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Declaración de Red Roja

Desinoculándonos la parálisis antiimperialista

Fuentes: Rebelión

La peor de las actitudes reaccionarias (en el sentido estricto del término, es decir, que «favorecen ir para atrás») no es la que se basa en una completa mentira, sino la que tiene más de un «grano de verdad». No, no todo lo que afirman algunas voces que equiparan responsabilidades entre el imperialismo agresor y […]

La peor de las actitudes reaccionarias (en el sentido estricto del término, es decir, que «favorecen ir para atrás») no es la que se basa en una completa mentira, sino la que tiene más de un «grano de verdad». No, no todo lo que afirman algunas voces que equiparan responsabilidades entre el imperialismo agresor y el gobierno de turno del país situado en su punto de mira es falso. Ni siquiera cuando describen nuestro antiimperialismo o y cómo lo defendemos. Por eso resulta peor su actitud. Y es que incluso se puede tener más razón en determinados aspectos de lo que se dice con respecto a las situaciones concretas libia, siria, etc. (en comparación con lo que argumentan algunas personas del campo militante antiimperialista) y, sin embargo, instalarse en una actitud francamente reaccionaria en lo que se refiere al plano de la confrontación mundial en curso; un plano este, que es donde se sitúa nuestra obligación de desarrollar un movimiento antiimperialista, precisamente en el frente de países centrales del capitalismo avanzado, conscientes de que estos son el principal límite para la liberación social de los pueblos.

Ni que decir que desde Red Roja apoyaríamos procesos realmente emancipadores en Libia, Siria o Irán. Pero no podemos pasar por alto que, sobre determinadas problemáticas socio-políticas en estos países, los imperialistas vienen encumbrando direcciones políticas y fortaleciendo movimientos con muchos puntos comunes con la «contra» criminal antisandinista nicaragüense. Sin duda, nuestros críticos saben que la inmensa mayoría del campo antiimperialista militante no apoya «totalitarismos», ni represiones populares, ni le gustan muchas cosas que pasan en bastantes países que se libraron en el siglo XX del control imperialista, ni tampoco en Rusia, ni en China , etc. Por cierto, también hay cosas que no nos gustan en Cuba y en Venezuela, pero muchos -desde los años 80- supimos que no es difícil montar procesos contrarrevolucionarios y proimperialistas sin necesidad de que haya que fabricarlo todo en una oficina de la CIA. Por esto, aunque hasta apostamos por revoluciones dentro de las revoluciones, incluso en las «más cercanas» (figúrense en otros países), hemos decidido seguir esa enseñanza «fidelo-guevariana» de canalizar nuestras obligadas críticas militantes por planos diferentes y siempre con una máxima: que ninguna de nuestras críticas entre en contradicción con nuestro puesto principal de combate de debilitamiento máximo de la retaguardia imperialista.

En este sentido, tendremos que asumir que algún que otro lo tenga fácil para instalarse en su actitud intelectual «escrupulosamente justiciera» con respecto a nuestro «desequilibrio calculado» del tratamiento de las diferentes contradicciones a nivel mundial. Lo van a seguir teniendo fácil, porque lo que nos va preocupando cada vez más a bastantes personas es la convicción de que el conjunto del imperialismo de países capitalistas «avanzados»(en medio de la gravísima crisis sistémica a la que asistimos) y del imperialismo yanqui en particular (en su intento de quemar el mundo si es preciso con tal de prolongar una hegemonía sin base real) están fomentando artificialmente conflictos o interviniendo para agudizar conflictos político-sociales reales en determinados países con pretensiones geoestratégicas que prolonguen un poder que no se sostiene ya como antes. Sabemos que hay una segunda edición de ola reaccionaria en curso (tras aquella de la «caída del Muro») que ahora persigue cargarse todos los regímenes que al abrigo -principalmente de la Unión Soviética- se sustrajeron al liderazgo imperialista otanista. Siempre ha sido ésta una pretensión desde la Guerra Fría y ahora es uno de los elementos urgentes que conforman la desestabilización permanente de la situación internacional como «salida de guerra» a la crisis tan grave que los corroe.

Así que, ciertamente, nuestro antiimperialismo siempre resultará arriesgado, porque no se basa en la calidad democrática del agredido, sino en la «calidad», potencia y fines del agresor. Y aunque, como decimos, no nos gustan no pocas cosas que pasan en TODAS partes, sabemos que nuestra obligación primera (por estar en el campo de países centrales del imperialismo) ha sido y es obstaculizar, en la práctica y no en las palabras, que los imperialistas lleven adelante su plan A (reordenación «democrática»-tipo neocón– del mundo para mejor expoliarlo) o su plan B (incendiarlo todo con tal de prolongar hegemonías al precio que sea).

