Reconozco que todos mis intentos de comprender el fenómeno de Daesh han fracasado. Nadie sabe, o el conocimiento está tan desperdigado, que es casi imposible recomponer el puzle de Daesh. Sin embargo, existen cuatro cuestiones relacionadas con el rápido ascenso de Daesh: La primera es el hecho de que Al-Qaeda, que se enfrentó por medio […]
Reconozco que todos mis intentos de comprender el fenómeno de Daesh han fracasado. Nadie sabe, o el conocimiento está tan desperdigado, que es casi imposible recomponer el puzle de Daesh. Sin embargo, existen cuatro cuestiones relacionadas con el rápido ascenso de Daesh:
La primera es el hecho de que Al-Qaeda, que se enfrentó por medio de un salvaje terrorismo a EEUU y los estados occidentales, ha desaparecido o se ha desmembrado. El escenario de guerra se ha trasladado de Occidente a Oriente: las guerras hoy se libran en los países árabes y las víctimas son iraquíes, sirios y yemeníes, mientras Occidente mira y ofrece alguna ayuda humanitaria. Por su parte, el prudente ministro francés Laurent Fabius ofrece a los cristianos de Iraq que emigren a Francia. Daesh, o el Estado del Califato que va desde Mosul a Deir Ezzor, ha zanjado la lucha armada con Occidente, y ha pasado a luchar contra los árabes con el objetivo de imponer la sharía, o lo que considera que es la sharía, a nuestros pueblos devastados: crucifixión, latigazos, lapidación, pillaje y captura.
La segunda cuestión indica que el régimen sirio dictatorial, que teme el enfrentamiento con Daesh y no ha enviado sus barriles a las zonas que domina, ha encontrado en Daesh una justificación para existir. Así, el discurso asadiado había daeshizado la revolución popular siria mucho antes de que las fuerzas de Al-Bagdadi llegaran a Siria. Con la llegada de Daesh, el ejército del Califato se encargó de destrozar lo que quedaba de las fuerzas armadas de la oposición siria. Y entonces, las guerras sirias entraron en una nueva etapa llamada la lucha/complementariedad de los dos despotismos: el Baaz y el Daash [1].
La tercera cuestión es que los países petroleros que vieron en la revoluciones de la primavera árabe una amenaza a sus regímenes de injusticia y despotismo, aprovecharon sus capacidades mediáticas para subirse al carro de las revoluciones, antes de ayudar a destrozarlas desde dentro por medio de la ayuda financiera y de armamento a las fuerzas islamistas -entre ellas Daesh-, en el marco de la reconfiguración de la zona al ritmo de la lucha suní-chií. Y aquí Turquía ha jugado un papel principal, como abanderado del sueño de los Hermanos Musulmanes que tanto apreciaba.
La cuarta es que Irán se benefició, igual que su aliado sirio del la daeshización creciente, para justificar su injerencia en Siria, e imponer su hegemonía total sobre Iraq.
En otro contexto, habría sido posible hablar del papel de Israel o las aspiraciones israelíes, pero la resistencia heroica de Gaza ha devuelto ese papel a su lugar natural. El juego se ha escapado de la manos de los brokers más pequeños, y hoy se encuentran en una situación similar a la de Izzat Ibrahim al-Duri [2] y la organización del Baaz-cofradía nakshbandiyya, que se desintegró rápidamente tras el dominio de Daesh en Mosul.
Si leemos la situación en el Bilad al-Sham e Iraq desde la perspectiva de Daesh, nos encontramos con que todos los jugadores regionales han caído ante el huracán daeshí, similar al huracán talibán que arrasó Afganistán tras la derrota soviética, y que la daeshización se ha convertido en un diluvio en el país del Baaz, utilizando la expresión del gran director de cine sirio Omar Amiralay [3], y que la lucha entre Al-Nusra y Daesh se parece -salvando las distancias- a la lucha entre los partidos Baaz iraquí y sirio.
Esta equiparación entre el Baaz y el Daash [3] no nace de la casualidad, ni es resultado de una conspiración, sino que es el resultado histórico del declive provocado por los regímenes de la modernidad militarocrática, que encontraron en la ideología fascista romántica -que creó partidos como el Baaz y sus hermanos-, un marco de reclutamiento de élites en un proyecto de «resurrección» cuyo objetivo era despertar el pasado «glorioso» de su letargo. Nadie preguntó qué pasado era ese, ni por qué había que despertarlo.
Sa’id ‘Aql, el poeta del «nacionalismo libanés», que el tiempo acabó colocando a la puerta de Sharon, había pasado por dos experiencias de resurrección, por lo que escribió el himno del «Lazo indisoluble» [4] antes de unirse al Partido Nacionalista, y después saltar a los Guardianes del Cedro. En el himno del Lazo Indisoluble, encontramos la primera expresión del significado de esta resurrección: el «relincho del caballo desde la India a Al-Ándalus».
