Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
En agosto de 2002, dos años después de la Segunda Intifada, las fuerzas israelíes cercaron a un dirigente local de Hamas en la aldea cisjordana de Tubas, cerca de Yenín. Naser Yarrar estaba en silla de ruedas desde que perdió ambas piernas y un brazo en una explosión. A Nidal Abu M’Khisan, vecino de Yarrar, de 19 años, le dieron una chamarra antiaérea y le obligaron a punta de pistola a actuar como escudo humano para las tropas israelíes que asaltaron la casa.
Yarrar abrió fuego y mató al joven antes de ser enterrado vivo cuando las tropas israelíes arrasaron su casa.
Un crimen de guerra
Antes de morir, Naser le regaló a su hijo Ahmad un Corán. La dedicatoria escrita con la mano que le quedaba, la izquierda, decía: «Un regalo para mi querido hijo Ahmad». Ahmad tenía entonces 7 años.
Cuatro meses antes había tenido lugar una infame operación militar en la que las fuerzas israelíes rodearon y cercaron el campamento de refugiados de Yenín. Lo que siguió fue una batalla de 12 días en la que Israel utilizó infantería, fuerzas de comando, helicópteros de asalto y excavadoras blindadas para limpiar el campamento considerado por los israelíes como el centro neurálgico de los ataques suicidas en Cisjordania.
Una zona residencial compacta de más de 500 metros de ancho se redujo a la nada; una columna de infantería israelí entró en emboscada y testigos oculares palestinos afirmaron que hicieron desaparecer enterrados centenares de cuerpos entre los escombros antes de que se permitiera el acceso a organizaciones de ayuda internacional.
Cuando todo acabó comenzó una guerra de palabras igualmente feroz sobre lo que había ocurrido en el campamento de refugiados. The Independent, The Guardian y The Times lo calificaron de crimen de guerra, de masacre, y lo llamaron el 11-S israelí. Haaretz y The New York Times afirmaron que el número de muertos fue escaso y sugirieron que la mayoría eran combatientes.
Seis semanas después, Yediot Aharonot publicó una entrevista con el operador de una excavadora acorazada D-9 que había participado en la operación. Moshe Nissim sostuvo: «No vi con mis propios ojos que muriera gente bajo la hoja de la D-9 ni vi que cayera la casa sobre gente viva. Pero si hubiera habido alguien, me hubiera importado un comino [… ] Todo comenzó el día en que 13 de nuestros soldados fueron asesinados en ese callejón del campo de refugiados de Yenín. Si nos hubiéramos trasladado al edificio donde fueron emboscados habríamos enterrado vivos a todos esos palestinos».
El jefe del Estado Mayor del ejército israelí en ese momento, Shaul Mofaz, instó a los oficiales a acelerar la operación y les ordenó disparar cinco misiles antitanque en cada casa antes de entrar. Mofaz, ex dirigente del partido Kadima, centrista, pasa por liberal dentro del espectro de la política israelí, especialmente cuando se le compara con los halcones del gobierno.
Una misión de investigación de la ONU descubrió que al menos 52 palestinos habían sido asesinados, la mitad de ellos civiles.
«Sonrisa y esperanza»
Cuando terminó la Segunda Intifada se hizo un gran esfuerzo para rehabilitar Yenín. El antiguo bastión de los terroristas suicidas se convirtió en «la ciudad más tranquila de Cisjordania», así fue al menos como se describió.
Yenín, con su «zona económica y de seguridad palestina especial» se convirtió en el laboratorio de un plan a aplicar posteriormente en el resto de Cisjordania para su transformación.
Según lo que se denominó el Proyecto de seguridad piloto de Yenín lanzado en 2008, los soldados israelíes se retirarían de las calles y la Autoridad Palestina restablecería el control mediante el despliegue de unidades de seguridad entrenadas por los estadounidenses. El plan se llamaba «Sonrisa y esperanza».
El primer Ministro palestino, Salam Fayad, lo llamó el «modelo Yenín». Tony Blair, a la sazón enviado internacional, dio a conocer un paquete de medidas para impulsar la economía cisjordana que incluía un parque industrial en el área de Yenín con 30 fábricas que emplearían a 25.000 personas.
En realidad, el plan de creación de un parque industrial cerca de Yenín se remonta a 1995, cuando los israelíes acudían en bandada a la ciudad fronteriza donde los precios eran bajos y parecía que había un acuerdo de paz en ciernes. Desde entonces, el parque industrial de Yenín ha sido recurrentemente anunciado y relanzado.
La Universidad Americana de Yenín se convirtió en la única universidad palestina cuyos títulos eran reconocidos en Israel y atrajo a unos 3.500 estudiantes palestinos con ciudadanía israelí. Uno de esos estudiantes era Ahmad Yarrar.
