Traducido por Caty R.
Una vez más, las últimas evoluciones de la crisis político-constitucional libanesa han dado lugar a una burda campaña de intoxicación mediática. Hezbolá sería culpable de un «golpe de Estado» contra las instituciones «democráticas» del Estado libanés. Más allá de la interpretación tendenciosa del desarrollo deplorable de una crisis político-constitucional compleja, que no se puede entender y solucionar sin ponerla de nuevo en un marco geopolítico regional en el que es blanco de injerencias extranjeras, en primer lugar estadounidenses, los medios de comunicación occidentales ocultan los auténticos objetivos estratégicos.
¿De qué se trata realmente? Si nos tomamos el trabajo de revisar el curso de los acontecimientos desde el principio, nos daremos cuenta fácilmente de que el auténtico «golpe de Estado» procede de esa misma «mayoría» gubernamental que hoy clama por el «golpe de Estado» de Hezbolá.
En efecto, la doble decisión gubernamental de poner fin a la misión de un responsable de seguridad próximo a Hezbolá, destinado en el aeropuerto internacional de Beirut, y la ilegalización de una red de telecomunicaciones de 100.000 líneas propiedad de Hezbolá, además de adolecer de un defecto de forma, puesto que afecta a una cuestión de seguridad nacional que debería obtener el consenso intercomunitario, aparece como una actuación preventiva y deliberada dirigida a lograr un doble objetivo táctico, de una gravedad evidente, si se analiza desde la perspectiva de la seguridad nacional libanesa: por una parte, el despido del responsable próximo a Hezbolá tiene como objetivo directo convertir el aeropuerto de Beirut en una plataforma abierta a las maniobras de los servicios de seguridad estadounidenses (y por lo tanto israelíes). Y por otro lado, la neutralización de la red de telecomunicaciones de Hezbolá está dirigida a privar a este último de una capacidad de comunicación autónoma fundamental en caso de conflicto con Israel.
De la misma manera que sorprendió a los agresores israelíes por su capacidad de resistencia operativa sobre el terreno durante el verano de 2006, Hezbolá, esta vez, ha sorprendido a sus adversarios internos y externos por su capacidad de reacción rápida, demostrando que la mejor defensa puede ser el ataque. En el contexto actual se trata, más bien, de un contraataque. No hay que equivocarse y en este caso no sirve de nada esconderse tras los argumentos falaces del formalismo jurídico para juzgar la naturaleza del contraataque de Hezbolá.
Lo que los medios de comunicación occidentales y algunos árabes olvidan señalar es que la «soberanía» del Estado libanés que utilizan como taparrabos está destrozada, sobre todo, por la injerencia estadounidense y europea en los asuntos internos de Líbano.
En efecto, no se puede comprender la naturaleza de las últimas evoluciones de la crisis libanesa sin entender previamente los verdaderos objetivos de la crisis político-constitucional que algunos pretenden instrumentalizar para convertirla en la antesala de una nueva guerra civil. La crisis libanesa no es una crisis entre comunidades, a pesar de que existen fuerzas políticas que pretenden incautar a tal o cual comunidad para convertirla en la carne de cañón de un conflicto contrario a los intereses primordiales de Líbano y de la región.
La crisis libanesa es, ante todo, una crisis política. En el sistema constitucional libanés, el hecho mismo de que los ministros chiíes y un ministro representante de la comunidad cristiana ortodoxa abandonen el gobierno, vuelve a cuestionar gravemente el consenso intercomunitario, imprescindible para el tratamiento de todas las cuestiones que comprometen el futuro nacional.
En estas circunstancias, seguir hablando de «mayoría» gubernamental y legitimidad constitucional como lo hacen los medios de comunicación occidentales, simplemente pone de manifiesto una burda manipulación digna de los servicios psicológicos de los ejércitos coloniales. El bloqueo político-constitucional que rodea la elección de un presidente de la República no puede explicarse fuera de este contexto. Los estadounidenses y sus aliados israelíes y europeos saben que, en el fondo, cualquier solución constitucional consensuada conlleva el riesgo de hacer que Líbano regrese al bando de la resistencia regional frente al nuevo plan imperial que el tío Sam pretende imponer en la región.
Ahora bien, la aplicación de esa «pax americana» debe pasar necesariamente por la neutralización de Siria e Irán y sus aliados, el Hezbolá libanés y el Hamás palestino. Las razones sociológicas, demográficas y políticas que explican la ecuación política libanesa son numerosas, pero no cabe duda de que la relativa apertura democrática que caracteriza a este país desde su nacimiento tiene mucho que ver. A este respecto, se podría aventurar justificadamente que si en los demás países árabes hubiera una auténtica apertura democrática sonaría el fin de las políticas de compromiso antinacional en las que se complacen los regímenes clientelistas que deben su supervivencia únicamente a su sometimiento al nuevo orden mundial.
El hecho de recordar este marco general, sin cuya observación no se pueden entender las últimas evoluciones de la crisis libanesa, no nos impide considerar los demás aspectos que contribuyen a enconar el conflicto y que corren el riesgo de ser instrumentalizados por los estadounidenses y sus aliados.
