración de tierras, recursos agrícolas y alimentarios en manos de las grandes multinacionales. Mientras que la cifra de hambrientos y obesos crece con los precios de alimentos e insumos agrícolas, las multinacionales de semillas, fertilizantes y distribución de productos agrarios y comida basura, incrementan sus beneficios.
Pero no podrían hacerlo sin nuestra colaboración. Si nuestro consumo procede de alimentos industriales globalizados y marcas blancas en grandes superficies, cooperamos con el aumento de hambre en el mundo, además de lesionar nuestra salud. La publicidad de las multinacionales alimentarias ha conseguido controlar la oferta alimentaria, modificar los hábitos de consumo de la población y condicionar, a favor de los alimentos industrializados y procesados, la regulación política del sistema de producción, circulación y consumo de alimentos.
Tan sólo una minoría de consumidor@s, adquirimos alimentos ecológicos, de temporada y procedencia local. Si queremos formar parte de la solución, debemos: a) cambiar nuestras pautas alimentarias, adecuándolas a los alimentos ecológicos de temporada y cercanía; b) crear cultura alimentaria agroecológica, nutricional y de cuidados, transmitiéndola a la sociedad, especialmente al medio escolar; c) emprender cooperativas innovadoras de responsabilidad compartida entre productor@s y consumidor@s; d) construir mercados locales y circuitos cortos de distribución para facilitar a la población el acceso a verdaderos alimentos ecológicos; e) reducir la huella ecológica y cerrar la brecha cultural y metabólica entre el campo y la ciudad.
Buena alimentación es sinónimo de alimentación agroecológica. Para erradicar la pobreza rural y garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria, hay que defender la agricultura familiar agroecológica también desde el consumo responsable agroecológico. La verdadera protección social consiste en proteger, garantizar y promover la agricultura campesina agroecológica desde los consumidor@s y los poderes públicos.
Todos los días del año hay que apostar por una dieta abundante en frutas y hortalizas ecológicas de temporada y cercanía, pan integral biológico (con levadura madre) y legumbres, reduciendo el consumo de carne, sal, azúcar, alimentos refinados y procesados y bebidas carbonatadas como la base de una alimentación saludable y suficiente para todas las personas y todos los pueblos.
El Consumo Responsable Agroecólogico no puede crecer sin educación alimentaria en hábitos saludables. Frente al mercado global, agricultur@s agroecológic@s y consumidor@s responsables, construimos redes de distribución y cultura promoviendo la vitalidad de los alimentos frescos de temporada, precios justos para l@s agricultor@s y asequibles para las mayorías sociales. La alimentación, parte fundamental del trabajo de cuidados, es una responsabilidad compartida entre hombres y mujeres, repartiendo el trabajo de cuidados en el ámbito doméstico.
Hacemos un llamamiento a sumarse a esta campaña por el día de la Alimentación Agroecológica que impulsamos desde 2011. Alimentación Responsable Agroecológica para luchar contra la guerra, la pobreza y las migraciones masivas.
ADHESIONES
Para adhesiones, escribir a: lacestabasica@
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