Recomiendo:
0

Derecho frente a legislación

Fuentes: Rebelión

Nunca existe ni equivalencia, ni tan siquiera una proporción positiva entre derechos y leyes. Como tampoco hay proporción entre el poder absoluto, el de unos pocos, y el pueblo humillado, la mayoría. Cuando el ciego poder político de la sociedad desprecia, agrede y machaca a los ciudadanos más débiles y desposeídos, destruyendo sus vidas, trabajos, […]

Nunca existe ni equivalencia, ni tan siquiera una proporción positiva entre derechos y leyes.

Como tampoco hay proporción entre el poder absoluto, el de unos pocos, y el pueblo humillado, la mayoría.

Cuando el ciego poder político de la sociedad desprecia, agrede y machaca a los ciudadanos más débiles y desposeídos, destruyendo sus vidas, trabajos, servicios y viviendas, siempre nacen en el pueblo grupos de personas, conscientes, cordiales, solidarias, y decididas, a destruir el despiadado poder político.

Estos grupos, verdaderamente humanos y solidarios, no solo tienen derecho a luchar contra el poder opresor, sino que socialmente consideramos que es su obligación.

Lo dijo claramente Romain Rolland en su obra Catorce de julio: «Cuando el orden es injusticia, el desorden es ya el comienzo de la justicia».

Incluso Eva Perón escribió: «La violencia en manos del pueblo no es violencia, sino justicia frente al poder autoritario y absoluto».

El poder en la sociedad está establecido de manera piramidal. El gran déspota se hace con unos pocos subordinados, que a su vez se hacen con otros fieles y obedientes servidores, que se van multiplicando en la escala de poder descendente hasta los extremos de más de un 10 por ciento de la sociedad. Estos, desde sus puestos, legislativos, ejecutivos-policiales, y jurídicos, como jueces, magistrados, fiscales, y hasta secretarios de juzgados, intentan por todos los medios establecer y mantener el orden que implanta su inmediato grado superior, para asegurarse su situación política de privilegio.

Ellos, ese 10% manda, decreta, coordina y señorea.

El 90% restante, la maquinaria que construye el país, obedece desde su miseria.

De la misma manera que Kofi Annan, escribió «Ninguna causa que sea justa, puede ser servida desde el terror», diez años más joven que él, el francés Noël Mamère, manifestaba que «no hay ninguna tradición -o ley- infranqueable, que pueda justificar el terror, la mutilación, la tortura y la esclavitud de cualquier persona».

Al poder legislativo, aquellos que dictan leyes, reglamentos o normativas, es decir, diputados, senadores, alcaldes o concejales, les siguen aquellos que nos vigilan y nos obligan a cumplir todo lo legislado. Nos fuerzan a declarar, porque es el poder ejecutivo que nos lleva a los juzgados. Son la bisagra entre leguleyos y jueces. Luego llega el poder judicial, los jueces, fiscales, los dioses poseedores de la verdad, que nos condenan, y nos ponen, otra vez, en manos de los ejecutores de las sanciones, policías y carceleros.

Desde que Montesquieu, en su obra El espíritu de las leyes, hablara de la necesidad de la separación de poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, las reflexiones políticas, incluso de los pretendidamente más demócratas, presumen de ceñirse a esta exigencia. Piensan infantilmente que jueces, policías, políticos y carceleros, pueden ser independientes, e incluso oponerse y humanizar las leyes emanadas de los gobiernos, esto es, de ellos mismos. Porque son ellos, el conjunto, quienes forman el gobierno, el poder.

Sí. En las supuestas democracias, existen los tres poderes. Al igual que en el Dios de los cristianos, que precisa de un legislador, un ejecutor y un juez supremo que castigue los pecados. En los gobiernos se trata de condenar también el incumplimiento de sus leyes.

Tres poderes con un solo y único objetivo, el de engrandecerse económica y socialmente, perpetuándose en el poder.

Pero… ¿quién impondrá leyes justas y humanas frente a aquellos que masacran al pueblo?

La respuesta es sencilla: el pueblo mismo.

Querría solamente comprender, -escribe Etienne de la Boetie- cómo puede ser, que tantos hombres, pueblos, ciudades y naciones, soporten a veces a un único tirano (entiendo de igual manera, rey o partido político), que no tiene más poder que el que ellos mismos le dan; que solo puede perjudicarles porque ellos lo aguantan; que no podría hacerlos ningún mal, si prefiriesen no sufrirle y contradecirle.

