La represión franquista dejó la friolera de 14.000 fusilados en Extremadura, cuyas identidades y lugar de enterramiento aún están tratando de averiguar, y más de 40.000 presos. Varios trabajos de investigación han rescatado esta parte de la historia, acallada durante tantos años. El documental La columna de los ocho mil pone voz a uno de […]
La represión franquista dejó la friolera de 14.000 fusilados en Extremadura, cuyas identidades y lugar de enterramiento aún están tratando de averiguar, y más de 40.000 presos. Varios trabajos de investigación han rescatado esta parte de la historia, acallada durante tantos años. El documental La columna de los ocho mil pone voz a uno de los hechos más trágicos vividos tras la insurrección golpista que tiñó de sangre Llerena y los pueblos cercanos.
El 2 de agosto salieron de Sevilla las primeras columnas de los militares golpistas hacia Madrid. La ruta elegida fue la Vía de la Plata, que atraviesa Extremadura. A su paso, dejaron un gran rastro de sangre. Su consiga era hacer desaparecer a todos aquellos que tuvieran relación con la República. El número de fusilados en Extremadura por las tropas franquistas alcanzó la cifra de 14.000, mientras que los muertos por el bando republicano fueron 1.600.
«La diferencia cuantitativa tan significativa lo es aún más porque todavía hoy estamos tratando de averiguar la identidad y paradero de una tercera parte de los muertos por la represión franquista. Eso, en pleno siglo XXI. Además, Badajoz tiene el amargo honor y la desdicha de ser la provincia donde se llevó a cabo el mayor número de fusilamientos, concretamente, 12.000», subraya a GARA el profesor universitario y académico Julián Cháves. «Sin duda, los fusilamientos fueron la práctica más violenta y la que mayor eco tuvo entre la población. Pero, no lo fue menos la cantidad de prisioneros; entre las provincias de Cáceres y Badajoz, superó la cifra de 40.000», remarca.
Campo de concentración y exterminio
De hecho, la antigua Plaza de Toros de Badajoz, derribada en 2002, se convirtió en un inmenso campo de concentración y de exterminio. Cuentan que «la sangre» de los presos corría por las calles de la ciudad.
Manuel García Moreno sobrevivió a esa gran matanza. «… Estaba defendiendo la Puerta del Pilar el 14 de agosto y la abandonamos cuando ya estaban encima de nosotros y muchos de nuestros compañeros muertos. Salimos por Villanueva del Fresno y les destrozamos la columna de Castejón. Cuando lo tomaron, mataron a todos los que cogieron. Los que escaparon nos contaban que a los que llevaban a la Plaza de Toros, les colocaban banderillas como a las reses. En el cementerio mataron a dos tíos mios, después de obligarles a cavar su propia tumba, junto con 10 hombres y 18 mujeres». James Cleugh, simpatizante fascista, afirmó que «sólo en la Plaza de Toros hubo más de 3.000 ejecuciones».
El propio teniente coronel Juna Yagüe, muerto en 1952, reconoció esta matanza en una entrevista a New York Herald Tribune. «Naturalmente que hemos matado en Badajoz. ¿Qué suponía usted, que iba a llevar a esos 6.000 prisioneros rojos en mis columnas teniendo que avanzar contra reloj sobre Toledo o que los iba a dejar en la retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez?».
A propósito de lo vivido en Badajoz, el periodista Mario Neves escribió lo siguiente en el Diario de Lisboa: «Acabo de ser testigo de auténticas escenas de desolación y horror, de las que no me olvidaré mientras viva. Cerca de los establos pueden verse muchos cuerpos yaciendo, como resultado de la implacable justicia militar (…) los legionarios extranjeros y la tropa mora, encargados de las ejecuciones quieren los cuerpos en las calles para que sirva de ejemplo».
Estos testimonios forman parte de un artículo de investigación de Alfredo Disfeito, Andreu García y Federico Pérez-Galdós.
