Traducción para Rebelión de Loles Oliván.
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2012 suscitaron menos interés entre los palestinos que cualquier otro acontecimiento de este tipo que se recuerde. Si la mayoría de israelíes y su gobierno en particular expresaron una clara preferencia por una victoria republicana, los palestinos se mostraban resignados a la continuidad de la política exterior estadounidense independientemente de qué partido ganase la Casa Blanca.
La razón principal era que el presidente Barack Obama, autoproclamado apóstol del cambio y ampliamente reconocido como tal en la región cuando asumió el cargo hace cuatro años, aún tiene que demostrar una discordancia significativa respecto a su predecesor George W. Bush en lo que se refiere al conflicto árabe-israelí. Los acontecimientos que han tenido lugar desde las elecciones sólo han confirmado esa orientación política y con ella, la validez de la indiferencia de los palestinos.
Acuerdo/Asentamientos
Hace cuatro años, bastó con escuchar a Obama para que uno comprendiera que la política de Estados Unidos hacia Israel-Palestina no cambiaría. En el transcurso hacia la Casa Blanca después de las elecciones de 2008 ofreció -sin expresar una palabra de crítica- apoyo incondicional al criminal ataque de Israel contra la Franja de Gaza, en el que unos 1.400 palestinos, la mayoría de ellos civiles no combatientes, fueron asesinados. Seis meses más tarde, en su pregonado discurso de El Cairo, sus dilatadas denuncias de violencia se dirigieron exclusivamente a los palestinos, como lo habían hecho antes las de Bush. Sobre la colonización israelí de territorio ocupado, Obama no fue más allá de afirmar que Washington no reconocería la legitimidad de la actividad de asentamientos judíos adicionales -a diferencia de los ya existentes.
El plan general de Obama era revivir el «proceso de paz» de la era de Clinton según lo acordado en los Acuerdos de Oslo de 1993. El proceso de Oslo se había esfumado precisamente porque posponía las cuestiones más polémicas hasta el final, porque no especificaba una base para resolverlas (sin mencionar, por ejemplo, un fin de la ocupación o un Estado palestino), y porque carecía de un calendario al que las partes debieran rendir cuentas. Tampoco existía un mecanismo para prohibir a Israel que alterase el paisaje de un futuro Estado palestino: de 1993 a 2000, el número de colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental se duplicó.
Cuando Obama llegó a Noruega en diciembre de 2009 para recibir su Premio Nobel de la Paz, su primera y hasta ahora única iniciativa para promover negociaciones entre israelíes y palestinos ya estaba llamada al fracaso. Tal iniciativa la encabezó el enviado especial del presidente, el senador retirado George Mitchell, quien recibió instrucciones de reiniciar conversaciones entre israelíes y palestinos sobre la base de una congelación de la construcción de nuevos asentamientos. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se opuso a la idea de una congelación durante meses antes de dar lo que llamó «un gran paso hacia la paz»: un paro en la construcción durante diez meses que excluía a Jerusalén Oriental y a los lugares donde las obras ya estaban en marcha. La respuesta de Mitchell fue: la medida «está por debajo de una congelación total de los asentamientos pero es más de lo que cualquier gobierno israelí ha hecho antes». El enviado especial pasó el resto de su mandato tratando, alternativamente, de atraer o apremiar al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas a la mesa a pesar de que Israel no había cumplido con la precondición palestina (y, aparentemente, estadounidense) para las conversaciones. Al final, Netanyahu se negó a renovar incluso la desaceleración de la construcción de asentamientos y Obama se negó a renovar el mandato de Mitchell.
