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«Contra la prensa», en defensa de la universidad pública

Fuentes: Rebelión

El 21 de abril, se celebró en el paraninfo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid la presentación del libro »En defensa del populismo» del profesor titular Carlos Fernández Liria. Se trataba de un acto académico en el cual se invitó a participar a los también profesores de filosofía Luis Alegre […]

El 21 de abril, se celebró en el paraninfo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid la presentación del libro »En defensa del populismo» del profesor titular Carlos Fernández Liria. Se trataba de un acto académico en el cual se invitó a participar a los también profesores de filosofía Luis Alegre y Emma Ingala, y a al profesor de ciencias políticas, Pablo Iglesias. A raíz de que este último lleve ocupando además, desde hace unos años, cargos políticos llegando a ser una figura muy mediática en el panorama político actual, no se pudo evitar la presencia de periodistas en el acto. Por culpa de esto último y otras circunstancias que ahora se detallarán, el mismo acabó con un momento muy tenso en el que se defendió que el propio Pablo Iglesias había ofendido al gremio de periodistas (y en concreto a la figura del periodista Álvaro Carvajal, allí presente), que de hecho hoy ha sido portada del periódico El Mundo. Y sin embargo, lo que no se ha contado de esta historia es la ofensa, insulto y falta de respeto que estos periodistas tuvieron para con todos los estudiantes y profesores universitarios allí presentes, entre los cuales me encuentro. Y esto es lo que quiero denunciar en este artículo; lo cual no es una defensa de una figura política concreta como sólo parcialmente han querido (o es que simplemente no han podido más) comprender los medios de comunicación así como mucha gente de a pie, sino una defensa frente a lo que a todas luces vuelve a ser una invasión de la universidad pública por parte de medios privados.

Para empezar, reitero que la presentación en cuestión se trataba de un acto estrictamente académico, tal y como se dijo antes de que comenzasen las ponencias, y a razón de eso ya podría decirse que la presencia de los periodistas estorbaba. Más aún, cuando éstos, ocupando asientos y poniendo cámaras y material de trabajo a lo largo y ancho de todo el paraninfo obligaron, en primer lugar a que mucha gente se quedase fuera de él por la superación del aforo (no se entiende que en un acto dirigido a estudiantes, algunos de estos se quedasen fuera por culpa de aquellos que no lo son). Pero es que además se entorpecieron tanto la vista de los presentes, como lo que es más grave, escaleras y puertas, dificultando el acceso y salida del paraninfo (cosa que además atenta contra la seguridad en caso de accidente). En este contexto comenzó hablando el que además de profesor mío era el autor del libro, Carlos Fernández Liria. Desde luego podría decirse que el tema a tratar era bastante polémico, pero eso no significa que ahí se fuese a polemizar, sino a razonar; por eso era un evento universitario y no una rueda de prensa. De lo que se trataba ahí era de filosofía, y por eso se habló entre otros de Karl Marx (nombre que imagino que a más de un desinformado le dará urticaria leer) y de Sigmund Freud. El punto de partida de la exposición global era la explicación de cómo la política (tanto la derecha como la izquierda) había intentado desde la Ilustración, defender conceptos tan importantes todavía hoy, como son el Estado de Derecho, la democracia parlamentaria o la separación de poderes. Por otro lado, se expuso también cómo la tradición marxista, queriendo ignorar ese proyecto ilustrado había acabado en desastre, y frente a aquellos que afirman la doble implicación entre Capitalismo e Ilustración, defender que justo al contrario, son radicalmente incompatibles (más sobre este tema se puede leer en muchas otras obras de C.F.Liria como por ejemplo »¿Para qué servimos los filósofos?»). Frente a este panorama de lo que se trataba era de reivindicar eso de la »centralidad del tablero», que no es otra cosa que la defensa del proyecto de Marx bajo las condición tan bien pensadas por los filósofos de la Ilustración: una democracia parlamentaria en Estado de Derecho. Pero para que pueda haber eso, hacen falta ciudadanos libres, que bajo condiciones capitalistas de producción no puede haber. El problema pues, es el de cómo articular aquí teoría y práctica, problema al que el gran pensador ilustrado, Immanuel Kant, ya se enfrentó en su día, y que trató de resolver en la »Crítica del Juicio». No voy a detenerme en esto último, básicamente porque yo personalmente no puedo, puesto que el problema que ahí se trata es quizás uno de los problemas más difíciles de la historia de la filosofía. Ahora bien, en este marco teórico en el que nos vemos, de razón ilustrada (y la mala noticia que frente a ella trajo Marx) aparece la figura de Freud, para decirnos que los seres humanos no somos exclusivamente »animal racional» sino que además nacemos ya siempre del sexo, lo que viene a decir que no somos ángeles de razón pura, sino animales finitos y limitados (entre otras cosas por nuestro »ello» y otras cuestiones del psicoanálisis). Que cada vez que pensamos o actuamos, aunque creamos que actuamos o pensamos de la manera más racional posible, siempre hay por debajo de nosotros un simio que lo único que quiere es quitarle los piojos a su madre. Así constituimos elementos culturales de entre el que cabe destacar el de pertenencia (patria) a nuestro pueblo, ciudad o tribu. Pero es que con la proletarización generalizada ejecutada violentamente desde el siglo XIX este sentido fue perdiéndose para desarrollarse en favor de un fuerte sentimiento de pertenencia a una de las muchas ideologías políticas que se desarrollaron a lo largo de todo el siglo XX. De esta manera, y aún hoy, todos tenemos cada vez que intentamos hablar sobre política un mono dentro de nosotros que se dedica a sostener nuestra ideología en alto, negándose a renunciar a ella (cosa que se ve muy bien en las discusiones políticas familiares en Navidad con el cuñado de turno). En este sentido se parece mucho al sentimiento de pertenencia a determinado equipo de fútbol, o la defensa de la religión de cada cual. ¿Podrían los periodistas librarse de esto? ¿Son los periodistas los seres más puros, si no divinos, de entre todos los mortales?

