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Desarrollo y desarrollo cultural. Condicionamientos recíprocos

Fuentes: Temas

La impronta de la cultura como promotora de desarrollo por y para la sociedad- se expresa de forma múltiple; tanto en los valores que forja a manera de creatividad, como en su condición de productora de bienes y servicios culturales. Para ello resulta imprescindible considerar el ciclo integral de su producción -consumo y su reflejo […]

La impronta de la cultura como promotora de desarrollo por y para la sociedad- se expresa de forma múltiple; tanto en los valores que forja a manera de creatividad, como en su condición de productora de bienes y servicios culturales. Para ello resulta imprescindible considerar el ciclo integral de su producción -consumo y su reflejo en las políticas culturales.

La inconciencia es la característica básica del esclavo. La conciencia es la condición mínima para alcanzar la libertad.

George Lamming

La búsqueda del bienestar es un propósito declarado de todas las fuerzas que pugnan desde distintas posiciones y tendencias en las sociedades contemporáneas. Esto lleva a interpretar diferentes miradas sobre qué se entiende por bienestar y desarrollo, en tanto esa percepción pasa necesariamente por los anhelos individuales y colectivos, las experiencias vividas y contempladas, la identidad formada a través de la historia de los diferentes grupos sociales, y su espacio y acción desde todos los ámbitos de la vida. Tampoco existe consenso acerca de cuáles son las vías y medios para alcanzarlo, ni los indicadores que deben ser asumidos para medirlo. Han sido conceptos condicionados y determinados históricamente.

Para muchos expertos, la noción de progreso que emerge en la segunda parte del pasado siglo tuvo un signo particular, con la Doctrina Truman entre sus bases y la ONU como uno de sus instrumentos principales, en tanto expresión del pensamiento dominante en la época, que identifica el éxito o fracaso con la capacidad de consumo mercantil. Era una noción del bienestar fortificada con principios defendidos desde herencias y doctrinas consagradas por siglos. Esa visión facilitó el consenso sobre un deber ser del curso de la economía, de formas de organización y gobierno de las naciones, y cuáles de ellas eran superiores y cuáles, supeditadas. Un paradigma de actuación, confirmado con indicadores de oferta, demanda y consumo, diseñado para consagrar la dependencia y la dominación como un resultado natural (García Lorenzo, 2016).

Ese ordenamiento, en su evolución, ha expandido, concentrado y verticalizado las formas de funcionamiento económico, trasladando el patrón de acumulación fundamental a escala transnacional. El signo principal de esos procesos de producción y revalorización ha sido la volatilidad de sus resultados, desigualdad de la renta y polarización de las fuerzas políticas. En nuestra parte del mundo, el subdesarrollo ha demostrado las grandes deformaciones que, en su decursar, ha gestado ese sistema de producción, rompiendo la sinergia ascendente del progreso.

Para su revalorización, los capitales no necesitan entonces ni a todos los países ni a todas las sociedades. Solo a aquellas, o partes de aquellas, que garanticen la generación de una tasa de retorno superior -en escala- a las de la inversión. Se fue concibiendo el desarrollo como el crecimiento económico, y se disoció de los beneficios de las sociedades a las que se supone rinda tributo. Esa visión pretendió generalizar una noción de cultura circunscrita al arte, y este, limitado a la introspección individual.

Las consecuencias del orden impuesto en el transcurso y final del siglo xx fueron quebrando y desmitificando el consenso alrededor de esos enfoques, y enfrentando a una parte importante de las sociedades a la cruda realidad de que son procesos construidos a partir de un ejercicio de poder nacional e internacional que sitúa al capital en una relación de superioridad con respecto al trabajo que lo alimenta.

Ahora estamos en otro momento. Se va evidenciando que ese no puede ser el ordenamiento natural de la civilización y comienza la construcción de modelos alternativos que buscan una perspectiva diferente del sistema de relaciones que debiera regir en las sociedades y entre naciones.

En una enconada batalla contra conceptos enraizados, ya está emergiendo una cosmovisión de desarrollo centrada en la prosperidad integral de la humanidad, incluido su medio ambiente, desde y para la sociedad, a través de su conducción y participación plena en todo el ciclo de reproducción de la civilización; una noción humanista del desarrollo, con una concepción del mundo que coloca al ser humano y su medio ambiente como eje central del pensar y del actuar (Pogolotti, 2016). No se trata de una vida dedicada al consumo febril, sino de proveer el consumo para la vida y, al propio tiempo, satisfacer esas necesidades a través del trabajo digno, individual y colectivo, social y personal, que contribuya al enriquecimiento de las vivencias como ser humano.