Por lo tanto, en lugar de ampliar el actual marco de Oslo con un orden del día transparente, un objetivo firme y un calendario claro, Obama abandonó sus proclamas de El Cairo y se conformó con la reducción temporal y parcial de la expansión colonial de Israel. En lugar de presionar más al gobierno de Netanyahu, Washington intimidó a Abbas en estériles discusiones con un interlocutor que el historiador israelí Avi Shlaim califica como «un hombre que pretende negociar la división de una pizza sin dejar de engullírsela». [1]
Bajo [el gobierno de] Netanyahu, de hecho, los presupuestos de los asentamientos han aumentado constantemente pasando de 202 millones de dólares en 2009 a casi 276 millones en 2011. [2] Estas cifras indican el costo de nuevas construcciones y también el mantenimiento de carreteras, la inversión en escuelas y otras medidas previstas para la permanencia de los asentamientos, así como diversos incentivos destinados a persuadir a los israelíes a poblar los asentamientos o a quedarse en ellos. Según el activista israelí Daniel Seidemann, a principios de diciembre de 2012, el gobierno había sacado a concurso 2.366 nuevas unidades en Cisjordania, más del doble de las del período 2009-2011. [3] Esta cifra no incluye las 3.000 unidades en E-1, cuya inminente construcción anunció Israel el 30 de noviembre. E-1 es un área que se extiende entre Jerusalén y la colonia Maale Adumim, en Cisjordania; su desarrollo acabará de aislar a Jerusalén Oriental del resto de Cisjordania partiendo a esta en dos.
A pesar de su mala relación personal con Netanyahu, y a pesar, quizá, de su verdadero resentimiento por el ariete que hace Israel a su posición en la región, Obama no ha hecho nada para frenar la actividad de los asentamientos israelíes. En un marcado contraste con los años de Bush, Washington llegó simplemente a hacer caso omiso de los anuncios de nuevas construcciones sin siquiera hacer constar ya una cautela formal. Cuando el 30 de noviembre la secretaria de Estado Hillary Clinton declaró que los planes de E-1 «entorpecen la causa de una paz negociada», fue la una excepción que confirma la regla.
Bloqueo, desunión e impunidad
Durante el primer mandato de Obama, Estados Unidos, además, mantuvo un compromiso implacable con el bloqueo de la Franja de Gaza. El respaldo de Washington a Hosni Mubarak hasta sus últimos días se basó en gran medida en la voluntad del ex presidente egipcio de hacer valer ese bloqueo así como otras iniciativas de Estados Unidos e Israel para mantener a la AP dividida entre Abbas, en Ramala y Hamas, en Gaza, y hacer que la primera siguiera cooperando hasta el exceso con Israel. El gobierno de Obama se mantuvo inequívocamente hostil a la posibilidad de la reconciliación palestina en la misma medida que Clinton rechazó el Acuerdo de Doha de 2012 entre Abbas y el dirigente de Hamas, Jaled Mishal, que habría supuesto que Abbas asumiera un mandato unificado con el apoyo del movimiento islamista.
Pero la hostilidad hacia Hamas no fue pareja con el grado de amistad hacia la AP del fragmento de Ramala. Con entusiasmo genuino, el gobierno de Obama respaldó al primer Ministro palestino de la AP en Cisjordania, Salam Fayyad, y a su plan para desviar las energías palestinas hacia el desarrollo económico e institucional, en gran parte debido a que esperaban ver que Fayyad consiguiese el timón de la AP. Pero Washington se cruzó de brazos cuando esos sueños se derrumbaron ante la más grave crisis fiscal y presupuestaria palestina desde que se creara la AP. Si invirtió fuertemente para la coordinación de la seguridad entre Israel y Palestina, Washington dedicó muchos menos esfuerzos a persuadir a Israel de que tomase medidas significativas, tales como la revisión del Protocolo de París de 1994, que ayudarían a transformar la economía palestina en un mercado autosuficiente libre del control israelí. También falló al no proporcionar ayuda directa suficiente para hacer que la de Cisjordania fuese una exitosa economía dependiente de la ayuda [exterior]. A finales de 2012, los empleados de la AP en Cisjordania vivían de forma precaria cobrando generalmente sus salarios tarde y a plazos. Y en ciertos momentos del primer mandato de Obama, el Congreso, en expresión unánime, impuso sanciones contra Ramala.
