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Muere el escritor Cabrera Infante, la contrarrevolución cubana se queda más sola

De Londres al cielo sin pasar por La Habana

Fuentes: Rebelión

El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante murió este lunes en Londres, ciudad en la que vivía desde hace casi 40 años. Su muerte se produjo a consecuencia de una infección derivada de los numerosos problemas de salud que le aquejaban en los últimos meses. Cabrera Infante, de 75 años, comenzó sus estudios de periodismo en […]

El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante murió este lunes en Londres, ciudad en la que vivía desde hace casi 40 años. Su muerte se produjo a consecuencia de una infección derivada de los numerosos problemas de salud que le aquejaban en los últimos meses.

Cabrera Infante, de 75 años, comenzó sus estudios de periodismo en la Universidad de La Habana en 1950, aunque ya antes había comenzado a trabajar como redactor en la revista Bohemia. Fue fundador de la Cinemateca de Cuba en 1951 y escribió sobre cine en la revista Carteles, de la que llegó a ser su redactor jefe. Al triunfar la Revolución en 1959, pasó a dirigir el Consejo Nacional de Cuba, trabajó como editor del periódico Revolución y fundó el suplemento Lunes de Revolución. Desde 1962 hasta 1965 ocupó el cargo de agregado cultural de Cuba en Bruselas. En 1965 decidió exiliarse y vivir en Londres, porque según declaró «no soportaba verme convertido en un apestado, en un no persona».

Desde ese momento la Revolución se convirtió para el escritor en una suerte de obsesión desenfrenada, que le llevó a cometer evidentes torpezas políticas y a errar en sus posicionamientos fruto de su obcecado rencor contra Cuba.

Según declaró Míriam Gómez, viuda del escritor, «él vivía en Cuba aquí en esta casa nuestra; pero la Cuba de él, ésa no existía». «Murió sin patria, pero sin amo», agregó, citando un poema de José Martí.

Y era cierto. Según expresaba el sociólogo cubano Fernando Ortiz «hay cubanos que no quieren ser cubanos y hasta se avergüenzan y reniegan de serlo». Cabrera Infante era uno de estos. Nunca aceptó la apuesta y el compromiso de su pueblo por la Revolución. Y eso le llevó a renegar de su patria y a adoptar una actitud militante contra el proceso de cambio en la isla.

Y así mientras escritores y artistas vieron la dimensión cultural que abría esa posibilidad histórica, muchos de los cuales volvieron del extranjero para colaborar en la edificación de la renovación de Cuba, otros tomaban el camino inverso adoptando una imagen seudonacional, externa y frívola, que armonizara con los intereses coloniales de los EE.UU. En palabras de Abel Prieto, «la utilización de la emigración cubana por el gobierno yanqui como punta de lanza contrarrevolucionaria, […] junto a la presión y el juego político de los sectores anexionistas de la emigración, ha contribuido a la consolidación de esta modalidad de la cultura de la dependencia».

Hubo un curioso empeño por parte de estos exiliados, entre los que se encontraba Cabrera Infante, en conservar una estampa congelada de la Cuba de los 50. Una visión bucólica de la isla en tiempos de Batista, pues como decía Rafael Rojas -codirector de la revista Encuentro- en una reciente entrevista al periódico El País, a pesar de la dictadura «el país prosperaba, la cultura florecía». Por el contrario, la nueva imagen de Cuba se fundamentó principalmente en el rescate de los valores y virtudes realzados por Martí y tenían su piedra angular en la idea de la independencia.

Cabrera Infante no sólo se permitió refutar a Martí, sino que además tuvo la osadía de utilizarlo para defender el colonialismo estadounidense. Artimaña que a ningún pensador honesto se le habría pasado jamás por la cabeza. De ese modo el Martí antiimperialista resultó escamoteado de manera inaudita. En Dos Ríos no murió un héroe de la independencia cubana y latinoamericana, sino un suicida, un alucinado que quería un final «romántico». Según Cabrera Infante el ideario político martiano se disolvió en el destino efímero que le correspondía, y lo único que quedó fue su «literatura imperecedera».