Es un episteme para pensar el desarrollo que no abandona la materialidad que sustenta la vida cotidiana, pero que incorpora la espiritualidad humana, con la familia como núcleo gestor y garantía del proceso de la vida, el territorio que le sirve de contexto como componente definitorio, y la identidad colectiva como su signo de pertenencia.

Mirado desde la sociedad, el desarrollo económico ha de ser democrático, inclusivo, deliberativo, o no proveerá progreso. Pero bajo esa concepción estará compelido a la búsqueda de la sostenibilidad económica, tomando como fuente la reactivación de todas las fuerzas sociales, la movilización de las capacidades naturales y creadas, y el establecimiento de las sinergias productivas desde los núcleos que fundan la sociedad y su contexto primario que es el espacio donde vive. Ahí es donde nace la cultura.

Es por ello que una noción cultural del desarrollo implicaría la inclusión de las necesidades de la vida, tanto espiritual como material. Una visión cultural del desarrollo involucraría, al mismo tiempo, la armonía con la naturaleza.

En el devenir del siglo xx «se consolida la cultura no como algo extraordinario, sino que pasa a incorporarse a la vida cotidiana de la sociedad» (Chaney, 1984 citado en Nivón Bolán, 2010). Este es un cambio fundamental cuando se reconoce ya que la cultura es parte relevante de la realización humana y se desiste de asignarle la función exclusiva de entretener. Y es que Cultura es un concepto amplio e inclusivo que comprende todas las expresiones de la existencia humana, incluidas las artes.[1] Y por ello la expresión «vida cultural» hace referencia explícita al carácter de la cultura como un proceso histórico, integral, vital, dinámico y evolutivo, que tiene un pasado, un presente y un futuro. El derecho a ella tiene, entre otros, tres componentes principales, relacionados entre sí: a) la participación; b) el acceso y c) la contribución (UNESCO, 2001).

La economía desde la cultura y viceversa

La madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus males es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura.

José Martí

La relación entre la economía, la cultura y las artes es compleja, multidimensional y con determinantes recíprocos porque todos los componentes de la vida y la sociedad están interrelacionados. Es por esto que resulta ineludible realizar el análisis de la economía desde lo cultural y, para ello, establecer cuál es el rol de la cultura en el modelo económico. ¿Cuáles valores que emanan de ella y de la identidad de la nación constituyen soportes para el desarrollo? Una mirada a la economía desde la cultura no puede dejar de destacar importantes cualidades que ella le aporta.

La creatividad es quizás una de las virtudes que más significado tiene para el quehacer económico. Hablamos de la motivación para la inventiva, el despliegue de la imaginación constructiva, la permanente búsqueda de respuestas con originalidad, la indagación de nuevos campos donde accionar el conocimiento y la experiencia para la innovación. Es, también, la exploración de un pensamiento original y novedoso para afrontar situaciones o problemas ya conocidos. Es la inquietud que permite prever un peligro allí donde otros no lo ven. Fomentar esa cualidad nos protege contra el inmovilismo.

No menos relevante es la endogeneidad, que consiste en la búsqueda de soluciones desde nuestras propias raíces y potencialidades, la movilización de todas nuestras capacidades y recursos naturales o creados a lo largo y ancho del país. Se trata de fomentar las capacidades derivadas de la actuación conjunta desde los territorios hasta la nación toda. Esa cualidad es la que contrarresta la tendencia a mirar hacia otras latitudes antes que a nosotros mismos, y nos impulsa a la concertación con nuestros iguales y vecinos para unir fuerzas.

Asumir la diversidad del sujeto social y, por ende, del económico, constituye también una virtud de primer orden, que permite reconocer que el diseño de la economía no puede circunscribirse a un solo actor o a un exclusivo sistema de relaciones, en tanto son muchas y muy variadas las formas, vías y capacidades involucradas para alcanzar el desarrollo de una sociedad. La heterogeneidad es una virtud cuando enriquece la unidad desde perspectivas diferentes.

Esos valores culturales propician una noción diferente de economía, de competitividad, que deja atrás la condición espuria y verticalista, típica de un sistema de relaciones económicas excluyentes, cuyo objetivo es la apropiación de los excedentes que se generan. La economía para el desarrollo de toda la sociedad necesita fomentar las capacidades productivas que involucren a todos los actores sociales. Para forjar esas cualidades es menester que el sujeto social profese sentido de pertenencia y forme parte activa del ejercicio de la propiedad social, condiciones estas que lo separan del automatismo indiferente que genera la disociación del trabajador de sus resultados. El sujeto social ha de ser el protagonista fundamental del desarrollo.

