Luego de algo más de un año en que todo parecía indicar que en el mediano plazo o de manera definitiva se encarrilaban (correcta, amigable y respetuosamente) las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el presidente Donald Trump y su derechista y contradictoria Administración republicana, todo parce indicar que le han dado marcha atrás a […]
Luego de algo más de un año en que todo parecía indicar que en el mediano plazo o de manera definitiva se encarrilaban (correcta, amigable y respetuosamente) las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el presidente Donald Trump y su derechista y contradictoria Administración republicana, todo parce indicar que le han dado marcha atrás a la página. Parece que hemos retornado a la vieja, desprestigiada y punitiva política de confrontación contra las autoridades y el pueblo del pequeño archipiélago caribeño.
Lógicamente, y como era de esperar, tal situación ha tenido sus efectos políticos y económicos dentro de Cuba. Sin embargo, desconocer o subestimar que la dirección del país caribeño acumula una larga y rica experiencia en lidiar con las políticas agresivas provenientes del vecino del norte es, sencillamente, un absurdo o ingenuidad que no se corresponde con las experiencias de los años vividos.
Las sanciones que han dañado y dañan el desarrollo económico o lesionan sensiblemente al pueblo cubano, se conocen ampliamente por el mundo. Ello le ha permitido a Cuba alcanzar un amplio consenso solidario y de apoyo internacional; incluso cada vez que sus autoridades han llevado al seno de la Asamblea de las Naciones Unidas el sensible tema del bloqueo/embargo.
Las reiterativas votaciones en la Asamblea de las Naciones Unidas indican el enorme desacuerdo existente con relación a las sanciones se le imponen a Cuba por Estados Unidos. Estas acciones que se ejercen desde hace más de medio siglo, con la intención de estrangular económicamente al país y lesionar al pueblo de la nación antillana. Esas votaciones muestran la comprensión mundial adquirida acerca de la abusiva imposición contra el pueblo cubano; que como es comprensible, ha sido en realidad la víctima fundamental de tan absurda y criminal medida.
Transcurrida la corta etapa en la que muchos ciudadanos del mundo vieron, con entusiasmo y optimismo, que las relaciones entre los dos países se encaminaban amigablemente y hacia una fructífera cooperación económica (de la cual se beneficiarían ambas naciones), la actual Administración, utilizando una retórica dura, agresiva e injerencista, ha hecho desaparecer tal optimismo (probablemente ingenuo) y ha reiniciado un proceso de exigencias injerencistas que, en la práctica, ha comenzado a originar un nuevo retroceso de las relaciones bilaterales.
Claro está que si viene «el lobo» hay que prepararse para no dejarse dañar por este; lo que por lógica para algunos en la Isla, puede resultar mejor o más seguro el limitar o cerrar espacios políticos o económicos que posibiliten originar vulnerabilidades a la hora de defenderse y poder derrotar las sanciones que provengan desde el exterior. Ante todo ello es muy probable que sectores influyentes en la Isla, buscando seguridades y conveniencias para el país, reconsideren la idea de volver a la política de «plaza sitiada», e implementen procedimientos restrictivos (que aunque posiblemente no los deseen). Los valoran, ante todo, como factores de resguardo a la soberanía, independencia, principios de autodeterminación y logros sociales de la Revolución.
Es posible que consideren que de continuar ampliándose el proceso interno de aperturas («Lineamientos» del PCC o reformas, en la práctica), en el contexto de los planteamientos hostiles realizados por el ejecutivo estadounidense, resultaría peligroso continuar transitando por mayores procesos de descentralización y desestatización de la economía. A cualquier conocedor de las reacciones de las autoridades cubanas ante el accionar de las administraciones estadounidenses, le puede resultar comprensible (aunque sólo sea para especular), que ante cualquier medida inamistosa de Estados Unidos, estas provocarán, de alguna manera, repercusiones políticas o económicas en el plano doméstico.
De nuevo el discurso del presidente de Estados Unidos (ahora en Naciones Unidas) se dio a conocer en Cuba, por lo que es de suponer que a la mayoría de la población se le hagan claras las intencionalidades de los sectores de la extrema derecha estadounidense con respecto al país; por lo que las reglas del juego quedan claramente entendidas para prepararse ante ellas. Resulta lamentable que vuelva a producirse un retroceso, ahora con relación al positivo y ascendente proceso que se desarrollaba sobre la normalización de relaciones.
