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Cuba y la indecencia de los políticos suecos

Fuentes: Le Monde Diplomatique/Rebelión

La política de singularizar injustamente a Cuba sirve de garante a los obstáculos comerciales y de cooperación internacional que afectan duramente al cubano de a pie. La Posición Común de la UE contra Cuba pone de manifiesto la falta de moral de un país como Suecia, que se empeña en perpetuarla pese a los esfuerzos […]

La política de singularizar injustamente a Cuba sirve de garante a los obstáculos comerciales y de cooperación internacional que afectan duramente al cubano de a pie. La Posición Común de la UE contra Cuba pone de manifiesto la falta de moral de un país como Suecia, que se empeña en perpetuarla pese a los esfuerzos de normalización que ha realizado España. El atrincheramiento unilateral contra Cuba ya no es ni siquiera una posición común en el coro europeo, sino la obsesión de un grupo de países (Alemania, Gran Bretaña, la República Checa y Los Países Bajos) decididos a recrudecer las vicisitudes de los cubanos más vulnerables.

Propuesta por José María Aznar, la entonces Posición Común fue adoptada en 1996 en un marco de relaciones internacionales que ha cambiado sustancialmente. Aznar pasó a la historia universal de la indecencia como partidario de un golpe de Estado para derrocar una «democracia indeseable», la venezolana. En legítima defensa de la seguridad de sus ciudadanos, en 1996 Cuba derribó dos avionetas de una organización terrorista con sede en Miami que violaron repetidamente el espacio aéreo de la Isla. Después del 11 de septiembre, nadie pone en duda el peligro que ese tipo de vuelos representan. Hoy la economía norteamericana depende de la influencia de un aparato dominado por un Partido Comunista, el de China. Todos los países de Europa se benefician del comercio con el régimen chino, que estructuralmente se diferencia muy poco del cubano. Si no existe una Posición Común Europea para que China cambie de sistema, hay que desmantelar inmediatamente la Posición no-Común para que el de Cuba cambie.

Hoy Cuba mantiene relaciones diplomáticas con 183 estados y en La Habana radican 109 misiones diplomáticas extranjeras. En el hemisferio occidental, Estados Unidos es el único que no tiene, porque no quiere, relaciones con Cuba. La resolución de Naciones Unidas que anualmente condena el bloqueo económico y financiero obtuvo 187 votos: una mayoría abrumadora de la humanidad contra la agresión de EEUU. La comunidad de cubanos en el exterior también ha cambiado radicalmente. Hoy existen 106 organizaciones de cubanos emigrados en 61 países, que se pronuncian contra la Posición Común Europea y contra toda fuerza política que merme la soberanía y la capacidad de desarrollo de su país, al que consideran agredido y difamado. En octubre pasado se reunieron en Barcelona 280 cubanos, representando a asociaciones de emigrados residentes en una veintena de países europeos, para exigir un trato no discriminatorio a Cuba. En el mismo espíritu se reunieron el mes pasado en La Habana 450 cubanos, en representación de numerosas organizaciones de emigrados radicados en 47 países. La mayoría venía de Estados Unidos. El deseo explícito de los 296 mil cubanos de la emigración que visitaron su país en 2009 es que cese la hostilidad unilateral de Estados Unidos contra Cuba, y se desmantele la Posición no-Común. La UE debe tomar en cuenta esa enorme corriente de opinión de cubanos que viven lejos y que defienden el derecho de Cuba a decidir su destino sin injerencias foráneas.

 

El caso de Suecia

Suecia predica solemnemente que la Revolución Cubana es dictatorial, y que por eso se opone a que Europa abra relaciones comerciales normales con Cuba. La Cancillería sueca tiene la obligación moral de explicar cuál es su concepto de dictadura si quiere que esa toma de posición contra la salud, el bolsillo y el bienestar del pueblo de Cuba tenga un mínimo de credibilidad. Porque Suecia es  uno de los países europeos que más protegen y promueven a dictaduras estrafalarias y sanguinarias, violadoras de todos los derechos del hombre. Y lo hace en el más inmoral de los campos: la exportación de armamento bélico.

