El actual debate contra el «centrismo» es muy reciente (viene siendo empleado hace menos de dos años), pero la imaginación de la que procede es más antigua. En Cuba desde los 1960 hasta hoy hemos vivido «debates» contra «quintacolumnistas», «reformistas», «segmentos blandos», «diversionistas», etc. No es solo una tradición cubana. La experiencia estalinista convirtió la […]
El actual debate contra el «centrismo» es muy reciente (viene siendo empleado hace menos de dos años), pero la imaginación de la que procede es más antigua.
En Cuba desde los 1960 hasta hoy hemos vivido «debates» contra «quintacolumnistas», «reformistas», «segmentos blandos», «diversionistas», etc. No es solo una tradición cubana. La experiencia estalinista convirtió la etiqueta «enemigos del pueblo», con sus epítetos correspondientes, en el eje de una política represiva que se apropió del nombre del socialismo. Tampoco es una tradición solo «comunista». Políticas capitalistas represivas han criminalizado diferencias (y criminalizan hoy de muchos modos) a través de procesos como el macartismo.
El «debate» impulsado contra los «centristas» pretende reducir a solo dos puntos todas las posibilidades del espectro político cubano. Se sabe mucho sobre los proyectos que han defendido esa doctrina («conmigo o contra mí») y sobre sus consecuencias. Sabemos, de inicio, que no conviene al Estado y a la sociedad cubanas para resolver nuestras necesidades de construcción política y mejoramiento social.
La pluralidad y el aislacionismo político
Las revoluciones no son solo un cambio radical en la estructura social y las representaciones culturales de un pueblo, son también una «masa de acciones colectivas». No hay forma de concebir de modo uniforme «esa masa», que no sea recortando su interpretación y alcance en el discurso que la delimita y emplea.
Martí dio cabida a un amplio registro de sectores interesados en la independencia nacional y social de Cuba. Mella disputó un campo de beligerancia contra Machado con sectores de la oposición burguesa y de distintos ámbitos revolucionarios. La política de Guiteras fue defendida, entre otros, por sectores trotskistas. El partido comunista cubano pactó con Batista en 1938, pero son menos publicitados los márgenes de independencia que sostuvo. Chibás creó el partido de masas, policlasista, más grande de la historia nacional hasta entonces. Fidel Castro elaboró, con el MR-26-7, una de las creaciones políticas más originales de la historia nacional, capaz de articular a una gran cantidad de personas y sectores sociales.
En la América Latina del siglo XX no fue «centrista» el APRA peruano que preconizó explícitamente una «tercera vía» como salida frente al capitalismo y frente al socialismo de la URSS, cuya deformación ya era evidente entonces. No fue «centrista» ninguno de los ahora llamados populismos «clásicos»: «ni yanquis, ni marxistas; peronistas.» O, como decía el cardenismo mexicano: «ni liberalismo individualista ni Estado patrón». En diálogo con esa cultura política Fidel Castro formuló la idea de conquistar la «libertad con pan, y el pan sin terror.»
No era «centrista» Rosa Luxemburgo en sus debates críticos con Lenin. No lo era Gramsci en su argumentación democrática sobre la constitución de lo nacional-popular y en sus críticas al estalinismo. No lo era Che Guevara con su denuncia al capitalismo y al socialismo soviético. No era «centrista» Hugo Chávez con su «socialismo del siglo XXI.» No es «centrista» el debate en Europa sobre la «centralidad del tablero», que ha impulsado, por la izquierda, Podemos, en España, frente a la oligarquización de la política a manos de la derecha, nueva o vieja, y de la izquierda socialdemócrata que devino hace décadas un ala entusiasta del capitalismo neoliberal.
