Cuando todavía no se habían encendido todas las velas por los muertos de Manchester, los cristianos coptos egipcios recibieron otro brutal ataque a manos del Daesh, en la mañana de este último viernes en vísperas de Ramadán, el mes sagrado del Islam. En un desértico camino en el oeste del país entre las localidad de […]
Cuando todavía no se habían encendido todas las velas por los muertos de Manchester, los cristianos coptos egipcios recibieron otro brutal ataque a manos del Daesh, en la mañana de este último viernes en vísperas de Ramadán, el mes sagrado del Islam.
En un desértico camino en el oeste del país entre las localidad de al-Adua, y Maghagha en la provincia de Minya, a unos 300 kilómetros al sur del Cairo, rumbo a Maghagha, una de las regiones con mayor presencia copta, vestidos con uniformes del ejército egipcio, cerca de una docena de terroristas detuvieron una pequeña columna de dos ómnibus de peregrinos coptos y una camioneta que transportaba obreros rumbo al Monasterio de San Samuel el Confesor, en las montañas de Qalamun. Los peregrinos procedían de la vecina provincia de Beni Suef.
Tras obligarlos a abandonar los vehículos y despojarlos de sus celulares, los terroristas separaron a las mujeres y los niños de los hombres a quienes obligaron a recitar la shahāda, la profesión de fe islámica, tras su negativa, los milicianos del Daesh abrieron fuego asesinando a por lo menos 28 personas e hiriendo a una veintena. Después de saquear las pertenecías de sus víctimas abandonaron el lugar en varias camionetas todoterreno.
El libre accionar del Daesh en la región se debe fundamentalmente a la simpatía de muchos miembros de las fuerzas de seguridad con los integristas y el odio hacia los coptos, que representan el 9% del total de los 93 millones de ciudadanos egipcios.
El ataque realizado en pleno estado de emergencia tras los atentados en que simultáneamente y en plena celebración del Domingo de Ramos el 9 de abril, dos iglesias coptas una iglesia en Alejandría, la segunda ciudad más poblada del país y la otra en la ciudad de Tanta a unos 100 kilómetros al norte del Cairo, dejando un total de 44 muertos. En diciembre del año pasado un terrorista suicida se inmoló en la iglesia anexa a la Catedral de San Marcos, sede del patriarcado de la Iglesia Ortodoxa Copta, en la capital del país, donde murieron 29 feligreses.
En diciembre de 2016, el Daesh inició una guerra sectaria en Egipto, en procura de asesinar la mayoría de ciudadanos coptos posibles, cuya comunidad ha sido uno de los más importantes aliados del debilitado gobierno del general Abdel Fattah al-Sisi; jaqueado por una severa crisis económica, con la cuarta parte de la población bajo el umbral de la pobreza, provocada en parte por la caída de una de las mayores fuentes de ingreso que es el turismo.
El rais al-Sisi, a pesar de que hasta ese momento ninguna organización se había adjudicado el ataque, más tarde lo haría el Daesh, ordenó el mismo viernes por la noche el bombardeo a un campo de entrenamiento extremista, cercanos a la ciudad de Derna, al este de Libia, próxima a la frontera con Egipto. Según la agencia de noticias oficial egipcia MENA, en el ataque se habría destruido por completo el objetivo. La poca certeza de que los responsables del ataque contra los peregrinos coptos, tuvieran sus bases en Derna y sin nada que evidencie una conexión con Libia, la acelerada decisión de al-Sisi, parece indicar que el bombardeo respondió más que nada a una necesidad del rais de demostrar que sigue llevando la delantera en la lucha contra el terrorismo y de alguna manera justificarse frente a la comunidad copta, que una acción certera.
Esta no fue la primera vez que el presidente egipcio ordena bombardeos aéreos después de un ataque contra la comunidad copta. En febrero de 2015, Egipto atacó varias bases wahabitas, en la misma Derna y en proximidades de Trípoli, cuando 21 cristianos coptos fueron decapitados en Libia por ese grupo extremista.
Si bien Derna fue el primer enclave del Daesh, en Libia, el grupo del Califa Ibrahim habría perdido esa posición a manos de otras organizaciones wahabitas, más cercanas a al-Qaeda. Por otra parte un vocero, de Majli Muhahidín Derna, la organización que aglutina los grupos integristas armados de la ciudad, negó que dichos ataques hubieran provocado víctimas en sus filas.
En Egipto la única organización vinculada al Daesh, es la Wilaya Sina (provincia del Sinaí), que desde 2014 operaba en la desértica y casi abandonada península, donde se había dedicado a objetivos netamente militares y ocasionalmente como sucedió con el avión ruso en octubre de 2015 algún objetivo civil. Según se ve, Wilaya Sina está avanzando sobre el resto del país. Como lo muestra la serie de atentados contra la minoría cristiana que se han producido en las principales ciudades de Egipto. Además de haber establecido un sistema de redes entre las ciudades más importantes, similar a las descubiertas en Raqqa, Siria y en Mosul, Irak.
