Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Mohammad Allan: «Es una guerra psicológica entre las autoridades de la prisión, el Estado y los aparatos del sistema jurídico contra un único individuo» (Maan)
El viernes 29 de enero, el periodista palestino Mohammad al-Qiq cumplió 66 días en huelga de hambre en las cárceles israelíes. El día anterior, justo antes de caer en su tercer coma, envió un mensaje público a través de sus abogados en el que el punto principal era: libertad o muerte.
Al-Qiq tiene 33 años, está casado y es padre de dos niños. Las fotos que circulan de él por internet y por las calles palestinas muestran el rostro de un hombre bien parecido que lleva gafas. Pero su aspecto real es bien distinto. «Está muy mal. Hace poco que ha caído en su tercer coma y sólo pesa 30 kilos», declaró a Al Jazeera Ashraf Abu Sneina, uno de los abogados de al-Qiq. Al-Qiq fue arrestado en función de otra infame ley israelí denominada ley de «detención administrativa».
Las ominosas predicciones de la inminente muerte de al-Qiq han estado cerniéndose sin cesar durante días a la vista de su prolongado calvario. Por desgracia para un hombre que cree que la única herramienta de defensa y protesta que tiene contra el apartheid de Israel es su cuerpo, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y otros grupos internacionales tardaron muchos días en reconocer el caso de este periodista que desde el 24 de noviembre de 2015, estaba rechazando alimento y tratamiento médico. Al-Qiq trabajaba para la red Almajd TV de Arabia Saudí y fue arrestado en su hogar, en Ramala, el 21 de noviembre pasado. En su comunicado, publicado más de 60 días después de que iniciara la huelga de hambre, el CICR describía la situación como «crítica», afirmando inequívocamente la realidad de que «la vida de al-Qiq corría peligro». El 27 de enero, la Unión Europea puso también de manifiesto su opinión alegando sentirse «especialmente preocupada» por el deterioro de la salud de al-Qiq.
«En seguimiento de la ‘ley de detención administrativa’, Israel ha encarcelado a palestinos y árabes sin tener que ofrecer razón alguna por esos arrestos prácticamente desde que se fundó el Estado en 1948. De hecho, se afirma que esta ley se basa principalmente en las ‘pruebas secretas’ que se remontan a los Reglamentos de Emergencia del gobierno del Mandato británico.»
Después de ocupar Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este en 1967, Israel se agarró a ese clavo ardiendo en sus desesperados esfuerzos por encontrar cualquier justificación legal para retener a los presos sin enjuiciarlos. Esos esfuerzos se articularon finalmente en la Ley israelí sobre Autoridades en Estado de Emergencia de 1979.
Esta ley representó algún tipo de compromiso entre la inteligencia interna (Shin Bet), el Estado y el sistema judicial, con el objetivo último de proporcionar una fachada y el aparente respaldo de una cobertura legal para lo que el derecho internacional y la mayoría de las leyes del país consideran ilegal. El Shin Bet se permitió de esta forma utilizar las medidas coercitivas que le vino en gana –incluyendo torturas físicas y psicológicas- para extraer confesiones «forzadas» de los presos palestinos a lo largo de seis meses, renovables por orden de un tribunal sin que medie juicio ni acusación alguna.
Jader Adnan, de 37 años, de Yenin, estuvo durante años bajo detención administrativa. La inteligencia israelí no tenía pruebas para culparle de nada en particular, a pesar de que le acusaban de ser un miembro destacado de la organización de la Yihad Islámica. Fue liberado el 12 de julio de 2015. Pudo conseguirlo sólo después de llevar a cabo varias huelgas de hambre y dos de ellas especialmente largas: a principios de 2012, su huelga de hambre duró 66 días; otra, llevada a cabo en mayo de 2015, duró 56 días.
En cada una de esas ocasiones, Adnan llegó a una situación donde la muerte, como en el caso de al-Qiq, se iba convirtiendo en una posibilidad real. Cuando le preguntamos qué fue lo que le impulsó a seguir ese peligroso camino dos veces, su respuesta fue inmediata: «Los repetidos arrestos, la brutalidad con la que me detenían, la crueldad de los interrogatorios y, finalmente, la prolongada detención administrativa» sin juicio.
Las detenciones administrativas son como agujeros negros legales. No ofrecen escapatoria alguna y los presos no tienen derecho alguno en absoluto, pero los interrogadores van ganando tiempo a fin de destrozar el espíritu del prisionero, obligándole, ya sea hombre o mujer, a rendirse o incluso a admitir bajo tortura cosas que para empezar nunca han cometido. «Es nuestra última y única opción», dice Mohammad Allan, de 33 años, de Nablus, quién llevó a cabo una huelga de hambre durante tanto tiempo que sufrió daños cerebrales y casi le costó la vida.
