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Desde Teherán a Grosny y hasta Damasco

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

La entrevista que el canal Al-Duniya realizó a Bashar al-Asad, me recordó el axioma que el fundador del partido de las Falanges Libanesas, Pierre Gemayel, acuñó al inicio de la larga guerra civil libanesa. Aquel día, en contra del discurso reformista que había adoptado el movimiento nacional, el sheij Pierre lanzó el lema «El régimen: […]

La entrevista que el canal Al-Duniya realizó a Bashar al-Asad, me recordó el axioma que el fundador del partido de las Falanges Libanesas, Pierre Gemayel, acuñó al inicio de la larga guerra civil libanesa. Aquel día, en contra del discurso reformista que había adoptado el movimiento nacional, el sheij Pierre lanzó el lema «El régimen: la entidad».

Es decir, que el líder del más grande e influyente partido en el ámbito cristiano había puesto a los libaneses en la encrucijada: mantener el régimen de la primacía sectaria o volver a plantearse la entidad libanesa, una invitación velada a la fragmentación o el retorno al pequeño Líbano, o sea a las fronteras del mutasarrifato[1] que los países europeos impusieron a la Sublime Puerta con la excusa de «proteger a los cristianos» de Monte Líbano.

El presidente sirio recuperó la misma lógica al asegurar que «La patria: el régimen, el régimen: el presidente». Así que si quieres proteger a la patria de la «conspiración», tienes que defender al régimen baasista, y si te pones de parte del régimen, estás con el presidente para siempre, sin posibilidad de discusión. Pero si quieres derrocar al presidente, quieres derrocar al régimen, y si cae el régimen, se pierde la patria.

La ecuación asadiana es más complicada que la ecuación que elaboró Pierre Gemayel, pues el difunto líder falangista hablaba en un claro lenguaje sectario, basado en un miedo minoritario hereditario, convertido en un instrumento para atemorizar a los demás y someterlos. El presidente sirio, en cambio, pertenece, al menos en teoría, a una ideología nacionalista que pasa por alto la estructura sectaria e intenta hacer llegar «el mensaje eterno» [2] que preconizó el fundador del partido Baaz, Michel Aflaq. Es este un mensaje de unidad de la nación árabe y su renacer del letargo. En cuanto a cómo se ha convertido el mensaje eterno en un gobierno eterno hereditario, en un infierno represor, en un letargo político y en una serie de derrotas nacionales, es una cuestión cuyas respuestas han de buscarse en las semillas fascistas con las que cuenta la propia ideología baasista por un lado y, por otro, en la usurpación del poder por parte de los militares y los servicios de seguridad, una usurpación que convirtió esas semillas en un régimen mantenido por un único hombre o por una institución familiar después.

La total identificación entre el régimen y la nación amenaza con la destrucción de la nación y su desmembramiento. Esa es la esencia del discurso de Al-Asad. El hablar de la «conspiración» y el «terrorismo» es una mera cobertura ingenua que ya no engaña a nadie, pues el dictador sirio fue el primero en saber eso, desde los primeros momentos de la revolución siria, cuando cientos de miles de personas bajaron a las calles de Daraa, Hama, Homs, Deir Ezzor, y las afueras de Damasco, exigiendo su libertad y su dignidad, y anunciando que el único camino de la libertad es derrocar al régimen. La respuesta del régimen fue la ofensiva sangrienta, considerando que podía, si asesinaba al mayor número posible de manifestantes, infundir el miedo en los corazones. El proyecto represor del régimen pasó por dos fases:

La primera fase, que llamaremos fase iraní, se prolongó desde los inicios de la revolución hasta el bombardeo de Homs y la destrucción de Baba Amro; la segunda continúa hasta hoy y es la etapa chechena. En la primera fase el régimen intentó aplicar el plan iraní usado en la represión de la «revolución verde», que estalló en el país tras la «reelección» de Ahmadineyad como presidente. Este plan fracasó porque se inspiró en un modelo que no tiene nada que ver con la realidad siria: la revolución verde se centró en las ciudades, sobre todo en Teherán, y estuvo ausente en las zonas rurales que mantuvieron su fidelidad al Vali-e Faqih [3]. El régimen iraní se apoyó también en la legitimidad política que nace de su legitimidad jurídica y religiosa establecida por Khomeini. En cuanto a la revolución siria, esta estalló en primer lugar en las ciudades alejadas de los centros político y económico (Damasco y Alepo), y la represión salvaje de las manifestaciones en estas ciudades arrastró a las zonas rurales a entrar en la revolución, convirtiéndola en un fenómeno difícil de aplastar por los medios clásicos que se utilizaron en Irán. Ello condujo al inicio de las deserciones en el ejército y a la aparición del fenómeno del Ejército Sirio Libre, además del amplio uso popular de las armas. En vez de reprimirse la revolución, las zonas rurales incitaron a la actividad revolucionaria en las ciudades, hasta llegar al corazón de Damasco, y dominar amplias zonas de Alepo.

