Hay verdades tan sólidas como piedras, que el humo de la retórica mediática esconde. A veces es preciso recuperarlas, sin esperar a que se disipe la humareda. Esa retórica que aparenta ser diversa -«resultado de la libertad de expresión y la riqueza informativa que disfrutan las democracias», como dicen los escribas a sueldo-, es […]
Hay verdades tan sólidas como piedras, que el humo de la retórica mediática esconde. A veces es preciso recuperarlas, sin esperar a que se disipe la humareda. Esa retórica que aparenta ser diversa -«resultado de la libertad de expresión y la riqueza informativa que disfrutan las democracias», como dicen los escribas a sueldo-, es unanimista en las cuestiones esenciales, las que atañen a sus intereses, que son las que importan, e intenta confundir, introducir preocupaciones o expectativas ajenas, que conserven o restituyan su poder. La discusión en torno al futuro de Cuba tiene ante todo dos posiciones radicalmente opuestas: socialismo o capitalismo. Señalo esto, porque a veces los «consejeros» eluden cualquier definición con la esperanza de atraer como flautistas de Hamelin, a los ciudadanos que honestamente sienten la necesidad de perfeccionar el socialismo.
¿Por qué ese interés desmedido en Cuba, la pequeña isla del Caribe? Un interés que magnifica cualquier acontecimiento interno. Cuba no tiene (que se sepa) grandes yacimientos de petróleo, ni es excesivamente rica en recursos naturales, ni constituye un mercado apetecible por el número de sus pobladores. Entonces, ¿por qué Cuba? Porque nuestra Revolución sobrevivió a la derrota histórica del socialismo este europeo, y se mantuvo; eso en primer lugar, claro, pero hay algo todavía más importante: en ese transe histórico -y pese a las enormes dificultades económicas que tuvo y tiene que enfrentar su pueblo–, no perdió credibilidad interna y externa, renovó el internacionalismo civil, y conservó su prestigio moral. Digo Cuba, y pienso también en Fidel. Los nuevos movimientos populares de la izquierda latinoamericana reconocen en Fidel, en la Revolución cubana, un referente moral. Muchos países africanos y asiáticos han recibido el apoyo de Cuba, civil o militar, sin que medien intereses espurios. De suelo africano, como afirmara Fidel, solo nos llevamos a nuestros muertos. Alguien repitió una frase en estos días -que escuchó o leyó de alguien más–, que me parece exacta, no obstante su aparente desmesura: la Humanidad perdería mucho más ahora si cayera ese bastión moral que es la Revolución cubana, que lo que perdió en su momento con la desaparición de ese bastión militar que fue la Unión Soviética.
Los contrarrevolucionarios cubanos viven hoy el espejismo de creerse importantes, de estar en el centro de los reflectores mediáticos. Si aquellos grandes intereses que conciertan ahora sus esfuerzos alguna vez lograran sus objetivos, pasarían por encima de todos ellos. Los valores del capitalismo que parecían definitivamente restaurados en 1991, sienten la amenaza moral de Cuba, de su ejemplo, de su solidaridad auténtica. No habrá tránsito en Cuba hacia el capitalismo. La reunión de la nueva Asamblea Nacional del Poder Popular, seguida con expectación por la prensa restauradora, ha defraudado a los que querían empujar la Historia hacia su sartén. Ellos inventaron los síntomas, las señales, los caminos probables; era de esperar que sufrieran un gran fiasco. Ahora, los cubanos solos, en silencio, corregiremos errores y desvíos, abriremos nuevas sendas, y defenderemos como siempre el socialismo. Porque Fidel es ahora más importante que nunca; y está en Raúl, en los nuevos y viejos miembros del Consejo de Estado, en cada uno de nosotros, los cubanos.