Introducción El golpe de Estado en Egipto abre grandes peligros a la Primavera Árabe. Montados, preventivamente, en una movilización impresionante, cuyos números más bajos hablan de 17 millones de personas movilizadas que exigían la salida del presidente electo Mohamed Mursi, la cúpula militar volvió al poder, designando en el gobierno a «notables» relacionados con el […]
Introducción
El golpe de Estado en Egipto abre grandes peligros a la Primavera Árabe. Montados, preventivamente, en una movilización impresionante, cuyos números más bajos hablan de 17 millones de personas movilizadas que exigían la salida del presidente electo Mohamed Mursi, la cúpula militar volvió al poder, designando en el gobierno a «notables» relacionados con el imperialismo. Sea como sea que se desenvuelvan los acontecimientos a partir de ahora, es un hecho que las lecciones de Egipto y el resto de los procesos de la región merecen el estudio y el debate global de los revolucionarios para enfrentar los desafíos instalados por la lucha abierta entre revolución y contrarrevolución en el marco de la nueva etapa mundial de crisis sistémica del capital.
Cuando promediando el 2008 quedó claro que la crisis financiera iniciada con el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos tiempo antes, era en realidad una crisis del sistema de dominación del capital, la expectativa de la izquierda radical estuvo centrada en esperar e impulsar la reacción del movimiento de masas. Pero el proceso de rebeliones contra las consecuencias de la crisis habló duro por donde menos se esperaba: estalló en Túnez lo que luego sería conocido como Primavera Árabe.
Las rebeliones juveniles y populares se convirtieron en verdaderas Revoluciones Democráticas que terminaron con dictaduras de décadas. Ben Alí y su sistema de espionaje, control y represión policial primero y Mubarak apoyado en el entramado militar económico egipcio luego, cayeron bajo una presión colosal de millones de oprimidos y explotados.
La complejidad nacional, social, cultural y religiosa del proceso y la ausencia o debilidad extrema de organizaciones revolucionarias (nacionales e internacionales) que hubieran construido un programa y una orientación democráticas y que, sobre todo, mantuviera unido al movimiento de masas detrás de tareas comunes que contemplaran y respetaran esa diversidad, en el periodo preparatorio al estallido de esos procesos, facilitó la implantación de importantes obstáculos en su desarrollo.
Esos obstáculos montados por los regímenes dictatoriales con la complicidad contrarrevolucionaria, abierta o encubierta de las fuerzas imperialistas o regionales interesadas en mantener o modificar de acuerdo a sus intereses el estatus quo, se manifestaron crudamente en primer lugar en Libia y perduran hasta hoy en Siria. Con un costo horroroso en vidas humanas y demolición de regiones enteras de esos países. Estancando el proceso regional en el escenario de confrontaciones sangrientas montadas por Assad en la guerra civil siria y complejizando todavía más la situación.
El aire fresco para el reimpulso del proceso árabe vino desde fuera. Turquía fue la primera sorpresa de 2013, le siguió Bulgaria, y simultáneamente el impactante y también sorpresivo levante del movimiento juvenil y popular en Brasil. Comenzada una nueva coyuntura en el país más importante de América Latina, conquistada por las primeras victorias de una movilización que sacudió el mito del gobierno «progresista» del PT y el régimen de viejos partidos en el que se asienta.
Al tiempo, las calles de Egipto volvieron a llenarse de un pueblo que busca respuesta a sus necesidades inmediatas, insatisfechas por un gobierno que no quiso tocar las bases del privilegio, desigualdad, opresión y explotación de la sociedad egipcia y que por el contrario las agravó. Y aunque la vitalidad del movimiento de masas que hubo despertado al calor de la Primavera Árabe quedo demostrada en la contundente respuesta al asesinato del líder del Frente Popular Tunecino, Chukri Belaid, faltaba todavía la prueba de cómo estaba esa vitalidad en la región. Y entonces fue que Egipto habló.
