Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Una vieja foto de la Primera Guerra Mundial muestra una compañía de soldados alemanes en el momento de subir al tren, en su camino hacia el frente. En la pared del coche alguien había garabateado: «viel Feind, viel Ehr» (Cuantos más enemigos, más honor).
En aquellos días, en el comienzo de lo que iba a ser la Primera Guerra Mundial, un país tras otro declaraban la guerra a Alemania. El espíritu del graffiti refleja la arrogancia del comandante supremo, el Kaiser Guillermo, que se basó en el plan de guerra del legendario Estado Mayor alemán. Era en efecto un plan de guerra excelente, y como tiende a ocurrir con los excelentes planes de guerra, empezó a ir mal desde el principio.
El necio Kaiser tiene ahora los herederos que se merece. El viceprimer ministro de Israel, Moshe Ya’alon, un exjefe del Ejército del Estado Mayor, cuya inteligencia está por debajo de la media, a pesar del rango, ha anunciado que Israel no puede pedir disculpas a Turquía, aunque estas disculpas pueden beneficiar sus intereses nacionales, porque se dañaría nuestro «prestigio».
Muchos enemigos, mucho prestigio.
Parece que pronto nos quedaremos sin los amigos, que se pueden convertir en enemigos para obtener aún más prestigio.
La semana pasada un gato negro se interpuso entre Israel y su segundo mejor amigo, Alemania.
Funcionarios alemanes de alto rango confiaron a sus colegas israelíes que su Canciller, Angela Merkel, se había puesto «furiosa» cuando se enteró de que el gobierno israelí había aprobado la construcción de 1.100 unidades de vivienda en Gilo, un barrio de Jerusalén oriental ocupada. Sólo unos días antes, el Cuarteto había invitado a Israel y a la Autoridad Palestina a reanudar las negociaciones y abstenerse de «provocaciones». Si esto no es una provocación, ¿qué es?
Merkel, por lo general una mujer de plácida ecuanimidad, no se guardó su rabia. Llamó a Binyamin Netanyahu y le dio una grave reprimenda, algo que nunca había ocurrido antes.
Hasta ahora, Alemania ha mantenido un estricto código de comportamiento con Israel. Después de los execrables delitos cometidos por los nazis contra los judíos no puede haber crítica de cualquier acto de Israel; Alemania pagaría gran parte de los armamentos de Israel y Alemania suspendería todos los criterios morales en cuanto al conflicto palestino-israelí se refiere.
Ya no más, al parecer. Podemos perder a nuestro segundo mejor amigo.
El ejemplo clásico de «cómo perder amigos y alienar a la gente» es, por supuesto, nuestra relación con Turquía.
David Ben-Gurion, el archi-arquitecto de Israel, creía que la paz con los árabes no era ni posible ni deseable. Ideó una alternativa: un anillo para rodear el mundo árabe, una alianza de aliados no árabes. Entre ellos Irán (bajo el Shah), Etiopía (con Haile Selassie), varios Estados africanos y, por supuesto, Turquía (bajo el legado de Kemal Ataturk).
Nuestras relaciones con Turquía se fueron desarrollando a lo largo de los años como un matrimonio muy cercano, especialmente acogedor entre las fuerzas armadas. Ejercicios conjuntos, ventas de armas en cantidades masivas, intercambios dentro del servicio de inteligencia. Mientras Israel ayudaba a los kurdos iraquíes contra Saddam Hussein, colaboraba con Ankara para oprimir a los kurdos turcos. Jerusalén consideraba seriamente la colocación de una tubería bajo el mar para traer agua de Turquía, que tiene en abundancia y que Israel necesita urgentemente.
De repente todo cambió. Las relaciones turco-israelíes se fueron a pique como un barco golpeado de lleno por un torpedo.
Todo comenzó cuando el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, de repente se levantó y abandonó un diálogo público con Shimon Peres en Davos. Los Israelíes pudieron entender que no todos pueden soportar a Peres. Pero el canciller israelí, Avigdor Lieberman, decidió tomar represalias. Su segundo, un genio de nombre Danny Ayalon, convocó al embajador turco a su oficina para una reprimenda y lo hizo sentar en una silla más baja mientras él se elevaba, sentándose en una más alta. El embajador no se dio cuenta, pero el pequeño Danny orgullosamente explicó su maniobra a los periodistas israelíes allí reunidos. El embajador se despidió y se fue a su casa.
Turquía reaccionó extraoficialmente mediante enviando al Mavi Marmara para romper el bloqueo de Gaza. Nueve turcos fueron asesinados. Turquía se alborotó. Erdogan exigió una disculpa. Ahí es donde entra el prestigio.
Se puede argumentar, por supuesto, que todo el asunto era una táctica premeditada de Erdogan para cambiar de rumbo y cambiar a Israel por otros aliados. Si es así, era aún más estúpido por parte de nuestro gobierno caer en esa jugada.
Cuando estalló la primavera árabe Turquía se subió al carro y propuso un eje turco-egipcio, que recuerda los buenos viejos tiempos del Imperio Otomano. Israel, por su parte, mantuvo su línea habitual.
