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Devastadora crítica de Yakov Rabkin al sionismo, «porque se opone a la tradición judía y al liberalismo»

Fuentes: Mondoweiss

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

 

Yakov Rabkin en la Conferencia de Cork sobre el derecho internacional y el Estado de Israel, abril de 2017. Fotografía de Tom Suárez

El año pasado, uno de los libros más importantes de todos los tiempos sobre el sionismo, salió publicado en inglés por Pluto: What Is Modern Israel? , escrito por Yakov Rabkin, un profesor de Historia en la Universidad de Montreal. El tema central del libro es cómo los sionistas han explotado el judaísmo y las tradiciones occidentales para mostrar a Israel como una democracia liberal cuando en realidad es un proyecto nacionalista colonialista colgando de sus garras paranoides.

Rabkin tiene experiencia. Es un académico religioso y su judaísmo le ha llevado a abrazar un cosmopolitismo universalista a la hora de interpretar la historia de nuestro siglo. Dados sus antecedentes ha sido capaz de desafiar lo que llama el «clima de terror intelectual que rodea la cuestión de Israel».

Con la lectura de su libro, se me ocurrió que el mayor servicio que podía ofrecer a un lector es desarrollar las ideas letales de Rabkin acerca de la naturaleza del «Estado judío» y el antagonismo esencial entre judaísmo y el sionismo. Lo que sigue es una larga secuencia de observaciones y conclusiones de Rabkin, todas las cuales tienen como objetivo poner fin a ese clima de terror y permitir que los occidentales hablen libremente acerca de la era sionista. Allí vamos.

Rabkin dice que el sionismo tiene cuatro objetivos esenciales. 1º.- «Transformar la identidad judía transnacional centrada en la Torá en una identidad nacional semejante a la de otros países europeos». 2º.- «Desarrollar una nueva lengua vernácula». 3º.- «Trasladar a los judíos de sus países de origen a Palestina». Y 4º.- «Establecer el control político y económico sobre Palestina».

Por lo tanto el sionismo es un caso de «modernización típica impuesta por el colonialismo occidental», una política rechazada tanto por los árabes como por las poblaciones judías tradicionales.

En lo político Israel ha podido contar con el apoyo sólido de las élites de las naciones occidentales, en parte debido a los objetivos colonialistas del sionismo: «El carácter esencialmente europeo de esta colonia de reciente creación, que se asemeja en muchos aspectos a las antiguas colonias del Reino Unido a lo largo el mundo, también explica el apoyo occidental a Israel. Su identidad auto-atribuida como un ‘Estado judío’ viene de facto con la legitimidad de la renovación de la etnicidad como criterio de pertenencia».

Rabkin toma nota de la tendencia popular que hemos estado describiendo: «la parcialidad occidental hacia Israel sufre de un déficit democrático: al contrario de sus élites, la mayoría de los ciudadanos de las naciones occidentales consideran al Estado de Israel una amenaza para la paz mundial».

La distinción entre las alas izquierda y derecha del sionismo es mucho menos significativa de lo que es la hostilidad del sionismo al liberalismo:

 Es seguro que sería más útil hablar de una división entre el cosmopolitismo liberal y el nacionalismo étnico. El sionismo, por su parte, es fundamentalmente hostil al cosmopolitismo liberal, lo que explica por qué los sionistas de «izquierda» en Israel y en otros lugares han virado, en gran parte, a la «derecha». Lo que une a los dos bandos -la convicción de la legitimidad del sionismo- es más sustancial que las diferencias de estilo o tácticas que los dividen .

Rabkin une el crecimiento del sionismo con la secularización de la identidad judía en la modernidad y la aspiración judía a la experiencia normal entre las naciones:

La identidad laica judía adquirió una dimensión sociocultural, aquella que conscientemente rechazaban y que el judaísmo pudo preservar, al menos por un tiempo, un lenguaje específico (yiddish), y algunos otros rasgos culturales. Esta nueva identidad se conjugó en una amplia gama de opciones políticas, a menudo de inspiración socialista o nacionalista. Con la consumación de la ruptura con la tradición, el concepto de judío laico, en desacuerdo con la visión tradicional judía, hizo posible redefinir a los judíos como «pueblo normal» y por lo tanto esto se convirtió en la piedra angular del sionismo.