Desde esta perspectiva, resulta necesaria una estrategia cultural como componente principal de la sinergia integral de desarrollo, sostenible económicamente, y sustentable por su compromiso con el medio ambiente, que sea asumida desde la sociedad con carácter descentralizado y extendido a todos los rincones del país; que parta desde cada territorio y tenga a la institucionalidad estatal como instrumento fundamental de coordinación e impulso al proceso.

Ello lleva a asumir la economía como el sistema de relaciones sociales que asegura la reproducción de la sociedad en su conjunto, como parte integrante en la búsqueda del bienestar colectivo. No incumbe solo al crecimiento económico [2]; este es condición necesaria, pero no suficiente para alcanzar el desarrollo. La modelación del proceso económico tiene que reconocer el carácter rector del consenso social, así como el modo en que los actores participan, teniendo en cuenta que la forma en que se alcancen esos indicadores y balances económicos va a determinar la esencia misma del modelo resultante. Estamos hablando, por tanto, de un punto de llegada complejo, donde el patrón de acumulación debe propiciar los medios para satisfacer los requerimientos económicos de la sociedad a la que se aspira y no a la inversa.

En ese contexto, entender el desarrollo como la dignificación plena del ser humano, tanto desde lo material como desde lo social, otorga cualidades particulares a la cultura. Porque es la cultura la que permite al ser humano situarse como sujeto y objeto de las transformaciones que deberá producir de forma paulatina, pero sistemática y ascendente, en pro de su bienestar, en armonía con la naturaleza que le sirve de raíz y abrigo. Y esa noción de cultura y desarrollo otorga al arte su condición de ser uno de los ejes transformadores de la sociedad.

Pero de la misma forma, el desarrollo cultural está en consonancia y depende del desarrollo general de un país. Se subordina al tipo de regulación y a las políticas públicas predominantes, y por tanto está vinculado con las relaciones de poder. Es por ello que la producción cultural, en consonancia con el modelo económico preponderante en el mundo, se ha convertido en un sector económico en expansión, pero con altos niveles de concentración y verticalización en su estructura productiva.

La «vida cultural» en los países es, sin dudas, un campo de batalla donde se confrontan las creaciones culturales que reflejan la identidad nacional y local con el poder de posicionamiento que tienen las producciones generadas en procesos transnacionalizados que buscan una alta rentabilidad. No es una confrontación con el mercado, sino con los capitales que controlan esos espacios.

Industria cultural en el mundo, en el hemisferio y en Cuba: algunos números

El debate en torno al concepto de industrias culturales, creativas, de contenido digital, de entretenimiento, etc., no está concluido, y se extiende cada vez con más fuerza (Bustamante, 2009). La superposición de juicios de valor debido a los modos de producción y apropiación que las determinan, los motivos de existencia y los determinantes de su funcionamiento, así como los espacios de distribución que privilegian, desdibujan en muchas ocasiones el uso de unos términos u otros y es importante señalar que muchos son contrapuestos.

El reconocimiento del espacio que ya ocupan ha sido interpretado, en muchas ocasiones, como consecuencia exclusiva del modo de producción bajo el que operan los capitales mediáticos. Una mirada a la producción cultural desde la economía política evidencia de forma cristalina cómo el sistema de relaciones prevalecientes, y muchos de los marcos jurídicos internacionalmente reconocidos, crean las condiciones para que tenga lugar la apropiación de sus resultados económicos.

No obstante, el nivel que ocupa la producción cultural en la vida de los seres humanos en la actualidad es resultado de la naturaleza de la creatividad y la creación misma, de su capacidad para transformar los elementos de satisfacción y, en su expansión, diversificar las vías y medios a través de los cuales se comunican las colectividades, por lo que sus mensajes son parte ya inseparable de la existencia de las sociedades contemporáneas. Fruto del propio desarrollo, muchas expresiones culturales incorporan componentes de carácter industrial y, de la misma forma, para que esa producción se expanda a todos los rincones, muchos de esos bienes y servicios pasan por procesos industriales.

Esta diferencia es importante porque no se debe confundir mercado con capital. Según el doctor Hidalgo-Gato Rodríguez (2012), tal vez un grave error del pensamiento socialista en el siglo pasado ha sido no establecer la distinción necesaria entre capitalismo y mercado.

La expansión de las industrias culturales y de la economía de la cultura como ciencia aplicada se ha debido a que existe necesidad -como requerimiento de las sociedades­-, y posibilidad -dado el desarrollo económico e industrial que las provee de los recursos necesarios. El análisis de quién controla mayoritariamente esos procesos y cuáles son las condiciones que han facilitado ese control resulta hoy objeto de atención creciente en medios académicos, políticos y gubernamentales.