Los medios de comunicación y los sectores políticos de la extrema derecha de Miami y Estados Unidos, le reclamaban a la Administración Obama que en el proceso de acercamiento a Cuba (y luego del restablecimiento de relaciones diplomáticas), este se había producido sin lograrse concesiones políticas por parte de Cuba. Sin embargo, los que así criticaban a la Administración demócrata obviaban quién había sido el país agredido, quién rompió las relaciones diplomáticas e implementó sanciones a la otra nación e insistió en intervenir en los asuntos internos del otro con el propósito de desestabilizarlo o subvertir su sistema social.
Los pronunciamientos injerencistas u otras exigencias realizadas por el presidente Trump aspiran, como si se tratara de la voluntad popular de los cubanos, a que desaparezca el sistema político democrático/participativo establecido en la Isla y se implemente, en su lugar, un sistema democrático representativo bi o pluripartidista, igual al de Estados Unidos. Pero todos sabemos que lo planteado en torno a Cuba en los medios de ese país es tendencioso y desproporcionado.
Lástima lo que viene ocurriendo, porque se pudo continuar por el camino de solucionar el viejo diferendo cubano/norteamericano y construir una nueva etapa de relaciones civilizadas, que garantizaran amplias, versátiles, amigables y fructíferas relaciones entre los dos países y pueblos. Sabido es que una parte de la población mundial, en especial en Latinoamérica y el Caribe, seguían con gran interés y deseaban la plena normalización de relaciones entre los dos naciones, al igual que una mayoría del pueblo estadounidense y de los propios cubanos; por lo que el discurso y medidas anunciadas por el ejecutivo norteamericano el 16 de junio decepcionaron a millones de personas. Sus palabras o acciones han sido y siguen siendo valoradas de forma negativa y crítica.
Por lo pronto, en Cuba, las afectaciones que ocasionan las medidas de Trump en la práctica impactan sobre los que menos debieran recibirlas; porque, sin dudas, a quienes afectan es al incipiente pero ya amplio sector privado; o sea, a los emprendedores del patio, un amplio sector ciudadano que comenzaba a desarrollarse de manera esperanzadora, pujante y creciente en el propio seno del modelo social cubano.
Me decía un viejo y calificado amigo que en los medios políticos de Estados Unidos se había perdido la brújula; porque sus contradicciones internas, políticas domésticas o hacia el exterior, no parecían racionales, inteligentes, ni sensatas. Luego, retornando a Cuba, me agrega: ¿cómo entender tan absurdas, reiterativas y disparatadas acciones contra los cubanos y hacerse, al mismo tiempo, tanto daño político? Calificó luego el discurso de Trump del 16 de septiembre en Miami como políticamente cavernario, propio de la época de la Guerra Fría, donde se evidenciaba desconocimiento y la prepotencia tradicional del poderoso vecino del norte contra Cuba y los países de Latinoamérica y el Caribe.
Acerca de la situación creada respecto a Cuba por la Administración republicana, no debemos descartar la idea de que los recientes debates en la Asamblea Nacional del Poder Popular y las últimas restricciones a los cuentapropistas, probablemente se encuentren en sintonía o sean una reacción inicial, frente a la posición asumida por la Administración Trump respecto al país.
Considero, además, que se desconoció (o, cuando menos, se subestimó) el hecho de que las autoridades cubanas, al aceptar el reto del proceso de normalización de relaciones con la Administración demócrata, conscientemente se habían dispuesto a enfrentar a corto, mediano, o largo plazo, la compleja lucha político/ideológica que, inevitablemente, se produciría. No deja de ser un hecho significativo el que las autoridades cubanas, conscientes de los riegos que comportaban las relaciones con Estados Unidos, decidieran asumirlas y avanzar en tal proceso (valorando, en no pocos aspectos, y con independencia de sus fines), que las decisiones de la Administración demócrata habían sido positivas y valientes.
Finalmente, no debemos olvidar que la población cubana posee una elevada comprensión y sensibilidad política sobre lo que en el país identifican como los dos carriles de las administraciones norteamericanas contra Cuba (los llamados carril uno y dos), en términos más comprensibles: los del «palo» o la «zanahoria». Con la actual Administración vuelve a producirse un retroceso en las relaciones bilaterales, porque se retoma un discurso hostil y agresivo; y se recrudecen sanciones económicas que impiden, o limitan, los amplios beneficios que ambas naciones pudieran obtener con sus relaciones. Esto muestra claramente ante el mundo en qué consiste la arrogancia o miopía de algunos políticos estadounidenses.
Fuente: http://cubaposible.com/cuba-estados-unidos-avances-retrocesos/