En París surgió una cierta magia que dio una dimensión histórica a la cumbre del clima número 21. Se fraguó allí, entre otras cosas, el acuerdo que iría a remplazar el protocolo de Kioto cuando expirara en 2020.
El 12 de diciembre de este 2020 se ha cumplido el quinto aniversario del Acuerdo de París, un aniversario empañado por unas emisiones de gases con efecto invernadero que siguen creciendo y por una pandemia que ha forzado la cancelación de la cumbre anual número 26, que se celebrará en Glasgow el año que viene.
En París se evitó imponer y se animó a que cada país hiciera su mejor propuesta y su análisis más honesto de sus emisiones reales y futuras.
El Acuerdo de París establece un marco global para evitar un cambio climático peligroso. Buscaba mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C e incluso aunar esfuerzos para limitarlo a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales. También pretendía reforzar la capacidad de los países para hacer frente a los efectos inevitables del cambio climático y estableció mecanismos para apoyarlos en sus esfuerzos.
Un acuerdo internacional
El Acuerdo de París es el primer acuerdo universal y jurídicamente vinculante sobre el cambio climático y fue adoptado en la Conferencia sobre el Clima de París (la vigésimo primera conferencia de las partes o COP21) en diciembre de 2015.
La UE y sus Estados miembros se encuentran entre las cerca de 190 Partes del Acuerdo de París. La UE ratificó formalmente el Acuerdo el 5 de octubre de 2016, lo que permitió que entrara en vigor el 4 de noviembre de 2016.
Para que el Acuerdo entrara en vigor, al menos 55 países que representasen un mínimo del 55 % de las emisiones mundiales debían depositar sus instrumentos de ratificación. Todos hemos ido siguiendo con satisfacción las ratificaciones del Acuerdo por la inmensa mayoría de los países del mundo, incluyendo los más contaminantes.
Pero hemos seguido también, y en este caso con gran preocupación, el cambio de posición y la retirada del Acuerdo del segundo país en volumen de emisiones, Estados Unidos. Con la confirmación de la salida de Donald Trump de la Casa Blanca, el mundo volvió a respirar ilusión sobre las posibilidades de consolidar la senda planteada en el acuerdo de París.
Ventajas del Acuerdo de París
Aunque el nuevo presidente de EE. UU. no lo va a tener nada fácil, y alcanzar el objetivo de París supone un esfuerzo global de dimensiones inmensas, el Acuerdo vale la pena.
Son muchos los estudios que muestran los importantes beneficios para la gente, la economía y, por supuesto, el medio ambiente.
Fijándonos solo en los mares, en la pesca y en la economía de los países costeros, por ejemplo, la implementación del Acuerdo no podría traer más ventajas. Permitiría proteger millones de toneladas métricas de peces, así como miles de millones de dólares anuales de ingresos de los trabajadores del mar y de los gastos domésticos en productos del mar.
El 75 % de los países marítimos se beneficiarían de esta protección y más de un 90 % de esta captura protegida se produciría dentro de las aguas territoriales de países en desarrollo. De hecho, retirarse del acuerdo de París no es solo negativo para alcanzar el Acuerdo y la correspondiente estabilización global del clima, sino que lo es para el país que se retire.
El efecto neto de la retirada del Acuerdo es negativo para todos los países del mundo ya que la pérdida de cobeneficios supera la ganancia en el producto interior bruto. Es decir, que mantenerse en el Acuerdo redunda en el interés de cada país tal como muestra un reciente análisis económico.
Además de mejorar la salud de los ecosistemas, el Acuerdo de París supone una garantía para la salud humana. Solo considerando los efectos positivos directos a través de la reducción de la contaminación atmosférica, los beneficios para la salud humana del Acuerdo superan los costos de mitigación para todas las vías tecnológicas, con una relación global favorable entre los beneficios para la salud y los costos de mitigación de entre 1,45 y 2,19. Se mire como se mire, el Acuerdo de París vale la pena.
Beneficios también a corto plazo
Un reciente estudio revela que el objetivo principal del Acuerdo de París de mantener el aumento de la temperatura media mundial en este siglo por debajo de los 2 ℃ tendría efectos beneficiosos no solo a largo plazo.
Implementar el Acuerdo reduce el riesgo de tasas de calentamiento sin precedentes en los próximos 20 años en un factor de 13 en comparación con un escenario sin mitigación, incluso después de tener en cuenta la variabilidad interna del sistema climático.
