Del debate patrocinado por Publico y Contexto me interesa especialmente el papel de los medios como intelectual colectivo articulador de un flujo ordenado de mensajes que configuran, día a día, la agenda informativa y, mes a mes, año a año, la fabricación de los consensos sociales. Considero que lo esencial hoy es el relato de […]
Del debate patrocinado por Publico y Contexto me interesa especialmente el papel de los medios como intelectual colectivo articulador de un flujo ordenado de mensajes que configuran, día a día, la agenda informativa y, mes a mes, año a año, la fabricación de los consensos sociales.
Considero que lo esencial hoy es el relato de la actual crisis social vinculándola a la de los modelos informativos. Las redes sociales y los nuevos medios digitales han introducido competencia para definir los temas y enfoques dominantes en la agenda y alteran relativamente la construcción de los consensos, esos lugares comunes desde los que, dice Chomsky, se legitima el poder y se articula la hegemonía ideológica y cultural. Podríamos decir que algo ha cambiado pero algo es profundamente igual.
La transición como espacio de la hegemonía de El País y el Mundo.
Venimos de un pasado en el que el mainstream lo configuraban unos pocos medios de referencia. Polanco decía que El PAÍS era el intelectual orgánico del PSOE y algo de eso hay. Fue, incluso, algo más. Desde su fundación, en 1976, El PAÍS ha sido el constructor y alimentador de la ideología liberal progresista. Hereda el planteamiento de las diversas corrientes criticas que se habían formado alrededor de la revista TRIUNFO desde 1962 y los da forma práctica, galvanizado el acceso al poder de la izquierda moderada y de la generación de profesionales progresistas de la transición.
Por su lado, EL MUNDO, desde su posición de primera línea contra el felipismo entre 1993 y 1996, fue determinante para canalizar la evolución de los cuadros dirigentes de la siguiente generación para la que no era difícil identificar corrupción y terrorismo de Estado con PSOE. Fue especialmente hábil en sacar de foco al franquismo y a la derecha de UCD de esos asuntos y en galvanizar los sentimientos antisocialistas mezclándolos con la filosofía de los nuevos cínicos del 68, «ex» de las más extravagantes izquierdas, y reconducirlos hacia la nueva derecha sin complejos que protagonizó el aznarismo.
La construcción de los consensos de la transición, primero, y su mistificación momificada como historia de éxitos, después, es en buena medida obra de ambos medios de referencia. Ahora ya sabemos que detrás de esa construcción no solo anidaban deformaciones históricas sino pactos de silencio que ocultaban episodios corruptos que afectaban a la monarquía, las grandes del IBEX, al bipartidismo o al poder nacionalista y la familia Pujol.
Crisis de régimen versus crisis de credibilidad de los grandes medios
La crisis del régimen del 78 es en buena medida la crisis del sistema de medios que lo protegía como consecuencia de su contaminación con el poder económico. Conviene repasar cómo se produjo este deterioro.
Para empezar, un dato no muy conocido. Entre 1963 y 2003, los beneficios de las empresas de comunicación (medidos como ROI, retorno sobre capital invertido) se situó a la cabeza del ranking mundial, sólo igualado por otros sectores también muy rentables: el farmacéutico, el informático y el inmobiliario (Grant, 2008). En España, los grupos de prensa líderes en cada región obtenían márgenes de beneficios sobre ventas superiores al 20 por ciento. Jesús Cebeiro, ex director de El PAIS, decía recientemente que, solo su cabecera llegó a generar un beneficio (ebidta) de 120 mill ones de €, más de lo hoy genera uno de los grupos del duopolio televisivo.
Es en ese periodo cuando los medios se transforman en corporaciones de amplio espectro que desarrollan vinculaciones crecientes con el poder económico. Cuanto mayores son sus conexiones empresariales con los diversos sectores, mayores son los espacios vedados para la información independiente. Si PRISA tiene entre sus accionistas de referencia a bancos (HSBC, Santander, Caixa) y a Telefonica, ya conocemos algunos actores que serán bien tratados.
No son los únicos. El predominio creciente de la lógica mercantil cambia también las relaciones con los anunciantes. Si tradicionalmente el inversor publicitario utiliza ba la inserción para optimizar las ventajas comerciales del medio como soporte, las nuevas lógicas desarrollan un tipo de anunciante que utiliza la inserción publicitaria como mecanismo para establecer una relación privilegiada con el medio. La gran empresa aprende que paga r enormes sumas por la compra de espacios publicitarios le permite desarrollar un privilegio: condicionar los contenidos en aquello que le concierne directamente. Lo sabe El Corte Inglés y también las eléctricas o las grandes constructoras. Pero también cualquier gran anunciante.