Por lo demás, amén de las fallas cometidas en el análisis político de lo ocurrido en los procesos afectados por la intervención imperialista, y en un ejercicio propio de tanto intelectual teoricista, se ha llegado a inventar categorías aparentemente progresistas pero que son antidialécticas e idealistas en el mero plano filosófico. Así, es una tremenda tontería hablar de «imperialismo interior» para igualar la oposición que deberíamos desarrollar ante Bachar Al-Asad y un Obama o una Merkel. No nos dejemos impresionar. Es más: claro que pueden encontrarse actitudes y actuaciones imperialistas en muchos países de todos los tamaños, sin duda más creíbles en Rusia y en China por su potencia. Claro también que sobran por aquellos lares casos de explotación capitalista con los que no vamos a comulgar. Pero, para los marxistas, lo importante no es el imperialismo que se quiera, sino el que se ejerza, o se pueda ejercer. Seguimos ligando el imperialismo más criminal y causante principal de agresión de los pueblos a los países capitalistas «viejos y avanzados», sólo sea porque en el estadio actual de un sistema más que envejecido y podrido, las formaciones socio-económicas rusa y china ya no pueden aspirar a igualarse al viejo club de «países avanzados», y no pueden prescindir absolutamente de la herencia de su pasado socialista para devenir potencia capitalista si no quieren dejar de ser… una potencia independiente. Por eso, con Cuba, Venezuela y resto de países del campo bolivariano, muchos nos negamos a explicar los conflictos derivados de la pretensión de someter a China y a Rusia como contradicciones interimperialistas de mismo nivel. Ni mucho menos consideramos a esos países como factores responsables de la permanente y siempre creciente desestabilización de la situación internacional. De ahí que ni para estos asuntos seremos ninis. Ya ven que lo tienen fácil para criticarnos de «amigos de totalitarismos». Ni en estos casos citados, les vamos a dar el gusto a los medios de comunicación imperiales de no compaginar correctamente nuestra actividad militante anticapitalista y antiimperialista.

Cierto que nuestra tarea antiimperialista es ardua y llena de «responsabilidad occidental» por vivir precisamente en la cueva del ogro. Sabemos que el Occidente imperial, en la medida de que siga ejerciendo como tal, limita cualquier proceso de liberación o simplemente de desarrollo independiente en la periferia. No sólo el Occidente reaccionario pone límites por su agresividad y chantaje militares. Al venir dominando en buena parte la economía internacional, condena a arrastrar atrasos a muchas sociedades que incluso acceden a procesos de transformación socialista, impidiéndoles de esta manera profundizar en esos procesos. Por eso, no podemos sustraernos a la tarea pendiente de debilitar al máximo la retaguardia imperialista fomentando movimientos antiimperialistas.

Pues bien, la verdad es que en esta faena andamos con mucho retraso. Y desde luego sería una estupidez buscar en determinadas personalidades del etiquetado «ninismo» la causa principal por la que el antiimperialism o está poco desarrollado en el estado español. Más que alargarnos en debates interminables y que no salen del «plano de la palabra», se trata de centrarnos en superar nuestras propias debilidades para pasar de la indignación a la acción militante práctica.

Sin más dilación, en la medida de nuestras posibilidades, y sin necesidad previa de ir incólume de dudas, apoyemos las Plataformas contra la Guerra Imperialista, no tanto para ensartar declaración tras declaración, sino para la realización de actos en la calle. Trabajemos por la formación de comités antiimperialistas con dos primeros grandes ejes: la solidaridad con los procesos hermanos abiertos en América Latina y contra la intervención imperial y sionista ya en curso o en ciernes en Oriente Medio. En esa línea de proyección práctica, en lo inmediato despleguemos un esfuerzo militante en las movilizaciones previstas contra la guerra imperialista para el 19 de mayo, fecha en la que se preparan grandes manifestaciones en muchos países (empezando por EE.UU) contra las cumbres simultáneas del G8 y de la OTAN que se celebrarán ese día en Chicago.

Materialicemos, en fin, nuestras convicciones antiimperialistas sin complejos. Y con ese mejor Hegel que nos recordaba Marx, en todo este asunto de verdadera urgencia, consideremos más error no hacer nada por temor a equivocarnos que equivocarnos actuando. Los verdaderos responsables de las agresiones imperiales los tenemos a dos cuadras. Nadie podrá hacer por nosotros lo que sólo a nosotros nos corresponde.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores y autoras mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.