«Totalidad», señala Francisco Fernández Buey en su libro póstumo [1], es un término en el que conviene detenerse. No es nada seguro que se entienda siempre en el mismo sentido. En primera instancia, apunta el autor de La ilusión del método, con totalidad se hace referencia «al todo que compone un conjunto de las relaciones […]
«Totalidad», señala Francisco Fernández Buey en su libro póstumo [1], es un término en el que conviene detenerse. No es nada seguro que se entienda siempre en el mismo sentido. En primera instancia, apunta el autor de La ilusión del método, con totalidad se hace referencia «al todo que compone un conjunto de las relaciones existentes que puede descomponerse en partes». En ese sentido, «todo es el universo mismo o el continuo de las relaciones físico-biológicas, biológico-culturales y socio-culturales de las que el ser humano hace parte». En segunda instancia, y para diferenciar este enorme y acaso inabarcable «todo de los todos» cósmico, se suele emplear en ámbitos filosóficos «la expresión «totalidad concreta» para denotar todos o totalidades, por así decirlo, más próximos, menos abstractos u omniabarcantes, como lo son, por ejemplo, el sistema Tierra, Gaia, o, en mundo de los humanos, una comunidad en su conjunto o toda una formación económico-social». La tesis que se quiere implicar al hacer esta distinción, sostiene el amigo y discípulo de Manuel Sacristán, es que, al aplicar el análisis reductivo, las ciencias naturales o sociales (en general) «pierden precisamente lo concreto como totalidad, haciendo abstracción de aspectos cualitativos sustanciales de la realidad». El presupuesto implícito en esta aproximación crítica es que, aunque desde un punto de vista «cuantitativo», el todo sea igual a la suma de sus partes, cualitativamente es algo más que esa suma. «Este algo más, cualitativo o esencial, es lo que se pierde (y ya no se puede recuperar) con el análisis reductivo (fragmentador del todo) que practican las ciencias particulares». Cuando, por ejemplo, el científico social habla de «homo oeconomicus», de «homo sociologicus», sólo se está refiriendo a una arista del ser humano, «está haciendo abstracción de aquel todo que se denominó «animal de palabra» o persona». Esto, va concluyendo el autor de Marx (sin ismos), «es lo que está por debajo de la crítica a la deshumanización que introduce la ciencia moderna».
La reflexión prosigue, no se la pierdan (yo lo tengo que dejar aquí). Vale su peso en exquisitez y sabiduría gnoseológicas.
No lograré superar este interesante (y en absoluto desinformado) punto crítico en esta nota. Intento hablar, sin pérdida de concreción humana, de una totalidad concreta, de España, de sus pobladores y de su pobreza.
«La crisis abre un abismo entre las clases altas y bajas en España», se ha señalado recientemente en La Marea [2]. Olvidemos el uso, acaso inapropiado, del concepto o expresión «clases bajas». Algunas datos «reductivos» sobre esta totalidad concreta:
Los ricos españoles, el 20% más pudiente de la población, ganan hasta siete veces más que los pobres, el 20% más empobrecido. Es uno de los indicadores de desigualdad más altos de la Unión Europea. Cáritas, una ONG eclesiástica como es sabido, alerta en Desigualdad y derechos sociales Análisis y perspectivas que esta distancia ha crecido un 30% en los últimos años. ¡Un 30 por 100!
La renta de 18.500 euros que en promedio recibimos los ciudadanos españoles en 2012 es muy similar a la de hace diez años, con la pérdida adquisitiva que supone el aumento de los precios e impuestos en este período. Desde 2007, la renta media española ha caído un 4%, mientras que los precios se han incrementado en un 10%. Seguimos descendiendo como solía decir el capitán de «Viaje al fondo del mar».
Desde 2006 (primer gobierno Zapatero, en pleno auge económico desarrollista, muy cercano al «España va bien») los ingresos de la población con rentas más bajas han caído, en términos reales, cerca de un 5% cada año. En este mismo período, el crecimiento correspondiente a los hogares más ricos ha sido el mayor de toda la población.
El porcentaje de hogares en los que todos -«todos» es todos, que diría Tarski- sus miembros activos están sin trabajo ha aumentado: del 2,5%, a más del 10%, de 380.000 hogares antes de la crisis (ningún situación paradisíaca) a más de 1.800.000 a finales de 2012. Un incremento del ¡347,37%! Por ello, el Instituto Nacional de Estadística ha tasado en un 26,8% el porcentaje de personas en situación de pobreza y exclusión social, más de la cuarta parte de la actual población española
La pobreza va aparejada a un aumento de hogares sin ningún tipo de ingresos. Su número se ha duplicado en los últimos cinco años. Son ya unos 630.000.
Casi la mitad de las familias españolas no podría afrontar gastos imprevistos y una de cada tres personas sin empleo, el 33%, no recibe ninguna prestación.
