El País Vasco es un país voluntarioso pero aún no sabemos adónde queremos ir, y cómo. No lo hemos decidido en los terrenos económico, político y social. Hay líneas pero no un proyecto central. Contexto general En esta gran crisis general y no coyuntural se han dado cita distintas crisis que cabalgan unas sobre otras. […]
El País Vasco es un país voluntarioso pero aún no sabemos adónde queremos ir, y cómo. No lo hemos decidido en los terrenos económico, político y social. Hay líneas pero no un proyecto central.
Contexto general
En esta gran crisis general y no coyuntural se han dado cita distintas crisis que cabalgan unas sobre otras. Todas las crisis -y cuento hasta cinco- deben ser abordadas. Todas están relacionadas pero tienen distintos plazos y niveles de intervención nacionales.
Está la crisis financiera que persiste. Y ello a pesar de las medidas de rescate privatizadoras de fondos públicos. Han premiado la irresponsabilidad de quienes abogaron por desentenderse de la economía productiva para crear una economía ficticia y especuladora, una economía de casino, sin correspondencia con el stock de capital productivo y que ha generado un capitalismo rentista, medroso, volátil y dañino socialmente. Las bancas canalizaron ahorros no a la inversión sino hacia los activos financieros que, además, no lo eran. Esas bancas rotas siguen sin financiar el sistema productivo y las economías domésticas; siguen sin invertir en economía y sociedad reales. Están pidiendo a gritos que les intervengan de verdad.
Han coincidido también, amplificándose, otros dos tipos de crisis económicas. Una, más profunda y de largo plazo, crisis de sustitución general tecnológica, que no termina de desplegar productividades crecientes ni viene acompañada de un modelo de demanda sostenible, o sea, de nueva regulación social, como en su época fue el fordismo. El nuevo paradigma tecnológico -información, nuevos materiales…- no ha logrado incrementos de productividad estables y rentas con origen productivo y salarial suficientes. La otra es una clásica crisis cíclica de sobreproducción (desequilibrios entre producciones y demandas) alimentada por una escasa calidad del empleo y una desregulación y flexibilización creciente del mercado de trabajo, que siendo buena para el capitalista particular es mala para la reproducción del capitalismo como conjunto. La agrava la competencia asiática que reduce los márgenes empresariales en unos países avanzados que están desaprovechando sus oportunidades tecnológicas y han preferido los nirvanas financieros.
El resultado de ambas crisis es que no hay correspondencia entre los acelerados avances tecnológicos, las discretas aplicaciones productivas y la muy limitada capacidad de los mercados de inversión y de consumo para poder absorber y remunerar inversiones y ofertas. Está en crisis el actual modelo de acumulación del capitalismo de los países desarrollados y, de rebote, en el resto.
En los últimos años se han minado la sociedad del bienestar y el capitalismo popular, con el consiguiente retroceso de las rentas salariales en el PIB. Si antaño -acompañando a la inversión, a las demandas empresariales y a la exportación- las rentas de trabajo aseguraban una demanda sostenida sobre los bienes de consumo, ahora con el trabajo precario de las nuevas generaciones -no son remuneradas en relación a sus conocimientos- la cadena de consumo se ha roto y eso ya no lo resuelve el exceso de endeudamiento familiar. Los sobresueldos de lo ejecutivos tampoco. Curiosamente, el proceso de acumulación regresa al modelo del siglo XIX con la subremuneración de las manos de obra joven o inmigrante, o con la deslocalización de empresas por aquello del diferencial salarial. En la economía global se iguala por abajo.
Pero hay otras crisis de más hondo calado aún, y que aquí no se abordarán: la grave crisis ecológica y de recursos (cambio climático, la escasez de materias primas, el fin de un modelo energético, la crisis alimentaria y del agua…) y la crisis de reglas, de disolución de valores colectivos en beneficio del individualismo o de la tribu y de falta de entendimiento en un mundo convulso y de muros de todo tipo. La apuesta por modelos sostenibles y de no-crecimiento parece cada vez más necesaria. Se echa de menos un nuevo contrato social que retroalimente economía y sociedad.