«Cuando sientes que todas las puertas están selladas y tienes que permanecer allí humillado y solo sabiendo de antemano que el sistema judicial es una farsa, uno no cuenta con más opción que la huelga de hambre», dice.
«En primer lugar, les dejé claras mis intenciones rechazando continuamente las tres comidas y enviando una nota escrita a través del Dover (término hebreo para designar a un preso que sirve de portavoz en un módulo de la prisión)». Entonces comienza el castigo. Es como una guerra psicológica entre las autoridades de la prisión, el Estado y los aparatos del sistema jurídico contra un único individuo» que, según Allan, dura entre 50 y 60 días.
«Casi al instante, un huelguista de hambre es puesto en situación de confinamiento en solitario y se le niega la posibilidad de disponer de un colchón, una manta y otras necesidades básicas. Sólo después de unas seis semanas, las autoridades de la prisión israelí acceden a hablar con los abogados que representan a los huelguistas de hambre para examinar diversas propuestas. Pero durante todo ese período, el prisionero no cuenta con ayuda alguna, está separado del resto de los presos y sometido a una campaña ininterrumpida de intimidación y amenazas. La tortura mental es mucho peor que el hambre», dice Allan.
«Y no puedes ir ni siquiera al baño; no puedes sostenerte en pie; estás tan débil que no aciertas ni a limpiarte el vómito que involuntariamente brota de tu boca y te cae sobre la barba y el pecho.»
Allan casi murió en prisión pero, a pesar de una orden judicial que permitía que las autoridades de la prisión le alimentaran a la fuerza (una práctica considerada internacionalmente como una forma de tortura), los doctores del hospital Soroka se negaron a actuar siguiendo las instrucciones recibidas. A mediados de agosto de 2015, cuando perdió la conciencia, pasaron a Allan a la unidad de cuidados intensivos. La grave desnutrición que padecía le produjo daños cerebrales.
Un tercer huelguista de hambre liberado, Ayman Sharawneh, originario de Dura, Hebrón, aunque deportado dos veces a Gaza, describe las huelgas de hambre como la «última bala» de una lucha por la libertad que puede posiblemente acabar en muerte. Sharawneh, como Adnan y otros presos con los que hemos hablado, expresó con amargura la ausencia del adecuado apoyo cuando agonizaba en la cárcel.
«Todas las organizaciones, palestinas o internacionales, no están por lo general a la altura», dice. «No entran en acción hasta que el prisionero lleva soportando muchos días de tortura».
Dice que dos años y ocho meses después de ser deportado a Gaza, sufre fuertes dolores por todo el cuerpo, sobre todo en los riñones.
Mientras se sometía a la prolongada huelga de hambre «empezó a caérseme el pelo, sufría nauseas constantes, dolores agudos en el vientre, vomitaba líquidos amarillos, otras veces de color oscuro, después ya no podía ver nada. Padecía un dolor de cabeza atroz y después empecé a sufrir fisuras por toda la piel y el cuerpo».
Se muestra de acuerdo con Adnan en que «las huelgas de hambre individuales» no deben entenderse como un acto centrado en uno mismo. «Mohammad al-Qiq no está haciendo huelga de hambre por sí mismo», dice Adnan. «Está luchando en nombre de todos los prisioneros políticos», cuya cifra, según estimaciones del grupo por los derechos humanos Addameer, es de casi 7.000.
Según Adnan, el tema de las huelgas de hambre no debe considerarse como una batalla dentro de las cárceles israelíes, sino como parte integrante de la lucha del pueblo palestino contra la ocupación militar.
Aunque los tres prisioneros afirmaron su solidaridad con al-Qiq, pidieron mayores apoyos para el periodista en huelga de hambre y los miles de presos que hay en su misma situación, muchos de ellos retenidos indefinidamente bajo detención administrativa.
La lista de conocidos presos palestinos en huelga de hambre supera los casos de al-Qiq, Adnan, Allan y Sharawneh e incluye a muchos otros, sin olvidar a Samir Isawi, Hana Shalabi, Thair Halahleh y Bilal Thiab. Pero lo que todos ellos parecen tener en común es su insistencia en que sus batallas nunca tuvieron que ver sólo con la libertad de determinada persona sino con la situación de todo un pueblo desesperado, oprimido y ultrajado.
(Este artículo ha contado con la colaboración de Yusef al-Yamal)
El Dr. Ramzy Baroud lleva más de veinte años escribiendo sobre Oriente Medio. Es columnista internacional, consultor de medios, autor de varios libros y fundador de PalestineChronicle.com. Entre sus libros pueden destacarse: » Searching Jenin», «The Second Palestinian Intifada» y el último publicado: » My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, London). Su página en Internet es: www.ramzybaroud.net.
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