Por tanto, la mitigación estricta ofrece beneficios sustanciales también a corto plazo al ofrecer a las sociedades y ecosistemas una mayor oportunidad de adaptarse y evitar los peores impactos del cambio climático. Esto es justo la motivación que nos hace falta ahora para actuar con decisión, ya que no serán solo las generaciones futuras las que se beneficiarán de los recortes rápidos y profundos de las emisiones.
Cambio climático y salud
2020 ha sido un año en el que nuestra salud se ha puesto en el centro de la actualidad mundial por la pandemia de la covid-19. Es precisamente en este 2020, en el que se celebran cinco años del Acuerdo de París, cuando conviene recordar que el cambio climático también mata.
Más de una cuarto de millón de personas han muerto este año directamente por el cambio climático, y decenas de millones lo han hecho por causas indirectas relacionadas con él. Solo los muertos por olas de calor han aumentado un 50 % en las últimas dos décadas.
El cambio climático no es solamente un factor que trastorna el calendario y hace que el invierno llegue algo más tarde o que a las cigüeñas les dé por no emigrar. El cambio climático es ya la principal amenaza para la salud de los animales y de las plantas de todo el planeta, pero también la de las personas.
Sin embargo, no acabamos de tomárnoslo muy en serio porque el cambio climático, a diferencia de las pandemias, no lo percibimos como una amenaza directa y frontal.
En un loable y necesario esfuerzo de optimismo basado en observaciones científicas, las Naciones Unidas señalan que las emisiones de gases de efecto invernadero podrían reducirse un 25 % con la recuperación verde mundial apoyada en las principales medidas para salir de la crisis del coronavirus. Dicho de otro modo, salir de la crisis inducida por la pandemia puede ayudar a cumplir el Acuerdo de París si se hace con esta visión.
Igual de optimista se muestra la Unión Europea con la salida de la crisis de la covid-19. Recuperando la seña de identidad europea en materia ambiental y planificando con seriedad y estrategia, la inversión económica poscovid-19 dibuja una línea de esperanza en el futuro.
Lastres para el cumplimiento del Acuerdo
La humanidad cuenta con abundante evidencia científica sobre la necesidad de alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y sobre los beneficios que conlleva. Pero la humanidad se enfrenta a la vez a un número sorprendente de contradicciones e inercias que dificultan la puesta en práctica de las medidas necesarias.
Europa, la región del planeta más convencida de la oportunidad del Acuerdo y más proactiva en la reducción de emisiones y en la mitigación del cambio climático, es un ejemplo sorprendente de este choque de intereses.
Europa se embarca en un Pacto Verde como reacción a la amenaza del cambio climático y la degradación ambiental, y a la vez mantiene en pie el Tratado de la Carta de Energía. Este Tratado es un auténtico contrasentido con el Pacto Verde y un poderoso obstáculo para alcanzar los objetivos de París.
El Tratado es incompatible con la transición energética y ecológica que países como España se han propuesto abordar en esta década clave por numerosas y bastante obvias razones. Por ejemplo y en primer lugar, el Tratado sanciona económicamente a los países que quieran cumplir con los propósitos del Acuerdo de París.
Tan inexplicable como ratificar el acuerdo de París y mantener el Tratado de la Carta de Energía es la desconexión europea entre programas y objetivos globales y urgentes en materia de desarrollo sostenible como son el Pacto Verde Europeo y la Política Agraria Común (PAC).
Esta estrategia es inexplicable porque mientras el primero se basa en una salida en verde de la actual coyuntura económica, social y ambiental, la PAC da la espalda rotundamente a esta visión y mantiene una agricultura productivista que no prioriza la sostenibilidad, apenas respeta la biodiversidad e ignora los objetivos del Acuerdo de París relativos a la reducción de emisiones.
Estas contradicciones son inexplicables, además, porque ignoran la abundante evidencia científica sobre las estrechas interconexiones entre la producción agroalimentaria y las emisión de gases con efecto invernadero, y en especial sobre los beneficios económicos, ambientales y sociales de favorecer sinergias entre la producción de alimento y la reducción de emisiones.
La humanidad se enfrenta en este 2020, que ya termina para alivio de muchos, no solo con la amenaza descomunal de un clima extremo e inestable. La humanidad se enfrenta a un inevitable proceso de maduración interna en el que tendrá ineludiblemente que elegir entre la sostenibilidad o el mantenimiento del modelo socioeconómico que nos ha traído hasta aquí y que tan sombríos escenarios acarrea. Ambas cosas no son compatibles y cuanto antes aclaremos qué queremos realmente, antes podremos avanzar con firmeza hacia un mundo mejor.
Fernando Valladares. Profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)