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Contra la intervención militar extranjera, apoyo a la revuelta popular siria

Fuentes: OpenDemocracy

En un raro ejemplo de cómo un gobierno de un Estado imperial occidental se toma en serio la «democracia parlamentaria», el ejecutivo del Reino Unido consultó al parlamento sobre la posibilidad de lanzar una acción militar contra el régimen sirio sin tener la certeza de antemano de si ganaría la votación, y decidió respetar el […]

En un raro ejemplo de cómo un gobierno de un Estado imperial occidental se toma en serio la «democracia parlamentaria», el ejecutivo del Reino Unido consultó al parlamento sobre la posibilidad de lanzar una acción militar contra el régimen sirio sin tener la certeza de antemano de si ganaría la votación, y decidió respetar el resultado de la votación, por el que se rechazaba su plan. Como firme oponente del régimen baasista de Siria desde una perspectiva democrática radical, tengo más de una razón para saludar este resultado.

La primera razón es que toda limitación del poder del ejecutivo imperial que había pasado a ser habitual en la mayoría de los Estados occidentales es sin duda un hecho positivo desde un punto de vista democrático y debe aplaudirse sin reservas. A pesar de que, por otro lado, esta decisión del parlamento beneficie a una de las dictaduras más despiadadas y sanguinarias, el hecho de que el gobierno británico pidiera la autorización del parlamento para lanzar una acción militar supuestamente «limitada» establece una norma que en adelante el gobierno británico y sus homólogos de las democracias electorales no podrán dejar de lado tan fácilmente. Aunque es del todo improbable que el ejemplo británico se repita en Washington, la presión sobre la propia administración estadounidense está creciendo a raíz del voto parlamentario británico. Y eso que la Resolución sobre los poderes de guerra, aprobada en el Congreso después de la guerra de Vietnam, «limita» el poder del ejecutivo de EE UU para hacer la guerra durante más de 60 días sin autorización del parlamento, una resolución que la Casa Blanca, de todos modos, ha violado repetidamente.

No me hago ni la más mínima ilusión con respecto a los motivos por los que muchos «halcones» del parlamento británico han votado esta vez en contra de la intervención militar. No lo hicieron por «pacifismo», desde luego, ni mucho menos por «antiimperialismo», sino por la misma razón por la que los líderes de opinión occidentales muestran en su gran mayoría una evidente falta de simpatía por la causa del levantamiento popular sirio. Este motivo radica sobre todo en la falta de confianza en el levantamiento sirio, como admitió abiertamente en fecha reciente el presidente de la junta de jefes de EE UU, el general Martin Dempsey. Un planteamiento que se impone todavía más a la luz de la experiencia reciente en Libia, que fue un fracaso total en este sentido: la intervención de la OTAN solo contribuyó a que Libia acabara siendo menos prooccidental que lo que era bajo Gadafi durante los últimos años de su régimen. Además, por supuesto, Libia tenía el gran incentivo de ser un importante país exportador de petróleo, cosa que Siria no es.

La segunda razón para aplaudir el voto del parlamento británico es que estaba claramente asociado a la exigencia de una legitimación por parte de las Naciones Unidas, lo que llevó al gobierno británico a presentar un proyecto de resolución al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en un intento de convencer a una mayoría de diputados. A pesar de las evidentes limitaciones de la ONU y del derecho internacional vigente, es mejor que las relaciones internacionales se institucionalicen bajo alguna forma de primacía de la ley, por deficiente que sea esa ley, que no que se rijan por la «ley de la selva», al amparo de la cual los Estados poderosos, en particular EE UU, se sientan libres de decidir unilateralmente cuándo y contra quién utilizarán la fuerza. La idea de que la primacía de la ley es una camisa de fuerza por la que Rusia y China pueden impedir las intervenciones verdaderamente humanitarias se nutre de la pretensión de que las intervenciones militares occidentales están motivadas en general por nobles intenciones. Está claro que no lo están. Base señalar que las dos intervenciones militares occidentales desde el final de la guerra fría que violaron más abiertamente el derecho internacional -Kosovo en 1999 e Irak en 2003- utilizaron pretextos humanitarios para encubrir sus planes imperiales y dieron resultados catastróficos desde el punto de vista humanitario.

La tercera razón para aplaudir el voto parlamentario es la que se basa más directamente en mi firme apoyo al levantamiento popular sirio. La intervención militar que contempla Washington consiste en asestar al sanguinario régimen sirio unos pocos golpes militares a fin de «castigarle» por haber utilizado armas químicas contra civiles. Apenas me cabe duda alguna de que el régimen sirio utilizó esas armas en su bárbara agresión contra el pueblo sirio. Es cierto que el equipo de inspectores de la ONU, que solo ha obtenido permiso para acceder al lugar del crimen varios días después de que fuera cometido, tendrá muchas dificultades para hallar pruebas fehacientes. Pero el hecho de que el régimen sirio posea armas químicas y los medios para lanzarlas (para montar un ataque con cohetes y artillería de gran envergadura, como ocurrió) está fuera de toda duda, como también lo está su disposición, al modo de un frío asesino en serie, a utilizarlas contra la población civil. Para muestra, el uso comprobado de una bomba incendiaria lanzada por un avión de combate contra un objetivo civil (el patio de un colegio): al menos en este caso, nadie puede discutir razonablemente el hecho de que el régimen tiene el monopolio del dominio del aire en la guerra civil siria. Sin embargo, esto suscita una pregunta: ¿es la matanza de hasta 1.500 personas con armas químicas un crimen más grave que matar a más de 100.000 con armas «convencionales»? ¿Por qué entonces quiere Washington golpear ahora de pronto después de contemplar plácidamente la masacre del pueblo sirio, la devastación de su país y el éxodo de millones de refugiados y desplazados?