En lugar de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, nuestro gobierno se aferró a la destrozada dictadura de Hosni Mubarak. Si hubiera salido inmediatamente a dar la bienvenida y se hubiera puesto a favor de la revolución, habría podido, quizás, afianzarse en la opinión pública egipcia, que llegó a detestar Mubarak por verlo un bien pagado lacayo estadounidense que ayudó a Israel a hambrear a un millón y medio de hermanos árabes en la Franja de Gaza.
La inteligencia israelí no se dio cuenta de que estábamos ante un terremoto histórico que cambiaría la región. En realidad, nunca prevé ni entiende los acontecimientos en el mundo árabe, cegado por su desprecio por los árabes.
El resultado fue que las multitudes egipcias atacaron la embajada de Israel, lo que obligó al embajador y su personal a abandonar el país, y que en repetidas ocasiones los saboteadores volaron el oleoducto que transporta el gas egipcio a Israel a precios muy bajos (negociados probablemente después de sobornar a las personas adecuadas).
La gente aquí y ahora está diciendo que el pueblo egipcio siempre ha estado en contra de la paz con Israel, no por culpa nuestra. Eso es absolutamente falso. Yo estuve en El Cairo unos días después de la histórica visita de Anwar Sadat a Jerusalén y encontré la capital egipcia loca de alegría. Incontables israelíes han visitado Egipto desde entonces y han sido recibidos siempre y en todas partes con gran amistad. Fue sólo cuando la ocupación israelí de los territorios palestinos se hizo más y más opresiva cuando los egipcios empezaron a sentirse traicionados.
Lieberman y compañía han perdido Turquía y están perdiendo a Egipto, los dos aliados incondicionales de la región, y han insultado, humillado y pisoteado los dedos de una docena de naciones más. Pero sin duda, han ganado mucho prestigio.
La gente que busca la lógica en la política suele llegar a las teorías de la conspiración.
Cuando se estableció la actual coalición de gobierno, Lieberman exigió los ministerios de Inmigración, Justicia, Seguridad Interior (policía) y Asuntos Exteriores.
El de Inmigración parecía natural. Sus votantes son principalmente inmigrantes de la antigua Unión Soviética. Justicia y policía, también natural. La policía está llevando a cabo una eterna investigación sobre su persona, en relación con los misteriosos fondos que él y su hija recibieron desde fuentes del este de Europa.
Pero, ¿para qué el ministerio de Asuntos Exteriores? ¿Por qué no el mucho más prestigioso Ministerio de Defensa o el inmensamente poderoso Ministerio de Finanzas?
Uno de mis conocidos formuló una teoría: ¿Qué pasaría si los rusos…?
Lieberman pasa mucho de su tiempo en Rusia, Bielorrusia, Ucrania y su nativa Moldavia. ¿Quién más que Rusia tiene interés en destruir la reputación internacional de Israel, uno de los aliados más cercanos de los Estados Unidos? ¿No sería racional para Vladimir Putin…?
Pero esto es, sin duda, una broma. No sólo se conoce a Lieberman como un encendido patriota israelí, tan patriota que no es posible estar a su lado, sino que ningún manipulador en Moscú aceptaría como agente a un hombre con mirada furtiva, que habla con un marcado acento ruso.
No, debe de haber otra razón. Pero, ¿cuál?
Un periodista extranjero me preguntó el otro día: «pero, ¿qué piensan ellos?» «Ellos» -Netanyahu, Lieberman y los demás- están perdiendo todos los amigos que teníamos y, de paso, humillan a Barack Obama. Sabotean la reanudación de las negociaciones de paz. Esparcen asentamientos por todas partes.
Si la solución de dos Estados finalmente es imposible, ¿qué queda? ¿Un Estado unificado desde el Mediterráneo hasta el Jordán? ¿Qué tipo de Estado sería? Ellos están decididamente en contra de un estado binacional, ya que sería la negación total del sionismo. ¿Un estado de apartheid? ¿Cuánto tiempo podría resistir?
La única alternativa «racional» sería la limpieza étnica total, la expulsión de 5,5 millones de palestinos de Cisjordania, la Franja de Gaza e Israel. ¿Eso es posible? ¿Podría tolerarlo el mundo, si no se distrae por una invasión de Marte?
La respuesta es: «ellos» no piensan en absoluto. Los israelíes han estado condicionados por su experiencia de pensar a muy corto plazo. Como dicen los estadounidenses: «Un estadista piensa en la próxima generación, un político piensa en las próximas elecciones». O como el líder sionista Chaim Weizmann solía decir: «El futuro vendrá y se ocupará del futuro».
No hay debate nacional, sólo un vago deseo de conservarlo todo. Los sionistas de derecha quieren mantener toda la Palestina histórica, los sionistas de izquierda quieren mantener todo lo que sea posible. Es todo lo que son capaces de pensar.
Los antiguos sabios hebreos, decían: «¿Quién es el valiente héroe? El que convierte a su enemigo en un amigo». Los sabios modernos que nos gobiernan revirtieron este dicho: ¿Quién tiene el mayor prestigio? El que convierta a su amigo en un enemigo».
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/