Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
En 2009, el Consejo de los Derechos Humanos nombró al juez sudafricano Richard Goldstone para dirigir la misión de investigar posibles crímenes de guerra israelíes cometidos en Gaza durante la Operación Plomo Fundido. Aparte de ser un juez muy respetado, a Richard Goldstone no se le podía tildar de antisemita, dado su origen judío.
Goldstone probablemente no tenía idea de lo que le esperaba. Después de cumplir la misión y publicar sus hallazgos y conclusiones, el juez se convirtió rápidamente en la víctima de una feroz campaña de difamación. El ministro de Información israelí dijo que el Informe Goldstone era «antisemita». Alan Dershowitz, profesor de Harvard, informó a los oyentes de la emisora de radio del ejército de Israel de que Goldstone era «un diablo, un hombre endiablado» y «un traidor absoluto», «un hombre que usa su lengua y sus palabras contra el pueblo judío». Después Dershowitz se disculpó por llamar a Goldstone traidor, diciendo que pensaba que el término moser (en hebreo informante, delator) significaba «monstruo» (como si esa traducción fuera menos dura).
«Escribí a la emisora, retractándome de mi palabra ‘traidor'», dijo Dershowitz en Forward, «pero si me pregunta qué siento en lo profundo de mi corazón y de mi alma, creo que es la palabra justa que lo caracteriza, a la luz de la forma en que ha utilizado su condición de judío, como un escudo y una espada. Ya sabes, si el zapato encaja…»
Al final fue demasiado para el juez sudafricano. Trató de retractarse de las partes del informe del que es coautor y defendió públicamente a Israel de «la calumnia del apartheid». Y si decimos la verdad, parece que nunca se ha desvinculado del sionismo. Sin embargo el daño ya se hizo, y la mayor parte de la comunidad judía simplemente ya no confía en él.
Llegué a pensar en el destino de Goldstone, mientras leía Beyond Tribal Loyalties: Personal Stories of Jewish Peace Activists, una antología hecha en colaboración por 25 activistas judíos que viven en diferentes partes del mundo y que ven el conflicto desde el punto de vista palestino. Para la mayoría de los judíos criticar a Israel tiene un precio, familiares y amigos judíos lo consideran como una traición a la patria, se les acusa de «auto-odio» y en algunos casos, incluso, de preparar el camino para un nuevo holocausto. Pero estas historias no tienen que ver principalmente por el precio que tienen que pagar por su activismo, sino por las travesías personales que los llevaron de ser -en muchos casos- desde totalmente acríticos con Israel y el sionismo a defensores de los derechos palestinos.
El libro está editado por Abigail Abarbanel, una psicoterapeuta residente en el Reino Unido. Nacida en Israel en 1964, Abarbanel se crió en una familia abusadora y estuvo -como la mayoría de los israelíes- completamente ciega ante los palestinos y su sufrimiento. En cambio, el tema omnipresente era el sufrimiento judío. Durante sus años escolares el temor a otro holocausto se «planteó y debatió en repetidas ocasiones» y «le enseñaron que todo el mundo, incluidos los árabes, nos odiaban por el hecho de ser judíos». A pesar de que los palestinos constituyen una quinta parte de la población de Israel, ella nunca entendió quiénes eran, y recuerda:
Estaba resentida con los países árabes que nos rodean y con nuestro «enemigo interno» -o la «quinta columna» como se llama a los ciudadanos palestinos de Israel-, y pensaba que querían «arrojarnos al mar». Estaba resentida con el mundo que parecía no entendernos, que estaba contra nosotros todo el tiempo y que la única razón era nuestro judaísmo. Yo no entendía por qué «ellos» no podían dejarnos en paz. Pensé que la razón de nuestro sufrimiento, la ansiedad y la inseguridad estaban fuera de Israel. Como todos los demás tenía endurecido mi interior, acosado e inseguro.
Después Abarbanel abandonó Israel para ir a Australia, donde se graduó en psicoterapia. Como estudiante se vio obligada a examinar su pasado. Esto, junto con la lectura de The Iron Wall –El muro de hierro- de Avi Shlaim, la llevó a renunciar a su ciudadanía israelí y, finalmente, a rechazar el sionismo por completo.
Ronit Yarosky tampoco era consciente de quiénes eran los palestinos. Su familia salió de Montreal para ir a Israel cuando ella tenía 14 años. Hizo el servicio militar y la destinaron a Cisjordania. Los residentes palestinos eran el trasfondo del escenario, estaban allí, aunque no importaban. En las ciudades y pueblos de Cisjordania donde estuvo como soldado «no tenían nombre para mí, ‘simplemente’ eran ciudades árabes, y por lo tanto carecían de importancia en mi vida», recuerda.