El manto de silencio que ha cubierto estos trágicos acontecimientos se multiplica por mil en cuanto a la suerte que corrió «la columna de los ocho mil», que partió el 15 de setiembre de 1936 de la estación de tren de Frenegal de la Sierra. La mayoría de sus integrantes eran civiles que huían de sus pueblos por miedo o por su militancia política.
El objetivo era llegar al enclave republicano de Azuaga, aventurándose a cruzar la Vía de la Plata cerca de Fuente de Cantos. La idea era utilizar vías secundarias, en total, cien kilómetros. El principal problema era el agua. Los arroyos y charcas se quedaron secas en aquel caluroso verano. Pese a todo, avanzaban a marchas forzadas. Los sublevados, que sabían perfectamente cuáles eran sus movimientos, decidieron atacarlos.
Emboscada, huida y muerte
El lugar elegido para la emboscada fue el Cerro de la Alcornocosa, junto a la Cañada Real del Pencón. En la parte alta del cerro colocaron varias ametralladoras. En cuanto la columna estuvo a tiro, comenzaron a disparar de manera indiscriminada. En medio del caos y el horror, unos lograron pasar, otros, dieron marcha atrás y, la mayoría salió corriendo hacia las sierras vecinas.
Quienes sobrevivieron intentaron cruzar la vía del tren situada a tan sólo dos o tres kilómetros del lugar de la emboscada y pasar así a la zona republicana. Pero, en la vía había apostado un tren con dos vagones llenos de soldados que no dudaron en disparar contra todo aquel que intentaba cruzar las vías. Quienes habían retrocedido, estuvieron vagando sin saber a dónde ir.
El número exacto de las personas que perdieron la vida sigue siendo una incógnita. Una encina situada junto a la Senda recuerda lo sucedido en aquel fatídico mes. En su tronco quedaron grabadas dos cruces. Los lugareños relatan cómo en una refriega en el cortijo de las Malpicas fallecieron seis o siete personas, que fueron enterradas apresuradamente. El porquero que vivía en el cortijo huyó. Los cerdos, hambrientos y sedientos, rompieron la cerca y se alimentaron de los cuerpos a medio enterrar.
Localidades como Llerena se llenaron de presos. Durante cerca de un mes, un camión partía todas las madrugadas hacia el cementerio y el repique de la ametralladora se escuchaba en todo pueblo. Algunos fueron trasladados a sus lugares de origen para matarlos. Un ejemplo son los 23 miembros de la malograda columna que fueron llevados a Zafra y fusilados en días sucesivos. Muchos presos andaluces y los de mayor relevancia fueron conducidos al barco Cabo Carboeiro, anclado en el puerto de Sevilla.
Recuperación de las fosas comunes
Las tropas golpistas sembraron Extremadura y, en particular, la provincia de Badajoz de fosas comunes, muchas de ellas todavía sin localizar. El investigador Cayetano Ibarra trabaja en su recuperación en el marco del Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura.
«Nos hemos encontrado con muchos obstáculos derivados de la propia historia, porque no sólo se procuró el olvido sino también la ocultación. En la época franquista había un gran número de cementerios con fosas comunes y las autoridades, que sabían perfectamente dónde estaban, no tuvieron reparo en hacer nichos encima. Cuando se vislumbraba la democracia, muchos de los dueños de los terrenos donde había fosas las quitaron para evitarse problemas», remarca.
En Llerena, por ejemplo, descubrieron una fosa con 40 personas. «Ahora estamos trabajando en una de 1946 en Pozuelo de Sarzón, en Cáceres. Hay enterrados cinco guerrilleros y el enlace, abatidos con bombas por la Guardia Civil», explica.
«Hace poco -añade- sacamos a cuatro fusilados de Salvatierra de los Barros. Es un caso curioso porque el hijo de uno de ellos estuvo buscando a su padre y cuando un pastor le indicó dónde estaba, adquirió esa parte del terreno para evitar que se perdieron los restos de su familiar. En este lugar hizo un pequeño cementerio, con cruz y todo. Al estar al lado de un río, los cuerpos estaban en muy deteriorados». «… Un drama, una tragedia que, con sus luces y sombras, tratamos de recuperar», destaca Cháves.