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Sobre el cierre de una empresa textil

Desde un pueblo de Albacete a Marruecos

Fuentes: Rebelión

En una localidad de menos de cinco mil habitantes en la provincia de Albacete, Casas Ibáñez, la empresa textil Sáez Merino, fabricante de los pantalones Lois, ha anunciado el cierre para trasladar la producción a Marruecos dejando en la calle a 137 trabajadores, en su mayoría mujeres que difícilmente encontrarán trabajo en el medio rural. […]

En una localidad de menos de cinco mil habitantes en la provincia de Albacete, Casas Ibáñez, la empresa textil Sáez Merino, fabricante de los pantalones Lois, ha anunciado el cierre para trasladar la producción a Marruecos dejando en la calle a 137 trabajadores, en su mayoría mujeres que difícilmente encontrarán trabajo en el medio rural. Huelga decir que la comarca está indignada y con todos los políticos locales y sindicatos al lado de los trabajadores manifestándose frente a la empresa.

Conozco a algunas de esas trabajadoras. Jóvenes sacrificadas que siempre han percibido muy lejanos esos conceptos de globalización económica, deslocalización de empresas, diferencias Norte-Sur, explotación de trabajadores en el Tercer Mundo o movilizaciones antiglobalización. Mitad por individualismo egoísta, mitad porque nadie se los supimos explicar, nunca se les ocurrió pensar que esos conceptos tuviesen algo que ver con su laboriosa y olvidada vida en un pueblo de Albacete. Sin embargo, al final la guadaña del neoliberalismo y del modelo vigente de globalización económica no deja rincón del mundo sin sufrir su presencia.

Muchas personas adoptaban los posicionamientos simplistas de quienes no percibían ningún problema con el libre movimiento de capitales y empresas y sí por la movilidad de trabajadores que, pensaban, podían quitarles sus puestos de trabajo cuando éstos llegaban a nuestros países procedentes del sur.

Los planes de cierre de la empresa de Casa Ibáñez nos vienen a confirmar que nada de lo que sucede en el mundo no es ajeno. Quienes creían que los inmigrantes marroquíes nos iban a quitar el trabajo viniendo a nuestros pueblos, ahora pueden comprobar que, efectivamente, nos lo quitan pero no viniendo en pateras como se nos quiere hacer creer, sino mediante un modelo económico que permite el libre movimiento de capitales y la explotación laboral en países pobres que logra abaratar precios a costa de la miseria de los trabajadores marroquíes.

A muchos se nos acusaba de excéntricos por preocuparnos de las condiciones laborales en Marruecos o Corea e ignorar las reivindicaciones de los trabajadores de nuestro país o comarca. Ahora pueden ver cómo esas explotaciones lejanas nos pueden afectar a nosotros. Cuando siendo representante de Izquierda Unida en la Diputación de Albacete presenté una moción exigiendo la mejora de las condiciones laborales de las fábricas textiles de Marruecos subcontratadas por las empresas españolas, sabíamos que no se trataba de defender a unas personas extranjeras concretas, sino luchar por toda una clase trabajadora cuyo destino está más unido de lo que pueden creer.

Esas condiciones laborales más allá del Estrecho, que tanto despreciaron los diputados del PP negándose a apoyar mi moción, son las que permiten que los trabajadores del mundo compitan entre ellos a costa de su salud y su nivel de vida, cada vez más empobrecido.

Lo que sí es ingenuo es pensar que basta con las movilizaciones frente a las fachadas de las empresas. A ellas no les preocupa la aceptación o no de los ciudadanos, su objetivo es ganar dinero no conseguir el apoyo ciudadano. Si queremos que se respeten los derechos laborales y sus compromisos con las sociedades a las que venden sus productos, se deben crear las legislaciones y las normas adecuadas, no mendigar bondades a los directivos en la puerta de sus sedes. En una verdadera democracia esas leyes las hacemos nosotros mediante nuestros responsables políticos. Y el método no es que éstos se hagan fotos rodeados de trabajadores frente a las fábricas, sino que aprueben en sus países las leyes que impidan esas actuaciones y presionen en los países empobrecidos bajo dictaduras, para que mejoren también las condiciones de esos trabajadores, en lugar de invitarles a las bodas de nuestros príncipes. Sí, ya sabemos que eso supone hacer otro mundo, pero es que muchos pensamos «que otro mundo es posible», más posible que esperar que los dueños de Saéz Merino no cierren porque nos manifestemos en su puerta.