Algunas de estas células se han establecido en el Delta del Nilo, en procura de utilizar su exuberante vegetación para almacenamiento de armas y entrenamiento de efectivos.
Daesh o Wilaya Sina, como se la quiera llamar, con este tipo de acciones no solo esta está intentado desgarrar el completo tejido social para desestabilizar al Estado, sino también ganar más adeptos, tal como lo ha dicho Mokhtar Awad, experto en terrorismo de la Universidad George Washington: «Daesh quiere demostrar que puede atacar uno de los países más poblados del mundo árabe».
Aunque tampoco se cree que sea posible que puedan tener éxito, al estilo de lo sucedido en Irak donde el integrismo profundizó las tensiones entre las comunidades sunitas y chiíes. En Egipto los cristianos son minoría, frente a un apabullante 90% de mayoría musulmana muy lejana de la radicalización, que divide el mundo en wala o bará (amor u odio).
La larga mano de Hermanos Musulmanes
A seis años de la caída de la tiranía de Hosni Mubarak iniciada en 1981, en el marco de la Primavera Árabe, Egipto ha desaparecido del plano internacional, dejando a Turquía el rol de gran potencia militar y política de la región.
Sin poder ordenar ni sus cuentas, ni el complejo entramado político que se abrió a partir de las primeras elecciones libres en la historia del país que dejaron en la presidencia a una extraña figura como Mohamed Mursi, a caballo del más abyecto neoliberalismo y el integrismo de la Hermanos Musulmanes
El partido de Mursi, al-Nur, es la representación política de la organización fundada por Hasan al-Bana en 1928, al amparo del Foreign Office, llamada Hermanos Musulmanes, para controlar fundamentalmente al nacionalismo laico y el marxismo en el mundo musulmán. Más allá de sus actividades enmascaradas en acciones benéficas, se han movido siempre en los oscuros márgenes del terrorismo, en 1965 fracasó un atentado contra el presidente Gamel Abdel Nasser, en 1970 fundaron Al-Dawa al-Salafi (la llamada salafista) y fueron formadores intelectuales del grupo de militares que en 1981 ejecutaron al presidente Anwar Sadat.
Tras los largos años de la dictadura de Mubarak, se expandieron a otras naciones musulmanas y «modernizaron» el wahabismo clásico, para darle sustento a todos los grupos integristas que van desde el Talibán a al-Qaeda, del Daesh a Abu Sayeff, pasando por al-Nusra, Boko Hara, al-Shabab o el Emirato del Cáucaso, entre docenas de organizaciones financiadas por Arabia Saudita y Qatar, bendecidas por Washington y que casualmente nunca ninguna de ella atentó contra Israel.
Durante el año que duró la presidencia de Mursi, el derrocado presidente intentó cumplir con sus socios neoliberales privatizando el Canal de Suez por ejemplo o aplicando las recetas del FMI y con los Hermanos Musulmanes, comenzado a instalar normas rigoristas en la sociedad civil como el uso obligatorio para las mujeres del niqab (el velo negro que cubre el rostro, cuerpo y manos).
Nuevas protestas contra Mursi y su gobierno que se hamacaba entre el FMI y la Sharia, obligó al entonces ministro de Defensa y jefe del ejército el general al-Sisi a dar un golpe de estado, que terminó con verdaderas matanzas entre el ejército de al-Sisi y los defensores de Mursi.
Prácticamente el clamor popular instaló a al-Sisi en la carrera política ganando las elecciones de mayo de 2014. Desde la asunción de al-Sisi en la presidencia, su figura que había alcanzado unos niveles de popularidad similares al del propio presidente Nasser, han ido a la baja igual que la economía, lo que obliga a su gobierno a depender cada vez más de la asistencia económica saudita, que conoce muy bien el momento de comenzar a extorsionar a sus «ayudados».
Al mismo tiempo que todos los índices económicos caen, los atentados y ataques de integrismo también financiados por Qatar y Arabia Saudita van en vertiginoso aumento. Desocupación, inflación, devaluaciones y terrorismo están obligando al general a reacciones extremas: la oposición es perseguida, la libertad de prensa está cada vez más restringida al igual que los derechos humanos y las sospechas de encarcelamientos extra judiciales.
El ataque al avión ruso en el Sinaí a finales de octubre del 2015, donde murieron los 224 pasajeros, prácticamente exterminó el turismo y las inversiones extranjeras.
Las recetas del FMI han obligado a Egipto a enfrentar a una estanflación (inflación y recesión) y a acudir cada vez más a préstamos extranjeros y locales.
Sometiendo al presidente Abdul Fattah al-Sisi, como dice el viejo tango, al dolor de ya no ser.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.