Entrecomillo el título porque no soy yo, esta vez, quien ha apuntado hacia esta razonable dirección económica, energética y civilizatoria. Al final desvelo el nombre. Las coordenadas de la situación en Japón, marzo de 2016: más de 70 mil ciudadanos siguen viviendo en barracones o viviendas provisionales por los altos niveles de radiación en la […]
Entrecomillo el título porque no soy yo, esta vez, quien ha apuntado hacia esta razonable dirección económica, energética y civilizatoria. Al final desvelo el nombre.
Las coordenadas de la situación en Japón, marzo de 2016: más de 70 mil ciudadanos siguen viviendo en barracones o viviendas provisionales por los altos niveles de radiación en la zona afectada; la fiscalía nipona imputó a tres directivos de TEPCO, la propietaria de la central nuclear de Fukushima, la primera semana del mes de marzo; se calcula que serán necesarios más de 40 años para desmantelar la central; de los costes globales sociales y económicos no se tiene idea o no se habla; el gobierno japonés mantiene cerrada un área de un radio de 20 km y no hay fecha de regreso clara para volver a habitar decenas de pueblos abandonados cercanos a la central (Namie, Iitate o Tomioka por ejemplo), etc etc.
La sorpresa, más que inesperada, de la situación: el Rainbow Warrior, el buque insignia de Greenpeace, ha navegado, tal vez lo siga haciendo, a una milla de la central de Fukushima. Cinco años después de la catástrofe, de la hecatombe nuclear. «Un helicóptero y un barco de la guardia costera escoltan a la embarcación y controlan sus movimientos». No imaginan que en la cubierta, entre miembros de la organización ecologista, una organización que el Gobierno japonés observa con ojos poco amables, se encuentra un ciudadano japonés muy singular.
Antes del 11 de marzo de 2011 era un gran defensor de la energía nuclear. Hoy no, en absoluto.
No sólo eso. Señala también la negligencia de Tepco en la gestión del accidente… y antes del accidente. Lo hace en estos términos: «Ahí rebajaron el nivel de la tierra para aprovechar el mar. En parte, eso permitió que el tsunami arrasase la central». Se está refiriendo a la construcción de la central.
Desde su punto de vista, un punto de vista que es razonable compartir, Tepco y el Gobierno no se han responsabilizado lo suficiente de las víctimas y del desastre. Para dejar de pagar las compensaciones es necesario que la gente vuelva, pero los que tienen niños están asustados y no creen lo que les dicen». Con razón.
La catástrofe pudo haber sido mucho peor. Durante dos días, él mismo llegó a pensar que tendría que evacuar Tokio. «Antes del 11 de marzo creía que Japón nunca pasaría por algo como lo de Chernóbil y ponía todos mis esfuerzos en vender las bondades de las centrales nucleares japonesas a otros países». Las cosas han cambiado: «Después de todo aquello tomé conciencia de que la mitad del país, alrededor de 50 millones de personas, podrían haber sido evacuadas de sus hogares. Es algo que solo sucede en situaciones de emergencia como las grandes guerras».
Más aún, el punto nodal, el titular: «ahora pienso que todas las centrales nucleares deberían cerrarse y haré todo lo que sea útil para eso suceda». Todas.
Recuerda, por otra parte, que Japón tenía 54 reactores nucleares en marcha que generaban el 29% de toda la energía antes del accidente. Nadie ponía en cuestión esta industria. Ni siquiera su seguridad en un archipiélago azotado habitualmente por terremotos. Cinco años después, más de la mitad de la población preferiría renunciar a la energía atómica definitivamente. Sin embargo, se han vuelto a reactivar cuatro reactores (tres de ellos tal vez tengan que detenerse por intervención de la fiscalía). El Gobierno de Shinzo Abe, desde luego, no se plantea abandonar la cuestión nuclear. La rectificación sólo está al alcance de sabios y prudentes, no de nacionalistas dominados por la hybris.
Pero él, en cambio, inclinado a pensar que es una cuestión de tiempo que algo así vuelva a ocurrir en algún lugar (insisto: ¡vuelva a ocurrir un Fukushima en algún lugar!), no comprende, no comparte la tesis del primer ministro nipón. «Japón no necesita en absoluto la energía nuclear. Hemos sobrevivido estos cinco años sin ningún apagón».
¿Se siente culpable pasado el tiempo? Su respuesta: «Por supuesto. Pero sobre todo responsable. Sin embargo, los reactores se construyeron mucho antes de que yo llegara. Así que al mismo nivel deberían serlo otras administraciones. El primer ministro Abe también gobernó el país antes que yo, así que debería también sentirse responsable».
Además, ha revelado que la información que le proporcionó la compañía eléctrica fue escasa y sesgada. «A las diez de la noche, la información que recibí es que no había agua en el reactor y por lo tanto no se había fundido. Sin embargo, ahora sabemos que a las 18.00 ya habían empezado las fugas de radiación». ¿Le engañaron? «Digamos que no sabían lo que había pasado. Faltó mucha comunicación. La gente no tenía datos».
En caso de haber tenido más datos, su reacción podría haber sido más eficaz. «Hubiera usado el sistema de refrigeración, por ejemplo, que estaba en el reactor y que no necesitaba electricidad. Pero no me informaron de ello».
Poco después de esas primeras horas, el responsable de la central le dijo que abandonaba la planta con sus hombres. Tal cual, a la buena de Dios y del mercado. Habían perdido el control de la situación y solo quedaba ya salvar sus propias vidas. «Hubo una comunicación del director general de Tepco al ministro al cargo donde pedían marcharse. Querían rendirse. Entiendo que pretendiesen proteger a sus trabajadores. Pero desde mi perspectiva, no podía permitirlo. El desastre hubiera sido mucho más grande. Así que le llamé y le dije que se quedaban».
¿De quién hablo, quién habla, quién es este radical que nos cuenta lo que acaban de leer y aboga por el cierre de todas las centrales nucleares? ¿Un Eduard Rodríguez Farré a la japonesa? ¿Una organización ecologista revolucionaria? ¿Los comunistas japoneses?
No, no van bien: una voz más que moderada. La del Naoto Kan, primer ministro de Japón en 2011.
¿Tomamos nota? ¿Tomarán nota también los gobiernos amigos, algunos gobiernos amigos de América Latina, que parecen acercarse en estos momentos a ese mar de aguas turbulentas, tóxicas y contrarias a la salud humana y al medio ambiente?
Notas
1) Tomo pie en Daniel Verdú, «Deberían cerrarse todas las centrales». El País, 11 de marzo de 2016, p 10. http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/10/actualidad/1457622940_844245.html
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