A esto, y no otra cosa es a lo que se refirió Pablo Iglesias hablando de las relaciones entre Podemos (aquí no como propaganda de partido, sino como partido que es objeto a estudiar desde la ciencia política), el psicoanálisis y los medios de comunicación. La referencia a Álvaro Carvajal iba en ese sentido, desde el principio, diciendo Pablo Iglesias: »voy a tener cuidado con lo que digo, a ver qué me va a poner mañana de titular». El resto de comentarios similares decían exactamente lo mismo, que un periodista no puede ser completamente objetivo (como no existe propiamente un »centro político») por cuanto no son ningún dios, sino simples humanos más formados por una parte racional y una »parte mono», siendo que además la primera no puede evitar que siempre, en cada palabra que intenta pronunciar, el mono le cuela algo de ideología.

Toda esta tesis puede defenderse o rechazarse, pero creo que quedan de sobra explicadas las intenciones de lo dicho, no eran de ninguna manera, políticas. Se ve una vez más que de lo que se trataba era de un contexto completamente académico al que demasiado generosamente se le dejó acceder a la prensa, y no de un contexto político. La referencia personal a Álvaro Carvajal podría decirse que por lo que sucedió a continuación fue desafortunada, pero desde un punto de vista académico, completamente legítima y no éticamente reprochable. ¿O vamos a empezar a dejar que cuatro gatos con micrófono les digan a los profesores universitarios qué o que no pueden decir en la universidad? Porque que a nadie se le olvide, Pablo Iglesias ayer acudió en calidad de profesor honorífico de su universidad, aquí lo que diga un puñado de periodistas no pinta nada.

