Cierto que no hay procesos irreversibles. La vuelta atrás siempre es posible. Y de esto han comenzado a hablar en Cuba el propio Fidel y el joven canciller Felipe Pérez Roque. Hasta ahora Cuba ha podido resistir y superar las fases más duras del denominado periodo especial, respuesta a la grave situación derivada del reforzamiento […]
Cierto que no hay procesos irreversibles.
La vuelta atrás siempre es posible. Y de esto han comenzado a hablar en Cuba el propio Fidel y el joven canciller Felipe Pérez Roque.
Hasta ahora Cuba ha podido resistir y superar las fases más duras del denominado periodo especial, respuesta a la grave situación derivada del reforzamiento del bloqueo estadounidense acompañado de los desastrosos efectos del colapso del «socialismo real» y la pérdida por ese concepto de más del 80% de su comercio exterior.
Y lo ha hecho conservando los elementos y conquistas esenciales de su proceso de orientación socialista, aunque flexibilizando significativamente su actitud respecto a la inversión extranjera y abriendo las compuertas a una cierta dualidad económica al expandirse el área dólar e introducirse reformas que promueven el cuentapropismo, los mercados agropecuarios y la captación de divisas procedentes de la comunidad cubana radicada en EU.
Ciertamente el gigantismo estatista coexiste con esa nueva realidad, así como los procesos de fusión del partido con el Estado y de las organizaciones sociales con el partido y el Estado.
Los métodos de dirección vertical, el ordeno y mando, la corrupción, la ineficiencia burocrática y las restricciones al debate y el escaso control social han tenido continuidad en el marco de un estado de alta legitimización política dada la gran autoridad política y moral del liderazgo histórico y la relación democrática entre ese liderazgo y gran parte de la población comprometida concientemente con la revolución.
La revolución cubana ni se ha anclado en el viejo modelo influido por la URSS, ni le ha abierto plenamente las puertas al nuevo socialismo imprescindible para su desarrollo estratégico.
Está firme, estable, combatiendo en condiciones difíciles, descansando políticamente en el enorme liderazgo de Fidel y los comandantes de Sierra Maestra.
Es difícil pensar en crisis política o desestabilización en tales condiciones. Pero sí brotan justificados temores de lo que pueda pasar en el periodo post-Fidel.
Por eso se ha reactivado recientemente el debate, evidentemente inducido por el propio Fidel, acerca de los cambios necesarios para mantener el rumbo socialista después de su desaparición física.
Y esto obliga a pensar en el paso del modelo existente en Cuba nuevas modalidades de tránsito al socialismo y de socialismo, dado los riesgos que encierra la simple continuidad de lo existente sin Fidel.
¿Cómo socializar lo estatal?
¿Cómo llenar el vacío de la relación líder-pueblo?
¿Cómo pasar a una conducción más colectiva y más participativa?
¿Cómo llenar satisfactoriamente para el proceso revolucionario el gran vacío que dejará Fidel?
A esos desafíos no escapa hoy esa revolución pionera de nuestra América.
La conciencia sobre estos nuevos desafíos parecen estar presentes en las reiteradas declaraciones del joven canciller cubano, Felipe Pérez Roque, figura estrechamente vinculada al líder de la revolución; apoyándose en advertencia del propio Fidel de cómo los errores acumulados pueden provocar la muerte de la revolución.
Resistir es válido, pero transformar el socialismo cubano en función de una renovada permanencia de largo aliento es todavía mas valido.
Más aun cuando desde hace algunos años viene debatiéndose sobre la necesidad de extraer las lecciones históricas de los fracasos de un gran número de procesos de orientación socialista en el siglo XXI y la necesidad de nuevas variantes de socialismo capaces de superar los déficit estructurales que condujeron a esos desplomes y fracasos.
Si hoy nos vemos precisados a hablar de socialismo del siglo XXI, o de los socialismos de este nuevo siglo, es porque los modelos predominantemente estatistas, con procesos de fusión partido-estado, altamente centralizados, sucumbieron. Y sucumbieron precisamente con posterioridad a la desaparición de los liderazgos que lo legitimaban.
Por eso es válido pensar en el nuevo socialismo a tono con las experiencias acumuladas, algo en lo que ha venido insistiendo el intelectual mexicano-alemán Heinz Dieterich con mucho tino. Recientemente hizo importantes reflexiones sobre el futuro de la revolución cubana.
Por eso es pertinente la apertura de este trascendente debate sobre Cuba, proceso que no solo interesa a los (as) revolucionarios cubanos, sino a todos los seres sensibles del planeta y especialmente a los (as) latinoamericanos-caribeños que apreciamos el inmenso valor de esa revolución.