La producción de bienes y servicios culturales es un sector económico en el mundo, en el hemisferio y en Cuba. Según Cultural Times (UNESCO, CISAC y EY, 2015), los ingresos en 2013 de esa producción en el mundo se han calculado en 2 250 millones de millones de dólares, 3% del PIB mundial, y ha generado casi treinta millones de empleos.

Los medios audiovisuales, las artes visuales, la prensa periódica y las revistas, además de la publicidad, abarcan los mayores ingresos (21%, 17%, 16% y 13% del total, respectivamente), y utilizan la mitad de los empleos que genera el sector denominado creativo (UNESCO, CISAC y EY, 2015). La música, el cine y la literatura también ocupan lugares destacados. Y en todos los casos se pone de manifiesto una estructura de propiedad oligopólica, que se ha posicionado en el control sectorial de la mayor parte de la creación mundial en todo el ciclo productivo, pero especialmente en los ámbitos de la distribución.

Cálculos realizados a partir de la información que brinda el Centro de Comercio Internacional [3] permiten conocer que aproximadamente 86% de las exportaciones de las industrias creativas mundiales se concentran en diecinueve países, de los cuales solo cuatro -todos de Asia- forman parte del mundo subdesarrollado, y 33,7% proviene de China.

Ningún país de América Latina y el Caribe está entre los primeros exportadores. ¿Por qué una zona geográfica que muestra una pujante creación artística y literaria no figura entre ellos? En el continente ya existen evidencias de que las industrias culturales son importantes aportadoras a las economías nacionales. Su participación en el PIB cubano, junto a los deportes, se acerca a 4% anual (ONEI, 2014). En Ecuador es de 4,76% y genera 2,2% del empleo (UNESCO, 2014). La producción cultural de Bolivia y México es reconocida en el mundo entero.

Las industrias culturales han demostrado capacidad de fomentar ingresos en distintas modalidades y también aportar a los presupuestos estatales, generar exportaciones y empleo, sin embargo no se aprecia una comprensión de esta importante función en todos los actores institucionales.

Por ello, es ineludible reiterar: ¿cuál son las causas que han permitido la apropiación de la creación y sus recursos? Hay muchas posibles respuestas; pudiéramos apuntar, entre ellas, que nuestro continente ha desarrollado ampliamente la cultura y el arte, pero no las industrias culturales. En todos los espacios no se ha considerado la relevancia de fomentar la cadena productiva en toda su magnitud. En diversos ámbitos de reflexión y entre operadores políticos ha prevalecido la convicción de que insertarse en las cadenas productivas internacionales de la creación artística y literaria, aun en posiciones dependientes, resulta más eficiente que formar y desarrollar las industrias culturales que permitan proteger el patrimonio y aportar ingresos al bienestar de sus sociedades.

El desarrollo cultural de las naciones y la vida cultural de sus pobladores

El reconocimiento de que «toda persona tiene derecho a tomar parte libremente de la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten» es universal (Fernández Liesa, s.f.). Sin embargo, la enunciación del derecho no garantiza su aplicación.

La estructura demográfica de muchos países ha ido evidenciando una gigante concentración en las ciudades. Algunos estimados de la tasa de urbanización global en los Estados subdesarrollados han transitado de 18% en 1950 a 49% en 2015, y en los desarrollados, de 53% a 75% (Burgos y Muñoz Delgado, 2007). Cuba no es una excepción, y exhibe, además, una estructura demográfica de nación desarrollada. Según la ONEI, 76,8% de la población cubana vive en zonas urbanas. Otro dato significativo es que 42% reside en las capitales provinciales y en la nacional.

En La Habana viven 2,1 millones de personas, 19% de la población del país. Es la tercera urbe más poblada del Caribe y tiene 2 914 habitantes por kilómetro cuadrado (Rensoli Medina, 2015) [4]. Estos datos permiten suponer los condicionamientos particulares que ella demanda en el ordenamiento del país, y en especial para el diseño de las políticas culturales, incluido el contexto económico en que se desenvuelve.

Resulta inevitable contrastar cómo la vasta creación artística se ve confrontada con la situación económica y social. Y es que una ciudad es el espejo de su cultura, pero también de su economía, de su infraestructura, de la situación de sus espacios y de todos los servicios que devienen vitales para la vida cotidiana, y también para que pueda darse ese proceso que va desde la concepción del acto creativo hasta el consumo.