Ventajas vascas
-Tradicionalmente, entre nosotros el ahorro y la inversión nunca abandonaron la economía productiva, a diferencia de otros países o comunidades, y ello a pesar de que la volatilidad de los activos financieros y la burbuja inmobiliaria también nos han impactado. No estamos en vacío ni noqueados.
-Tenemos un margen de experiencia industrial y meta-industrial y un saber hacer bastante distribuido desde el sistema educativo y empresarial.
-La dolorosa reconversión se hizo sustituyendo grandes empresas y modos productivos tradicionales por pymes bastante eficientes y con diversificación de sectores, lo que supone un antídoto para la profundidad de las crisis.
-Se produce una relación de proximidad entre empresas locales, con significativa productividad (aunque sin outputs de tecnología de gama alta) que se acomodan a las exigencias de los mercados, lo que reduce los costes de transacción y facilita la adaptabilidad.
-Se dan altos niveles de cooperación en economía social. Incluso entre empresas capitalistas competidoras hay una importante experiencia de clusters asociativos con fines comunes.
-La apuesta por la innovación es obvia, aunque debe ir ganando en eficiencia dado su coste público.
-Siendo crecientes las distancias sociales son menos flagrantes que en otros países.
-Finalmente, ha sido una cuestión capital que se cuente con un significativo autogobierno y una fiscalidad propia lo que, en contrapartida, obliga a un liderazgo público responsable y potente.
A todo ello hay que añadir que este país tiene una identidad, unos estilos de vida aceptados y unas experiencias históricas compartidas -algunas de ellas especialmente traumáticas- que han forjado una personalidad en permanente tensión, bastante solidaria por encima de las tribus ideológicas, viva y con una sociedad civil potente y de voluntariados. Somos una sociedad autoreferencial y con su propia opinión pública.
Debemos plantearnos ahora lo que queremos ser tras la crisis; pero para ello hay que decidirse estratégicamente hacia dónde, basarse en los puntos fuertes, pero encarando, también, las importantes debilidades
Dejando aparte temas no menores como la normalización convivencial, cultural y política, hay algunos factores políticos adversos para el cambio económico. El modelo autonómico fue antes plataforma para el despegue, y hoy es tapón para el desarrollo.
Nuestras debilidades
No controlamos algunas constantes. Por ejemplo, la recentralización económica de sedes sociales, decisionales y fiscales en la región de Madrid continúa a pesar del Estado de las Autonomías. ¡Qué contradicción! Otro ejemplo, la falta de implicación del sector público estatal durante dos decenios en la reindustrialización vasca -que debía seguir a la reconversión de los 80 y primeros 90- supuso una descapitalización colectiva que debimos afrontar con nuestros propios medios. El Cupo fue una sangría entonces. El PSOE de González sólo afrontó parcialmente la factura social pacificadora y nos dejó tirados para el resto.
A) En el terreno económico lo más nocivo ha sido el corsé de la falta de competencia política sobre varios dominios decisivos para una economía avanzada.
-Durante 30 años la competencia exclusiva en ciencia y tecnología no ha estado transferida obligando a detraer financiación de otras funciones. Los últimos compromisos apuntan a una corrección.
-La falta de competencia en infraestructuras de transporte, comunicaciones (autopistas, ferrocarril, aeropuertos, puertos,…) y telecomunicaciones, ha impedido que los necesarios planes -en plazos, formas, autoridades y cuantías- fueran acordes a las prioridades vascas, frenando el desarrollo.
-En una economía esencialmente abierta y exportadora, la ausencia de competencia en las relaciones internacionales y de representación en organismos internacionales decisorios sobre áreas de interés vasco como la UE (fiscalidad, sectores…) ha lastrado desarrollos.
-La ausencia de una capacidad de regulación básica en materias amplias como educación, banca, seguros, empleo, negociación colectiva, infraestructuras de transporte, comercio… indica la lejanía del modelo respecto a un Estado federal y ha obligado a políticas colaterales complementarias para evitar los desaguisados.