En Naciones Unidas, la embajadora de Washington, Susan Rice, trabajó arduamente para frustrar las iniciativas palestinas y para proteger a Israel siquiera de una pizca de oprobio internacional. Primero fue su campaña en contra del Informe Goldstone, un informe de [la Operación] Plomo Fundido que sugería que tanto Israel como Hamas fueran investigados por crímenes de guerra. Rice propuso bloquear la discusión sobre las conclusiones de Goldstone, que criticó como «anti-israelíes» y «profundamente defectuosas», tanto en el Consejo de Derechos Humanos como en la Asamblea General. Más tarde llegaron sus constantes esfuerzos, emparejados con los de Washington, para disuadir a Abbas de que solicitara al Consejo de Seguridad el reconocimiento de un Estado palestino en 2011 y, cuando Mahmud Abbas planteó objeciones, para obtener votos negativos y abstenciones entre los miembros del Consejo. Después, el 25 de octubre de 2012, llegaría su ataque estridente contra el distinguido profesor de Derecho Richard Falk, relator especial de la ONU para los territorios palestinos, de cuyos informes afirma ella que «envenenan el medio ambiente para la paz». Esta declaración fue la última de una larga lista de vituperios obstruccionistas que muchos no pudieron evitar recordar cuando Rice calificó de «repugnante y vergonzoso» el veto de Rusia y China a la acción del Consejo de Seguridad en Siria.
Finalmente, en noviembre Obama presentó una defensa de la Operación Columna de Nube, el último bombardeo israelí sobre Gaza, indistinguible de sus excusas por la Operación Plomo Fundido de 2008-2009. «No hay país en el mundo que tolerara que llovieran misiles sobre sus ciudadanos desde fuera de sus fronteras», declaró en una conferencia de prensa en Tailandia. Pero la referencia de Obama no se refería a los proyectiles que caían a lo largo y ancho de la Franja de Gaza; de nuevo, estaba censurando únicamente a los habitantes de Gaza por disparar cohetes contra Israel y, al hacerlo, ocultando el hecho de que la violencia israelí en Gaza fue mucho mayor y más letal.
El resto del mundo
Si por el momento no hay indicación alguna de que la política de Estados Unidos hacia Israel-Palestina vaya a cambiar durante el segundo mandato de Obama, hay otros factores que mitigan contra otros cuatro años más de absoluta continuidad.
La principal diferencia general entre Obama y su predecesor iba a ser que ese desdén arrogante de Bush hacia la colaboración internacional sería sustituido por diplomacia y tacto. Con ello, Obama restauraría el prestigio y la primacía estadounidense en los asuntos internacionales. La ironía suprema, no obstante, es que es la invisibilidad de Obama sobre la cuestión de Palestina más que la insolencia de Bush, lo que ha empujado hoy en día a los responsables europeos a hablar en términos cada vez más abiertas sobre hacer que Israel rinda cuentas y, si es necesario, ejercer opciones políticas que ya no dependan del liderazgo de Estados Unidos. La enérgica respuesta europea sin precedentes al proyecto israelí de E-1, con promesas de que se aplicarán medidas concretas si Israel no da marcha atrás, es un ejemplo. Gran Bretaña, Francia y Suecia han rumoreado incluso sobre retirar a sus embajadores de Tel Aviv si E-1 se lleva adelante como está anunciado. [4] Asimismo, los responsables europeos han hablado con menos vacilación de lo habitual acerca de la posibilidad de formular iniciativas diplomáticas por su cuenta si el segundo gobierno de Obama no demuestra un propósito verdaderamente serio en el plazo de 6 a 12 meses. Aunque en el pasado han dejado escapar insinuaciones como esta, su impaciencia es más palpable que con anteriores presidentes.
Por otra parte, alrededor de Israel-Palestina, la región se encuentra definitivamente en un estado de transformación que tiene un claro impacto en la dinámica de las relaciones israelo-palestinas. El emir de Qatar hizo una visita muy publicitada a la sitiada Gaza a finales de octubre, prometiendo 400 millones de dólares en ayuda a la Franja costera. Durante [la Operación] Columna de Nube, los ministros de exteriores árabes prácticamente corrieron a convocar una cumbre de emergencia, y posteriormente se mostraron excepcionalmente dispuestos a ser fotografiados con Ismail Haniya, primer ministro de la AP de Gaza. Esta actitud supuso verdaderamente un cambio respecto a lo que ocurría a finales de 2008-2009, cuando Hosni Mubarak y el ex presidente de la Liga Arabe, Amr Musa lideraron la campaña para evitar una respuesta árabe a un ataque israelí mucho más largo y severo. Lo hicieron en estrecha coordinación con Arabia Saudí, que esta vez se vio obligada a mantener silencio desde el principio hasta el final de la crisis. Durante la Operación Plomo Fundido, los diplomáticos saudíes habían representado a Hamas como el responsable de la crisis absteniéndose al mismo tiempo y de manera llamativa de hacer las rutinarias acusaciones por la agresión israelí.