El autor hoy fallecido mostraba su entusiasmo al decir que «en 1902 Cuba era una nación recuperada con la ayuda norteamericana». Ello le animaba en su defensa del anexionismo estadounidense, algo necesario frente al «destino numantino de la Isla», pues «muchos recuerdan todavía la destrucción de Numancia, pero nadie sin embargo dice que Augusto, emperador de los romanos, la reconstruyó enseguida».

Los yanquis como «reconstructores» del pasado cubano y la visión, que Cabrera Infante y otros muchos nunca verán, de los yanquis como «reconstructores» del porvenir de Cuba. Una imagen idílica del imperialismo, aunque un poco alejada de la realidad. Y si no que se lo pregunten a los nicaragüenses, a los panameños, a los afganos, a los iraquíes o a tantos y tantos otros. No puede haber mejor solución que la subordinación. Toda Cuba convertida en una Miami.

Por eso se entiende que Cabrera Infante defendiera ardorosamente la guerra contra Iraq («La guerra ha sido más que beneficiosa: ha sido necesaria»), ignorando los cientos de miles de muertos y los millones de heridos. En su compromiso como artista e intelectual no cabían reproches por el expolio y la destrucción (para luego «reconstruir», se entiende) de una de las más antiguas culturas de la humanidad.

Fue furibundamente embustero cuando denunció a los cuatro vientos que sus libros no podían leerse en su país de origen, sino «en el interior más oculto», cubiertos con «forros de papel de periódico o revistas cubanas», «mis libros siguen estando prohibidos en Cuba», «ni siquiera se pueden tener en la casa», sentenciaba. Pero el propio ministro de cultura cubano, Abel Prieto, lo aclaró en múltiples ocasiones: durante un encuentro con estudiantes en la Universidad de La Habana, «No quiere ser publicado por nosotros»; y en una entrevista al periódico argentino Página12, «Tenemos una línea de publicación de emigrados. Hemos hecho miles de gestiones con los herederos de Reynaldo Arenas para publicar en Cuba ‘El palacio de las blanquísimas mofetas’, que nos parece una novela extraordinaria y no lo hemos conseguido, pero lo que hicimos fue comprarla y ponerla en las bibliotecas. [Lo mismo sucedió] con el propio Cabrera Infante yo quería publicar ‘Tres tristes tigres’ y ‘La Habana para un Infante difunto’, que son a mi juicio las que valen la pena de su obra».

Con la concesión a Cabrera Infante del premio Cervantes, en 1997, fue el propio gobierno cubano quien entregó a cada universidad lo mejor de la literatura latinoamericana recopilado por la colección Ayacucho, y donde se incluía la novela ‘Tres Tristes Tigres’. Premio, por cierto, que habría que poner en el haber de José María Aznar ya que gracias a la llegada al poder del derechista Partido Popular Cabrera Infante recibió el galardón. Un profundo y visceral odio al pueblo cubano de unos y otro hizo el resto.

En estos días muchos habrá que, como él, vuelvan a airear ‘el mito del escritor prohibido’. Y muchas las loas que ensalzarán al escritor fallecido. Un último uso del símbolo ‘anticastrista’ en que se había convertido con su aquiescencia. Ya el exilio de Miami ha expresado que la muerte de Cabrera Infante es «un golpe muy brutal». Y su viuda declaró que le daba «muchísima rabia que Cabrera Infante se tuviera que morir fuera de Cuba».

No pudo regresar a Cuba como él quería, «cuando caiga el régimen castrista». Y probablemente no lo hará ni siquiera difunto (los restos del novelista serán incinerados en Londres -señaló su esposa- donde serán guardados hasta que pueda volver algún día a una ‘Cuba libre’) ahora que ya sabemos cuál es su concepto de la libertad.

No obstante su advertencia de equivocaciones frecuentes -«Yo a veces digo cosas que en realidad después me arrepiento de haber dicho»- hará que muchos sigan leyéndole. Pues, como otros en la historia de la literatura, Cabrera Infante fue un enemigo de su propio ego en la intimidad de su conciencia.