El proyecto cubano no ha logrado alcanzar una estabilidad y un crecimiento económico sostenido, para sustentar un programa social de las magnitudes en que se planteó desde la década de los 60 del siglo pasado. Tampoco el sistema de relaciones económicas ha contribuido a encontrar las vías alternativas que permitan reanimar la economía y, consecuentemente, todo lo que de ella depende.

La desigualdad y la pobreza, aunque con condiciones y características diferentes al resto del mundo subdesarrollado, son, en la actualidad, componentes socioeconómicos y políticos que no pueden pasar inadvertidos y han de ser atendidos desde las bases mismas del modelo económico, y no con medidas paliativas y asistencialistas. La desigualdad es un resultado de la distribución de la renta económica y, por tanto, un problema de la economía política del modelo, y no de su política fiscal redistributiva.

La educación, la cultura y la ciencia son inversiones porque han de redituar a una sociedad creativa y, además, porque la producción cultural que emana de sus creadores tiene capacidad para sostenerse y aportar al resto del desarrollo económico nacional. Aun sin articular una política productiva lo suficientemente proactiva para generar economía de forma sostenida, ya ocupa un lugar destacado en la estructura económica. Como he dicho antes, según la ONEI, la producción cultural y el deporte contribuyen con cerca de 4% del PIB como promedio en los últimos diez años, sin embargo algunos estudiosos consideran que este aporte está subestimado (Pérez Paz, 2015). Estas estadísticas muestran mayor crecimiento que otros sectores del producto doméstico, pero hablamos de un segmento altamente volátil, y su participación en los mercados internacionales de bienes y servicios creativos es insuficiente y no se corresponde con la magnitud de la creación cultural.

No obstante, resulta común escuchar que no existen mercados internos significativos para la producción cultural cubana debido a que no hay capacidad adquisitiva. Ese aserto no debiera generalizarse y necesita de análisis de acuerdo con variables temporales, según los segmentos de públicos y las manifestaciones artísticas. El modelo cubano es básicamente exportador, no ha desarrollado en toda su potencialidad las cadenas productivas internas de la cultura y, en general, no ha considerado el mercado doméstico como factor de crecimiento. Esto es clave en el desarrollo cultural endógeno, porque son los espacios municipal, provincial y luego la nación los que validan la obra creativa.

La Habana cuenta con 49 barrios, 329 repartos y 36 asentamientos poblacionales, para un total de 414 unidades espaciales oficialmente reconocidas, además de 46 barrios sin infraestructura habitacional (Rensoli Medina, 2015: 32). La «vida cultural» de las ciudades no puede dejar de expresar la conflictividad económica y social en la que se mueven los sujetos que las constituyen, las dinámicas en los espacios físicos como la vivienda y otros, y la diversidad que las conforma, incluidas las expresiones de desigualdad que se enfrentan. El análisis de la vida cultural de las ciudades ha de partir de la integralidad de los procesos que actúan sobre las sociedades, micros y macros, domésticos y externos. Muchos estudios tienden a evaluar y pensar la «vida cultural» desde la oferta y muy poco desde la demanda. Por eso resultan esenciales los análisis sobre consumo cultural y participación. ¿Cuál es y cómo perciben el mensaje cultural los distintos estratos sociales, entre los que se encuentran las personas que llevan años viviendo en albergues?

El Consejo Popular [5] es un actor clave para lograr una vida cultural que se corresponda con los propósitos declarados del modelo, pues se sabe que cada comunidad posee su propio rostro; cada grupo etario, sus propias demandas y necesidades. ¿Dispone ese órgano local de las prerrogativas para su ejercicio y capacidades económicas a fin de conducir y propiciar los procesos culturales que emanan en sus ámbitos de gobierno?

La estructuración de sistemas de información descentralizados y transparentes es requisito indispensable para realizar los diagnósticos y estrategias necesarios para la conducción de los procesos sociales. Hoy no disponemos de instrumentos de este tipo suficientemente actualizados, en consonancia con los cambios que han tenido lugar en el país en los últimos ocho años, ni con las necesidades informativas de todos los actores sociales. Tampoco contamos con herramientas generalmente aplicadas para el diseño de las políticas culturales públicas, como la Cuenta Satélite de la Cultura, la Cartografía Cultural o, incluso, la Batería de Indicadores de la UNESCO. En la misma medida en que la reforma económica e institucional del país vaya avanzando, el sistema de información estará compelido a enfrentar profundas transformaciones que le permitan cumplir su función social.

