La ratificación por parte de Obama de la ley del presupuesto incluye adecuaciones a las restricciones impuestas a los cubano-americanos y sus familiares en la isla. Con todo, la nueva Administración tendrá que hacer gala de mucha más audacia y claridad para demostrar credibilidad.La primera gran cita para conocer la verdadera voluntad de Obama será […]
La ratificación por parte de Obama de la ley del presupuesto incluye adecuaciones a las restricciones impuestas a los cubano-americanos y sus familiares en la isla. Con todo, la nueva Administración tendrá que hacer gala de mucha más audacia y claridad para demostrar credibilidad.La primera gran cita para conocer la verdadera voluntad de Obama será la llamada Cumbre de las Américas. Tendrá que afrontar este primer jaque latinoamericano mientras desde La Habana se seguirá atentamente el próximo movimiento.
La llegada de de Barack Obama a la Casa Blanca ha abierto muchos interrogantes sobre cuál será su postura hacia Cuba. De momento, ha suavizado algo las restricciones a los cubanos residentes en EEUU para viajar a la isla. El camino, y más aún el «cambio», se presenta largo.Entre las medidas aprobadas el 11 de marzo por las dos cámaras legislativas estadounidenses, la más significativa autoriza a los ciudadanos cubanos residentes en Estados Unidos y a los norteamericanos de origen cubano a viajar anualmente y sin restricción de tiempo (no cada tres años y sólo por catorce días, como estipulaba la resolución presidencial anterior) para poder visitar a sus familiares residentes en Cuba, así como a gastar durante su estancia hasta 170 dólares diarios, frente a los 50 estipulados en la regulación vigente desde 2004. Se calcula que esta ligera apertura podría beneficiar aproximadamen- te, de forma más o menos directa, a cerca del 25-30% de los ciudadanos cubanos, que tienen algún familiar en EEUU.
Pero estos ajustes no vienen acompañados de la batería de propuestas anunciadas con cuestiones como, por ejemplo, la eliminación de las trabas diplomáticas para viajes académicos y deportivos entre ambos países, la liberación de transferencias económicas familiares o la posibilidad de ampliar las compras cubanas en EEUU (que siguen limitadas a alimentos y medicinas con pago al contado).
Todo lo contrario. Casi coincidiendo con el anuncio de estas regulaciones el 9 de marzo, la Oficina de Control de Bienes Extranjeros del Departamento de Tesoro impuso una sanción de 20.950 dólares a la compañía Lactalis USA, filial de la multinacional gala Lactalis, por establecer relaciones comerciales con Cuba. Su «grave delito»: vender productos lácteos en el país caribeño. Se trata de la primera medida de aplicación del ya tradicional bloqueo por parte del nuevo Gobierno. Una señal inequívoca de que, más allá de determinados movimientos para medir la temperatura del termómetro político entre ambos gobiernos, la tan anunciada nueva voluntad de EEUU hacia Cuba sigue pendiente de demostraciones prácticas y gestos claros.
Mirando al Norte. ¿A qué podrían responder, entonces, estos primeros movimientos del Gobierno Obama? Básicamente, a la necesidad de establecer un aparente cumplimiento de las declaraciones de «cambio» prometidas, que en el caso cubano debe traducirse en una línea de actuación propia frente a la Revolución, cortando cualquier similitud de formas con la agresiva política mantenida por su antecesor en la Casa Blanca.
Pero la timidez de estos anuncios es una buena muestra de que la comunidad cubano-americana, mayoritariamente residente en Florida, sigue aún controlada en gran medida por una clase política y económica de extrema derecha «contrarrevolucionaria» e intransigente que todavía goza de un importante espíritu de lobby y una notable capacidad de maniobra en la trastienda político-institucional estadounidense.
La transformación sicológica de esta comunidad (cuya composición mayoritaria es de descendientes en primera y segunda generación, además de los numerosos «exiliados» económicos llegados en las tres últimas décadas) es lenta y poco visible en su representación política. Como muestra baste señalar que una encuesta fiable previa a las pasadas elecciones presidenciales arrojaba que casi un 60% de los cubano-americanos residentes en este Estado eran partidarios de profundos cambios en la política hacia Cuba. Una semana más tarde, Obama ganaba en Florida, pero también eran reelegidos en sus cargos los recalcitrantes representantes de la extrema derecha cubano-ameri- cana (los republicanos Ileana Ross y Díaz Balart, y Mel Martínez).
Miami: Crisis y cambios de aires. La aprobación de estas medidas tampoco ha estado exenta de un tenso debate ya recurrente, por lo demás, en el seno de la particular clase política estadounidense. Los sectores más beligerantes contrarios a cualquier tipo de lo que ellos denominan «flexibilización del embargo» (republicanos en su mayoría, pero también con significativos demócratas) siguen empeñados en mantener las pautas de un bloqueo económico, comercial y financiero condenado sistemáticamente por la Asamblea Gene- ral de Naciones Unidas en los últimos dieciséis años y cuyos daños hasta 2008 eran estimados en 93.000 millones de dólares. Una cifra en la que no estaban incluidos los perjuicios directos ocasionados a objetivos económicos y sociales del país por los sabotajes y atentados alentados, organizados o financiados por EEUU, ni tampoco el valor de los productos no producidos o los daños derivados de las perversas condiciones de créditos impuestas al Gobierno de la Revolución.