Todo ello sin olvidar que el régimen no se apoya en ninguna legitimidad social, ni política ni religiosa.

El fracaso del modelo iraní condujo a la segunda fase de la represión, para lo cual el régimen se ayudó de otro modelo, el modelo de aplastamiento de los chechenos para destruir Grosny, el mismo modelo seguido por el «pequeño zar ruso», Vladimir Putin. Este modelo triunfó en la Federación Rusia gracias al potencial de los carros de combate, los tanques y las armas de los aviones, que provocaron una destrucción metódica de la capital chechena Grosny.

El recurso del aparato asadiano a este modelo y el ímpetu ruso por él carece de sabiduría porque olvida dos realidades:
La primera es que el país de los chechenos es pequeño y el número de habitantes es de apenas un millón, además de que forma parte de la gran Federación Rusa que lo rodea por todas partes. Su levantamiento fue uno nacional para liberarse del dominio ruso, buscando la independencia. Esto no se parece en nada a la revolución siria que es la revolución de la mayoría de un pueblo contra un régimen de gobierno dictatorial local. La revolución siria no es una resistencia a un gobierno extranjero, sino una revolución por la libertad y la liberación de la dictadura. La segunda realidad es que el «pequeño zar» en Moscú entró en su batalla contra una minoría nacional y religiosa débil y oprimida, y logró pintarla como una lucha por la protección de Rusia y la recuperación de su papel. En cuanto al «pequeño mameluco» de Damasco, este no está luchando contra otro pueblo, ni pretende destruir una ciudad pequeña llamada Grosny que no tiene más de cuatrocientos mil habitantes, sino que está luchando contra todas las ciudades sirias.

La solución chechena se desploma hoy, como también lo hizo ayer la solución iraní. Llama la atención que ambos países apoyan al régimen: Irán y Rusia. Estos no se han limitado a ofrecer sus dos modelos de represión, sino que han obsequiado al régimen con todas las formas de apoyo militar y financiero, y aun así, están atónitos ante su incapacidad de lograr la solución militar y están frustrados con el gran desmembramiento entre los miembros del aparato político y militar.

Tras el fracaso de la segunda fase, que es una cuestión de tiempo y sangre, el régimen se verá obligado a entrar en una tercera fase, que tendrá una única dirección -la caída y el desplome- y que llamaremos «la fase damascena» [4]. Al Asad no tendrá éxito donde fracasó Pierre Gemayel. La pretensión fascista libanesa que incitaba a la división, y que se apoyaba en la experiencia divisoria «legitimizada» internacionalmente en el siglo XIX por medio del mutsarrifato, se desplomó porque era una opción imposible y estúpida. En cuanto a la división de Siria y la creación de una zona sectaria en ella (algo que algunos han avanzado en la prensa árabe y occidental), es una opción más estúpida e imposible que la opción fascista libanesa. Dividir Siria es imposible en los niveles sirio, regional e internacional, incluso aunque este sea el deseo israelí, y el proyecto de creación de un mini-estado en él no es más que una receta para el suicidio. Por ello, la tercera fase tendrá un único nombre, que es la caída, y con la cercanía de esta caída, los asadistas intentarán aplicar su lema «Al-Asad o quemamos el país», algo que llevan un tiempo haciendo.

Ese es el significado del sangriento comportamiento asadiano, que dice que el dictador no se marchará hasta destruir el país. Igual que el régimen fracasó en las dos fases previas, volverá a fracasar en la tercera fase a pesar del baño de sangre y lágrimas que está produciendo a diario.

Notas
[1] Pequeño gobierno independiente en Monte Líbano que comenzó en 1861 tras los sangrientos enfrentamientos entre drusos y cristianos.
[2] El lema del partido Baaz es «Una única nación árabe con un mensaje eterno».
[3] La autoridad del jurisconsulto. Grosso modo, es la base del sistema legal y político iraní, que da plenos poderes al «clero» chií.
[4] Literalmente dice shamiyya, en referencia al nombre que se da a la Siria histórica, pero también a la capital. Hemos optado por utilizar la traducción «damascena» por el título.

Tomado de Traducciones de la revolución siria