Esto, por supuesto, no supone una condena del periodismo en sí mismo. Quiero recordar una cita de Francisco Zarco que en una red social ayer me llevó a una discusión sobre mi aportación a la misma: «La prensa no es sólo el arma más poderosa contra la tiranía y el despotismo, sino el instrumento más eficaz y más activo del progreso y de la civilización». A lo que yo añadía «a menos que esté, precisamente, en manos de la tiranía y el despotismo». Lo que significa esto, creo que es algo obvio, es que el periodismo, por sí mismo no es ni bueno ni malo, simplemente es lo que es, como por sí misma no es mala ni buena un hacha. Ahora bien, depende de que usemos esa hacha para talar un árbol y hacernos una hoguera o para matar a nuestra familia lo que determina si en ese uso es un mal o buen instrumento. Al final, ¿qué es lo que se introduce para que un hacha que por sí misma es completamente inocua de repente comience a tener un valor? Nuestra libertad. Se ha hablado del acto de ayer como un ataque a la libertad de prensa (que no lo era), y sin embargo nadie ha puesto en ninguna portada la otra cara de la moneda. Que cuando la ya famosa periodista levantó la voz en el paraninfo con actitud tiránica y despótica, afirmando que ahí había habido un ataque contra un sector concreto (cuando por otro lado se habían puesto ejemplos de lo dicho para periódicos tanto de una ideología como de otra), estaba insultándonos a todos los estudiantes y profesores presentes con un prepotente ataque a la libertad de cátedra. Y además, como ella misma empezó admitiendo, sin haber entendido absolutamente nada de lo dicho, oyendo quizás sólo lo que quería oír. Los límites de un determinado tipo de libertad vienen determinados no tanto quizás por la libertad de los demás respecto de la mía, sino por otra libertad. Cuando la libertad de expresión se sobrepasa para entrar en el terreno de la libertad de cátedra, es decir, cuando un derecho invade otro derecho, el primero queda completamente desautorizado de su ejercicio. En este sentido se puede decir que lo que ayer presenciamos fue un atentado por parte de esta periodista contra la universidad.

Que la universidad sea pública significa que por derecho, todo el mundo tiene, en principio, que tener acceso a ella (otra cuestión que se lleva viendo atacada desde Bolonia), y no que sea de todo el mundo. Cuando se habla de un espacio público como por ejemplo, una plaza, lo que debería entenderse ahí es que precisamente por ser pública, por ser de todos, no es de nadie. Esto significa que yo no tengo derecho a invadir con mi individualidad un lugar que no es de mi propiedad, sino mía y de todos los demás; y por eso es un delito hacer un graffiti en el suelo de la supuesta plaza. Podemos decir que la plaza, por ser pública, tiene unas determinadas reglas de uso, que una vez incumplidas, deben llevar a condenar al culpable. Bien, pues con la universidad sucede lo mismo, que tiene sus propias reglas de uso, y que éstas no se deben incumplir. Eso se ve por ejemplo en el hecho de que, hasta donde yo sé, sin la autorización explícita del rector, la policía no tiene poder para actuar en un campus universitario. Pero volviendo al suceso de ayer, pasarse por alto esas reglas, constituye un mal uso que debe ser condenado, como se condena cualquier acto de vandalismo; se denuncia. De esta forma, el levantamiento de la periodista de la que he hablado, puede entenderse como un ataque a las reglas propias de la universidad, a ese lugar en donde de lo que se trata es de pensar, y de razonar, no de fabricar futuros trabajadores ni de suplir los intereses mediáticos de nadie, no somos la mercancía de nadie. Pero lo más grave de este asunto concreto son las tergiversaciones, manipulaciones y ocultamientos de información que se han difundido por todos los medios y redes sociales (en Twitter con el hashtag #Iglesiascontralaprensa) desde el día de ayer. Contra esto, como decía, lo que hay que hacer no es mostrar apoyo, sino desprecio por lo que es un ataque no a una figura política, sino a un doctor, a un profesor universitario ejerciendo su tarea libremente. Sería interesante que el rectorado de la UCM pudiese prohibir el acceso a los informadores de cierto periódico al campus como »pena» (igual que se penaliza al graffitero de turno), quizás incluso se debieran recoger firmas para ello. Al final, lo que está claro es que hay que defender la universidad pública y su el libre ejercicio del conjunto de personas que la constituyen, sin tener que temer porque lo que se diga ofenda a determinados intereses externos, ya sean económicos, periodísticos o ideológicos.

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