Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
Mientras la así llamada «retirada» de Gaza ha terminado y el Gobierno israelí vuelve sus ojos de halcón hacia la consolidación en Cisjordania, han quedado definidas las líneas de debate sobre los motivos y el valor de la retirada. Pero, con independencia de lo que depare el futuro, el repliegue ha contribuido a establecer una perniciosa línea de pensamiento sobre los colonos y su relación con el Estado de Israel y con el propio sionismo.
Cuando la prensa y los especialistas no se encuentran ocupados en describir a los colonos como víctimas inocentes de imprescindibles males políticos, los retratan (muy ocasionalmente) como extremistas equivocados que se encuentran al margen de la mayoría de la sociedad israelí. Bajo este punto de vista, los colonos representan una desviación o perversión del verdadero sionismo.
El tema que subyace en algunos de los reportajes y comentarios sobre el repliegue es el de que se ha «secuestrado» al sionismo. Más extendido, en general, entre la supuesta izquierda, este argumento considera el proceso de colonización de Cisjordania y Gaza un trágico error que pone en peligro no sólo la integridad física de Israel sino también la integridad moral del país. Este argumento sostiene que las colonias suponen algo más que un riesgo físico: son un peligro para los principios fundamentales del sionismo. Por ello hay que desmarcarse antes de que esta desventura corrompa el corazón del movimiento sionista.
Mientras que esta explicación puede tener una favorable acogida en quienes creen en la bondad intrínseca del sionismo, y aunque puede proporcionar un empuje político, se trata de una desviación de la historia mal planteada y distorsionante. Y esto probablemente alimenta la violencia de la opresión y de la resistencia que ha marcado la historia palestina reciente. Un mirada en profundidad a los archivos históricos revela que, lejos de constituir una bastardización del sionismo, la colonización maximalista de Cisjordania es parte integrante del proyecto sionista.
Durante un siglo, la mayoría de los líderes sionistas han compartido el deseo de controlar toda la Palestina histórica.. No es preciso entrar en detalles sobre la evolución del pensamiento en relación con las fronteras de Israel, ya que se han producido gran número de desacuerdos en una variedad de temas (por ejemplo, la naturaleza y el ritmo de construcción de las colonias, las relaciones con los británicos durante el Mandato y la forma de «tratar» con la población nativa árabe palestina). No obstante, desde Herzl, Ben Gurion, y Weizmann hasta Begin, Sharon y Barak, el expansionismo e incluso la idea de una transferencia forzosa de la población, han sido una marca distintiva del movimiento sionista.
Durante el Mandato británico, David Ben Gurion previó los planes para la instauración de un Estado judío en una parte de Palestina como simple paso inicial para «la reunión de los refugiados en la totalidad de Palestina» (Véase Revisiting the UNGA Partition Resolution (De nuevo sobre la Resolución de Partición de la Asamblea General de Naciones Unidas, por Walid Khalidi). En forma similar, Chaim Weizmann escribió acerca de los propósitos de partición de Palestina desarrollados en los años 30 que «con el tiempo deberemos expandirnos a la totalidad del país…esto sólo es un acuerdo para los próximos 15-30 años (véase: «Sionismo and Its Impacto» (El sionismo y su impacto, de Ann M. Lesch). Así, incluso cuando los primeros dirigentes del sionismo expresaban una obligada buena voluntad hacia el hecho de que el Estado de Israel sólo colonizase una parte de Palestina, sus movimientos eran parte de una estrategia para obtener toda la tierra que pudieran en previsión de una expansión posterior. Ellos no se «comprometían» en sentido real.
Otra declaración conocida es la de Menachem Begin tras su victoria en las elecciones israelíes de 1977 cuando afirmó, refiriéndose a los territorios ocupados en 1967, «¿Qué territorios ocupados? ¡Son territorios liberados!». Con posterioridad, incluso cuando Begin negociaba con el presidente egipcio Anwar al-Sadat sobre la península del Sinaí, se negó firmemente a ceder en la cuestión de Cisjordania y Gaza (y los Altos del Golán) donde las colonias ya se estaban expandiendo. Y no olvidemos la ya famosa cita del antiguo general israelí y ministro de Defensa, Moshe Dayan en el sentido de que Israel debía dejar bien claro a los palestinos que «no existe solución: ustedes seguirán viviendo como perros y quien quiera irse que se vaya».
Más recientemente, mientras el Proceso de Oslo languidecía hasta llegar al violento final, la expansión colonial con gobiernos del Partido Laborista y del Likud- Rabin, Peres, Netanyahu, Barak y Sharon- alcanzaba un ritmo frenético. A lo largo del siglo pasado, el movimiento sionista ha dejado suficientemente claro sus propósitos en Palestina por medio de esas declaraciones y otras muchas; y por los hechos.
Además, la dirección sionista no ha estado sola en sus exigencias maximalistas. Aunque una mayoría de israelíes expresara su apoyo a la «retirada» de Gaza, la voluntad de abandonar las colonias de Cisjordania es drásticamente menor. El expansionismo en Israel proviene de complejos fenómenos socio-políticos y tiene una larga y enmarañada historia. Y aunque muchos sionistas puedan oponerse al control de Cisjordania, no ignoramos la áspera realidad del sionismo en sí mismo.
No obstante, ninguno de estos hechos releva al estudioso de la política israelí de explicar el sincero debate planteado sobre el significado y la dirección que sigue el sionismo. Como cualquier otra teoría, el sionismo es un lenguaje político. Y los seguidores del sionismo están realmente llevando a cabo un debate genuino (si bien poco esperanzador por haberse planteado mal) sobre las fronteras y la naturaleza del proyecto sionista. En el interior de este debate existe una lucha por la supremacía entre diferentes tendencias pero hasta ahora las voces que exigen el fin de la ocupación, el rechazo del racismo y la paz ya, son desgraciadamente muy pocas.
La lección que debemos sacar de estos hechos es que no podemos escapar a las consecuencias de nuestro sistema de creencias. Cuando se apoyan ideologías racistas y de expansión militarista no se puede ignorar el sufrimiento que producen. A pesar de las protestas de la izquierda sionista, que reclama la vuelta a un sionismo puro, a sus raíces, el sionismo está preso en sus propias y trágicas perversiones. No existe nada semejante a un «sionismo justo», de la misma manera que no existe «una supremacía blanca justa» o un «colonialismo justo». Un sistema que se basa en el fanatismo, que considera a un pueblo el elegido dentro de un Estado, con independencia de las supuestas justificaciones, no puede hacer otra cosa sino discriminar y oprimir.
Pero de la misma forma que el racismo del sistema sionista genera opresión, sus reclamaciones de justicia y democracia no deben ser tenidas en cuenta, especialmente las de quienes son los más firmes partidarios del fanatismo y de los privilegios. A un sistema que hace proclamas racistas se le llamará racista, mientras que a uno que se proclama justo y democrático se le considerará justo y democrático. Desde los palestinos de Cisjordania y Gaza, a los palestinos ciudadanos de Israel, de los Drusos a los judíos de Etiopía, los oprimidos seguirán llamando a la puerta del Estado de Israel para pedir que se hagan realidad las promesas que se han hecho. Y cuanto más fuertes son sus reclamaciones más evidentes resultan las contradicciones del sionismo. Al igual que las ideas, la gente tiene un misterioso modo de negarse a desaparecer.
Issa Mikel es un abogado estadounidense de origen palestino, escritor independiente y comprometido en trabajos voluntariado en Palestina.
13 de septiembre de 2005