Las declaraciones de Pablo Milanés y los acontecimientos sucedidos alrededor de su concierto celebrado en Miami hace unas semanas han tenido diversas derivaciones y consecuencias. El conjunto de notas, comentarios, cartas, críticas aparecido en la prensa de varias regiones conforman un dossier extenso, de calidad variable y de carácter muchas veces contradictorio. Por su volumen […]
Las declaraciones de Pablo Milanés y los acontecimientos sucedidos alrededor de su concierto celebrado en Miami hace unas semanas han tenido diversas derivaciones y consecuencias. El conjunto de notas, comentarios, cartas, críticas aparecido en la prensa de varias regiones conforman un dossier extenso, de calidad variable y de carácter muchas veces contradictorio. Por su volumen este boletín Memoria no podría reunir toda esa información, que por otra parte ya ha aparecido y ha sido replicada incluso muchas veces, sobre todo en los medios de comunicación digitales.
Por ello incluimos la carta de Ciro Benemelis a Silvio Rodríguez titulada «Travesía Trova-Patria» y esta nota donde compartimos algunos criterios personales sobre estos temas. Aunque no se trate de un documento institucional del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, queremos colocarlo en la vertiente de nuestra vocación participativa, analítica y crítica sobre diversos aspectos de nuestra realidad, en particular los relacionados con la cultura y, dentro de ella, la herencia fecunda de la trova y la nueva trova cubanas. El Centro Pablo, que ha organizado durante más de doce años los conciertos de su espacio A guitarra limpia, en los que han participado trovadores y trovadoras de todas las generaciones y tendencias, siente como suyos muchos de los criterios que se han expresado en estas semanas, disiente de otros que dieron origen a estos intercambios y desea que este asunto complejo y amargo y sus secuelas sirvan para incentivar la necesaria cultura del debate entre nosotros y para fortalecer el proyecto que animó e hizo posible -entre contradicciones y aciertos, como suele suceder en la sociedad y en la vida- la existencia de ese movimiento cultural que llamamos nueva trova cubana, del que Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola fueron brillantes y tenaces iniciadores, junto a otros trovadores y otras trovadoras que se unieron rápidamente a aquella fértil jornada fundacional de la canción y la poesía.
El anuncio de un concierto en Miami de Pablo -fundador de ese movimiento de carácter ya mítico y creador de canciones que permanecerán en la historia cultural cubana y en la memoria de la gente en varias regiones del mundo, incluso a pesar de las proyecciones actuales o futuras de su autor- concitó de entrada manifestaciones cavernícolas, de frustración y odio, en sectores extremistas que han atacado igualmente en otras ocasiones la presencia de artistas de la Isla en aquella ciudad. Quemar un cuadro, triturar un disco, insultar a las personas que deciden participar en esas actividades culturales ha sido, a través de muchos años, la agenda sistemática de aquella intolerancia ya casi patológica. Esa no es ya, sin embargo, la tendencia predominante de la emigración cubana allí, que ha cambiado su origen y su carácter en las últimas décadas. Al diálogo con esa nueva realidad migratoria y sus integrantes puede precisamente contribuir la presencia de artistas de la Isla, tendiendo puentes sobre las bases comunes viables en este momento: las de la cultura que es posible compartir, el respeto y el sentido común.
La presentación de Pablo en aquella ciudad pudo ser un capítulo importante de ese proceso que se desarrolla, silenciosamente, y que continuará de diversas maneras porque ya constituye una necesidad de estos tiempos para los cubanos y las cubanas de ambas orillas. Pero sus declaraciones -muchas veces erráticas, a mi modo de ver- antes y después del concierto lo colocaron en una situación que resultó propicia para que la prensa local e internacional amplificara e instrumentalizara sus palabras y para que activos y recalcitrantes agentes de la franja ultraderechista anticubana, como Carlos Alberto Montaner y Joe García, pescaran en el río revuelto de los criterios de Pablo.
Resulta difícil explicar esos hechos protagonizados por un artista que ha creado una obra extraordinaria (expresión de los sentimientos más individuales como el amor o el desamor y de los horizontes más amplios de la lucha por la supervivencia y el desarrollo de un proceso revolucionario que acompañó con sus canciones) otorgándole el triste papel de víctima ingenua. Los factores que pudieran explicar ahora estas actitudes de Pablo probablemente sean múltiples y complejos y creo que expresan una crisis profunda, que llega a casi todos los rincones de la personalidad o del alma, según se le llame: la ética, la amistad, la memoria, el sagrado territorio de lo personal, de lo íntimo: todo eso ha sido amargamente salpicado, a mi entender, en las cartas y declaraciones de Pablo que siguieron a la celebración del concierto en Miami.