Pero la historia nunca se repite. Y el extraordinario movimiento que exigía la renuncia de Mursi y la resolución de sus problemas inmediatos no encontró una salida democrática. Sus direcciones mayoritarias no la propusieron y por el contrario la obstaculizaron: Mursi y la dirección de los Hermanos Musulmanes se negaron a cumplir el reclamo y apoyados en una supuesta legitimidad evidentemente problemática, no dieron solución al movimiento. Y la oposición, parte de ella formada al abrigo del régimen de Mubarak, llamó al árbitro militar con la ilusión incierta, falaz y engañosa de nuevas elecciones, que de realizarse sin la participación de una parte crucial del islamismo serán completamente antidemocráticas. Como totalitaria, por decir lo menos, es la balacera contra manifestantes islámicos que reclaman por su líder, la persecución indiscriminada de dirigentes y militantes, y el cierre arbitrario de medios de comunicación. El movimiento, por su parte, no pudo preparar aquella salida por sí solo.
El drama de este momento particular de la revolución egipcia no reside tanto en la disposición de lucha de un movimiento que ha demostrado capacidad de entrega generosa y total. Sino que al enfrentarse a un nuevo obstáculo, esta vez superior por su cinismo y perfidia, deberá agregar una cuota extraordinaria de esfuerzo y sacrificio para enfrentar la reacción o contrarrevolución que seguirán intentando los sectores desplazados del poder en febrero de 2011, una parte del cual han recuperado ahora. La tarea de construir programa, organización democrática de masas y conducción política revolucionaria adquiere una urgencia inédita. Nuestra tarea desde fuera es escuchar atentamente las voces amigas que provienen de la región y aportar, desde una perspectiva crítica e internacionalista, en el camino de darle forma a un espacio de debate y solidaridad activa donde nos encontremos, más allá de los matices y diferencias del momento, los que desde el principio y desde el país en que hacemos vida, apoyamos sin condiciones las rebeliones de los jóvenes y los pueblos protagonistas de la Primavera Árabe.
I. La energía del movimiento de masas: El motor de los procesos revolucionarios
Las nuevas revoluciones confirman en algunos casos y en otros descartan enseñanzas de la historia. Pero es evidente que un rasgo característico de los procesos revolucionarios, corroborado a lo largo del tiempo es que, el motor de los mismos es la energía insospechada que desata el movimiento de masas cuando se pone en movimiento. Esa es la marca de origen de la Primavera Árabe.
En este caso se trata de una energía contenida por décadas, macerada en el almíbar amargo de la represión dictatorial, la manipulación psicológica, la tortura física, el maltrato moral y la miseria material. Una energía acumulada como en una olla a presión que estalló y difícilmente volverá a ser contenida por nuevas manipulaciones o engaños. El ejemplo de Siria es un registro cruel de la inutilidad de las maniobras «políticas» o directamente militares, para contener la fuerza de esa energía. Dos años de guerra civil, 80.000 muertos hasta la actualidad y todo empezó por el castigo que las fuerzas de seguridad del Estado les dieron a unos niños que pintaban leyendas en las paredes de una ciudad. Los tormentos que sufrieron los niños de Deraa fueron la puerta por donde se puso en marcha la energía revolucionaria del pueblo sirio. Así como el martirio de Mohamed Bouazizi fue el inicio del fin del régimen de Ben Alí en Túnez y el principio de la Primavera Árabe.
Esto también lo saben y de sobra, las fuerzas del viejo régimen, de allí su disposición contrarrevolucionaria. Su preparación para aprovechar las oportunidades que se les presenten para aplastar los movimientos, mientras tanto: intentan engañarlos. Por eso el peligro de la contrarrevolución estará presente mientras las revoluciones no avancen en liquidar los pilares que la sostienen.
La energía revolucionaria de las masas es una garantía de lucha, entrega, sacrificio y constancia. Es la manera que tienen los pueblos que se rebelan de mostrar, si se quiere ver así, su disposición para demoler lo viejo sin importar el costo que deban pagar. Pero esta energía no empuja al movimiento en una línea ascendente y sin obstáculos hacia su objetivo. Lo hace enfrentada a las fuerzas de la reacción, de la contrarrevolución, en una lucha integral que no tiene un final asegurado. Por eso la recuperación del poder o parte de él, aunque sea de manera preventiva y aprovechando la movilización de masas, por el ejército egipcio deber ser un claro llamado de atención para el movimiento revolucionario.