B ) En lo social , una sociedad avanzada con la renta per capita más alta del Estado, necesitaba poder disponer de mecanismos de redistribución y de integración colectiva ante los riesgos de que la brecha social se expandiera y como garantía de contribución al crecimiento sostenido de la demanda interna.
-La no transferencia de la Seguridad Social y las políticas activas y pasivas de empleo ha dificultado un modelo social avanzado, generándose una contradicción entre el crecimiento económico regular y el retraso de las políticas sociales para reabsorber sus costes ecológicos y sociales.
-Es patente la necesidad de un marco vasco de relaciones laborales para recuperar interlocución y un perfil más social en la regulación laboral.
-Asimismo al no disponer de competencias compartidas en algunas nuevas cuestiones, inmigración, por ejemplo, que son competencia exclusiva del Estado, se ha carecido de una herramienta importante de gestión y de integración cívica y social.
Claro que cabe la duda más que razonable sobre qué política social interna se hubiera aplicado de haberse producido esas transferencias. La ventaja añadida hubiera sido saber a quién atribuir, caso de producirse, una gestión anti-social. Lo ocurrido en el terreno fiscal -su carácter homologable con el español- o la fuerte regresión de las rentas del trabajo en la renta nacional vasca, no son un buen precedente. Hay temas que, dependiendo sólo de los vascos, se han hecho mal. Otro ejemplo, el gasto en prestaciones sociales por habitante en la CAE es el mayor en el Estado, pero no lo es en relación al PIB.
Por lo tanto, no sólo en el ámbito estrictamente político y convivencial, sino también en el económico y social, se necesita un nuevo marco político y de proyecto, acorde con las necesidades afloradas y que son distintas a otras sociedades, dadas la especialización industrial y la apertura comercial. Otro tema, necesario y distinto, es la corresponsabilidad mientras se comparta Estado.
Algunas pautas
En primer lugar, parece llegado el momento de tener un proyecto colectivo y unas estrategias definidas y específicas con centro en la innovación. Pero hay riesgo de que la orientación estratégica de la 2ª Transformación Económica y Social (Sociedad del Conocimiento, Investigación y Tecnología y Calidad total), sea de innovación puramente tecnológica o industrial y, al final, se traduzca en una transferencia pública más al empresariado, sin control de resultados ni socialización de los beneficios. También es innovación innovar socialmente el camino (el proceso de definición). Malo sería no tener el arrope social en un proyecto de transformación y cohesión del país.
En segundo lugar, las herramientas de gestión económica actuales son muy insuficientes para los retos de nuestra economía industrial y meta-industrial en una época de crisis estructural. Necesitamos acelerar transferencias decisivas tanto económicas (infraestructuras, I+D, relaciones internacionales) como sociales (seguridad social, empleo, laboral, inmigración) y asumir políticas imaginativas.
En tercer lugar, las fusiones de cajas y una banca pública se adivinan como medidas de urgencia, aunque tendrían que venir de la mano de un código de conducta: compromiso con la producción y la innovación y solidaridad con los sectores frágiles (hipotecados y acceso al alquiler, por ejemplo).
En cuarto lugar, nuestro hinterland de operaciones ya no es sólo la CAE sino Euskal Herria en su conjunto -la eurorregión vasca-, los territorios limítrofes y el espacio relacional económico conectado por una economía abierta.
En quinto lugar, el ámbito más decisivo donde nos jugamos el porvenir es en el Saber: en la calidad y diversidad de la educación en todos sus niveles y los aprendizajes; en las estrategias para compartir el conocimiento; en la autonomía como país en el acceso al conocimiento. Se requiere una estrategia cooperativa global al respecto.
Por último, para canalizar todas las energías de un proyecto ilusionante e innovador se requiere endeudamiento público, un consenso sobre un proyecto con óptica social, un cambio político mediante un Estatuto nuevo con contenidos decisionales y una gobernanza con los agentes sociales.
En el ínterin tendremos que hacer camino al andar. Sin todo ello serán los conflictos los que repartan roles y decanten, lenta, dura y cansinamente, el porvenir. Será lo probable si falta madurez.
Ramón Zallo. Economista y catedrático de Comunicación de la UPV-EHU