Pero fue una definición especial de la condición de pueblo.

El concepto del pueblo judío en el que se basaba el sionismo tenía muy poco en común con las definiciones tradicionales del término. Los eruditos religiosos saben que: «la Torá, y sólo la Torá, otorga a los judíos una identidad colectiva».

La tradición judía ha hecho del exilio el foco de la existencia judía. Dice el Rabino Samson Raphael Hirsch:

La Torá… nos obliga, hasta que Dios nos llame de nuevo a la Tierra Santa, a vivir y trabajar como patriotas dondequiera que Él nos haya colocado, para recoger todas las fuerzas espirituales, físicas, materiales y todo lo que es noble en Israel encaminado a promover la riqueza de las naciones que nos han dado refugio.

Pero la nueva identidad laica judía ganó popularidad en Europa del Este y, especialmente, en Rusia, y «eliminó la dimensión religiosa -y por lo tanto la normativa- de la identidad judía y retuvo sólo sus dimensiones biológicas y culturales».

Al mismo tiempo que contrarrestaba la religión judía, el sionismo también contradijo al liberalismo: «los sionistas consideran una sociedad liberal y multicultural un importante obstáculo para la expansión de una conciencia nacional judía».

Zeev Sternhell:

«Aceptar el concepto liberal de la sociedad significaría [para la intelectualidad nacionalista judía] el final del pueblo judío como una unidad autónoma».

Por lo tanto, Rabkin dice: «La principal amenaza para el sionismo es el liberalismo europeo, que ofrece a los judíos una elección individual, pero según muchos sionistas les niega la oportunidad de vivir una verdadera vida nacional».

El sionismo es en su origen una respuesta a los desafíos del liberalismo: «lejos, muchos más israelíes se instalan en las democracias liberales del mundo que los ciudadanos de esos países que emigran a Israel». Eso vale para los judíos rusos también:

«De los 1,2 millones de judíos que emigraron desde Rusia a comienzos del siglo XX, apenas unos 30.000 palestinos llegaron a Rusia, y de ellos, sólo una cuarta parte permaneció allí».

La tradición judía del exilio es tan fuerte que cuando a los judíos soviéticos se les permitió emigrar se pidió a Israel que llevase a cabo «una campaña diplomática a gran escala en un esfuerzo por convencer a sus aliados (principalmente los Estados Unidos y Alemania) para limitar la inmigración de judíos a esos países».

Rabkin dice que el sionismo fue iniciado por judíos asimilados y laicos que sintieron que la emancipación les había otorgado la libertad de penetrar en los más altos niveles de la sociedad europea. Y habiéndose encontrado con el rechazo, buscaron una nación como otras naciones para contrarrestar esa frustración. Hasta el sionismo la Torá había sido la base de la unidad judía. Pero cuando volvieron a la tierra de Israel «ya no necesitaron seguir los preceptos [de la Torá], porque su conciencia nacional, como la experimentaban en la tierra de Israel, sería suficiente para sostener la unidad».

Israel permitió a estos judíos perdonarse a sí mismos por la asimilación: porque se asimilaban a la historia «normal»:

«Sólo el Estado de Israel ofrece a los judíos la máxima libertad de rechazar totalmente su patrimonio espiritual y convertirse en ‘pueblo normal’. La nueva identidad israelí parece facilitar la asimilación colectiva sin afectar en quienes la adoptan el sentimiento de culpa a menudo vinculado a la asimilación de manera individual».

Rabkin cita el rabino Amram Blau diciendo que el sionismo trajo un mayor daño a los judíos que a los árabes:

«Los árabes pueden haber perdido sus tierras y sus hogares, pero al aceptar el sionismo los judíos han perdido su identidad histórica».