II. El respeto por la diversidad del pueblo revolucionario
La región que parió la Primavera Árabe es sin duda un mosaico de diversidad social, cultural y religiosa. Si no logramos desprendernos de nuestra visión occidental para estudiar esos fenómenos, no comprenderemos a cabalidad los procesos que allí se desarrollan. Una vez más escuchar las voces de la región es imprescindible para entender.
El laicisismo liberal, con su visión occidental su ideología capitalista y su ilusión en el fetiche de la democracia formal representativa, no es menos peligroso para la lucha de los pueblos que el islamismo sectario, en la medida que ambos son manejados desde las elites. La revolución debe ser en todo caso una herramienta de liberación de los oprimidos. Una herramienta que corta a la sociedad en una línea de separación entre oprimidos y opresores (individuos, sectores sociales y políticos nacionales o países) piensen como piensen y crean en lo que crean.
El proceso revolucionario o mejor dicho su sector más claro o dirigente, incapaz de respetar esa diversidad, de comprenderla y de hacer todos los esfuerzos posibles por integrarla en los objetivos históricos de las masas oprimidas que luchan por su emancipación no merecen el nombre de revolucionarios. La historia lo ha demostrado en muchos casos y lo ha hecho a un terrible costo.
Por eso contribuir a difundir, aunque sea tácitamente, el veneno de que la lucha contra la opresión es una lucha también contra el islamismo en general es un flaco favor a la ideología reaccionaria occidental utilizada por el imperio. El deber de los revolucionarios y de la revolución es buscar y encontrar la forma, los mecanismos, para que marchen unidos los oprimidos y explotados en la construcción de su propio futuro. Por encima inclusive de los prejuicios o falsas conciencias que arrastran de su pasado de opresión y explotación.
III. Democracia de base y poder constituyente
Nuestra experiencia en la Revolución Bolivariana nos índica que la delegación en «representantes» institucionalizados, de las decisiones fundamentales de los procesos revolucionarios fortalece sólo a las burocracias viejas o nuevas, ya sean estas militares, religiosas o funcionariales y a las clases dominantes. La democracia representativa liberal burguesa es en todo caso la forma del gobierno de las antiguas revoluciones democráticas capitalistas contra el poder feudal y aunque haya que defenderla en las calles contra regímenes más totalitarios si hiciera falta, cumplió, como factor de progreso, sobradamente su papel en la historia.
Las nuevas revoluciones democráticas que contienen en sí, como ya veremos, un profundo contenido anticapitalista, necesitan para su desarrollo y avance la participación democrática activa a través de sus propias organizaciones, de las masas que las protagonizan.
Esta participación activa es el verdadero poder constituyente más allá de las constituciones que congelan en el papel un momento de los procesos revolucionarios. Ese poder constituyente movilizado, esa democracia de base articulada, es el que puede resolver las contradicciones internas de los procesos revolucionarios de manera democrática para que esas contradicciones no detengan su avance ni se vuelvan en contra de sus objetivos.
IV. Revoluciones democráticas y anticapitalistas
Las revoluciones de las Primaveras Árabes son Revoluciones Democráticas porque van contra los regímenes dictatoriales de décadas. Son también revoluciones políticas porque no sólo avanzan contra los gobiernos sino que van directamente contra los regímenes políticos de dominación. Este es uno de los puntos de contacto que tienen con los procesos rebelión contra las consecuencias de la crisis en Europa y con los levantamientos en el resto del mundo. Son revoluciones democráticas que apuntan a demoler el sistema de dominación del capital. Las masas perciben esa identidad, independientemente del país o continente que se desarrollen sus luchas.
