Un modelo productivo basado en el crecimiento infinito y en los beneficios permanentes requiere unos ritmos en las tasas de renovación de materiales que la naturaleza no puede atender
1. “El mercado puede permanecer irracional más tiempo del que usted puede permanecer solvente”. John M. Keynes
Esta sincera y dolorosa aseveración del prestigioso economista Keynes llevaría a poner en duda la confianza en todo nuestro modelo económico, pero además nos conduce a una cuestión clave: ¿Es aún solvente nuestro planeta Tierra y, si lo es, hasta dónde llegaría esa solvencia?
Que es irracional lo conocemos hace muchos años, pues un sistema económico basado en el pensamiento mágico de un crecimiento perpetuo en un entorno de recursos naturales finito está abocado al fracaso.
Es obvio que los avances científicos en climatología, en biología de sistemas, en geología e incluso en antropología, han hecho ver que se precisa revisar este paradigma crecentista proveniente de un antropocentrismo (emanado por la Ilustración) que implicando el predominio del individuo sobre el colectivo no entendió, ni aún lo entiende, que somos una parte más del ecosistema global; un antropocentrismo que ha ido derivando en productivismo y consumismo (hay que consumir lo que se produce para que la rueda gire) que está afectando las bases mismas donde el modelo se asienta, generando graves disfunciones que se miden en desequilibrios ecológicos y desigualdades sociales que se retroalimentan.
Sin embargo, confiamos en que nuestro modelo económico es suficientemente seguro y que, en todo caso, las disfunciones que crea siempre tendrán solución porque el ingenio humano es infinito y siempre encontrará las salidas tecnológicas como por arte de magia, obviando que tal supuesta infinitud está supeditada a una realidad que es finita.
Sin duda consciente de este hecho, en un proceso de autorrevisión, se crean diversas herramientas para demostrar la integración de la ecología en la economía, aflora el desarrollo endógeno, luego el desarrollo sostenible y sus ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), la economía circular y hoy la transición ecológica. Intentos sin duda necesarios pero no suficientes si nos atenemos a que los actuales indicadores socioecológicos son los peores de la humanidad. Algunos ejemplos: los niveles de CO2 atmosférico son de 415 ppm (a pesar de la covid) un nivel que compromete los objetivos del Acuerdo de París contra el Cambio Climático; aún hay 1.000 millones de personas sin abastecimiento hídrico saludable en el mundo (y más de 2.000 sin saneamiento); la OMS estima siete millones de muertos anuales por la contaminación atmosférica, la abundancia de especies ha disminuido un 20% en los últimos 50 años y hay un millón en peligro de extinción (sí, la biodiversidad, esa que es escudo protector ante pandemias como la covid), etc… Un dato demoledor es la reciente publicación en la revista Nature de una investigación que muestra que en 2020 la masa global antropogénica (edificios, infraestructuras …) superó toda la biomasa viva.
Una investigación de ‘Nature’ muestra que en 2020 la masa global antropogénica (edificios, infraestructuras…) superó toda la biomasa viva
No, las medidas correctoras que se ha autoimpuesto el productivismo para mantener su continuidad no han dado resultado. Es más, podría decirse que, a pesar de sus posibles buenas intenciones, ha coadyuvado a que aumentaran, por inacción, los niveles de inseguridad y desigualdad globales. En la figura a continuación se observan gráficamente el dimorfismo del Planeta medido en huella ecológica en 2019 (superficie productiva que se requiere para satisfacer el nivel de consumo de recursos naturales), con un obeso norte que aprisiona a un adelgazado sur.
No hay economía sin ecología, sin duda, pero ¿qué tipo de economía? La que llamamos circular no lo es según la propia termodinámica (la economía es entrópica). Un modelo productivista basado en el crecimiento infinito y en los beneficios permanentes como el capitalista requiere unos ritmos en las tasas de renovación de materiales de los ciclos naturales (del agua, del aire…) que la naturaleza no puede atender. Por eso los recursos naturales se están agotando y abocan al fracaso al propio modelo de sociedad (la sociedad autófaga de A. Jappé) donde el sistema capitalista, desmesurado por definición, lleva a la autodestrucción arrastrando personas y vidas en un incremento de desigualdades creciente con un potencial darwinismo social en el horizonte que puede derivar en ecofascismos. La única opción viable y sostenible sería que el propio modelo económico tuviera en cuenta en su diseño estas tasas de renovabilidad, que armonizara con ellas, pero esto iría en contra de las prioridades de crecimiento actuales.