Y cita a Meron Benvenisti, exalcalde de Jerusalén, que caracteriza el sistema inequitativo de los derechos de los judíos y de los palestinos ocupados como «la democracia de la Herrenvolk [raza superior]».

La exaltación del volk por los sionistas como el tema exclusivo de la historia judía llevó a los rabinos a denunciar este «elemento cardinal» de la ideología sionista, dice Rabkin. A continuación cita a un rabino austríaco.

«No hay nación judía… los [judíos] deben cultivar el lenguaje hebreo antiguo, estudiar su rica literatura, conocer su historia, apreciar su fe y hacer los mayores sacrificios por ella; deben tener esperanza y confianza en la sabiduría de la divina providencia».  

El sionismo depende del antisemitismo y también lo fomenta.

«El sionismo político promueve intencionadamente el antisemitismo», escribió I.M. Rabinowitch en 1974. «Desde el principio ha tenido la política de incitar deliberadamente el odio al judío. Y a continuación, con horror fingido, señalar que justifica un Estado judío».

Rabinowitch dijo que el sionismo contiene las «mejores semillas fértiles para la proliferación del antisemitismo»: el concepto de la doble lealtad. A continuación Rabkin cita a un exdiplomático israelí que describe el papel de los judíos en Occidente como «la diáspora esclavizada por Israel».

Aquí Rabkin no se intimida por el clima de terror intelectual. El vasallaje de la diáspora va más allá de la doble fidelidad a «una forma de lealtad exclusiva al Estado de Israel». (Recuerde a Dennis Ross reclamando que los judíos de los Estados Unidos deben ser los «defensores» de Israel, no de los palestinos.) Rabkin dice:

«La defensa incondicional de Israel a la que ciertos líderes de la comunidad han empujado a los judíos, tiende a exponerlos a la crítica, que a su vez justifica el sionismo y hace indispensable el Estado de Israel como una póliza de seguro. Incluso los israelíes orgullosamente laicos encuentran que esta política es suicida para el futuro de la diáspora…

«La denigración de la vida judía fuera de Israel ha sido durante mucho tiempo una característica del pensamiento y la práctica sionista. La movilización de la diáspora para justificar cualquier acción política o militar que Israel podría emprender constituye su elemento crítico».

No es que los sionistas supieran cómo tratar con los palestinos. Los activistas sionistas en Europa nunca conocieron la «variedad tolerante del nacionalismo» que distingue entre la nación, la religión, la sociedad y el Estado. Por el contrario, las dos consignas adoptadas por los pioneros sionistas ilustran claramente sus intenciones: «conquista mediante el trabajo» y hafradá (separación).

«En otras palabras, el movimiento sionista adoptó una política de desarrollo separado que permanece en vigor hasta el presente y explica en gran medida la perpetuación del conflicto con los palestinos y el aislamiento del Estado de Israel en la región».

Estas políticas han dado lugar a una gran inseguridad en Israel. Hoy en día el término «seguridad» ha sustituido el concepto de autodefensa que se empleaba extensamente antes de la creación del Estado.

«Israel se considera a menudo un lugar de refugio, incluso el último refugio, y bien se puede haber convertido en el lugar más incierto de todos para los judíos… Ahora, a diferencia de los primeros años del sionismo, el sentido de víctima se ha convertido, a lo largo de las últimas décadas, en una parte integral de la identidad judía israelí.

«Algunos de los que han persistido en verse a sí mismos como víctimas se han dado cuenta de que en realidad son víctimas de la empresa sionista, que les ha sometido a guerras interminables y, en el caso de los judíos árabes, a una situación de inferioridad social y económica crónica».

Estas condiciones generan la paranoia, que Rabkin remonta a una maldición bíblica: «huiréis aunque nadie os persiga» (Levítico).

