Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Desde el comienzo de la Primavera Árabe, que a su vez ha generado muchas más estaciones de protesta, los medios han gravitado a menudo alrededor de activistas individuales que se han convertido en figuras dirigentes a la hora de movilizar a la gente durante esas revoluciones. Tawakul Karmen en Yemen, Ahmed Maher en Egipto y Moncef Marzouki en Túnez, son solo tres de los nombres que han resonado en los medios en el transcurso de las protestas. Sus historias específicas de perseverancia frente a la brutalidad de los regímenes han galvanizado a las gentes de todo el mundo.
Aunque los medios han reconocido a muchos de esos militantes y les han protegido merecidamente de arrestos, detenciones y palizas, un hombre en Bahrein ha estado manteniendo una protesta dentro de los muros de la prisión sin apenas recibir atención. Abdulhadi al-Khawaja es el defensor de los derechos humanos más famoso en Bahrein, conocido prácticamente en todos sus hogares y venerado por su lucha para conseguir mayores derechos políticos a través de la desobediencia civil.
Abdulhadi fue arrestado en abril de 2011 por su papel dirigente en el movimiento por la democracia que inundó el país el día de San Valentín del pasado año. Junto con otros siete activistas, fue sentenciado a cadena perpetua por conspirar para derrocar la monarquía. Lo que siguió fueron meses de graves torturas y abusos, negándole el derecho a un juicio justo. El ya debilitado activista, empezó un ayuno por la libertad el 8 de febrero de 2012. No ha consumido alimentos desde esa noche.
Sus hijas Zainab al-Khawaja y Maryam al-Khawaja permanecen firmes en su compromiso con el movimiento por la democracia en Bahrein. Mientras Zainab continúa dirigiendo las protestas sobre el terreno, Maryam ha venido informando a las organizaciones internacionales y a los gobiernos extranjeros sobre el estado de cosas en Bahrein y sobre la situación de su padre, cuya salud se deteriora velozmente. Ambas continúan luchando a fin de conseguir apoyos más firmes para que su padre pueda ser extraditado a Dinamarca (ya que es ciudadano danés) y recibir así inmediata y adecuada atención médica.
Cuando se cumplió el día setenta de la huelga de hambre de Abdulhadi y yacía prácticamente en su lecho de muerte con el ritmo cardíaco muy alterado, como periodista me sentí consternada por la falta de respuesta colectiva. Hemos fallado a la hora de prestar atención a una de las historias más importantes aparecidas en la Primavera Árabe, casi un año entero desde su detención y durante estas semanas de «ayuno hacia la muerte». Hemos fracasado a la hora de informar. Hemos fracasado a la hora de protegerle. Hemos empezado inexcusablemente tarde.
El ayuno más largo que Gandhi emprendió duró 22 días, cuando los enfrentamientos entre comunidades se apoderaron del subcontinente indio. Y cuando lo hizo, las diversas facciones religiosas del país se pusieron a sus pies. Los dirigentes hindúes y musulmanes pidieron que dejaran de matarse unos a otros, aunque fuera de momento. Si no hubieran hecho caso de Gandhi y si los medios hubieran decidido que la situación no era tan grave como para informar sobre ella, habría muerto en vano.
En cambio, Abdulhadi pasó casi dos meses sin tomar alimento antes de que los medios dominantes corrieran a ocuparse de su historia. Aunque el aluvión de informes en los diferentes medios de todo el planeta es un alivio muy necesitado tras una larga sequía en la cobertura sobre Bahrein, el caso de Abdulhadi -y la gravísima situación de miles de prisioneros políticos- merecía atenderse mucho antes de que empezara su segunda huelga de hambre, de la que afirmó que solo terminaría con la «libertad o muerte».
Desde mi propia experiencia tratando de aproximarme a los editores de diferentes publicaciones importantes, las respuestas variaban desde «Tenemos ya a alguien en el caso» o «Aunque la situación pueda ser grave, no es lo suficiente como para que la cubramos», hasta llegar a «No es responsabilidad de la prensa mundial mantener vivo a un activista de Bahrein». La primera de las respuestas hizo que no se cubriera la situación de Abdulhadi hasta que su estado se deterioró gravemente, y la última respuesta llegó en el día 41 del ayuno de Abdulhadi. Cuarenta días de lucha por una libertad justa no eran al parecer suficientes.