A través de un largo proceso, se dispone en la actualidad de una red de instituciones culturales en la capital nacional y las provinciales, con extensión, en diversa medida, hacia los municipios. Esa red está compuesta por más de dos mil doscientos teatros, salas-teatros, museos, cines, galerías de arte, bibliotecas, librerías, casas de cultura, centros promotores de la cultura en general y del arte en particular, entre otras (ONEI, 2015). Con especial dedicación al trabajo comunitario, también ocupan un lugar destacado las ONG, que poseen una larga experiencia como eficientes operadores culturales; las estructuras formales e informales para las prácticas culturales tradicionales y fiestas populares, que desaparecen en ocasiones y vuelven a emerger; Talleres de Transformación Integral del Barrio e instructores de arte que en escuelas y otros espacios se han instituido como promotores culturales de alto arraigo.

A esto hay que añadir el sistema empresarial de la cultura, donde destacan ARTEX, el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) y EGREM, en su labor promocional del arte, con espacios de expoventa de productos culturales y presentaciones en vivo. Sin embargo, si se compara con la población total a la que debe dar servicio, ese sistema de instituciones de la cultura resulta aún insuficiente tanto en cantidad como en distribución territorial. Tomando como indicador de medida la cantidad promedio de habitantes/institución, las cifras demuestran la necesidad de una mayor cantidad y diversidad de servicios. A ello se une el estado de deterioro de las instalaciones y el atraso técnico en sus dispositivos.

Por otra parte, algunas de las instituciones oficiales son de subordinación «provincial o municipal», otras «nacionales», así como «pertenecientes a otros organismos del Estado». Ese sistema diverso y complejo tiene, asimismo, una complicada estructura financiera. Armonizar todas las fuerzas para alcanzar la correspondencia entre las necesidades y las posibilidades del territorio debe ser una verdadera obra de arte.

Lamentablemente, los déficits del sistema informativo disponible no garantizan una estimación fiable de la participación de la cultura en la producción mercantil declarada por las provincias y municipios, y ello no permite demostrar en toda su magnitud el potencial económico del sector de la cultura y el arte. Decía Ernesto Sábato que el genuino viaje del conocimiento no es descubrir nuevas tierras, sino mirarlas «con nuevos ojos».

Según diversas fuentes, La Habana cuenta con más de setenta museos, una parte de los cuales está subordinada a las instituciones de la ciudad. Estos atesoran piezas de diferente valor económico y patrimonial. ¿Cuál es el valor de mercado de las obras que están en los museos? Son activos de la nación cubana y deben estar registrados en las reservas no monetarias del país. Calcular ese valor no representa la voluntad de vender o traspasar esos bienes patrimoniales. La razón más importante para su preservación es la histórica y cultural; sin embargo, el valor económico pudiera ser un componente significativo al decidir la asignación de fondos suficientes para su protección, conservación y tratamiento logístico adicional, en muchos otros ámbitos de análisis. El tráfico ilegal de obras de arte ha constituido una de las vías de enriquecimiento ilícito más relevantes de la historia contemporánea porque, al margen de las medidas usualmente practicadas para la validación de la propiedad de la obra, el de las artes visuales es un «cielo seguro» del mercado monetario y de capitales internacionales.

Por otra parte, la impronta de la tecnología de la información y las comunicaciones transforma, cada vez con mayor fuerza, el proceso creativo, y demanda nuevos soportes para el consumo. Sin embargo, existe un altísimo grado de obsolescencia tecnológica en las instituciones culturales cubanas, tanto en su rama productiva como en las relacionadas con los servicios públicos de la cultura.

Nuevas realidades, nuevos espacios, nuevos actores…

El proceso de actualización ha constituido la introspección sistémica más profunda realizada durante la mayor parte del período revolucionario cubano. No se habla solo de un cambio del modelo, sino de una transformación económica que ha devenido una nueva visión de socialismo. No se trata de un reajuste de plantillas o del recorte de gastos indebidos, sino de un nuevo sistema de relaciones económicas, que tiene como contexto una situación de estancamiento y contracción económica, y una sociedad muy diferente gracias, en buena medida, a los propios logros de la Revolución.

Como parte de la Actualización del modelo se ha planteado la descentralización del gobierno y otorgar a cada territorio un papel más relevante en la búsqueda y gestión del desarrollo, lo que constituye una práctica novedosa para aquellas generaciones que crecieron bajo una desmedida centralización; se habla de la desconcentración de la propiedad, y lo que comenzó siendo un ajuste de las plantillas infladas se acerca ya a 30% de la población económicamente activa; se consolidan, a pesar de su lentitud, varias formas de propiedad, y se establecen cadenas productivas en las que el Estado tiene funciones aún fundamentales, pero no exclusivas. Estas nuevas modalidades se constituyen, de hecho, en espacios económicos, y según datos de distintas fuentes generan entre 12% y 15% del PIB. Ello impone a la restructuración del Estado retos de significación porque no se trata de diseñar políticas para el propio Estado, lo que ha constituido su práctica durante cinco decenios, sino de trazar las políticas públicas para nuevas sinergias, roles, espacios y actores, y mayoritariamente inductivas.