Creo que una primera decisión errónea fue castrar el repertorio que interpretaría en Miami «para no molestar» ni «herir susceptibilidades», excluyendo aquellas canciones que representan momentos de la historia común de los cubanos y las cubanas durante las décadas pasadas (y que para muchos siguen teniendo validez y luz propia) y de la propia historia personal de Pablo como artista y como gente. Esa fue una concesión inicial doblemente dañina, a mi modo de ver: contra la memoria personal y colectiva y contra ese proceso de re-conocimiento de los valores culturales de la Isla en aquellos escenarios, en aquella ciudad. Ese proceso tiene que pasar por la autenticidad y la diafanidad: a Pablo, o a cualquier artista de la Isla, se le debe re-conocer allí por los valores culturales e históricos que construyeron su personalidad y su obra. No se trata, por supuesto, de armar un repertorio provocador e irresponsable que no ayude a impulsar ese diálogo necesario. Se trata, sí, de ser consecuente con uno mismo, con su historia personal y con la Historia colectiva de la que se fue cronista entusiasmado durante muchos años. Creo que Pablo se equivocó al colocar esos límites a su expresión en el concierto de Miami.
Además de los criterios suyos ya conocidos en entrevistas anteriores sobre las perspectivas de Cuba bajo la dirección actual, Pablo brindó su respaldo a las denominadas damas de blanco, llegando a declarar que cantaría para ellas que han sido «despiadadamente» golpeadas. El alcance táctico y estratégico de esa asombrosa toma de posición puede ser impredecible en el contexto actual de la Isla. Aquí resulta nuevamente imposible otorgar el beneficio de la ingenuidad a esas declaraciones de apoyo. Se conoce por diversas vías, no sólo las de la prensa cubana, que ese conjunto de señoras que originalmente se manifestaron a favor de la excarcelación de sus familiares, continúan haciéndolo ahora -cuando el motivo original ya no existe- para favorecer las políticas de desestabilización organizadas y patrocinadas por los elementos ultraderechistas, terroristas anticubanos de Miami y por las agencias oficiales norteamericanas que financian directamente esas y otras actividades similares en Cuba. Parecería inconcebible que alguien como Pablo apoye ese patético remedo de las auténticas luchadoras por la justicia y la libertad en otros países, cuyo ejemplo mayor y mejor conocido entre nosotros son las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo en la Argentina. Pero ha sido así, para sorpresa e indignación de tanta gente que vieron, durante años, en las canciones de Pablo y en sus entusiastas acciones de apoyo a la Revolución Cubana, una expresión de los sueños comunes en la lucha por la independencia y la libertad en nuestras tierras.
Noticias públicas muy recientes sobre los planes inmediatos de esas señoras -que agradecieron al momento, por supuesto, las declaraciones del trovador- apuntan hacia la propuesta de convertir a ese grupo en un proyecto o una organización «feminista», buscando el paraguas de esa noble denominación que atrae justas simpatías en casi todas partes y tratando de no hacer visibles, al menos directamente, los objetivos provocadores originales, que continuarán siendo, por supuesto, financiados por los intereses y las agencias que lo han hecho hasta hoy.
El capítulo de los ataques agresivos -expresados en un lenguaje olímpico y burdo que ha asombrado, por contradictorio, a numerosos admiradores de la obra de Pablo, caracterizada por el amoroso lirismo de muchas de sus canciones- se continuó a partir de la respuesta del trovador al artículo publicado por el periodista cubano radicado en Miami Edmundo García. Visto desde ahora y desde aquí, aquel artículo, que cuestionaba posiciones y actitudes de Pablo durante su estancia en Miami, aparece como el detonador de las respuestas del trovador. Como sucede con otros intercambios de opiniones y textos surgidos en estas semanas, resultaría imposible documentarlos, por su extensión, en esta nota. Cada cual podrá analizar, si dispone de esos textos, los alcances, las deficiencias o los errores que pueda encontrar en ellos. Para los objetivos de esta nota que escribo, resulta más útil y preciso continuar los comentarios sobre las declaraciones de Pablo en Miami.
