Esa es la pregunta que Yusuf Abdelaki nos devuelve desde el lugar en que se encuentra en Siria. No podemos decir que Yusuf sea un preso, porque no sabemos dónde está retenido ni la acusación dirigida contra él. Lo único que sabemos es que los servicios de seguridad sirios lo han secuestrado junto con dos […]
Esa es la pregunta que Yusuf Abdelaki nos devuelve desde el lugar en que se encuentra en Siria. No podemos decir que Yusuf sea un preso, porque no sabemos dónde está retenido ni la acusación dirigida contra él. Lo único que sabemos es que los servicios de seguridad sirios lo han secuestrado junto con dos amigos, y que el destino del gran artista sirio sigue siendo desconocido. ¿Acaso lo han detenido por firmar manifiestos contrarios al régimen despótico de su país y por ser un activista del movimiento pacífico contra la dictadura? ¿O tal vez ha sido por ser un dibujante cuyos cuadros pintaban elocuentemente el dolor volviéndose cada pintura un grito que sale de lo más profundo y convirtiéndose la pintura en blanco y negro en un signo del absurdo de la dictadura?
Todo lo que sabemos es que es un artista que ha desaparecido, y que el régimen que lleva dos años y cinco meses librando su salvaje lucha contra el pueblo sirio, ha decidido romper el pincel del artista, del mismo modo que intentó romper los dedos del caricaturista Ali Ferzat y arrancó la garganta de Ibrahim Qashoush antes.
Hablamos del secuestrador como si fuera un régimen político con el que los llamamientos sirven de algo, cuando eso no es cierto. Siria lleva cuatro décadas gobernada por una tropa semejante a la mafia. Esta tropa ha dirigido el país por medio del asesinato, el secuestro y la siembra del terror, echando por tierra todas las leyes y colocándose sobre la cumbre de la masacre. Se ha dedicado a asesinar, exiliar y arrasar con el objetivo de adoctrinar al pueblo sirio y domesticarlo para convivir con la humillación y el miedo. Desde la masacre de Hama en 1982, hasta la terrible cárcel de Tadmor, creó jaulas para el pueblo teñidas con la sangre de las víctimas. Y cuando estalló la revolución siria en marzo de 2011, esta banda se convirtió en una máquina de matar insaciable.
Esta máquina ha secuestrado al gran artista Yusuf Abdelaki, y lo ha puesto en alguna cárcel, en algún lugar, para encadenar el cuadro. Yusuf Abdelaki, en su celda -o algo parecido-, sonríe con dolor y altanería, mientras continúa su relación con la luz y la oscuridad, y dibuja con el negro con que cubrieron sus ojos la negrura de la represión moteada por la blancura del lienzo.
Me encontré con Yusuf como historia antes que como pintor. Iba al taller del artista Émile Monem en Beirut, donde preparábamos la maqueta de la revista «Carmel». La puerta estaba cerrada porque Émile no estaba, pero vi a una chica siria llamada Hala Abdallah sentada en el umbral visiblemente entristecida. Dijo que había venido de Damasco porque había detenido a Yusuf.
Así me encontré con Yusuf, a través de esa chica que se convirtió en su compañera de camino. Nuestro primer encuentro fue debido a la cárcel y después me encontré con él otras veces en su exilio en París. Empezó a publicar en «Al-Mulhaq» (El apéndice), donde yo trabajaba, sus grandes dibujos caricaturescos. Y hoy me encuentro de nuevo con él, mientras recupera la historia de cárcel con su patria, y sigue su lucha por medio del pincel, manteniendo su postura contra la oscuridad de la dictadura. Lo raro es que ni un solo día me he preguntado por su arte, ni por la escuela artística a la que pertenece. Sus dibujos nos llegaban listos a modo de piezas artísticas sorprendentes, como si siempre estuvieran ahí, sin necesidad de preguntarles nada. Ellos eran la cuestión que nos sorprendía con su sencillez, profundidad y capacidad de filtrarse en lo más profundo de nuestro corazón y nuestra existencia.
Sus peces muertos con las cabezas cortadas, el clavo que se hunde en la madera, el cuchillo tras degollar un pájaro, una lata de sardinas o esos cerebros desnudos conformaban una extraña mezcla de realidad que llevaba su realismo al extremo, librándose de la prisión de la realidad y convirtiéndose en una llamamiento de posibilidades inagotables. Se metían en nosotros y se levantaban como espejos ante nuestras almas que permanecían en un estado entre el shock y el dolor.
Nada se parece a ese dolor sirio que la pluma de Yusuf Abdelaki dibujó más que al dolor mismo. Nada se eleva por encima de esta frialdad dibujada en blanco y negro… Una frialdad salida del hielo de la represión, y que ofrece el testimonio más elocuente del poder de la vista de convertir la pesadilla siria en cuadros dibujados con carbón.
Los colores no están ausentes en la pintura de Abdelaki, pero se difuminan en la coloración del negro y el gris, quedando el color insertado en el no-color, igual que la vida nace de la muerte.
Nunca le pregunté por el arte que producía, pues este nació en un lugar oculto conformado por el silencio, y brotó de pronto como si hubiera nacido así, completa, y no necesitara explicación.
Un arte que no necesita explicación porque nos ofrece múltiples posibilidades de interpretación. Ahora he comprendido que Yusuf Abdelaki no dibujó más que para convertir el dolor en un grito desnudo que no pide que nadie le rescate.
¿Preguntamos por qué secuestraron a Yusuf Abdelaki o preguntamos a Siria hasta cuándo van a seguir muriendo y siendo secuestrados sus hijos e hijas? ¿Hasta cuándo podrá seguir la dictadura deleitándose?
Cuando me encontré por primera vez con Yusuf era un luchador por la libertad en su país y en el mundo árabe. Cuando nos encontramos en el momento de su secuestro seguía siendo un luchador por el mismo objetivo. Y mañana, cuando Yusuf y su pueblo se liberen de los ogros, nos encontraremos de nuevo con él y será como acostumbra un luchador, un artista y un ser humano. Y entonces, veremos a Siria dibujada en blanco y negro, mientras nos descubre sus colores, y veremos en las pequeñas diferencias del color único posibilidades incontables de color.
Libertad para Yusuf Abdelaki, porque es hijo y creador de esa libertad.
Tomado de Traducciones de la revolución siria