Los israelíes judíos son conscientes en algún nivel de que su país se basa en fundamentos inestables:

La sensación de fragilidad es alimentada por la conciencia de la hostilidad palestina y de la hostilidad de la población de la región en su conjunto, una hostilidad que a menudo se atribuye a las llamadas causas «esencialistas» -la religión islámica y el odio irracional a los judíos- más que a causas sociales y políticas perfectamente comprensibles, como la ira generada por la discriminación, el despojo y la expulsión de la población nativa.

La exigencia de los líderes israelíes de que otros reconozcan a Israel como un Estado judío «da testimonio de la fragilidad del Estado de Israel, resentida por muchos sionistas a pesar de su poder y prosperidad». Mientras que los temores sionistas de convertirse en una minoría hacen que se fomenten las políticas de inmigración discriminatorias que sólo agravará el problema.

«El auto-odio judío» -el rechazo de la tradición judía- ha sido un sello distintivo de la ideología sionista del renacimiento nacional. Y esto también socava cualquier sentido de la permanencia de Israel.

«La tradición judía enseña que los judíos deben tener en cuenta la impresión que pueden causar en los demás, incluso en los que les han perseguido en el pasado… Pero el sistema de educación sionista desde sus inicios ha promovido el uso de la fuerza, la autoafirmación y la combatividad. Los sionistas han considerado la obligación de comportarse como ejemplos morales con desprecio y burla, cuidándose poco de la impresión que ellos, y más tarde su Estado, causaron en el mundo, y sobre todo en sus vecinos inmediatos. Ben Gurion formuló la proposición de este modo: «Lo que importa es lo que los judíos hacen, no lo que piensan los goyim».

Así, el sionismo produjo un Estado que rechazó el «judaísmo y su humildad». La nueva cultura sionista/israelí se ve como europea a ultranza. «Así fue como docenas de canciones, canciones de cuna y cuentos infantiles fueron traducidos del ruso al hebreo durante los primeros años de la colonización sionista». ¡Pero no canciones árabes!

Los sionistas utilizaron la violencia para despojar a los judíos de su tradición religiosa:

«Muchos de los fundadores de los grupos armados judíos, tanto en Rusia como en Palestina, también reconocieron que el uso de la fuerza era una manera de quebrantar a los judíos su tradición judía».

El Holocausto jugó un papel importante. Citando a un historiador israelí, Rabkin dice «en la política israelí, la lección que se extrae convenientemente de la Shoah es que un judío desarmado no vale más que un judío muerto». Rabkin agrega con advertencia: «Sin embargo otra lección que podría extraerse de la tragedia que sufrieron los judíos de Europa sería fomentar la desconfianza de los estados poderosos que desprecian la moralidad del individuo, practican la discriminación racial y cometen crímenes contra la humanidad».

Los espacios cívicos en Israel se asocian sobre todo con «la muerte de la patria», un vínculo que se remonta al comienzo de la colonización sionista, dice Rabkin. Y señala que la advertencia de Hannah Arendt cuando afirma que el líder nazi Adolf Eichmann no es culpable de «crímenes contra el pueblo judío», sino de responder normalmente a un sistema burocrático malvado, encierra «un significado universal y que debe ser una advertencia para cualquier estado que adopte la discriminación étnica como política de Estado».

«No hay duda de que después del genocidio nazi el uso de la fuerza se convirtió en un artículo de fe para un gran número de judíos. Dudar de la legitimidad y la eficacia de la fuerza es, en los círculos sionistas, equivalente a la traición».

Ese artículo de fe ha hecho que Israel derogue el derecho internacional: «Desde la proclamación del Estado, la política israelí ha permanecido constante. Refleja el imperativo de perpetuar un Estado establecido en contra de la voluntad de la población árabe nativa ocupando predominantemente tierras que le habían pertenecido… el comportamiento de Israel, la encarnación del principio ‘el poder tiene la razón’ ha socavado las bases mismas del derecho internacional público concebido para reducir los conflictos y promover la paz».

