La crisis ambiental global, que ya casi nadie se atreve a negar, tiene importantes puntos de relación con la crisis de la democracia. Por eso, resulta interesante reflexionar sobre las diferentes propuestas que surgen en este mundo globalizado sobre ambos conceptos: sobre la capacidad de autogobierno de los pueblos y sobre el cuidado de nuestro […]
La crisis ambiental global, que ya casi nadie se atreve a negar, tiene importantes puntos de relación con la crisis de la democracia. Por eso, resulta interesante reflexionar sobre las diferentes propuestas que surgen en este mundo globalizado sobre ambos conceptos: sobre la capacidad de autogobierno de los pueblos y sobre el cuidado de nuestro entorno natural.
Resulta útil y perentorio saber de dónde nacen las propuestas en lo político, en lo económico, en lo social y en lo ambiental, quién habla de qué y para qué. No siempre los defensores de la democracia son respetuosos con los ecosistemas, ni, en muchas ocasiones, los intereses ambientales de ciertos grupos sociales buscan su apoyo en tesis democráticas.
Las relaciones entre democracia y medio ambiente no son pacíficas y, así como la Nueva Izquierda, nacida al calor de las revueltas de 1968, ha tendido a unir las luchas por la democratización y la resolución de los conflictos ambientales, no debemos olvidar que han existido y existen pensadores y activistas medioambientales que, desde posiciones fundamentalistas o bio-céntricas, han despreciado la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos. El eco-fascismo ha sido y es posible (2).
Por otro lado, los conflictos ambientales son cada vez más y mejor conocidos. Son problemas locales, nacionales e internacionales, ya que los ecosistemas no entienden de fronteras políticas. Las malas relaciones entre economía y ecología, nos enfrentan diariamente a desaguisados ambientales por tierra, mar y aire. Son muchos los que piensan que en las democracias liberales realmente existentes tenemos mejores herramientas para vivir de forma sostenible, y más conciencia cívica para preservar los ecosistemas. Sin embargo, indicadores medioambientales como la huella ecológica demuestran que las sociedades occidentales desarrolladas son mucho más depredadoras de los bienes comunes del planeta que los países empobrecidos, aunque los regímenes políticos de estos segundos sean, en general, más autoritarios. La pregunta es: ¿cabría establecer algún tipo de relación entre la democracia como sistema político-social de toma de decisiones y la mejora del medio ambiente como resultado sustantivo real?
La democracia ecológica no debiera ser vista como un calificativo más para la democracia. Sería interesante volver a los fundamentos, buscar en las esencias y recordar que la democracia, además de ser una manera de organizar políticamente la sociedad, es una forma de ser y de vivir que prima la tolerancia y la defensa de las libertades, que defiende la igualdad sin menoscabo de la diversidad y el respeto a las minorías, que se basa en la horizontalidad y la resolución pacífica de los conflictos socio-políticos.
La democracia supone el cuestionamiento permanente de la autoridad, pues, en principio, nadie tiene derecho a dictar normas y tratar de gobernar a los demás. La legitimidad ha de ganarse en justa lid con los antagonistas políticos. Si estos no existen o no tienen el derecho de serlo, la democracia es una filfa (3).
¿Es la democracia una condición para la sostenibilidad?
La democracia en su versión participativa y deliberativa puede favorecer los procesos de cambio hacia la sociedad sostenible. No faltan quienes afirman que para poder encaminarse a la sostenibilidad hacen falta procesos participativos y públicos como requisito. De estos procesos debieran nacer las decisiones colectivas que respondan a las necesidades de cambio.
Autores como J. Dryzek plantean que si la sostenibilidad se convierte en un interés común y generalizado -el interés en la continuidad integral de los ecosistemas de los que depende la vida humana-a través de una democracia deliberativa se podrán provocar cambios que la favorezcan (4). En este marco, distinguir entre la democracia como proceso y la sostenibilidad como producto, no sirve de mucho.
Aunque hay quienes pintan a la sostenibilidad como un estadio o situación ideal, al igual que la democracia debe entenderse como un proceso. Como en otras facetas de la vida social, determinadas decisiones políticas pueden ser equivocadas o demostrarse inadecuadas con el tiempo, pero la democracia es una garantía para poder cambiar de rumbo. Así, el nexo de unión entre sostenibilidad y democracia se advierte al constatar que los problemas ambientales son políticos.
Las cuestiones ambientales son complejas y, en ocasiones, a la falta de conocimiento científico sobre una determinada cuestión, se suma la dilación en el tiempo de los efectos de determinadas acciones u omisiones que son difíciles de conocer y valorar.