En el papel, el Parlamento sueco estipula en sus directivas a la Inspección de Productos Estratégicos (IPS en las siglas suecas) que toda exportación de armamento militar debe basarse en «casos de excepción». Sólo en el papel. Violando la voluntad del Parlamento, que prohibe explícitamente la venta de armas a países en guerra o que aplastan los derechos humanos, los gobiernos suecos de izquierda y de derecha arman hasta los dientes a regímenes que desprecian esos derechos: Egipto, Arabia Saudí, Omán, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos. En 2008, Suecia batió su propio récord de exportación de armas de destrucción a ese tipo de dictaduras.

La invasión norteamericana a Irak en 2003 resultó un negocio fabulosamente lucrativo para la industria armamentista sueca. El «superproyectil» de 155 mm Excalibur guiado por GPS (producido por Bofors y llamado «la amunición de artillería más precisa de la historia»), las mirillas de punto rojo para armas automáticas de la empresa de Malmö Aimpoint así como las devastadoras granadas de flechettes ADM 401 producidas por Saab Bofors Dynamics, fueron adquiridas masivamente por el ejército norteamericano a pesar, repito, de que el Parlamento sueco prohibe la venta de armas a países agresores, violadores de los derechos humanos o involucrados en conflictos armados.

En 2002, una delegación del Departamento de Defensa de Suecia viajó a Arabia Saudí para abrir el camino a la venta de material de guerra. En 2004 le siguió una delegación de comercio, en la que participó nada menos que la princesa Victoria, sin el menor resquemor ético. En 2005 Suecia recibió con todos los honores al príncipe Khaled bin Abdullah, hijo del sátrapa saudí Abdala bin Abdelaziz, electo por nadie en ninguna elección democrática. Da vergüenza la foto sonriente de la entonces Ministra de Defensa socialdemócrata Leni Björklund junto al príncipe saudí. Cuando un periodista le preguntó si no era hipócrita hablar de democracia, y al mismo tiempo elaborar un millonario convenio militar en contubernio con el Príncipe, la ministra socialdemócrata contestó: «Arabia Saudí juega un papel importante en el Medio Oriente y por eso es un interlocutor interesante».

Ese mismo año, Suecia firmó un contrato de colaboración militar con Arabia Saudí que incluye espionaje electrónico en el éter. Mientras Suecia preconiza las sanciones a Cuba, arma hasta los dientes a un régimen en el que las mujeres ni siquiera pueden tener licencias de conducir, no hay partidos políticos, se aplican tormentos públicos a latigazos por delitos religiosos y la represión contra todo tipo de disidencia es feroz. Jamás se ha visto a un diplomático sueco en casa de ningún prisionero saudí, aunque haya sido torturado. Ya desearían los homosexuales saudíes disfrutar de una milésima parte de la libre gozadera sexual institucional que impera en la República de Cuba.

En 2005, algunos políticos de la derecha sueca criticaron la colaboración militar con esas dictaduras. Pero cuando llegaron al poder la desarrollaron aún más. En el establishment político sueco existe un oprobioso consenso en lo concerniente al apoyo militar a países violadores de los derechos humanos como Pakistán y Arabia Saudí. Urban Ahlin, vocero de Relaciones Exteriores del Partido Socialdemócrata y uno de los más enfermizos detractores de la Revolución Cubana, ha dicho: «Nosotros apoyaremos la exportación de material de guerra. Suecia posee la tradición, la técnica, la competencia y los conocimientos sobre la construcción de armas. Sería estúpido botar todo eso». Al mismo tiempo, este proveedor de armas que permiten la violación de los derechos humanos dice defender, junto con el actual canciller Carl Bildt, la causa de «una transición hacia una democracia pluralista y el respeto a los derechos humanos» -sólo en Cuba.

¿Por qué no la defienden en casa de sus clientes, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos ni en Pakistán? ¿Hasta qué punto de abyección puede llegar la clase política de un país que impide que Cuba tenga relaciones comerciales normales con Europa, para adquirir alimentos y medicinas, mientras provee material bélico a satrapías en las que la UE no evalúa «la situación de las libertades civiles» ni les exige la liberación de nadie ni ninguna transición a nada? Un periodista preguntó a la actual Ministra de Economía Maud Olofsson si no es una hipocresía decir, por un lado, que no se debe exportar armas a países en guerra o que violan los derechos humanos, cuando Suecia exporta a Arabia Saudí y a Estados Unidos. «Yo no lo llamaría hipocresía», respondió la Ministra, que es partidaria de «modernizar» la legislación (forzarla) para legalizar el desprecio por los seres humanos que ella preferiría llamar otra cosa.