Junto con Turquía y Qatar, Egipto presionó con éxito a Washington para que convenciera a Netanyahu de que aceptara unos términos de alto el fuego que eran considerablemente peores que los ofrecidos en las vísperas de la Operación Columna de Nube. Así, los palestinos, de conformidad con este acuerdo, tendrán acceso sin restricciones a la zona de 500 metros de amortiguamiento declarada unilateralmente por Israel dentro de la Franja de Gaza, una zona de acceso prohibido anteriormente [por Israel] donde se ubica la mayor parte de las tierras agrícolas del territorio y donde muchos agricultores han muerto por el pecado de atender sus cultivos. Del mismo modo, la zona marítima accesible a los pescadores de Gaza se ha ampliado de tres a seis kilómetros mar adentro. Y, por primera vez, Israel se ha comprometido formalmente y sin condiciones a dejar de asesinar palestinos. La mejorada capacidad militar de Hamas y de otros grupos palestinos que Israel no ha podido neutralizar esta vez, también han desempeñado un papel a la hora de obtener estos términos de Israel.
Casi no habían regresado aún a sus bases los F-16 israelíes cuando Abbas tomó un vuelo a Nueva York con la intención de solicitar a la Asamblea General de Naciones Unidas que elevase el estatuto de Palestina al de Estado observador. Al igual que ocurrió cuando solicitó en 2011 la plena adhesión a la ONU, Washington no escatimó esfuerzos para disuadirlo, incluyendo amenazas de cortar la ayuda financiera estadounidense a Ramala. Pero a Abbas no le quedaba otra opción en vista de la generalizada percepción palestina de que Gaza se había enfrentado con éxito a Israel mientras que Ramala había quedado reducida a la irrelevancia. Y por esta misma razón, muchos Estados europeos, por lo demás poco simpatizantes, consideraron desacertado votar en contra de la resolución. La aprobación de la ONU de la solicitud de Palestina el 30 de noviembre supone un nuevo reto para Abbas pues le proporciona oportunidades, como la adhesión a la Corte Penal Internacional y a varias agencias de la ONU, que son adversas a su predilección por un acuerdo negociado con Israel. (Israel, de hecho, ha vuelto a retener los ingresos aduaneros que debe a la AP según el Protocolo de París para castigar a Abbas por su alarde de independencia.) Sin embargo, si abandona estas oportunidades de cara a una mayor consolidación de la ocupación israelí, su supervivencia política puede llegar a estar en juego.
Del mismo modo, a Abbas se le presionará intensamente para que siga negándose a la reconciliación con Hamas en los próximos meses, sobre todo si el movimiento islamista muestra una mayor flexibilidad en lugar de adoptar la postura de que, como consecuencia de su «victoria», ya no es necesario hacer concesiones a Ramala. No obstante, incluso aunque Hamas se adhiera a los principios fundamentales del programa político de la OLP como parte de un acuerdo, tendrá una influencia en cómo se ejecuta tal programa. Por lo tanto, resulta difícil que Abbas pueda evitar tomar una actitud más firme respecto a las condiciones previas para nuevas negociaciones con Israel o evitar tomar posiciones más firmes durante las negociaciones. Con Hamas viene Yihad Islámica, un movimiento que, a diferencia del primero, ha demostrado consistentemente mayor interés en ejercer sus principios que en el poder político. Por otra parte, la integración de los movimientos islamistas en el cuerpo político palestino probablemente empoderará o motivará a otras facciones, especialmente a las de izquierda, a empezar a mostrar cada vez más independencia respecto de al-Fatah, que bajo Yasser Arafat y Abbas ha dominado en la OLP y en la AP. Las medidas de castigo de Israel y de Estados Unidos contra la AP de Cisjordania sólo acelerarán esta dinámica ya que reducen al mismo tiempo la influencia externa y la influencia sobre la AP, mientras que fortalecen la posición de quienes buscan un acercamiento a Israel que difiera fundamentalmente del de las últimas dos décadas, y en particular del de los ocho años desde que Abbas asumió el cargo.