Rabkin es claro acerca del carácter racista de ciertas instituciones israelíes como el Fondo Nacional Judío (KKL): «Esta institución ha desempeñado un papel crucial en el desarrollo del Estado sionista. En respuesta a una acción antidiscriminación interpuesta contra el KKL en 2004, la organización confirmó que ‘la lealtad del KKL es al pueblo judío y sólo a él está obligado. El KKL, como dueño de la tierra, no tiene el deber de practicar la igualdad con todos los ciudadanos del Estado».

Entre los judíos ortodoxos la crítica del sionismo está viva:

«Mientras que el respetado intelectual israelí Boaz Evron argumenta que ‘el sionismo es de hecho la negación del judaísmo’, las palabras que durante décadas están escritas en las paredes del barrio haredí de Mea Shearim en Jerusalén se hacen eco de esta posición fundamental: ‘el judaísmo y el sionismo son diametralmente opuestos uno al otro'».

Y, por supuesto, la reputación internacional del sionismo se ha trastocado:

«El sionismo como símbolo de la lucha contra el racismo y por los derechos humanos ha adquirido las características de una ideología que produce el racismo judío y un sistema institucional que tiene mucho en común con el apartheid sudafricano.

«El Estado sionista, que debía haber sido un instrumento de liberación nacional, se ha convertido en realidad en un experto manipulador que ha intentado monopolizar el control de la tierra, el agua y otros recursos del país».

Eso repele muchos sionistas: «La emigración afecta principalmente a los estratos más instruidos de la población. Se estima que un 25 por ciento de los académicos israelíes trabajan en los Estados Unidos».

Ellos entienden que el sionismo está fuera de sintonía con la historia: «La tendencia posmodernista presagia el colapso del sionismo, ya que el nacionalismo se percibe como una forma de opresión que debe dar paso a la afirmación de la alteridad y el multiculturalismo».

Rabkin ve la cultura política israelí cada vez más autoritaria:

La corriente totalitaria no da señales de disminuir. Si bien algunas preguntas de fondo sobre ciertas políticas israelíes son a veces toleradas, no solamente las críticas fundamentales al sionismo son deslegitimadas, sino también cualquier individuo que se hubiera atrevido a formular estas críticas en el pasado. Son excluidos sistemáticamente de las actividades comunitarias…

Recordemos que los líderes del sionismo socialista tomaron la decisión de asesinar a Jacob de Haan [en 1924], sobre todo, porque «hablaba mal del movimiento con el mundo exterior».

Esta cultura totalitaria tiene implicaciones especiales para los judíos norteamericanos, los que sostienen la doctrina sionista y aquellos que no lo hacen:

La susceptibilidad ante cualquier crítica a Israel se explica fácilmente por el hecho de que para muchas personas la lealtad a Israel ha reemplazado largamente al judaísmo como principio de anclaje de la identidad judía. Pero en la diáspora esta lealtad llega a ver un Estado ideal, incluso imaginario, y no al real y existente de Israel, una potencia económica y militar que domina la región. Sin embargo también existe una identidad judía cuyo contenido único es criticar e incluso denunciar al Estado de Israel…

El autor comparte la esperanza de que Israel se transforme:

Un expresidente de la Knesset, Avraham Burg, cree que la conversión de Israel en un Estado de sus ciudadanos y que borre su naturaleza judía es «nuestra única esperanza de supervivencia». Yitzhak Laor, destacado poeta e intelectual, argumenta, «No tenemos que dejar este lugar o renunciar a nuestras vidas… hay que deshacerse del sionismo».