En su legítima búsqueda de garantizarse un cinturón de seguridad regional frente a las amenazas reales de los estadounidenses e israelíes, Irán no se libra de algunas veleidades hegemónicas que sus adversarios magnificaron rápidamente ante sus vecinos árabes con el fin de justificar los fabulosos contratos armamentistas, que se calculan en decenas de miles de millones de dólares, y el protectorado de hecho que les impusieron desde la primera guerra contra Iraq en 1991. Por otra parte, a pesar de todos los esfuerzos mediáticos desplegados para inculcar un mensaje de resistencia nacional, Hezbolá sigue apareciendo como un movimiento sobre todo chií, vinculado a Irán, y al que se le atribuye, con razón o sin ella, una pretensión política de hegemonía en el espacio público libanés.
Pero cualquiera que sea el contenido de estos elementos geopolíticos, donde a veces es difícil distinguir cuánto hay de intoxicación y cuánto de realidad, la actitud de los países árabes hostiles a Hezbolá, a saber Egipto, Arabia Saudí y Jordania, es injustificable. Suponiendo que sus temores frente a Irán estén justificados, ¿cómo podrían defender ante la opinión pública árabe y musulmana que ese temor es más fuerte que el temor, bien real, que debería inspirarles la política de recolonización que EEUU está practicando en la región desde hace mas de un decenio?
¿Cómo podrían justificar ante su opinión pública su supuesto temor al programa nuclear mientras que Israel no oculta su estatuto de única potencia nuclear en la región? Si existe la hegemonía iraní, ésta sólo se puede contrarrestar eficazmente con una actitud diplomática justa que pasa por apoyar a Irán contra las amenazas directas de los estadounidenses e israelíes y por el apoyo al pueblo palestino en su lucha para recuperar su tierra expoliada y su dignidad escarnecida.
De la misma forma, en Líbano, los dirigentes políticos que actualmente aprisionan a sus comunidades (cristiana maronita y musulmana suní) pretendiendo enredarlas en una confrontación confesional lejos de la verdadera naturaleza geopolítica del conflicto, cometen un error estratégico monumental. Pensando que se sirve del paraguas europeo y estadounidense para acabar con la supuesta hegemonía de Hezbolá, la familia Hariri traiciona a Líbano y a la comunidad suní.
Efectivamente, al pretender convertir a la comunidad suní en la carne de cañón de un posible conflicto confesional contrario a la paz civil libanesa y refugiarse de hecho en el bando estadounidense (y en consecuencia israelí), los dirigentes comunitarios que pretenden defender los intereses de la comunidad suní contribuyen a aislar a dicha comunidad de su medio geopolítico natural representado por la opinión pública árabe que, todo a la vez, es mayoritariamente suní y mayoritariamente está contra la «pax americana», contra la arrogancia de Israel y por la liberación de Palestina.
Moralmente es indefendible conspirar contra Hezbolá, que representa la única fuerza que liberó el sur del país de la ocupación israelí, resistió magníficamente la agresión de Israel del verano de 2006 y, de hecho, salvó el honor árabe en una guerra sin embargo enormemente desproporcionada. Pero, incluso tácticamente, no es aliándose con los estadounidenses como los dirigentes suníes llegarían a deshacerse de una supuesta hegemonía política de Hezbolá.
Es en la resistencia común a los intentos de instrumentalización de Líbano del juego imperial estadounidense y a los intentos de atizar el fuego de la guerra civil, donde los diversos protagonistas de la escena libanesa encontrarán la fuerza para evitar males mayores y para reconstruir un pacto nacional digno de una historia que es el orgullo de todos los libaneses.
A este respecto, la valiente actitud política de la corriente cristiana patriótica dirigida por el general Michel Aoun, debería meditarse por los dirigentes suníes y drusos. Se pueden expresar reservas serias y legítimas sobre el papel de Siria e Irán en Líbano y al mismo tiempo optar por la resistencia, por el consenso intercomunitario y por una alianza estratégica, pero crítica, con los Estados que ahora se oponen a la «pax americana».
Al paralizar la doble decisión gubernamental que provocó la reacción de Hezbolá y hacer oídos sordos a las llamadas belicistas del Primer Ministro de Líbano, el ejército libanés hizo la elección justa, evitando de esta forma una escalada perjudicial para la paz civil libanesa. Hezbolá lo entendió perfectamente y aceptó la retirada de sus milicianos de las calles de Beirut. Sin lugar a dudas el ejército libanés, en los próximos días y las próximas semanas, será el objetivo de los estadounidenses e israelíes.
Al demostrar que está preparada para cualquier prueba de fuerza dirigida a neutralizarla y al seguir con su movimiento de desobediencia civil pacífica para encontrar una solución consensuada a la crisis político-constitucional, que se habría podido resolver hace mucho tiempo sin la injerencia estadounidense, la oposición libanesa, y especialmente Hezbolá, merece el apoyo de todas las fuerzas sociales y políticas que se resisten a las maniobras tentaculares del imperio estadounidense en la región y en todas partes del mundo.
Original en francés: http://oumma.com/Crise-libanaise-et-intoxication
Mohamed Tahar Bensaada es profesor e investigador de la Haute Ecole Ilya Prigogine de Bruselas.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.