El círculo se cierra cuando los grandes grupos editoriales son arrastrados por la lógica financiera de los mercados. Su salida a bolsa (PRISA lo hace en el año 2000) es un fenómeno que añade inestabilidad estructural a los proyectos informativos al favorecer la influencia del capital especulativo, con accionistas cortoplacistas que salen y entran en el accionariado, totalmente desinteresados de la construcción de credibilidad, el valor esencial que define el proyecto de un medio. Ese cambio pone en evidencia los privilegios de los gestores que utilizan su poder cuasi absoluto para otorgarse bonus de escándalo. Cebrian y EL PAIS pasan a ser los mejores símbolos de esa enfermedad.
En todo el mundo se produce el mismo efecto: en la medida en que aumenta n las zonas de sombra nacidas al amparo de los vínculos entre sus editores con empresas de los principales sectores económicos disminuye la autonomía de las redacciones y de sus responsables para elegir temas y enfoques.
Nuevos medios para nuevos consensos.
De ese periodo se obtiene una conclusión. La autonomía de los medios como aparato ideológico y contrapoder relativamente distanciado de los intereses económicos desaparece en la medida que ellos mismos se incrustan en el poder económico. Su credibilidad decrece día a día provocando debilidad en el armazón social que legitima el poder: ni son creibles en la defensa del IBEX ni lo son criticando a fuerzas emergentes (campaña contra Podemos). Su crisis arrastra a la sociedad entera.
La crisis del 2008 aumenta las desigualdades sociales y sirve de catalizador de un cambio político que reclama un nuevo horizonte de país basado en nuevos consensos. Ese cuestionamiento coincide con la crisis de credibilidad de los medios hegemónicos y la crisis del modelo de difusión masiva de mensajes representado por el papel y la prensa. Coincide también con una fractura generacional y la forma en que la gente accede a la información. No es extraño que el perfil de los votantes a los nuevos partidos coincida con las jóvenes generaciones que son también los que utilizan los espacios digitales para informarse.
La batalla política se traslada a la comunicación y a su función determinante en la construcción de marcos que dibujan el perímetro de los nuevos consensos.
El efecto transmedia en la construcción de los mensajes dominantes
Conviene asumir que, por ahora, el sistema tradicional está consiguiendo adaptarse estableciendo nuevos filtros que contrarrestan los impulsos democráticos de las nuevas generaciones y la cultura digital.
El factor determinante de esa readaptación conservadora tiene que ver con el flujo transmedia de los mensajes en su permanente ida y vuelta por diferentes formatos y soportes, en el que una misma declaración se nos muestra de diferentes formas conformando un runrún de ideas y frases comunes. Es en ese camino en el que deja huella la abrumadora presencia de la televisión como el medio determinante para establecer los marcos de la inmensa mayoría de la población, la que tiene hábitos mas pasivos en el consumo de información.
La crisis económica ha propiciado el activismo social y las mareas pero deprime la vida cotidiana de la ciudadania. Y es que, ocupados en sobrevivir y sacar adelante sus proyectos vitales, los ciudadanos comunes se muestran necesariamente alejados del resto de los problemas del mundo y de su complejidad. Cuanto más angustioso es el presente inmediato, menos espacio les queda para entenderlo. Por muy accesible que esté una información en las redes, cuando una persona debe realizar una evaluación sobre algo, echa mano de aquello que recuerda mejor, de l o más cercano y accesible que suele coincidir con lo más repetido o lo más resaltado. Y ahí siempre aparece la televisión.
Surja donde surja una noticia o un mensaje político es replicada rápidamente en redes y diarios digitales alcanzando su primer nivel de audiencias parciales. La forma en que se cortocircuita su ascenso tiene que ver con el papel asignado a las portadas de la prensa papel (los medios más conectados a los intereses económicos) que es el vehículo que utiliza la televisión para comentar la actualidad. El ninguneamiento de los diarios digitales, la jerarquía de las portadas seleccionadas, la exhibición de sus mensajes tendenciosos ocultos tras titulares espectaculares, el perfil de los contertulios que las comentan, construyen los filtros conservadores que contrarrestan la influencia de los espacios digitales más minoritarios y proclives a las nuevas ideas.
Unos y otros compiten con los enfoques de los temas hasta componer un guión relativamente confuso de prioridades, perspectivas y opiniones que componen el marco de la ciudadanía en cada materia. En ese magma es donde se nutren las ideas de los ciudadanos.
La batalla por arañar espacios de soberanía política a los poderes económicos es también la batalla por la independencia de los medios, por encontrar un modelo que dignifique a la profesión periodística.
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