La conversión de Yarosky comenzó cuando estaba trabajando en su tesis de maestría de regreso en Canadá. No fue hasta que leyó a Benny Morris, The Birth of the Palestinian Refugee Problem –El nacimiento del problema de los refugiados palestinos- cuando se dio cuenta de que los asentamientos judíos se establecieron sobre las ruinas de aldeas árabes, y de que su tío estaba viviendo en una casa palestina. Cuando habló de esto con su madre, ésta contestó: «Bueno, obviamente». Pero para Ronit los hechos recién descubiertos cambiaron su vida y después ya no podía hacer la vista gorda sobre lo que sucede a los palestinos.
Para otros como Peter Slezak, el sionismo como tal no parece que fuera importante en su infancia. Como judío en Australia ya se sintió como un extraño en la escuela primaria. Y con la mayoría de sus parientes sobrevivientes del Holocausto, la advertencia de la Hagadá de que «en cada generación, ellos [es decir, los no-judíos] se levantan contra nosotros para exterminarnos….», es fácilmente convalidada. Slezak, igual que muchos otros judíos, se preocupaba porque todos los gentiles necesariamente albergan sentimientos antisemitas, una preocupación que tuvo durante muchos años y superó definitivamente. En lugar de considerar el Holocausto como un crimen contra los judíos y una prueba de por qué es necesario un Estado judío, ve un mensaje universalista de «nunca más». Algunos amigos judíos incluso han cortado todos los lazos con Selzak, y según sus propias palabras terminó «convirtiéndose en un paria en mi propia comunidad» debido a su activismo pro palestino.
Esta cultura de la intolerancia está perfectamente expresada por el músico estadounidense Rich Siegel cuando él mismo se describe como «un sobreviviente de culto». Hay algo «muy equivocado respecto a Israel y la cultura que lo sustenta», escribe. Siegel debe saber. Era un sionista ardiente en su adolescencia, hasta el punto de que fue por las calles protestando por la aparición de Arafat en la ONU en 1974, mientras cantaba las letras de canciones como «Vamos a matar a los sirios». Para Siegel, la imagen de un inocente Israel amenazado por el odio de los árabes hacia los judíos comenzó a agrietarse mientras esperaba a su esposa fuera de una estación de tren en Rhode Island en 2004. Algunos activistas tenían un puesto de libros fuera de la estación y él se detuvo con atención en el libro de Phyllis Bennis Understanding the Palestinian-Israeli Conflict: A Primer. Se quedó sorprendido después de leer acerca de judíos que masacraban a los árabes en Deir Yassin, algo de lo que nunca había oído hablar. Siguió leyendo libros sobre el conflicto y llegó a entender lo que representa el sionismo. Algunos de sus amigos y familiares ya no forman parte de su vida, pero no se arrepiente.
Hasta aquí sólo presenté atisbos de algunas de las 25 contribuciones, pero todas merecen una lectura integral. Como gentil, también me es difícil sin referirme al carácter sagrado del Estado judío. Sin embargo, todas las personas y culturas tienen sus tabúes que hay que respetar sin correr el riesgo de ser cuestionados, perseguidos o excomulgados. A nivel personal, todos arrastramos nuestros demonios internos hasta que tenemos el valor de enfrentarnos a ellos.
No es de extrañar que el miedo sea un tema recurrente en las historias. El sionismo se nutre de miedos, el miedo a que los árabes maten a los judíos sólo por lo que son; el miedo del mundo gentil que no entiende a los judíos, porque hay un antisemita en cada gentil. Solamente haciendo frente a sus miedos los judíos podrán desengancharse del sionismo.
En el epílogo Abarbanel escribe que se empeñó en encontrar un denominador común de los 25 colaboradores. Pero al final encontró una cosa que todos compartimos, lo que ella llama «la resiliencia emocional» y la define como «la capacidad de tolerar sentimientos incómodos sin evitarlos ni intentar que desaparezcan», y añade que incluye «la capacidad de tolerar la experiencia de la desaprobación, de disgustar a otros e incluso del rechazo de los demás, incluidos familiares y amigos cercanos». Simplemente tener la valentía de defender las creencias sin que importe el precio.
Esto es lo que hace que el libro sea muy inspirador. 25 historias escritas por personas que luchan porque sienten lo que se supone que no deben sentir, porque hacen cosas que presuntamente no deberían hacer. Ellos tienen la capacidad de una recuperación emocional y el sentido de la justicia del que carece Richard Goldstone.
Kristoffer Larsson estudia Economía en una universidad sueca. Es licenciado en Teología y forma parte del Consejo de Administración de Deir Yassin Remembered. Contacto: [email protected].
Fuente: http://dissidentvoice.org/