El grito de Sa’id ‘Aql fue simultáneo a la fiebre de las leyendas babilonias y cananeas que inundaron la poesía árabe moderna, convirtiendo la nueva experiencia en una recuperación delirante del pasado que posee la llave para la lectura del presente.
Este pasado que solo algunos pensadores se han atrevido a poner en su contexto histórico y criticarlo, se convirtió en un bloque gelatinoso de sentimientos que justificaron las prácticas fascistas y que hicieron del despotismo oriental el leitmotiv de la modernidad de los modernizadores. Cuando se elevaron la voces críticas de Ali Abd al-Raziq [5] o Nasr Hamid Abu Zayd [6], fueron acalladas, marginadas y perseguidas, para que la era dorada pasara a ser la época del Estado despótico árabe, de principio a fin del Califato.
La cima del arribismo intelectual llegó con el revestimiento confuso de la dhimma [7] con variados ropajes, desde el islam de Michel Aflaq (que era cristiano), impuesto por el fatalismo del enfrentamiento, a las Qubaysiyyat de los Asad (un grupo bastante opaco, patrocinado por el régimen laico).
El desplome del despotismo moderno con su melancolía del pasado, abrió la puerta de par en par al pasado, que recurrió al wahabismo saudí antes de que dominara con la soberanía de la cultura petrolera y sus medios de comunicación.
Daesh representa la reconciliación entre el pensamiento «progresista» que revive, y que no ha originado más que textos ambiguos, y el pensamiento salafista wahhabi, que se refugió en el desierto árabe antes de encontrar en la riqueza petrolera, desatada tras la derrota de los árabes en 1967, un instrumento efectivo de hegemonía.
El Califa daeshi es la materialización de esta reconciliación sangrienta, pero es una reconciliación depredadora, pues igual que Abu Bakr al-Bagdadi depredó a Izzat a-Duri y los restos del Baaz iraquí, se prepara para depredar los restos del Baaz sirio como antesala de la depredación del wahabismo en la península Arábiga. Al-Bagdadi ha eliminado las fronteras como soñaban los baasistas, y ha instaurado el código penal islámico como quieren los saudíes [8]. Ha encendido la llama extendida desde la India a Al-Ándalus, tal y como predijo Sa’id ‘Aql, pero muchos piensan que no sabe que carga con la misma enfermedad que sus enemigos, a los que ataca y cuyas cabezas corta.
Su enfermedad es el pasado, y su futuro no es otro que ser un peón en el juego de autodestrucción al que incita la debilidad de Occidente y/o su cinismo, que ve cómo ha logrado crear un gran espantajo que hará de sus aliados y enemigos meras marionetas que le piden auxilio.
La condición para la victoria de los combatientes de Daesh con su variedad de nacionalidades, es que saben jugar dentro de las líneas rojas que los EEUU han puesto, por eso los aviones estadounidenses bombardearon cuando se acercaron a Erbil, pero no hicieron nada cuando cayeron Mosul y Sinjar, cuando los cristianos fueron perseguidos, y cuando los yazidíes fueron amenazados con el exterminio.
El Califa ha de jugar dentro de los límites de la lucha suní-chií, asustar a los iraníes en lo referente a su situación en Iraq, hacer temblar la confianza de los saudíes en su petróleo y sus riquezas, y quedarse en los límites de la destrucción de la región árabe. Así, Occidente no se enfrentará a él, ni se enfrentará a lo que se enfrentó Saddam Husein cuando cruzó las líneas rojas e invadió Kuwait. La «cuestión de Oriente» ya no tiene en la protección de las minorías su puerta de acceso a la hegemonía, sino que hoy se refiere a la destrucción de la zona. Y en el seno de esta destrucción se encuentran el Baaz, el Daash y el wahabismo en un proceso de reparto de roles no acordados, pero donde todos coinciden en la necesidad de asesinar a las sociedades árabes, como condición para el renacimiento del pasado, que no renacerá más que como un fantasma sin vida, que convierta nuestros países en un cementerio.
Notas
[1] Juego de palabras con el título de su película de crítica social y política «Diluvio en el país del Baaz».
[2] Información sobre él aquí
[3] Utiliza el mismo esquema de palabra en árabe para ambos.
[4] Literalmente: el nudo más firme.
[5] Pensador del siglo XX que cuestionó la unidad entre autoridad política y religiosa en «El islam y los fundamentos del poder».
[6] Crítico literario del siglo XX que propuso la crítica literaria y textual del texto coránico, entre otras coas, por lo que fue de excomulgado y tuvo que abandonar Egipto, donde el matrimonio con su mujer ya no era válido por ser él un no musulmán, según la legislación del país.
[7] Para información sobre el término, véase este enlace. [8] En árabe e produce un juego de palabras, pues ‘hudud’ significa frontera y se aplica también al sistema de penas islámicas que ‘limitan’ los castigos a razón de los crímenes cometidos.