El problema del «centrismo»
Como ha sido empleado en este debate, el concepto de «centrismo» es muy difícil de encontrar en el debate político en cualquier parte del mundo. La razón es simple: es difícil aceptar que en Cuba, o en cualquier otra parte del planeta, un espectro político pueda reducirse, si se mira a una sociedad real, a una oposición entre dos únicos polos, entre una sola y unívoca derecha y una única y unánime izquierda, como no es el mismo socialismo el que defienden los socialistas, que son una gran familia de tradiciones cercanas entre sí de amigos y «enemigos» fraternos, como los anarquistas, los anarcosindicalistas, los autonomistas, los consejistas, los autogestionarios, los socialistas democráticos, los socialdemócratas, los comunistas, etc. (Tampoco es idéntico el capitalismo que defienden los capitalistas, como son los casos del anarcocapitalismo o de los defensores del capitalismo regulado, pero ese es otro debate en el que no me detendré ahora.)
En Cuba no existe ninguna instancia que otorgue en derecho de propiedad exclusiva y excluyente -que es, por demás, el derecho de propiedad privada típicamente capitalista-, el monopolio de lo «revolucionario». El motivo para no aceptar determinadas diversidades es que estén «financiadas por el enemigo». Para proteger a la nación del programa real de la injerencia y la subversión extranjera existen leyes e instituciones. Quien trabaje probadamente en contra de la soberanía, en contra de los intereses nacionales/populares, acepte para ello recursos de una potencia extranjera y su actividad política sea dependiente de ese acceso, no puede reivindicar legitimidad para participar políticamente de una comunidad que tiene en la autodeterminación el principio primero de su existencia cívica.
Sin embargo, no puede emplearse ese recurso a diestra y siniestra para «culpar por asociación» a cuanto actor estimen los críticos «anticentristas». (En Segunda Cita, han aparecido comentarios estrictamente falsos sobre el financiamiento de la USAID y los recursos «ilimitados» de específicos proyectos dizque «centristas».) No existen en exclusiva derechos de la revolución y del Estado a defenderse, en ausencia de una relación de derechos y deberes con la ciudadanía y el pueblo al que se deben.
El tema del financiamiento «enemigo» se ha dirigido solo contra los medios no estatales. Es importante que varios de esos espacios hayan hecho públicas sus cuentas, que otros hayan anunciado que lo harán, y es imprescindible que lo hagan todos los que tienen presencia en el espacio público. La política, para aspirar a ser un bien común, requiere mucha transparencia. Por lo mismo, la exigencia tiene que incluir al uso de recursos públicos para poder impugnar, desde la sociedad que somos, su «privatización», esto es, su uso exclusivista por parte de sectores con poder para hacerlo.
El debate contra el «centrismo» y los problemas nacionales
Muchas personas se han quejado en este debate de que es un intercambio entre «intelectuales» con ninguna resonancia para la sociedad cubana. Efectivamente, el término «centrismo» no tiene presencia en el tan florido e innovador español de Cuba y no formaría parte de lista alguna que enumere los principales problemas para la vida cotidiana de millones de cubanos. Pero tampoco tiene presencia en las ciencias sociales del país (en el trabajo académico en su sentido estricto) ni ha tenido presencia en el discurso del liderazgo político cubano desde 1959 hasta hoy.
En sus afanes, algunos críticos del «centrismo» han acopiado a libre voluntad teorías situadas en otros contextos como si fueran doctrinas defendidas por sus cuestionados. Por ejemplo, la teoría de la «convergencia», que han sintetizado como la elección de los «mejores y peores» rasgos del capitalismo y del socialismo. Sin embargo, en la versión de Raymond Aron la convergencia entre ambos sistemas se produciría en una sociedad industrial semejantes en sus características. Por la izquierda, el grupo de Monthly Review caracterizó en aquel contexto a la URSS como una alternativa acelerada al desarrollo por vía no capitalista, pero que no era socialista. Ese debate era una interpretación sobre sociedades reales, no una conversación sobre «ideas». Con un escenario por completo distinto al de los 1960 (para no hablar del estado de la industrialización cubana), con un capitalismo brutalmente concentrado y violentamente depredador, y único como poder sistémico mundial, pregonar una teoría de la «convergencia» es un delirio, y pobre será quien lo haga, pero acusar de pregonarla a quien no lo hace es un desvarío por partida doble.