2. «No podemos ir contra la Física, contra la Química, contra la Biología”. (Susan George. Comunicación personal)
El cambio climático y lo que conlleva no es sino un indicador de la situación y marca claramente la dirección hacia donde nos dirigimos, más si se tiene en cuenta la directa relación entre crecimiento económico (medido en términos de PIB) y el ciclo energético de generación y consumo causante mayoritario del calentamiento global. Focalicemos el proceso actual en la transición energética en marcha, siempre teniendo en cuenta que la transición socioecológica debe ser mucho más amplia.
El techo de disponibilidad de recursos energéticos fósiles (petróleo, gas, uranio) ha llegado ya, lo que implica que la energía invertida en generación (Tasa de Retorno energético) es cada vez mayor, algo insostenible técnica y económicamente (ambientalmente hace tiempo que se demostró).
Las élites económicas y energéticas (realmente son las mismas) son conscientes de ello, como lo eran del cambio climático desde hace más de 50 años, y conocen bien sus causas. Las negaron el tiempo necesario para amortizar inversiones en energías fósiles realizadas y en poner en marcha los “lavados verdes” de estas mientras en paralelo se iba profundizando en las energías “alternativas” de entonces, que hoy ya son consolidadas como renovables. Una nueva fase de acumulación de capital que se garantiza así la perpetuación del control energético mediante los oligopolios preexistentes, en base a un mero cambio tecnológico con el horizonte de salvación del planeta y de las personas.
El techo de disponibilidad de recursos energéticos fósiles (petróleo, gas, uranio) ha llegado ya, lo que implica que la energía invertida en generación es cada vez mayor
Sin duda las energías renovables son necesarias, pero ¿son suficientes para mantener el nivel de consumo energético actual? Al margen de algunas que se han verificado como de dudosa sostenibilidad social y ambiental como los biocombustibles (y que implican neocolonialismos energéticos), las energías solar y eólica poseen unas evidentes limitaciones estructurales, ya que implicarían la electrificación de todo el modelo productivo, que mantiene unas enormes dependencias del petróleo (¿qué hacemos con el acero?).
A esto habría que añadir su necesidad de coexistir con las energías fósiles pues muchos materiales básicos de las renovables son derivados del petróleo, así como el transporte de los mismos dependen del gasoil. Asimismo, la demanda de minerales raros (escasos) que implica a las renovables (litio, cobalto, neodimio, lantano, etc…) supone una evidente limitación en un proceso extractivo que además provoca importantes impactos ambientales y residuos consiguientes.
La sustitución de energía fósil a renovable sin reducir los niveles de consumo actual roza también el pensamiento mágico. Un simple cálculo: para alcanzar el objetivo que se ha planteado la Unión Europea en el 2030 (al menos un 55% de renovables), se requiere desmantelar oferta de combustibles fósiles a un ritmo de entre 4% y 6% anual, es decir, habría que sacar de la oferta entre 25 y 35 exajoules de combustibles fósiles, un reto casi utópico teniendo en cuenta que la capacidad instalada con fuentes renovables desde el año 2000 al 2020 es de apenas 30 exajoules. Es decir, implementar la oferta de renovables cada año, similar a lo que la humanidad ha logrado en dos décadas, y eso es cada año hasta el 2031.
Además, se hace una apuesta casi mítica por el hidrógeno verde, una tecnología claramente inmadura cuyo horizonte temporal de viabilidad no está claro. Aún así va a movilizar un enorme contingente de fondos europeos para su desarrollo, que irán directamente a las empresas energéticas (sí, a las causantes del Cambio Climático), con las petroleras reconvertidas en eléctricas y todas ellas obligadas ante la depreciación de sus activos fósiles a hacerse con activos renovables entregándose al H verde con el colchón de fondos públicos y siempre desde el enfoque de la oferta y nunca desde el de las demandas reales.
Sin duda es necesaria la transición energética pero estas transiciones llevan su tiempo (el paso de madera a carbón llevó más de 150 años, de este al petróleo 100) y hoy el cambio climático ha recortado este tiempo. Es imposible realmente frenar sus consecuencias con el actual business as usual sin reconocer las limitaciones de nuestro actual modelo económico más allá de quimeras tecnológicas.
Las energías solar y eólica poseen unas evidentes limitaciones estructurales, ya que implicarían la electrificación de todo el modelo productivo
Es cierto que empieza a haber posicionamientos más allá de greenwashings o lavados verdes, con apuestas necesarias pero no suficientes que además confunden objetivos con instrumentos (el actual Green New Deal de la UE es un ejemplo). La respuesta no puede ser el mismo modelo con mágicas correcciones y ajustes verdes. Por tanto, no se precisa solamente de un cambio tecnológico sino en la redefinición drástica de todo el modelo energético y por ende, productivo.