Ese proceso ha impactado los ámbitos de la producción cultural y sus actores, propiciando que emerjan nuevas formas de promoción y gestión de los bienes y servicios culturales, nuevos actores y expectativas en las varias generaciones de creadores que trabajan arduamente y anhelan su oportunidad. Hoy predominan formas tradicionales del sistema institucional que responden a esquemas de financiamiento presupuestado y, en algunos casos con «tratamiento especial», otorgan la capacidad de retener los ingresos, aunque se mantiene que, tanto la gestión para obtenerlos como el destino que se les asigne estarán bajo aprobación centralizada.

Sin embargo, ya se aprecian nuevas formas de gestión dentro de la lógica empresarial del Estado, y se ha innovado en el impulso de proyectos culturales liderados por artistas con regímenes financieros especiales, donde participa el Estado, pero en cuyo funcionamiento se aplican modalidades diversas, aprobadas discrecionalmente. Hablamos, por ejemplo, del centro multicultural Fábrica de Arte Cubano o de la compañía Lizt Alfonso Dance Cuba. Este es un hecho importante, porque propicia formas de gestión y financiación más flexibles donde, aunque perfectibles, ya se aprecian resultados positivos, y ello permite pensar en su extensión a otros espacios.

También en el ámbito no estatal se mantienen organizaciones públicas sin ánimo de lucro, reconocidas por el sistema jurídico cubano como asociaciones y fundaciones culturales, proyectos socioculturales comunitarios, respaldados por donaciones o asignaciones totales o parciales desde el presupuesto estatal, y también iniciativas sociales y comunitarias con financiamiento múltiple, incluidos ingresos propios de los participantes.

Dentro de la lógica empresarial del sector no estatal se aprecian nuevas figuras con roles importantes en el proceso creación-consumo. Las formas que han tomado son variadas, algunas de ellas han emergido desde propuestas del propio gobierno, como las organizadas al amparo de la Iniciativa Municipal para el Desarrollo Local, de las cuales más de dos docenas son de la cultura.

Otras son productoras de audiovisuales o espectáculos que no tienen personalidad jurídica definida, grupos de artistas y creadores independientes que ejecutan iniciativas conjuntas, aunque liquiden sus deberes con el fisco de forma individual.

Según la doctora Darsi Fernández Maceira (2014), de las 178 actividades aprobadas para el trabajo por cuenta propia, alrededor de dieciocho tendrían alguna relación, más o menos directa, con actividades culturales. Entre ellas destacan: artesano, comprador-vendedor de discos musicales, fotógrafo, profesor de música y otras artes -con ciertos requerimientos-, pintores callejeros, entre otros.

También han proliferado negocios privados que se insertan en las cadenas productivas culturales. Algunos se identifican como trabajadores por cuenta propia. Ejemplos de estos son el alquiler de salones para ensayos, estudios de grabación, canales de distribución de discos, talleres de vestuarios, etc. No menos relevante es la inclusión de la producción cultural como valor añadido de otros negocios, particularmente en los servicios de fiestas, restaurantes, etc.

La cadena productiva no estatal está verificándose como fuente de empleo, lo que resulta un valor no despreciable. En la cifra total disponible de 526 953 trabajadores por cuenta propia, la presencia de labores culturales debe tener una tendencia creciente. Hoy no disponemos de datos oficiales acerca de los puestos de trabajo que genera la producción cultural en todos sus espacios; tal vez en ello puede estar influyendo el contenido, la forma y los mecanismos a través de los cuales se recopilan en los sistemas de información oficial.

Se ha demostrado que el carácter de negocio individual o colectivo de la producción cultural no contradice el compromiso social con las comunidades donde están enclavados ni mucho menos con el desarrollo y la política cultural de la nación cubana. Lejos de eso, existen evidencias de participación constructiva y aportadora al desarrollo de los territorios.

Estos nuevos actores y sus formas productivas no tradicionales se corresponden con las prácticas que se han comenzado a aplicar en todo el país. Son modalidades que reconocen la naturaleza particular del producto cultural, sean bienes o servicios, gestionadas por los propios creadores o grupos de ellos -lo que se corresponde con la práctica internacional-, que se constituyen en interlocutores y promotores no solo de su labor, sino del desarrollo cultural de todo el territorio.

