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Cuba: Dos décadas de avances en biotecnología

Fuentes: IPS

Desde 1999 no hay casos de hepatitis B en niños cubanos menores de cinco años, gracias a una vacuna de fabricación local que ya se exporta a 20 países y que es el producto estrella de la industria biotecnológica de la isla, cuyo principal centro se creó hace dos décadas.Todos los ciudadanos del país nacidos […]

Desde 1999 no hay casos de hepatitis B en niños cubanos menores de cinco años, gracias a una vacuna de fabricación local que ya se exporta a 20 países y que es el producto estrella de la industria biotecnológica de la isla, cuyo principal centro se creó hace dos décadas.

Todos los ciudadanos del país nacidos después de 1980 recibieron la vacuna contra esa enfermedad elaborada por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) de Cuba y certificada desde 2001 por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Según la OMS, cada año la hepatitis B causa 520.000 defunciones en todo el mundo.

«Es nuestro producto más importante por su volumen de producción, exportación e impacto en la sociedad», dijo a Tierramérica Pedro A. López Saura, director de Regulaciones y Ensayos Clínicos del CIGB, institución líder del desarrollo científico cubano creada en 1986.

La vacuna también ayudó a reducir considerablemente la incidencia de la hepatitis B en la población cubana en general. De más de 2.000 casos que había antes de iniciar la vacunación en 1992, ahora hay menos de 50 anuales. «La tendencia es a eliminar la enfermedad», señaló López Saura.

La historia de la hoy pujante industria biotecnológica de Cuba comenzó hace dos décadas, con seis científicos que asimilaron en tiempo récord la tecnología para producir interferones –proteínas producidas por células del sistema inmunológico–, usados para tratar enfermedades virales y varios tipos de cáncer.

Esto impulsó el desarrollo tecnológico en mayor escala, empleando, por primera vez, las técnicas de ingeniería genética y la biotecnología moderna en la producción de interferones.

«Fueron las bases para todos los demás proyectos», relató López Saura, el más joven de aquellos pioneros y uno de los fundadores del CIGB.

Actualmente, «este centro tiene en el sistema de salud cubano 18 productos, entre los de diagnóstico, vacunas o terapéuticos. No hay familia cubana que no se haya beneficiado de alguno de ellos», dijo el científico.

Según Carlos Borroto, vicedirector del CIGB, lo que hace única a la biotecnología cubana es justamente ese ciclo cerrado en que la investigación termina en un producto que se fabrica y comercializa, con un impacto directo en el sistema de salud del país.

Junto al CIGB, otras cinco instituciones del llamado Polo Científico Biotecnológico cierran ese ciclo: el Instituto Finlay, el Centro de Inmunología Molecular, el Centro Nacional de Biopreparados, el Centro de Inmunoensayo y el Centro Nacional de Investigaciones Científicas.

No compiten entre sí. «Colaboramos. Una de las características de la biotecnología cubana es la integración entre todas las entidades. Siempre interviene más de un centro en el proceso. Es algo que nos da fuerza en comparación con otros países», señaló López Saura.

El Polo Científico Biotecnológico incluye unas 40 instituciones estatales en las que trabajan más de 12.000 personas –entre ellas, 7.000 científicos e ingenieros– en cuyas manos hay más de 150 proyectos de investigación.

Su cartera abarca compuestos farmacéuticos y vacunas de uso humano, productos para uso veterinario, kits para diagnóstico temprano de enfermedades, anticuerpos monoclonales de diversa finalidad y compuestos anticancerígenos, que se comercializan en más de 35 países.

Los anticuerpos monoclonales son sustancias producidas en laboratorios, que se unen a células blanco específicas (como una proteína) existentes en la superficie de una célula cancerígena. Cada anticuerpo monoclonal reconoce solamente una proteína o antígeno como objetivo.

Entre los renglones farmacéuticos y vacunas de uso humano se destacan –además del conocido antídoto contra la hepatitis B– el destinado a combatir el Haemophilus influenzae tipo B y el combinado contra la difteria, la tos ferina y el tétanos.

También se incluyen productos terapéuticos, entre ellos los antirretrovirales para el tratamiento del VIH/sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), junto a antibióticos, antimicóticos, analgésicos, vasodilatadores, anestésicos, anticoagulantes, vitaminas y relajantes musculares.

Se estima que la farmacia y la biotecnología constituyen en estos momentos el «primer o segundo sector no tradicional» de la economía cubana, por sus ingresos. Sin embargo, López Saura y Borroto prefirieron no revelar cifras al respecto.

El CIGB tiene negocios conjuntos, que incluyen transferencia de tecnología, con unos 10 países. En India, la asociación permite producir la vacuna contra la hepatitis B, mientras en China existe un proyecto bastante avanzado para fabricar interferón líquido.

«Aspiramos a desarrollar productos nuevos con patente y vender en el primer mundo, en Europa, Canadá, Japón e incluso Estados Unidos, aunque sea más complejo» debido al embargo que mantiene contra Cuba desde hace más de cuatro décadas, afirmó López Saura.

La autora es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 26 de agosto por la red latinoamericana de Tierramérica. (FIN/2006)