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Crónicas del retorno (I)

Fuentes: La Trinchera

«Regreso a la cuna que me vio nacer…» Cuba, Isla bella. Orishas «Yo no me fui, yo me alejé un poquito, Desde más lejos se oye más bonito…» Habana Abierta El tiempo se dilata o se contrae a voluntad, o sea, es relativo. Las islas, por su parte, tienen ese tempo desordenado de los que […]

«Regreso a la cuna que me vio nacer…»

Cuba, Isla bella. Orishas


«Yo no me fui, yo me alejé un poquito, Desde más lejos se oye más bonito…»

Habana Abierta

El tiempo se dilata o se contrae a voluntad, o sea, es relativo. Las islas, por su parte, tienen ese tempo desordenado de los que no se ajustan. Un retardo natural con respecto a un mundo que la rodea y la empuja por un camino que la isla no recorre a la misma velocidad. Los isleños vivimos en un universo paralelo, separados, mirando estupefactos y anhelantes al cambiante planeta alrededor. Alguna vez alguien me comentó que, según estudios, la insularidad determinaba cierta sicología social entre sus habitantes. Sería interesante confirmar esas investigaciones.

Para centrarme en lo que quiero decir, todo fue exactamente como me lo contaron, excepto el rechazo. Es verdad el olor a luz brillante en cuanto sales del avión, el vapor del ambiente, lo feo del aeropuerto, y la falta de color. Es verdad que «la cosa está peor con el transporte» (y todo lo demás, debo agregar), y es verdad que la gente luce apagada por momentos. No mintieron mis amigos, los «ex cubanos», cuando me advirtieron sobre las dificultades para reinsertarse en la sociedad cubana luego de haber vivido en otra cultura por un tiempo más o menos largo.

Para mí, no hubo muchas sorpresas.

La carraspera en la garganta por un polvo que ya era ajeno, fue quizás lo más molesto al inicio. Pero La Habana es la misma. Tal como la dejé, me recibe. Solo percibí algo nuevo, al menos para mí: un mal humor contenido que se mueve por debajo de la piel, y brota en el momento menos esperado.

Pero vamos por partes. La esperanza es una criatura frágil. No importa cuánto nos digan que es lo último que se pierde, porque cuando se va, es muy difícil recuperarla. Igual pasa con la confianza política y la seguridad en el futuro. Díaz-Canel recibe un país en crisis. Y cuando hablo de crisis me refiero a una crisis sistémica que ataca lo social, lo político y lo económico. A ella habría que sumar la crisis estructural de la economía cubana que de permanente ya podría comenzar a llamarse crónica. En un contexto de extrema vulnerabilidad externa e interna, matizado por ajustes comerciales en el ámbito internacional, de incertidumbre y potencial desbalance de poderes a nivel global y de posible reestructuración geo-política (considerando las últimas acciones de agresión del Presidente Donald Trump a los aliados tradicionales de los Estados Unidos y otros movimientos no tan sutiles que se han hecho desde el Kremlin y Beijing),

Cuba lanzó una última pedrada (espero) al tambaleante edificio de la reestructuración interna.

Como quien mata mosquitos a cañonazos, la nueva legislación sobre el trabajo por cuenta propia ha sido solo un síntoma que apenas araña la superficie de las causas subyacentes del fenómeno. Se impone arrancar la venda economicista, despegarse de las pasiones y tomar perspectiva. Los cubanos estamos en presencia de una transición política importante cuyo inicio lo marcó la retirada de Fidel Castro. Como a la rana de la historia: nos han hervido. Hemos caminado siguiendo la zanahoria frente a nosotros sin poderla probar. Las medidas y contramedidas son el combustible que mantiene a los cubanos andando hacia un futuro que ni siquiera se puede discernir claramente, porque NO está planificado. Las idas y venidas dentro de los lineamientos han servido solamente para distraer nuestra atención de lo importante:

Cuba está cambiando de rumbo, pero no sabemos hacia dónde va.

En este desbalance, lo que sí no deja dudas es la incertidumbre. Los debates sobre la constitución en este contexto pueden interpretarse como pan y circo. El Artículo 5 mantiene al Partido como fuerza dirigente y a prueba de constituciones. De acuerdo con las estadísticas brindadas (no vale la pena ni mencionarlas) resulta que lo más debatido ha sido el Artículo 68 con su «revolucionario» cambio de palabras.

De repente siento que en vez de en un estado laico,

estamos viviendo en la Europa Medieval y la iglesia puede decidir nuestro destino.

Interesante que se regule, justo ahora, el tiempo que se puede permanecer en cargos de dirección a dos mandatos y se establezca una edad máxima -lo de la mínima no me convence- para determinadas posiciones. También resulta significativo que se vaya a incluir la separación de poderes. ¿A nadie se le ocurrió la necesidad de algo como eso desde hace muchos años? Digo yo. Claro, más vale tarde que nunca.

Por otra parte, los reajustes realizados a la ley que regula el TCP son todavía limitados y apenas alcanzan para atacar los efectos, y nunca las causas, de los verdaderos problemas de la Cuba actual.

La llegada del internet de datos a nuestros celulares a precios prohibitivos para la media de ingresos nacional, es una atrasada entrada al mundo contemporáneo.

Aún así, es imprescindible para llevar a Cuba al presente, y en adición, otra vez abrir las puertas a la esperanza en un país sumido en una crisis que ya es, repito, crónica. Mientras tanto, la sociedad cubana refleja un cansancio de décadas. No se puede olvidar que en menos de 30 años Cuba ya atravesó una crisis profunda cuyo impacto social todavía queda por estudiar, porque preocupados por el impacto económico, hemos prestado poca o ninguna atención al impacto que en la sociedad cubana tuvo el Período Especial.

Siempre digo que la verdadera historia de los 90 aún está por escribir.

Y en el período de recuperación de esa crisis, que nunca llegó a ocurrir totalmente, casi en el aniversario 30 de la caída del Muro de Berlín, estamos ante las puertas negras de otra crisis, que pudiera ser muy similar si no se toman las medidas necesarias a tiempo.

Para aquel que se pregunte todavía por qué, aquí van dos detalles comparativos:

Detonantes externos: En el caso de los 90 fue la desaparición del campo socialista, ya analizada in extenso. En este momento, podemos mencionar la crisis política venezolana, con el costo aparejado en materia de entrada de petróleo a Cuba, por mencionar el elemento más significativo. En adición a ello, tenemos otros dos impactos: la llegada de Trump y luego Bolsonaro al poder en EUA y Brasil respectivamente. Se suman entonces el retroceso en el inicio de los cambios de política exterior con los Estados Unidos en materia de percepción, fundamentalmente, y miles de millones anuales que dejarán de ingresar de golpe al país, en el caso de Brasil.

Reestructuraciones internas: Ambas coinciden con procesos de ajuste interno. La rectificación de errores y tendencias negativas, a fines de los 80; y los Lineamientos, en el caso presente.

Ahora enfrentamos una agravante, la contracción de la pequeña empresa cubana en el momento actual lleva consigo una reducción del consumo interno cuando aún no existen condiciones para apostarle todo al mercado externo. Pero este tema merece post aparte.

Entonces, ¿qué hacer? O más importante aún: y es en este contexto en el que yo he regresado a Cuba…

Fuente: http://www.desdetutrinchera.com/economia-en-cuba/cronicas-de-un-regreso/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.