Ilustrar una idea propia, seleccionando a libre voluntad contenidos teóricos e históricos que calcen dicha idea, y atribuir a otros lo que sea más conveniente para «desacreditarlo», no parece ser análisis político ni intelectual. La intención de calificar de «centristas» a un amplio conjunto de otros no parece ser discutir la posibilidad o la inviabilidad de ciertos contenidos políticos, ni ponderar analíticamente su deseabilidad, o no, mirando a problemas reales de la sociedad real cubana -lo que colocaría el debate en un nivel intelectual superior- sino penalizar a un muy amplio campo de actores que participan del debate nacional.
El «debate» que termina autorizando desde un teclado, o peor, desde una oficina, quién es más «revolucionario», y proyectando consecuencias para la vida cotidiana de las personas a partir de tal autorización, es algo más cercano a las discusiones sobre la fe y las herejías, que a los debates políticos del que hacen parte personas reales que construyen sentidos políticos mientras disputan a diario lo mejor para sus vidas, defienden sus ideas y sus prácticas, y tienen necesidades que solo se pueden resolver, o resolver mejor, con construcciones colectivas.
Cuando necesitamos con enorme urgencia análisis y propuestas colectivas de soluciones sobre pobreza, racismo, envejecimiento, violencia de género, bienestar social, transporte público, acceso a internet, producción de alimentos, empleo digno, salario decente, maltrato animal, seguridad social, continuidad generacional, calidad de los servicios, relaciones de mayor beneficio para la nación con su diáspora, desarrollo económico (después de un PIB en 2016 en negativo por primera vez en 20 años), ampliación y garantías de derechos, y sobre la necesidad de habilitar resistencias a la generación de relaciones capitalistas de explotación (que no han sido introducidas por los calificados de «centristas»), y otras cuestiones de interés capital para la vida del país, un reducido número de cubanos prefieren concentrar su fervor en el «centrismo» y no sobre este conjunto de problemas.
De hecho, solo ha llegado a los medios públicos la posición «anticentrista», como tampoco llegó a los medios masivos la diversidad del debate de 2006 (la «guerrita de los correos»). Se dice con facilidad que a nuestra sociedad no le interesan estos debates, lo que es injusto por cuanto, primero, no tiene acceso a ellos. Otra cosa, bien distinta, sería que con la información disponible decidiera no hacerle caso alguno, como sucede hoy con tanta gente desconectada de la política nacional, sobre los que no muestra preocupación la crítica contra el «centrismo».
Cuesta trabajo concebir cómo gana nuestra sociedad con este debate. Además de no concentrarse en los problemas más perentorios del país, el intercambio ha involucrado a personas con un ejercicio público valioso -que es inconcebible que puedan imaginarse como de «bandos contrarios»-. La virulencia y acritud que ha llegado a tener pueden acumular enconos duraderos, «divisionismos» estériles, exclusiones y marginaciones, en momentos en que necesitamos todo lo contrario: construir consensos, articulaciones y empeños colectivos que trabajen a favor del país y su gente. Personas como Silvio Rodríguez y Aurelio Alonso, y antes como Alfredo Guevara y Fernando Martínez Heredia, son capaces de servir de «puente» entre sectores diversos, pero son cada día menos entre nosotros por diferentes razones. Una nación necesita de «puentes» (en otras palabras, de diálogos horizontales) para conservar y desarrollar bienes públicos de importancia capital: el tejido social, la ética del comportamiento cívico, los diálogos sociales, los intercambios políticos. A nada de esto contribuye el actual debate contra el «centrismo».
No solo ante 2018 sino ante todo lo que vendrá en el largo futuro que nos espera tenemos que construir un país en el que quepa, aquí sí cabe decir alegremente, cada vez más gente. Las palabras de Martí siguen contribuyendo a ello: «Con letras de luz se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de todas las energías, ni de parte de otros aquel robo al hombre que consiste en pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se prescinde del derecho de los demás a las garantías y los métodos de ella.»
Fuente: http://segundacita.blogspot.com/2017/07/del-miedo-canijo-o-de-los-usos-del.html
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.