Sin embargo son también profundamente anticapitalistas y por eso no se detienen con las caídas de las dictaduras. Cuando las masas salieron a la lucha contra Ben Alí y Mubarak o contra Gadafi y Bashar Assad, lo hicieron por libertades y derechos políticos, culturales y religiosos, pero también y sobre todo empujadas por la miseria material que los modelos capitalistas dominantes en sus países imponen. La lucha contra el paro y por trabajo, por salarios, por condiciones de vida, y por tener futuro, apuntan a un distribución distinta de la renta nacional por eso entienden la conquista de sus derechos políticos, culturales y religiosos como parte inseparable de su lucha contra los sectores del privilegio y la explotación, van en última instancia contra lógica del capital. Lo mismo que el ascenso en las luchas contra los modelos extractivistas y de depredación de la naturaleza.
Los jóvenes y los pobladores de San Pablo y Río y los de Estambul se sienten hermanos con los jóvenes de Egipto y Túnez. Lo mismo que los pueblos de Atenas, de Madrid, o de Lisboa que enfrentan a la Troika, se sienten parte de la misma rebelión mundial que sus iguales Árabes o Latinoamericanos. Unos acaban hace poco de quitarse la opresión de parte de las dictaduras que los asfixiaban y reprimían brutalmente, y siguen luchando contra otras que todavía sobreviven o los intentos contrarrevolucionarios de los factores que pretenden dar marcha atrás la rueda de la historia. Los otros, que se han sacudido hace tiempo el yugo dictatorial van contra los partidos que dicen representarlos pero que alternándose en las funciones de gobierno constituyen un régimen político de dominación que se sostiene con engaños y estafas.
El grito de Democracia Real Ya que puede escucharse en distintos idiomas y con distintas frases a lo largo del mundo no sólo exige derechos políticos, civiles o culturales, apunta sobre todo contra la lógica de opresión y explotación. Así son las revoluciones y rebeliones de esta etapa de crisis de dominación del sistema del Capital.
V. La necesidad de instrumentos políticos revolucionarios y una nueva izquierda
Hay algo más, todavía, que nos muestra la Primavera Árabe y es que esas rebeliones y revoluciones tienen enfrente, aunque debilitadas a poderosas fuerzas de la reacción y la contrarrevolución. Fuerzas organizadas, con recursos y medios para imponer o justificar sus posiciones. Y mientras el movimiento revolucionario no cuente con sus instrumentos políticos estará en una desventaja temible.
La necesidad de la construcción de instrumentos políticos capaces de debatir, elaborar, sintetizar y difundir un programa revolucionario consecuente en el seno del movimiento es imprescindible. Hace a la disputa global por el rumbo de los procesos. Para poder desenmascarar los engaños y proponer caminos de salida a las contradicciones planteadas. Los necesita también la defensa de proceso revolucionario. Y sobre todo para orientar en su profundización.
Por fin unas palabras sobre la izquierda. La vieja izquierda ha perdido completamente el rumbo y los puntos de referencia. Y no hablamos de la socialdemocracia que cumple en muchos países el papel de pata solida del capital. Hablamos de una izquierda que continúa viendo el mundo de la guerra fría. Que simplifica en su discurso la realidad al punto de verla solo en blanco y negro. Que no bucea en la diversidad del movimiento y no busca salidas unitarias para que no se pierda la energía que las masas despliegan en estos procesos. Una izquierda estaliniana que ve un conspirador potencial en quien piensa distinto y que políticamente concilia que con los supuestos males menores.
Una tarea urgente que tenemos los revolucionarios es superar a esta vieja izquierda. Construir desde el punto de vista de una nueva cultura. Necesitamos poner en pie una nueva izquierda, plural, democrática, capaz de aprender a procesar los matices y las diferencias y convivir con ellos. Y la necesitamos de manera urgente. La Primavera Árabe lleva casi tres años de desarrollo, esos jóvenes y ese pueblo que se levantaron buscando una posibilidad de futuro han realizado enormes sacrificios y los siguen realizando. Estamos atrás de las urgencias del momento y los tiempos que corren no perdonan las demoras.
Carlos Carcione, Stalin Pérez, Juan García, Zuleika Matamoros, Gonzalo Gómez, Alexander Marín. Marea Socialista, Venezuela
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