Es un proceso en transformación que habrá de seguir avanzando, porque la lógica económica de la cultura debe transformarse con las dinámicas cambiantes que tienen lugar en la creación, en el ordenamiento del contexto social en que se desenvuelve, y en las nuevas exigencias del consumo y prácticas culturales. Es un proceso complejo, que genera tensiones, porque involucra tanto a los marcos institucionales como a los paradigmas con que se han diseñado las políticas públicas de la cultura.

Particular relevancia tiene el análisis de la aplicabilidad de diferentes formas de personalidad jurídica que permite la legislación vigente, y su vínculo con el sistema de relaciones económicas que ha de regir. Ambos elementos transitan con conflictividad y tensión, y los reclamos de una nueva ley de derecho de autor y una de cine han demostrado lo poco saludable que resulta ralentizar los procesos.

En resumen…

Cuatro ejes fundamentales de la economía de la cultura han de tributar al objetivo común. El primero de ellos es el desarrollo de los espacios de creación para asegurar la movilización de los talentos artísticos y literarios, especialmente los más jóvenes, proveyendo y gestionando los recursos necesarios con las técnicas más modernas para que la cadena productiva no sufra los avatares de la ralentización e incongruencia que tipifica al subdesarrollo.

Resulta imprescindible transformar el estilo y contenido de la gerencia económica de la cultura. Se imponen nuevos conceptos organizacionales, estudios de mercado, movilizar fondos financieros sobre la base de la calidad y cantidad de la producción.

El proceso económico creativo tiene garantizado el factor fundamental, que es el creador; sin embargo, la mirada al proceso ha de tener carácter sistémico. La ausencia de integralidad provoca altos costos, porque no considerar la cadena productiva en toda su extensión implica deterioro o insatisfacción con los resultados.

La economía de la cultura en general y la industria cultural en particular solo pueden desarrollarse dentro de un contexto creativo. Pretender lo contrario es desconocer la naturaleza y particularidades de estos procesos. Se trata de formar ciudades culturales donde el compromiso fundamental sea con su comunidad, con su sociedad, porque son quienes inspiran, motivan y sirven de marco a la realización de estos propósitos.

Las transformaciones que conlleva la actualización del modelo en el ámbito de la producción cultural compele a un complejo proceso de introspección que permita reordenar y readecuar el sistema de las relaciones entre los actores sociales y el papel que cada uno debe asumir según su naturaleza y responsabilidad social.

Se hace necesaria una política económica de la cultura que acompañe y respalde el sistema empresarial al asumir las nuevas prácticas y exigencias que se promueven en la economía nacional, otorgando a la productividad y rentabilidad la prioridad que tiene para cualquier empresa, al mismo tiempo que debe cumplir su responsabilidad social de no mercantilizar la creación cultural cubana. De la misma forma, se debe asegurar que el sistema presupuestario de financiamiento respalde el cumplimiento del programa cultural y que se realice con la eficacia necesaria. El sistema jurídico de la cultura necesita reconocer y regular las nuevas relaciones y dinámicas productivas, fruto del papel que desempeñan los creadores y promotores en el desarrollo cultural del país, procesos estos que, en muchas ocasiones, ya se despliegan al margen de las instituciones, porque la vida se va imponiendo.

La política económica de la cultura debiera convertirse en el instrumento más eficaz de la política cultural como mecanismo a través del cual se pueda cumplir sus prioridades. En el sistema de relaciones económicas es fundamental establecer las vías, los espacios e instrumentos para el fomento de la complementariedad entre actores tradicionales y nuevos; acoger y acompañar emergentes modelos de gestión y formas de propiedad. La política cultural ha de reconocer los nuevos tiempos y actores sociales, e integrar todos los esfuerzos para tributar al desarrollo económico del sector y del país.

Notas:

[1] La definición más generalmente aceptada de cultura es «el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y creencias» (Declaración universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural, preámbulo, quinto párrafo). También existen muchas otras definiciones en otras declaraciones en diversos campos.

[2]. Expresado en términos de PIB, empleo, balance comercial y fiscal.

[3]. Realizados por la autora a partir de los datos aparecidos en www.trademap.org y www.investmentmap.org.

[4]. Excelente monografía a partir de la cual pueden identificarse las amplias raíces de una ciudad que ya cumple cinco siglos de fundada.

[5]. Órgano básico territorial del Poder Popular.

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Fuente: http://www.temas.cult.cu/articulo/1942/desarrollo-y-desarrollo-cultural-condicionamientos-rec-procos