El gobernador de Yenín en aquel momento, Qadura Musa, declaró al Portland Trust en noviembre de 2008 que seguridad y economía iban de la mano. Todo dependería de la cantidad de clientes que Israel permitiese llegar a Yenín a través del cruce fronterizo de Yalame.
Algunos se lo tomaron como un impulso económico, otros como una forma de esclavitud que al final acabaría dando a Israel más control sobre la economía y la mano de obra palestina. Yenín se convertiría en la puerta norte de Palestina para acceder a Israel.
Por su parte, Blair declaró que Yenín sería «un modelo de desarrollo y estabilidad política y económica». Blair recibió un millón de dólares por su papel de «liderazgo» en una ceremonia de la Universidad de Tel Aviv.
En 2009, el gobernador de Yenin recibió a Blair y a la entonces secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleeza Rice, y afirmó que el parque industrial podría ser un modelo al tiempo que advertía de que la seguridad y la economía no eran suficientes.
«La sociedad no puede calmarse solo con cambios de seguridad o económicos. Se requiere también una dimensión política. Tantos checkpoints y tanto hablar de seguridad nos hace pensar que no hay un socio israelí para la paz», dijo Musa.
Muchas sonrisas pero poca esperanza. He revisado el estado de este anunciadísimo parque industrial que está «a punto de abrirse» desde hace 28 años. Kamal Abu Alarab, vicegobernador de Yenín, dijo que se había resuelto una disputa territorial y que esperaban que se reanudaran los trabajos en el parque. El parque aún no se ha empezado a construir.
¿Tarea resuelta?
La semana pasada otra faceta de esta historia ha llegado a su fin. Ahmad, ahora con 22 años, ha sido acorralado por unidades del ejército israelí y de la Shabak en la aldea de Yamun, a nueve kilómetros de Yenín. Buscado por estar supuestamente detrás del tiroteo de un colono rabino, Raziel Shevah, cerca de un asentamiento ilegal en las proximidades de Nablus el 9 de enero, Yarrar había pasado casi un mes huyendo.
Quienes le conocían están sobrecogidos ante el hecho de que este joven sociable de sonrisa radiante, con un gran círculo de amigos y que se había licenciado en Marketing en la Universidad de Yenín, hubiera elegido el mismo camino que su padre hace 15 años.
Amer, su primo, declaró: «Nos enteramos de su muerte esta mañana en los medios israelíes… Estamos atónitos. Ninguno de nosotros conocía su paradero».
Ahmad tuvo una muerte similar a la de su padre. El rastro de destrucción que dejó la persecución israelí fue demoledor: el 28 de enero su primo Ahmad Ismail Yarrar había sido asesinado en una operación de 10 horas de duración en Wadi Bruqin. Tres casas pertenecientes a la familia Yarrar fueron demolidas. El domingo, 4 de febrero, Wadi Bruqin fue atacado nuevamente y un palestino de 19 años recibió un disparo en la cabeza. Según vecinos citados por Al Jazeera, los soldados israelíes amenazaron con demoler el pueblo casa por casa hasta que Ahmad se entregó. Yarrar murió por una lluvia de disparos rodeado de recortes de revistas.
Los israelíes se llevaron su cadáver. Sus familiares encontraron un montón de ropa ensangrentada y el Corán rasgado que su padre le había regalado hacía tantos años. También habían disparado contra eso.
La moraleja de esta historia es terrible: se puede asesinar a los Yarrar de este mundo. Se puede arrasar, reconstruir y rehabilitar los Yenin de este mundo. Se pueden gastar millones de dólares de la UE para transformar Yenín. Pero hay algo que no sucederá. El fuego de este conflicto no se apagará. Solo será posible si acaba la ocupación, cuando se haga justicia, cuando los palestinos disfruten de los mismos derechos civiles, patrimoniales y políticos que los israelíes.
Hasta entonces, las ascuas ardientes de esta lucha pasarán de una generación a otra. Ahmad Yarrar se ha convertido, a su vez, en un símbolo. Hamas lo ha llamado «el orgullo de Palestina». El izquierdista Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) se ha referido a él como «un influyente símbolo nacional del que los palestinos estarán orgullosos».
Otro símbolo de la resistencia palestina, la joven Ahed Tamimi, de 17 años, se enfrenta a meses de prisión por abofetear a un soldado israelí en una protesta en Cisjordania. Ella también había crecido en el distrito relativamente próspero que rodea Ramala.
El martes el ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, elogió en un tweet la operación israelí: «Nos apuntamos el tanto». Tarea resuelta, se jactó Lieberman.
¿De verdad?
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/jenin-redux-781710576