Pero, la semana pasada, cuando su situación se hizo crítica, cada día me llegaban una serie de artículos con su historia, desde la CNN hasta Hindustan Times. ¿Qué pasó con la información los dos meses anteriores? Si hubiera habido una cobertura concertada de los medios y este nivel de exposición y críticas desde el mismo principio o incluso en algún momento hacia la mitad del ayuno, quizá habría sido extraditado a Dinamarca mucho antes de que se acercara al momento de su muerte.
El ayuno de Abdulhadi no es una exhibición histriónica de su sufrimiento. Es un último recurso. Es la desesperación de un hombre al que le han quitado la libertad, al que han amenazado, humillado, torturado, golpeado y violado sexualmente, al que se le ha negado un juicio justo, se le silenció cuando intentaba hablar en el tribunal y del que se espera que pase el resto de su vida en prisión por delitos que no ha cometido.
El 6 de abril, en lo que quizá pensó que era la última carta a su familia, Abdulhadi escribió:
«Nuestro dolor es más llevadero si recordamos que hemos elegido esta difícil senda y hecho juramento de permanecer en ella. Debemos tener calma en nuestro sufrimiento y no permitir que el dolor se apodere de nuestras almas».
Llegado este punto, sus hijas le han dicho ya adiós y están preparadas ante la posibilidad de que su corazón llegue a pararse en cuestión de días o incluso de horas. Ahora sí, hay ya todo un revuelo mediático, con los periodistas tratando de entrar sigilosamente en el país para informar en «vivo», y las historias reclamando presiones internacionales, demasiado poco, demasiado tarde, ¡qué falso todo!
Aunque es verdad que los medios no pueden asumir la responsabilidad por la vida de un hombre que ha tomado una decisión consciente de ayunar, su historia es algo más que solo su historia. Es una historia que resuena con la mayoría del pueblo de Bahrein que lucha por sus derechos.
Nosotros, como comunidad de los medios, no hemos entendido la lucha de Abdulhadi. Como su hija Maryam explica, está «muriendo para vivir«. Como ciudadano de Bahrein, uno tiene muy pocos medios para ejercer la disidencia contra la autoridad. Y cuando uno se queda sin medios legales para protestar, encarcelado por un tribunal que no tiene nada que ver con la justicia, golpeado hasta caer inconsciente, torturado hasta el punto de necesitar una operación de cuatro horas de duración para «sujetar» los huesos rotos y sometido a abusos sexuales hasta el punto de tener que golpearse la cabeza contra un muro de hormigón para hacerles parar, la vida se convierte en algo irrelevante.
El ayuno de Abdulhadi no es ningún teatro, como no lo eran las constantes palizas que tuvo que soportar. La tortura sufrida fue corroborada por la Comisión Independiente Bahreiní de Investigación, iniciada por el mismo rey Hamad. (Por favor, véase #1720 en la página 423 del informe). Su sufrimiento es la amarga realidad de un brutal sistema carcelario en Bahrein, donde el rey puede presentarse a sí mismo como dispuesto a llevar a cabo reformas pero también puede autorizar formas medievales de tortura.
Lamento mucho expresar que la desobediencia civil ha perdido su significado a los ojos de las principales vanguardias del periodismo, a no ser que venga endosada por una celebridad, a menos que les resulte estratégicamente agradable a los estados influyentes en las Naciones Unidas, o a menos que haya voluntad política por parte de países como EEUU para hacer audaces declaraciones acerca de «proteger la democracia y los derechos de las personas».
En general, la comunidad de los medios se ha mantenido pasiva durante mucho tiempo frente a una flagrante injusticia. Hemos fracasado a la hora de potenciar a decenas de miles de personas en Bahrein poniendo de relieve la historia de la difícil situación de un hombre. Nos quedamos simplemente ahí parados hasta los penúltimos momentos de Abdulhadi antes de comenzar a ocuparnos a fondo de él. Y con la Fórmula Uno celebrándose en Bahrein este fin de semana, un aluvión de informes ha emanado de los medios internacionales por todo el planeta. Pero la historia de Abdulhadi y la de la mayoría de la población que lucha en Bahrein no deberían quedar atrás una vez transcurrido el fin de semana. Debemos aprender a implicarnos a fondo en lo que está ocurriendo en este pequeño reino insular.
Preethi Nallu es una periodista de prensa gráfica y televisión que presta una especial atención a los temas de derechos humanos. Ha colaborado con diversos medios de comunicación incluyendo Al Jazeera, Inter-Press Service, Al Akhbar, y también con el Centro por la Libertad de Prensa en Doha; produce asimismo documentales independientes.
Fuente: http://wagingnonviolence.org/2012/04/how-the-media-failed-abdulhadi/#more-16675