Esa otra cosa es la indecencia política y moral. Tanto el actual Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia como los partidos que forman la coalición de izquierda (los verdes, los ex comunistas y los sociademócratas) hablan con lengua bífida. El demócrata Cristiano Alf Svensson es el más sincero de todos. A la misma pregunta que le hicieron a la Ministra de Economía, Svensson contestó: «Es que somos tan dependientes de Estados Unidos».

Y ese es el quid de la cuestión. Suecia se ha convertido en el octavo país exportador de armas y materiales bélicos. En los últimos diez años, el volumen de exportación se ha triplicado. Entonces Suecia, sencillamente, tiene que obedecer a Estados Unidos en su trabajo sucio para doblegar a los cubanos, porque la dependencia de la que habla Alf Svensson es estructural y profunda. Durante la Guerra Fría, la industria de armamentos de Suecia creció en íntima conexión, colaboración y supervisión de los norteamericanos. Si Suecia no exporta a Estados Unidos, ellos privarían a la industria sueca, y a sus instituciones de defensa, de material e intercambios de alta tecnología. Pero también existe un sutil factor racista-cultural importantísimo: la identificación con los primos americanos. Una islita mestiza y orgullosa no tiene derecho a desafiar a nuestros aliados y compinches imperiales. Eso explica que ningún político sueco hable de la indecencia que implica mantener magníficas relaciones con China, Egipto o Arabia Saudí, pero condenar a Cuba «porque es una dictadura».

Esa actitud hostil de Suecia en el seno de la UE afecta el derecho a la vida de los cubanos . L a Posición Común obliga a Cuba a seguir siendo el único país de la región sin un acuerdo de cooperación con la UE. Esto impide que Cuba pueda contrarrestar los efectos desastrosos del bloqueo en la salud, la nutrición y la vivienda. Un ejemplo: en diciembre pasado, el gobierno de Estados Unidos impuso una multa de 536 millones de dólares al Credit Suisse Bank, por el insólito delito de realizar transacciones que violaron las leyes del bloqueo contra Cuba. Si existieran leyes de bloqueo similar contra Arabia Saudí, ¿cómo podría Suecia vender sus armas? Si existieran leyes similares contra China, ¿cómo sería el mundo actual?

Pero se trata de la peligrosísima Cuba. La «violación» del banco suizo consistió en 32 transferencias electrónicas por 323 648 dólares, en las que empresas cubanas tenían interés. Eric Holder, procurador general norteamericano, calificó esas transacciones como «una conducta criminal asombrosa del Credit Suisse». Ahora el gobierno sueco esgrimirá la trágica muerte de Orlando Zapata para perpetuar la Posición Común. Esa postura es falaz. En diciembre de 2001 el gobierno sueco se olvidó de los derechos humanos y cedió ante la presión de EE UU para que la CIA secuestrara, en territorio sueco, a los ciudadanos egipcios Ahmed Agiza y Mohamed Al-Zery. Un avión de la CIA aterrizó en el aeropuerto de Bromma (Estocolmo), agentes enmascarados despojaron a los dos hombres de sus ropas, los aherrojaron y encapucharon y se los llevaron a Egipto para ser torturados.

Póngase la conducta «asombrosa» del banco suizo, al facilitar 32 transacciones absolutamente pacíficas, al lado de ese secuestro gansteril y de los negocios armamentistas suecos con sus socios Khaled bin Abdullah y Abdala bin Abdelaziz. Entonces se verá cómo la defensa sueca de la Posición Común es una forma de indecencia verdaderamente asombrosa en el mundo actual. También se entenderá por qué la totalidad del aparato político sueco, a la hora de describir su política hacia Cuba, le tiene miedo a la palabra hipocresía.

* René Vázquez Díaz es escritor cubano-sueco. Sus libros más recientes son De pronto el doctor Leal , Icaria, 2008 (Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional 2007) y El pez sabe que la lombriz oculta un anzuelo (Icaria, 200 9 ).

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