Como contrapunto, hay que reseñar el cambio de mentalidad en buena parte de la ciudadanía y de la clase política partidaria mayoritariamente, según diversos sondeos, de una superación gradual del bloqueo y de la política beligerante contra la isla. No en vano son muchos los sectores económicos interesados en la apertura del geográficamente «mercado natural» cubano. O también los que viajarían al país caribeño en calidad de turistas si se establecieran mecanismos que lo permitieran.
Un cambio de mentalidad que empieza a hacer mella en amplias capas de la población del vecino del Norte. También, incluso, en la hasta hace poco tiempo «fortaleza inexpugnable» de Miami. El radical cambio de lenguaje de algunos periodistas y medios de comunicación ubicados en esta ciudad es todo un síntoma de esta nueva realidad. Defensores de una «política dura» de enfrentamiento directo con la Revolución, el nuevo discurso habla ahora del Estado de Florida como «feudo del exilio más radical», marcando así manifiestas distancias con los sectores económicamente más poderosos y, por ende, más belige- rantes de la comunidad cubano-americana.
Una muestra de este proceso de readecuación sería el amplio eco que tuvo el pasado febrero en diversos medios la renuncia a su puesto de Caleb McCarry, convertido en los últimos tres años en el futuro «gobernador» de Cuba, de acuerdo al ya ampliamente conocido Plan Bush.
Un abandono que ha venido acompañado del consiguiente cobro de veinticuatro meses de anticipo en concepto de «salario pendiente». La noticia no ha pasado desapercibida para este «nuevo periodismo» que no quiere perder la oportunidad de encontrar su espacio en un momento en el que viejos y anquilosados proyectos estatales como Radio Martí y la cadena televisiva del mismo nombre, podrían estar viviendo sus últimas horas de generosa financiación pública, llegada sistemáticamente desde Washington. En un momento en el que el emblemático «Miami Herald» reduce el 25% de su plantilla y rebaja significativamente el salario del resto de sus trabajadores.
Por último, last but not least, no hay que olvidar que a este «cambio de aires» políticos se le suma el profundo impacto de la crisis en el seno de la comunidad cubano-americana.
Intensa agenda cubana. En Cuba, mientras, la actividad diplomática no ha cesado en los casi trece primeros meses de Raúl Castro al frente del país. Tras la histórica participación en la reunión del Grupo de Río en Bahía y el fortalecimiento de las relaciones con Rusia, Brasil o Venezuela, cabe destacar las visitas en febrero a La Habana de las presi- dentas de Chile y Argentina o de los principales mandatarios de Honduras y República Dominicana. En esta dinámica se inscribe el restablecimiento de las relaciones diplomáticas de Costa Rica con Cuba, el mismo día en que el recién electo presidente de El Salvador, Mauricio Funes, anunciaba su intención de establecer relaciones en cuanto tome posesión del cargo.
Por otro lado, durante su última visita a La Habana, el comisario europeo para el Desarrollo y Ayuda Humanitaria, Louis Michel, acompañado de una amplia delegación comunitaria, intentó dar un impulso urgente a la normalización UE-Cuba.
La remodelación anunciada el 2 de marzo ha situado al frente de la Cancillería a Bruno Rodríguez, de 51 años y con una dilatada experiencia en el ámbito exterior. Durante una década fue el máximo representante de la diplomacia cubana en la ONU. Su amplio conocimiento de la realidad política estadounidense, junto al manifiesto respeto que se ha granjeado entre diversos políticos norteamericanos, lo sitúan como una figura fundamental en el nuevo «cruce de caminos» con la Casa Blanca.
Habrá que ver en las próximas semanas la verdadera voluntad de Washington de cara a resolver este largo conflicto. Mientras algunas voces hablan de una ambiciosa iniciativa del Departamento de Estado, auspiciada por Obama, tendente a facilitar el diálogo y propiciar un nuevo escenario, la experiencia cubana lleva a no caer en los «cantos de sirena» auspiciados por las administraciones demócratas. Noticias como la sanción a Lactalis USA o las recientes declaraciones del vicepresidente Biden en Santiago de Chile defendiendo la continuidad del «embargo» demuestran resistencias internas a este cambio de actitud.
La primera gran cita para conocer la verdadera voluntad de Obama será la Cumbre de las Américas (17-19 de abril, Trinidad y Tobago). En ella se reunirá con todos los países del continente (salvo Cuba, excluida de este foro desde su fundación), los que, tras la reincorporación de La Habana después de la reunión del Grupo de Río, tienen muy claro el guión: El anunciado «cambio» de la política de EEUU respecto a la región debe comenzar con la Revolución cubana.
Por tanto, tendrá que afrontar este primer jaque latinoamericano mientras desde La Habana se seguirá atentamente el próximo movimiento, al tiempo que el Gobierno revolucionario sigue fortaleciendo sin descanso su posición internacional.