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Desprecio, inhumanidad y prepotencia del Consejero vasco de Interior

Fuentes: Rebelión

Estuve, al igual que otros militantes del Moviment Comunista de Catalunya, en el entierro de Jon Paredes Manot, «Txiki». Fue en Sardanyola, Barcelona, un domingo si no he acuñado mal esa moneda. Dos días después de su fusilamiento, el 27 de septiembre de 1975. Después de ello estuvimos manifestándonos por el centro de la ciudad […]

Estuve, al igual que otros militantes del Moviment Comunista de Catalunya, en el entierro de Jon Paredes Manot, «Txiki». Fue en Sardanyola, Barcelona, un domingo si no he acuñado mal esa moneda. Dos días después de su fusilamiento, el 27 de septiembre de 1975.

Después de ello estuvimos manifestándonos por el centro de la ciudad a lo largo del día. Incansablemente. Hasta que el número de policías superó con cruces el número, mermado con las persecuciones, de manifestantes.

No recordaba que su cadáver había sido trasladado a su ciudad natal a Zarautz.

Su hermano Diego Paredes Manot recordaba lo sucedido este último 27 de septiembre, durante la visita que cada año familiares y amigos hacen a su tumba. Entre ellos su madre, una mujer de 80 años. Copio algunos pasos de una entrevista.

El domingo, se le preguntó a Diego Paredes Manot, como desde hace 34 años, acudieron al cementerio de Zarautz, en Guipúzcoa, ¿qué ocurrió cuando llegaron?

    Sabíamos que Ahaztuak tenía una convocatoria a las 13.00, pero Martxelo Álvarez la desconvocó. En el cementerio nos juntamos los familiares y algunos amigos de Txiki. Nada más llegar nosotros aparecieron los policías con material antidisturbio, armados hasta los dientes. Hablamos con ellos, y Martxelo les dijo cómo no se iba a hacer nada. […] el mando de la Ertzaintza, muy prepotente, dijo que no se podía hacer absolutamente nada. Martxelo les dijo que se iría, pero que dejara a la familia en paz. Pero no estaban por la labor.

    Le dije que «ahora, la familia y los cuatro amigos de Txiki que están aquí le vamos a hacer el homenaje que se merece, como lo hacemos todos los años». «Los familiares, igual se pueden quedar. Pero el resto se tendrá que ir», respondió, muy prepotente. «¿Cómo que los familiares se pueden quedar igual? ¿Tenemos que pedir hora para poder visitar la tumba de mi hermano?», le dije, que estaba ya encendido. «Pues aquí no os vais a quedar», dijo el mando.

Estaban preparados para cargar, añadía Diego Paredes Manot. Hubo un momento tenso, como no podía ser de otro modo, en el que él mismo comentó a la policía que lo único que faltaba era que a ellos también les fusilaran. «Hasta ahí no vamos a llegar», les respondieron, orgullosos y contentos de sí mismos y de su hallazgo.

Aralar presentó una interpelación ante el gobierno vasco solicitando explicaciones por lo sucedido. No sé si otros grupos de la cámara la apoyaron.

Rodolfo Ares, el responsable de Interior del gobierno vasco, uno de los máximos dirigentes del PS de Euzkadi y no sé si aún presidente del Senado, respondió el 23 de octubre en el Pleno de control del gobierno a la interpelación que pedía, como se apuntó, una explicación por la actuación de la Ertzaintza ante la tumba de «Txiki» el 27 de setiembre de 2009, 34 años después de su asesinato «legal».

Ares se escudó en la prohibición de la Audiencia Nacional de los actos del Gudari Eguna: el impedimento no fue «una decisión caprichosa del consejero y de la Ertzaintza». Él se limitó «a cumplir con su obligación, porque el tribunal pedía expresamente que impidiera que el acto se celebrara».

El consejero Ares, sin que se le cayera la cara de vergüenza rota en mil pedazos, dijo desconocer los motivos por los que se había solicitado que pidiera disculpas a la familia ya que, insistió, «yo no tomé ninguna decisión, no sé por qué se pide mi dimisión».

Sin disculpas, sin perdón, sin humanidad, con toda la prepotencia e ignominia del mundo. Así son tratados los familiares de un luchador antifranquista asesinado por un consejero de un gobierno dirigido por un partido que dice ser socialista y obrero.

Definitivamente, sin atisbo para la duda: la transición fue una transacción que es necesario superar. No es una cuestión ni siquiera política, es prepolítica, de simple y básica humanidad: ¡para cultivar en paz el recuerdo de los luchadores asesinados!

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.