Me había preparado psicológicamente para entrar de nuevo en Gaza. Sabía que iba a ser duro, que tres años sin entrar eran muchos porque el tiempo en Gaza tiene otro paso, otro ritmo. Tres años en los que la maltrecha franja ha sufrido uno de los ataques más salvajes de los últimos tiempos, […]
Me había preparado psicológicamente para entrar de nuevo en Gaza.
Sabía que iba a ser duro, que tres años sin entrar eran muchos porque el tiempo en Gaza tiene otro paso, otro ritmo. Tres años en los que la maltrecha franja ha sufrido uno de los ataques más salvajes de los últimos tiempos, tres años de bloqueo despiadado, tres años de destrucción sistemática.
Ni todo el entrenamiento de mundo me hubiera servido para ver Gaza con serenidad. No hay manera humana de prepararse para ver Gaza. No la hay.
Esperando a que el ejército Israelí nos permitiera el paso a Gaza nos encontramos con unos «activistas» israelíes en el checkpoint de Erez. Cualquiera hubiera pensado que estaban allí para denunciar la terrible situación que vive los palestinos de Gaza, pero no. Estos «activistas» repartían un panfleto donde pedían a las personas que cruzaban que les dieran su apoyo y solidaridad para que se liberara al cabo Gilad Shalit, «secuestrado por Hamas». Estos «activistas» se ponen delante del checkpoint que da entrada a la carcel de Gaza y no tienen mejor cosa que denunciar que el «secuestro» de su soldadito. ¿Y que pasa con el millón y medio de personas, éstas sí, secuestradas en su propia tierra y sin acceso a recursos ni medicamentos, sin poder salir? ¿Qué pasa con el secuestro de las tierras palestinas? ¿Qué pasa con la muerte de sus seres queridos? No, para estos «activistas» eso no parecía ser motivo suficiente de movilización. Pero Gilad Shalit, soldado del ejercito israelí, capturado en una acción de guerra mientras se encontraba en territorio ocupado, eso sí. Pobrecito Shalit, pobrecito. Él que solo es un soldado de un ejercito que practica la tortura regularmente, que entra en las casas de gente inocente y se divierte cagando sobre sus fotos de familia y sus muebles, que se mean encima de los niños, que mata civiles con total impunidad. Pobrecito Shalit, que injusta es la vida con él.
Lo mejor de todo es leer ese panfleto que repartían y leer que el «secuestro del cabo Shalit va en contra del Derecho Internacional, las Convenciones de Ginebra y el estatuto de Roma». Y yo me pregunto, ¿cómo pueden estos «activistas» salir todas las mañanas de la tienda que han montado al lado del check point plagada de fotos de Shalit, vestirse y ponerse delante de la gente que entra a Gaza repartiendo esa información sin que se les caiga la cara de vergüenza?. ¿Qué nivel de inconsciencia hay que tener para actuar así? ¿Qué nivel de maldad?
Conseguimos entrar todas las personas que estábamos en mi grupo. Al otro lado nos esperaban los compañeros del Palestinian Center for Human Rights, la organización que presentó la demanda en la audiencia nacional española. Empezamos la visita por el norte de la ciudad de Gaza. Ver las calles fue suficiente para darme cuenta de que mi preparación psicológica no me serviría de nada. Casas destruidas, barro por todas partes, pertenencias de la gente que aparecían todavía bajos los escombros, la gente viviendo en tiendas de campaña, comercios cerrados. Han pasado 10 meses desde que terminó el ataque y todo sigue igual. 10 Meses sin poder reconstruir sus vidas y sin perspectiva de poder hacerlo en el futuro. ¿Cómo pueden levantarse cada mañana? Esa es la pregunta que me retumbaba en la cabeza. ¿Cómo pueden seguir de pie? Hablamos con ellos, te cuentan, te lo vuelven a contar. Una historia tras otra, todas igual de horribles, todas insoportables, pero todos siguen en pie.
Viajamos hasta el sur de la Franja y seguimos escuchando y viendo destrucción, sin descanso, no hay refugio en Gaza. No hay tregua. En el horizonte marítimo se ven los barcos israelíes, en el aire los apaches y aviones de combate, en tierra las casas destruidas.
El único refugio que queda en Gaza es la sonrisa de la gente. Esa no la pueden borrar con las bombas. Sonríen y te hacen sonreír, a pesar de las historias escuchadas, a pesar de la destrucción divisada, a pesar del olor del fósforo blanco. Ellos sonríen y nosotros con ellos.
Ojala nunca dejen de sonreír. Y nosotros seguiremos luchando para mantener esa sonrisa. Aunque a veces al verla a mí se me nublen los ojos.