Millones de hombres, en las llamadas democracias, se hallan esclavizados con la cabeza bajo el yugo, no porque estén sometidos por una fuerza mayor, sino porque han sido fascinados, embrujados, podríamos decir, por el nombre o las siglas de uno solo, personaje o partido, al que no debían temer. Sin embargo esta es nuestra debilidad, forzados a la obediencia, obligados a contemporizar, renegando de nuestra probabilidad de ser los más fuertes.

Han sido estos párrafos los que me han conducido a analizar los últimos resultados electorales de las diputaciones -Juntas Generales- en Euskal Herria. Y ¡Oh sorpresa!

1º.- El porcentaje de quienes se abstienen o votan en blanco o con voto nulo, superan el 30% en los cuatro herrialdes. En Bizkaia son el 38%; en Gipuzkoa el 36%; en Gasteiz algo más del 36%; y en Navarra el 32,59%

Que más de un tercio de la población, de quienes pomposamente se jactan de pertenecer al área y población más politizada del reino español, se aparten de definirse y no apoyen a ninguno de los partidos políticos en competición, es signo evidente de que piensan que, nada van a ganar concediéndoles un voto a su favor.

Los políticos suelen decir que no se explican bien. Y es cierto, porque no saben hablar. Pero más cierto aún es que, únicamente saben actuar en beneficio propio y no a favor de la ciudadanía, a quienes consideran súbditos más que ciudadanos.

2.- Si contabilizamos el porcentaje de papeletas, obtenido por los partidos más votados en estas elecciones, no en función del total de votos, sino en función de la población censada, que entiendo es la que debe interesarnos,… el porcentaje mayor lo lleva el PNV de Bizkaia con un 23,2% de votos. Esto quiere decir que el partido en el poder únicamente representa a ese minúsculo porcentaje del pueblo. ¡Gloria! …En Gipuzkoa consiguen la representación de un 20,29% del censo; y un 13,95% en Gasteiz Vitoria. El porcentaje de Geroa Bai, sobre el censo navarro es de un 10,6%.

Pero ellos, los partidos políticos, parece que no tienen en cuenta a los abstencionistas, los blancos o los nulos.

-Si no quieren participar en el juego democrático, es su problema. Las leyes son las leyes.

Es lo que piensan.

Con un 23% de representación de la población, es decir, sin llegar a la cuarta parte, -en el mejor de los casos- el PNV en Bizkaia toma el poder, y a espaldas incluso de sus propios votantes se une luego con los más allegados, ideológicamente, o a los trapicheos del poder, y fanfarronean gritándose ganadores dentro de un sistema opresor, al que incluso los partidos de más a la izquierda en el pensamiento democrático se han sumado. Qué pena.

¿Qué sucedería, me pregunto, si en lugar de jugar al entretenimiento y deporte de las urnas-papeletas-poder, nos decidiéramos los ciudadanos a incrementar la abstención, obligando a los partidos, por lo menos, a unas segundas o terceras vueltas electorales si fuera necesario?

¿Qué sucedería si se impusiera una ley de urnas, según la cual, cualquier partido, para poder formar parte de cualquier gobierno, debiera superar por lo menos, el porcentaje de votos de los abstencionistas?

El abstencionismo no es un desinterés por la política, sino un posicionamiento ante el el juego de quienes se enriquecen dominando.

Gipuzkoa, con un 36% de abstención, más de un tercio; es dominada por un partido elegido únicamente por el 20% de la población. ¡Misterios de la democracia del siglo 21! En E.H. como en el resto del reino.

Mientras no seamos capaces de dominar esta desgracia, esta costumbre, este vicio de aceptar y someternos a la falsa interpretación de los resultados de las urnas, sin exigir una segunda y tercera vuelta,

Mientras no seamos capaces de vivir la política, todos, controlando a los poderes fácticos; y de no limitarnos a la papeleta del voto, -un segundo de nuestra existencia-, estaremos cometiendo el mayor error de nuestra vida, el error de la obediencia ciega.

He vuelto a mirar el evangelio de Lucas, capítulo 19,27 y he visto claramente el subconsciente de nuestros políticos, que piensan lo mismo que el nazareno: «Y, en cuanto a aquellos enemigos míos, que no quisieran que yo reinase sobre ellos, traédmelos acá y degolladlos en mi presencia»

No me acostumbro a la esclavitud voluntaria, ni a ver cómo somos capaces de elegir libremente a nuestros opresores.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.