El tiempo ecológico y el tiempo político son dispares. Lo que aporta de novedoso el híbrido de la democracia ambiental es la búsqueda del control político democrático de los desastres ambientales. Se trata de buscar soluciones desde los valores humanos, sin olvidar los deseos, las necesidades y los posibles intereses (¿derechos?) de los no humanos, entendiendo como tales a los no-nacidos y al resto de seres vivos que, aunque no humanos, tenemos el deber de defender (5).
El refuerzo de las relaciones entre democracia y medio ambiente trae consigo el concepto de pertenencia y el derecho a ser consultado en las decisiones relevantes que afectan a los ciudadanos de una comunidad democrática. Esto no sólo supone que lo colectivo prima ante lo individual, sino que el derecho a ser consultado y poder decidir, emerge por encima de criterios como la riqueza o el conocimiento.
Eso nos lleva a pensar en una nueva política basada en lo que J. Dryzek llama «democratización ecológica», es decir, una reforma de los mecanismos democráticos existentes para poder enfrentarnos con éxito a la crisis ambiental.
En este sentido, la democracia deliberativa debe cumplir una serie de condiciones que posibiliten su regeneración: la igualdad de los ciudadanos a la hora de participar libremente en el debate y en la discusión, la publicidad y transparencia del proceso deliberativo y la racionalidad de los argumentos a evaluar, tanto los aportados por las instituciones políticas, como los que defienda la sociedad civil.
Proceso y contenidos, por tanto, son igualmente importantes para la democracia ambiental.
¿Cómo es la senda hacia la democracia ecológica?
Democracia y ecología son dos valores en alza. Nadie se atreve a ponerlos en cuestión y sin embargo la crisis ecológica y la crisis de legitimación democrática son galopantes. Como dice A. Dobson (6), la democracia no debe estar ligada al pensamiento ecologista de forma instrumental, ya que tanto demócratas como autoritarios necesitan una sociedad viable ecológicamente para poder operar. La democracia se justifica discursivamente porque es la forma más abierta de toma de decisiones y, por lo tanto, la más proclive a adoptar las políticas correctas, en relación tanto a la sociedad como a la naturaleza, porque permite formas abiertas de expresión y de representación en situaciones claramente conflictivas.
Además, como bien sabemos, entre los propios ecologistas no hay un solo punto de vista ecológico ni un solo camino para recomponer la crisis ambiental. Desde las propuestas más estatalistas, hasta las más liberales y mercantilistas, pasando por las eco-tecnocráticas y las ecosocialistas, el camino de la democratización ecológica es un crisol donde convergen y pugnan diferentes intereses y maneras de afrontar la vida.
Ni la democracia es previa a la defensa del medio ambiente, ni la naturaleza es portadora de sentido y valores anteriores a la democracia y a la comunidad política. Si la democracia es una respuesta a la falibilidad humana y la sostenibilidad es el camino para reconducir la crisis ambiental, su interacción es algo más que la mezcla oportunista de desarrollo sostenible y democracia participativa.
Por ello, la democracia ambiental aspira a ser algo más que una nueva adjetivación estética y un nuevo término políticamente correcto para diletantes. La democratización ecológica quiere ser una propuesta política que refuerza dos aspectos básicos para la construcción de un nuevo orden social.
Notas y referencias
1. Este artículo es una recensión de otro mayor que se puede encontrar en el libro: BARCENA, I. & ECINA, J. (2006) Democracia Ecológica: Formas y experiencias de participación en la crisis ambiental. Atrapasueños, Sevilla.
2. BIEHL, J & STAUDENMAIER,P. (1995) Ecofascism. Lessons from the German experience. AK press, Edimburgo.
3. MOUFFE, Ch. (2000) La paradoja democrática. Gedisa, Barcelona.
4. DRYZEK, J.S. (1996) «Strategies for Ecological Democratization» en LAFERTY, W.M. & MEADOWCROFT, J. Democracy and the Environment. Problems and prospects. Edward Elgar. Cheltelham, Gran Bretaña. Pág. 108-123.
5. RIECHMANN, J. (2006) «¿Cómo cambiar hacia sociedades sostenibles? Reflexiones sobre biomímesis y autolimitación». En libro citado en (1).
6. DOBSON, A. (1997) Pensamiento político verde. Paidós, Barcelona.
Iñaki Barcena pertenece a Ekologistak Martxan
Fuente: http://www.ecologistasenaccion.org/article17401.html