En ese terreno, creo que pesan tanto las cosas dichas como los temas omitidos. Resulta particularmente sensible y significativo el silencio de Pablo sobre dos temas esenciales de la realidad cubana (a cuya transformación destina muchas de sus energías, según ha confesado) y de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Esos temas son la continuidad del bloqueo norteamericano contra la Isla y la situación de los cinco cubanos sentenciados injustamente en Estados Unidos.
Esas dos omisiones resultan por lo menos incomprensibles en alguien que reivindica «53 años de militancia revolucionaria». Creo que Pablo tiene derecho a reivindicarla, pero tiene también el deber de ser consecuente con esa reivindicación. Entiendo y comparto el criterio sobre esa militancia a la que él se refiere. No es la que otorga el carné de una organización, sino la suma de obras y acciones de una vida puestas a favor de objetivos esenciales: la independencia de la nación, la justicia social, la lucha por la defensa de los valores fundamentales de un proceso que transformó -entre errores y aciertos, entre agresiones y resistencias- el rostro y las entrañas de un país. Creo que algunas de esas cosas están hoy en peligro, tanto por los planes de agresión desde el exterior (que se perfilan y anuncian en el panorama planetario de nuestros días) como por las dramáticas urgencias internas, cuyas soluciones son retardadas por la burocracia anclada en diversos estamentos de la sociedad, las instituciones y las organizaciones; la corrupción extendida (que debiera entenderse como uno de los principales jinetes del apocalipsis contra el proceso revolucionario) y los métodos y concepciones ya obsoletos.
Las omisiones de Pablo en su discurso de Miami no ayudan tampoco a la lucha que muchos tratamos de llevar adelante en Cuba a favor de los cambios necesarios y en defensa de los valores que hicieron posible y auténtico el proceso revolucionario desde sus inicios: apoyándolos en sus aciertos y criticándolos desde la honestidad y el compromiso. Esas omisiones -unidas a los apoyos erráticos brindados por el trovador- pueden constituir un daño colateral favoreciendo la tentación, siempre latente, de que tendencias que propician el inmovilismo interno y otras aberraciones retardatarias propongan que se cierren puertas y ventanas, y la labor necesaria que muchos tratamos de realizar para establecer una cultura del debate y una apertura de su horizonte sea afectada por ramalazos de intolerancia que pretenden legitimarse ante la existencia de errores como estos.
Esta nota introductoria, que hace una cuartilla dejó de serlo, no está escrita por orientación de nadie ni como parte de ninguna campaña. Por eso es un texto donde no está ausente el desgarramiento personal (el de algunos, quizás el de muchos) ni las preocupaciones por temas que estos acontecimientos recientes han removido, revelado o amplificado. Por eso no ha sido, no está siendo un texto cómodo y fácil, que echa mano a los lugares comunes y las consignas al uso. No es tampoco una «diatriba» contra el trovador, aunque probablemente será etiquetada así, como otras que tampoco lo merecen, en ese océano inabarcable, maravilloso y terrible a la vez, que son las redes de comunicación electrónica de nuestra época.
Este texto está siendo escrito también desde el humilde testimonio personal, desde la memoria compartida durante años por mí (y otros poetas de mi generación) con Silvio, Pablo, Noel y otros trovadores y otras trovadoras de entonces y de después, a lo largo de un camino en el que tratamos de evidenciar, en obras y acciones, la relación estrecha, perteneciente -mágica- entre la poesía y la canción.
En el fondo (o en la superficie) de este texto brillan, por ejemplo, los sonidos y las imágenes de Silvio, Pablo y Wichy Nogueras, a quienes acompañé en aquel recital titulado Para vivir que realizamos dos veces -en el cine Chaplin y en la sala Che Guevara de la Casa de las Américas- para celebrar un aniversario del ICAIC y su movimiento artístico articulado alrededor del cine cubano, que incluyó, como sabemos, el capítulo fecundo del Grupo de Experimentación Sonora. Y brillan, ahora sobre la pantalla, algunas secuencias del documental Que levante la mano la guitarra que realicé, con guión de Wichy, en el año 1983, paralelamente a la escritura de nuestro libro homónimo sobre la vida y la obra de Silvio.
Entre esas imágenes están Silvio y Pablo, entrando a la penumbra del estudio de grabación del ICAIC en la calle Prado, donde grabarían, a dúo, «Con diez años de menos». Y está la voz de Silvio reconociendo a Pablo como «una de las personalidades artísticas que yo más admiro, en todos los ámbitos, no sólo cubano, sino universalmente, y no sólo de este tiempo, sino de todos los tiempos»; y una declaración común de principios, referida a la batalla por establecer y defender los principios de la nueva trova frente a la incomprensión o la ignorancia: «…hay una cosa que yo creo que es cardinal en el problema de Pablo y mío y es que hicimos trinchera juntos, la cavamos: juntos, y luego la defendimos: juntos. Y eso es una cosa importante para los hombres: combatir en una misma trinchera».