Lo cierto es que los golpes planeados no pretenden otra cosa que restablecer la «credibilidad» de EE.UU. y sus aliados frente a una alianza de los gobiernos sirio, iraní y ruso que se ha tomado plenamente la libertad de escalar la guerra contra el pueblo sirio a pesar de todos los llamamientos de EE.UU. a buscar un compromiso. Los golpes son necesarios para restaurar la condición imperial de EE.UU. que ha tenido que encajar muchas humillaciones en los últimos años en Irak y Afganistán, por parte de Irán e incluso del Israel de Netanyahu. Estos ataques no ayudarán al pueblo sirio, sino que agravarán el peaje de destrucción y muerte sin permitir a los sirios deshacerse de su tirano. No están planeados para este último objetivo, y de hecho Washington no quiere que el pueblo sirio derribe la dictadura, sino que pretende obligar a la oposición siria a negociar un acuerdo con el grueso del régimen quitando a Assad. Esta es la llamada «solución yemení» que el presidente Barack Obama ha estado impulsando activamente desde el año pasado y que el secretario de Estado John Kerry ha tratado de promover intentando camelar a su homólogo ruso.

Sin embargo, al negar al sector principal de la oposición siria las armas defensivas aintiaéreas y antitanque que ha estado reclamando desde hace casi dos años, mientras Rusia e Irán suministraban abundantes arsenales al régimen sirio (y últimamente incluso combatientes de Irán y sus aliados regionales), el gobierno estadounidense no ha conseguido más que dos resultados: por un lado ha permitido que el régimen sirio afiance su superioridad militar y considere por tanto que puede ganar, por lo que no le ha parecido oportuno hacer concesión alguna. Por otro lado, las redes yihadistas -que gozan de una generosa financiación de fuentes wahabitas tras un impulso inicial del propio régimen sirio (entre otras cosas, con la liberación de una serie de yihadistas de las cárceles sirias en la primera fase del levantamiento, en un intento de atribuir la revuelta popular al fundamentalismo sunita) y que ya estaban presentes en la vecina Irak (donde el propio régimen sirio contribuyó a su implantación)- consiguieron imponerse como un importante componente del levantamiento sirio.

De ahí que el pueblo sirio no confíe en Washington, por decirlo suavemente. Valga como muestra el siguiente reportaje del Washington Post:

«Los sirios preferirían derrocar a Assad sin ninguna ayuda extranjera, pero si Occidente golpea al régimen, el Ejército Libre Sirio se propone aprovechar cualquier confusión en las filas de las fuerzas del régimen para avanzar sus propias posiciones, ha dicho Luay al Mokdad, coordinador político y de medios del ELS. ‘Por supuesto que trataremos de sacar el mayor provecho de esta operación para mejorar nuestras posiciones sobre el terreno, controlar y liberar más zonas’, ha declarado. ‘Este es nuestro derecho. Nuestros combatientes sobre el terreno deberán utilizar todo, incluso la meteorología si les es favorable. Si tu enemigo está mirando para otro lado, tienes que aprovechar la ocasión.’ Sin embargo, quienes apoyan la intervención han expresado su preocupación con respecto a cómo se desarrollaría esta y qué repercusiones tendría, en todo caso, en una guerra en curso en que han muerto más de 100.000 personas. ‘Aquí la gente está muy preocupada de que la intervención vaya a ayudar al régimen’, ha dicho Abu Hamza, un activista del suburbio damasceno de Darayya, donde algunas de las batallas más feroces de la guerra han dejado una ciudad de casi medio millón de habitantes totalmente devastada, convirtiéndola en una ruina deshabitada. ‘Desde luego que la apoyo si comporta poner fin al derramamiento de sangre, pero se producen matanzas desde hace dos años y medio, por tanto ¿por qué vamos a pensar que EE UU va ahora en serio? La gente ya no se fía del gobierno de EE UU. Piensa que EE UU solo actuará en beneficio propio.'»

Si las potencias occidentales se hubieran preocupado realmente por el pueblo sirio, o incluso si Washington hubiera sido más inteligente creando las condiciones para el compromiso que busca, les habría resultado fácil dotar a la oposición siria de armas defensivas, permitiendo de este modo que el levantamiento popular cambiara las tornas de la guerra y precipitara así el colapso del régimen. A falta de un cambio decisivo en la guerra civil siria en detrimento del régimen, este último se mantendrá intransigente y unido alrededor del clan de Assad, y la guerra proseguirá con sus terribles secuelas. Esta es la realidad que refuta el argumento de muchos biempensantes de que hay que rechazar el suministro de armas a la oposición siria porque aumentará el número de muertos. Al contrario, es justamente la ventaja del régimen en materia de armamento la que mantiene viva la guerra y va sumando nuevas muertes. Repetiré aquí las palabras del revolucionario francés Gracchus Babeuf (1795) que he citado en mi último libro: «¿Qué guerra civiles más repugnante que aquella en la que todos los asesinos están en un bando y todas las víctimas indefensas están en el otro ?¿Se puede acusar a alguien que quiere armar a las víctimas contra los asesinos de cometer un crimen?«

Vistos los horribles crímenes cometidos por el régimen de Assad con el apoyo de Rusia, Irán y los aliados de Irán, es deber de todos quienes dicen apoyar el derecho de los pueblos a la autodeterminación ayudar al pueblo sirio a conseguir los medios para defenderse a sí mismo.

Fuente: http://www.opendemocracy.net/gilbert-achcar/welcoming-vote-of-british-parliament-while-supporting-syrian-uprising

Traducción: VIENTO SUR