3. “El sistema está roto y perdido. Por eso hay futuro”. José Luis Sampedro
El actual metabolismo socionatural hace que nos dirijamos a un proceso de crisis encadenadas, pero ¿cuáles son las alternativas? Como vimos, las viejas soluciones, aunque se tiñan de verde, no valen para los nuevos paradigmas. Se requieren nuevas políticas que generen nuevos comportamientos sociales, nuevas conductas basadas en un nuevo esquema de valores postcrecentistas.
Los nuevos paradigmas implican simplificación y autocontención de la economía (mejor con menos), un transitar hacia un estado estacionario, de progreso sin crecimiento, para lo que es esencial empezar a considerar realmente la economía como una parte de la ecología y no al contrario.
La hoja de ruta de un cambio tan profundo exige obviamente su tiempo (al fin y al cabo el capitalismo lleva 400 años operando), en un proceso que exige la politización de la crisis global y en el que el Estado tiene un papel fundamental en cuanto a regulador de los accesos a los recursos. También la responsabilidad individual y colectiva tiene un papel transformador esencial tanto para velar porque el Estado actúe en pro del interés común y no por los intereses del capital, como también, y de manera fundamental, demostrando la factibilidad de un modelo diferente con la puesta en marcha de iniciativas ciudadanas de nueva economía. En este sentido, existe ya un gran número de actuaciones en diversos sectores que muestran la factibilidad de una nueva economía. Así desde cooperativas energéticas –como “Som Energía”–, redes de agroalimentación de cercanía y sistemas agroambientales en la extensión agrícola, coordinadoras de comercio justo, entidades para la restauración del medio natural (como el buscador de internet Ecosia) y un largo etc… muestran que hay un camino ya trazado.
Se plantean a continuación algunos ejes por los que transitar hacia este cambio de modelo:
– El bien común como base de una nueva economía (como la mercantilización lo fue en el pasado siglo) que fomente iniciativas comerciales de cercanía donde se priorice la recuperación de áreas naturales y urbanas y la reutilización/retroalimentación. Esta nueva economía global hará inválido el PIB como medidor por lo que requerirá de otro indicador más holístico/integral.
– Un Estado que actúe como integrador de interfaz mercado/naturaleza, pero además que asegure los servicios básicos, priorice, oriente y garantice para todos esta nueva economía del bien común, donde se tienda a la limitación de ingresos reequilibrados con medidas fiscales necesarias, en paralelo a cambios de los modelos de propiedad, donde se priorice el servicio más que la posesión.
– Redefinir el papel del dinero (desmercantilizarlo) y su dependencia con la deuda y por tanto con los procesos de financiarización, donde el sector financiero se reoriente en el nuevo contexto de limitación de beneficios hacia el apoyo de las economías locales interdependientes y hacia proyectos de beneficio colectivo.
– Mantenimiento y fomento de la diversidad (biológica, social, económica y de gobernanza), así como la conectividad de esos mismos vectores, configurando un sistema creciente de mayor autonomía en los territorios (relocalización) tanto a nivel alimentario como energético. Se debe priorizar el ahorro y eficiencia en el uso creciente de energías renovables y una reducción planificada de los fósiles (generación descentralizada y distribuida).
– Fomento de la gobernanza policéntrica, con procesos participativos de largo alcance en base a iniciativas comunitarias de intervención.
– Revitalizar la ruralidad y fomentar entornos de integración territoriales y funcionales del medio rural con los entornos urbanos.
Se plantea por tanto cambiar la manera de estar en el planeta y la forma de producir y consumir.
La Ilustración trajo el racionalismo a la civilización occidental, pero no conocía los límites de la naturaleza. Hoy sí. También el productivismo capitalista implicó algunos avances, pero ha chocado con sus propias contradicciones.
Se precisa transitar hacia una nueva economía y se requieren cambios realmente disruptivos hacia esa transición diseñada para el bien común, centrada en una armonía con la naturaleza tal que permita al mismo tiempo la satisfacción de las reales necesidades colectivas humanas y las de los ciclos naturales. En definitiva, una nueva Ilustración hacia la sostenibilidad que de nuevo lleve la racionalidad a nuestra evolución y olvide el pensamiento mágico en que estamos inmersos.
Alberto Fraguas Herrero es biólogo, ecólogo e integrante de Futuro Alternativo.