Por memorias (vivas) como esas hablé de desgarramiento personal cuatro párrafos más arriba. Ese es el costado triste y oscuro de esa secuencia de declaraciones, cartas, textos, iniciada a partir de lo que considero los errores de Pablo. Ahora algunos gacetilleros electrónicos difunden y amplifican la «polémica» entre esos dos grandes artistas cuya amistad se ha roto, como una manera de atraer la curiosidad farandulera y, si es posible, los dividendos de los mercados. Pero es mucho más que eso. En todo caso, creo que se está hablando de las responsabilidades por cumplir, de los deberes que la militancia (en el sentido amplio pero también profundo que utilicé antes aquí) impone a la conciencia y a la ética.
En ese sentido soy de los que cree que Silvio está realizando una labor importante en algunas de las direcciones que Pablo ha mencionado en sus textos recientes, como la necesidad de que la prensa de nuestro país alcance los niveles necesarios de diversidad y profundidad informativas y constituya un territorio diáfano y eficaz de análisis, debate y crítica de los asuntos esenciales de la sociedad cubana actual -tan urgida de soluciones que el compromiso y la inteligencia unidos podrían acercar en el tiempo.
Las propuestas de Silvio -que hemos conocido en entrevistas y conferencias de prensa realizadas en nuestro país- sobre temas como la imprescindible flexibilización de los procedimientos migratorios, su alerta sobre la migración juvenil, la necesidad de multiplicar y hacer más eficientes los mecanismos de participación social o la impostergable modernización y profundización de la prensa tradicional (escrita, radial, televisiva) junto al incremento de los accesos a las nuevas tecnologías, son expresiones de aportación activa con las que nos identificamos. Lo mismo sucede con la propuesta de diálogo e intercambio personal que ha llevado, desde hace más de un año, al territorio (todavía lamentablemente limitado entre nosotros) de Internet, a través de su blog Segunda Cita ( www.segundacita.blogspot.com).
Creo que ha sido un acto de honestidad y valentía de Silvio colocar en sus propias páginas electrónicas los crudos (y, a mi modo de ver, lamentables) argumentos personales que Pablo difundió en dos cartas a través de un colaborador. A partir de los comentarios colocados allí por decenas de visitantes/participantes en Segunda Cita, Silvio difundió sus propios argumentos y opiniones sobre esos temas. A partir de su solicitud, esos textos pasaron a sitios y revistas digitales cubanas, otra gestión de apertura que compartimos, aunque estas no alcancen aún las páginas o espacios de la prensa llamada tradicional -algo que debería comenzar a producirse más temprano que tarde.
Desde hace unos días casi no han aparecido nuevas declaraciones, comentarios, textos, cartas sobre este tema en los espacios digitales que antes les dieron cabida. Los blogs y perdidos periódicos de provincia de otros países casi no encuentran informaciones que reciclar para mantener latente el cintillo farandulero o la insidia que, de pronto, salpica y envuelve a ambos artistas -incluso independientemente de las diferencias de sus opiniones. Ante esa especie de carnaval de la mediocridad que algunos de esos medios trataron de armar a partir de argumentos ciertamente importantes (ya fueran erráticos o acertados), un compañero de oficio, seguramente angustiado por las repercusiones de esos estremecimientos para la salud de la cultura nacional -y creo que también sintiendo, desde su posición, el desgarramiento personal que he mencionado- decía que lo que él más deseaba era que todo eso parara ya.
Esta nota no se propone reavivar artificialmente los momentos o temas a los que me he referido aquí, sino documentarlos brevemente desde la sinceridad y el compromiso para contribuir, junto a las voces honestas de muchos y muchas, al ejercicio de la cultura del debate entre nosotros.
Me alegra que estas palabras encuentren como primera vía de comunicación el boletín Memoria del Centro Pablo, a través del cual nos mantenemos en contacto con trovadores, trovadoras y artistas de otras disciplinas que han acompañado nuestros programas culturales durante estos años, convirtiéndolos en espacios abiertos de expresión, reflexión y debate.
Fuente: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2011/09/24/desde-la-sinceridad-y-el-compromiso/