Prueba de intenciones
El presidente Obama se encuentra ante un dilema fundamental: puede renovar el enfoque estadounidense hacia el conflicto israelí-palestino o puede mirar cómo la influencia de Estados Unidos tanto sobre las dos partes principales como sobre los actores relacionados, Europa y el mundo árabe, disminuye a un ritmo acelerado.
Muchos verán el curso del episodio de la E-1 como una prueba de las intenciones de Estados Unidos: si, como en el pasado, Washington limita su desaprobación a declaraciones en conferencias de prensa, entonces otros concluirán probablemente que Estados Unidos seguirá protegiendo a Israel ante cualquier consecuencia de erigir más y más obstáculos para la paz. Hasta el momento, Estados Unidos no ha especificado sanción alguna contra Israel si las viviendas en E-1 se construyen. La declaración del Departamento de Estado del 3 de diciembre ha sido evasiva: «Hemos dejado claro al gobierno israelí que dicha acción es contraria a la política de Estados Unidos». Tan leve reproche contrasta notoriamente con las penalidades materiales que Washington impone sobre la dirección de la AP cuando esta toma medidas «unilaterales» como la solicitud del estatuto observador en la ONU realizada por Abbas. Comparando esta solicitud con el anuncio de la E-1 el 30 de noviembre, la portavoz del Departamento de Estado, Victoria Nuland, afirmó: «Vamos a ser equitativos en nuestra preocupación por toda acción que sea provocativa, por toda acción que haga más difícil conseguir que estas dos partes vuelvan a la mesa». No escapa a la atención de los europeos y de otros que tal comprensión de «imparcialidad» equipara una legítima iniciativa diplomática palestina con un acto de expansión colonial que el Estatuto de Roma define como un crimen de guerra. Una vez más, la paciencia con la arrogancia de Washington se está agotando.
Aún así, hay quienes en Europa, en Palestina y en el mundo árabe en general nunca pierden la esperanza de que la salvación esté en unas lejanas elecciones estadounidenses . Sin embargo, por una serie de razones -entre ellas la influencia del lobby pro-sraelí en Capitol Hill, la poco apetecible relación coste-beneficio de las iniciativas de paz en Oriente Próximo en el contexto político nacional estadounidense, y las demandas urgentes de la crisis en Siria y en otros lugares- las perspectivas de una reorientación de la política de Estados Unidos parecen débiles. Para muchos políticos de Washington, el estrecho (aunque a menudo incómodo) alineamiento con Israel ofrece beneficios estratégicos tangibles, mientras que un Estado palestino u otras «soluciones» a la cuestión de Palestina sólo prometen beneficios no probados y efímeros. Israel y sus partidarios pueden exigir un precio a las políticas que no son de su agrado; Palestina no puede y sus teóricos partidarios no lo hacen.
El resultado más probable de este atolladero es la gradual re-internacionalización de la cuestión de Palestina, su retirada de las garras de Washington y su eliminación simultánea del marco de Oslo. Se trata de un acontecimiento sumamente positivo pero también de un proceso que puede llegar a ser extremadamente doloroso y, para los palestinos más que para nadie.
Notas:
1. Avi Shlaim: «Obama Must Stand Up to Netanyahu,» The Independent, 5 de marzo de 2012.
2. Foundation for Middle East Peace: Report on Israeli Settlement in the Occupied Territories (September-October 2012), p. 3.
3. The New York Times: 3 de diciembre de 2012.
4. Haaretz: 3 de diciembre de 2012.
Fuente original: http://www.merip.org/mero/mero120512