El 21,8% de los españoles vive en pobreza relativa [3]. En 2008, sin crisis golpeando, la tasa estaba en 19,6% (2,2 puntos, más de un 10% de incremento). Suman ya 10 millones de personas [4].
La situación de pobreza severa (30% de la renta mediana, 3.650 euros anuales), el peldaño anterior a la exclusión social, también crece. Alcanza al 6,4% de la población (era del 4% en 2008; 2,4 puntos más, ¡un 60% de incremento!). En total, tres millones de ciudadanos y ciudadanas.
Un 38% de los hogares monoparentales con un hijo o más vive por debajo del umbral de pobreza; el 11,7% de pobreza extrema. El porcentaje es similar -48% bajo el umbral de pobreza- en familias con dos adultos y tres hijos a su cargo. «
Cáritas ha lanzado algunas advertencias: la contundencia y la multiplicación de los recortes sociales están sentando las bases para que el impacto de la crisis se cronifique entre los más desfavorecidos; los ajustes en bienes básicos, la reducción de prestaciones sociales y la exclusión de grupos de ciudadanos de servicios elementales pueden convertirse en un obstáculo insalvable a la hora de sacar de la pobreza a los numerosos ciudadanos que han quedado atrapados en ella; los recortes en los servicios públicos de bienestar pueden suponer una ruptura definitiva para los más pobres; corremos el riesgo de abandonar a su suerte a las personas más desprotegidas.
Datos, se dirá, demasiados datos.
Algo de narrativa humana para una aproximación más cercana a esta totalidad concreta
Antonio Luque, 32 años, sale del comedor social de Jaén [5]. Acude casi a diario desde 2010. Ha cenado arroz a la cubana y una naranja. En una bolsa se lleva tres raciones para su madre, de 60 años, y otras dos hermanas suyas. Son menores que él, sufren trastornos esquizofrénicos. Sus únicos ingresos: los 350 euros que recibe su madre y una ayuda de poco más de 300 de una de sus hermanas (la mitad de esta «ayuda» se va en medicinas). Menos de 500 euros mensuales para cuatro personas. Antonio, que trabajó como electricista y más tarde como agricultor, piensa que con ese dinero es imposible vivir. Necesitan la ayuda de los comedores. Este año, apenas ha podido trabajar 15 días en la recogida de la aceituna. Tiempo insuficiente para cobrar el subsidio agrario. Que se sepa, el honorable Joan Antoni Duran i Lleida, el lobbista del Palace, no ha dicho nada sobre este jornalero andaluz al que también le gusta el flamenco y hablar con sus amigos. ¿A ustedes no?
Cada atardecer, señala Ginés Donaire, un centenar de personas llegan al comedor de la parroquia de Belén y San Roque de la capital jiennense. Buscan su única comida caliente del día. «Cada vez son más las familias que, sin ocultar un cierto pudor, acuden en busca de un plato de garbanzos, de lentejas o de arroz. Son familias que hasta hace muy poco vivían más o menos bien, pero a las que la crisis está dejando en la cuneta».
Familias como la de Juana Cañas, 63 años. «Acude con su nieto Jesús y aún espera la llegada de su hija, su yerno y otros nietos más». A veces se juntan allí 10 personas de la misma familia. Con su pensión de viudedad, 600 euros mensuales, «viven cinco personas en su casa». Tiene que sobrar para ayudar a otros dos hijos que están en el paro.
¿Hay motivos o no hay motivos para ayudar a levantar una potente y masiva revolución cívica, ciudadana, que intente acabar con este estado de cosas? No hay espacio para la duda: los hay. Hay millares de razones para ello. ¡Y nosotros somos millones y ni el planeta ni España son suyos!
Notas:
[1] Francisco Fernández Buey, Para la tercera cultura. Ensayo sobre ciencia y humanidades, El Viejo Topo, Barcelona (en prensa), prólogo de Alicia Durán y Jorge Riechmann.
[2] http://www.lamarea.com/2013/03/20/la-distancia-entre-pobres-y-ricos-se-dispara-en-espana/
[3] El índice, fijado por Eurostat, corresponde al 60% de la mediana de la renta del país. Una persona es pobre en España, según este criterio, si y sólo si vive con menos de 7.300 euros anuales. Por cada adulto que se suma a la unidad de convivencia, hay que añadir la mitad de la anterior cantidad, y un 30% por cada hijo. Una pareja con dos hijos está por debajo del umbral de la pobreza si ingresa menos de 15.330 euros para pasar el año.
[4] Este, y los datos posteriores, del magnífico artículo de Jaime Prats, «Tres millones en pobreza extrema». El País, 21 de marzo de 2013, p. 36.
[5] Ginés Donaire, «Antonio Luque. Electricista y agricultor en paro». El País, 21 de marzo de 2013, p. 36.
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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