Rabkin cita a otros judíos antisionistas sobre la urgencia de esta idea:

Al aceptar la idea de que las estructuras del sionismo podrían simplemente ser desmanteladas, el rabino Moshe Sober hace hincapié en su aspecto psicológico y expresa un optimismo cauteloso sobre su sentido práctico: «Una solución no es imposible; ni siquiera es particularmente costosa. Sin embargo, nunca se logrará a menos que nos permitamos olvidar por un momento nuestras apreciadas creencias por las cuales hemos sacrificado muchas vidas, y, en cambio, mirar la actual situación real. Debemos dejar de tratar a Israel como un sueño romántico y aprender a verlo como un país heterogéneo en el que dos poblaciones étnicas fieramente orgullosas y de tamaño similar están luchando por el control…».

El entendimiento de Sober conduce al reconocimiento del apartheid: «Toda discusión de la ocupación simplemente esconde otra realidad, concluye [Sober]. Israel se ha convertido de hecho en un Estado binacional que niega los derechos políticos a una de esas naciones».

Rabkin es también crítico de la necesidad de Israel de la supremacía geopolítica en su región. También en este caso se ve el racismo:

A pesar de que tanto Israel como Estados Unidos poseen armas nucleares se niega a Irán el derecho a adquirir armas similares, argumentando que sus gobernantes son fanáticos religiosos irracionales. Es evidente que el principio de la doble moral está en juego, reflejando la reactivación del concepto de los llamados países civilizados que, en contra de la evidencia empírica, afirman que poseen el monopolio de la racionalidad en la política internacional .

El sentido de superioridad no tiene nada que ver con el judaísmo o el antisemitismo. Es inherente al sionismo, que se opone al liberalismo.

Las referencias al judaísmo y la tradición judía son de poca ayuda para la comprensión del Israel contemporáneo; todo lo contrario, son más propensas a inducir a error, porque el sionismo y el Estado que encarna son fenómenos revolucionarios. Es más fácil, de hecho, entender la política, la estructura y las leyes de ese Estado sin ninguna referencia a los judíos o a su historia…. Por tanto, es impreciso hablar de un «Estado judío» o un «lobby judío»: «Estado sionista» y «lobby sionista» sería más apropiado.  

Israel ha… conseguido que la perspectiva sionista -antiliberal por definición- se vuelva aceptable para el público en general, así como para los medios de comunicación y el mundo académico, incluso en países con una larga tradición liberal donde el Estado, antes que la lealtad confesional, o «tribal», garantiza teóricamente los derechos del ciudadano …El Fondo Nacional Judío, que durante un siglo ha ido estableciendo asentamientos segregados que están fuera del alcance de los árabes, no sólo goza de los beneficios fiscales canadienses, sino también de la participación de personal de los altos cargos federales en los esfuerzos de recaudación de fondos para la organización.

Hay que criticar a los líderes judíos de Estados Unidos por ser tan buenos sirvientes voluntarios de esta ideología, dañando tanto las nociones de ciudadanía estadounidense como israelí:

Los líderes de las principales organizaciones judías en Estados Unidos y otros países actúan de forma rutinaria en nombre de Israel… Esos líderes parecen haber pasado por alto los límites de la «doble lealtad» cuando a menudo los judíos son acusados ​​de amparar, insistiendo en que la lealtad al Estado de Israel debe prevalecer sobre todo los demás, incluida la lealtad a su propio país.

Esto conduce a la transformación cada vez más evidente de las organizaciones judías de todo el mundo en vasallos israelíes. Por otra parte, haciendo hincapié en la primacía de una «nacionalidad judía», étnica y confesional definida, el Estado de Israel da la espalda a la idea de una «nacionalidad israelí» que reflejaría la sociedad multicultural que ha tomado forma en esta tierra en el Mediterráneo oriental durante el último siglo…

Los líderes israelíes ignoran las fronteras, intervienen en el proceso político de otros países, particularmente en los Estados Unidos donde Israel a menudo pone al Congreso en contra de la Casa Blanca. En el Oriente Medio, el ejército de Israel no presta atención a las fronteras, golpea objetivos en los países vecinos, con intervenciones llevadas a cabo con llamativa impunidad…

La conclusión de Rabkin es que el sionismo es, en sí mismo, una receta de conflicto interminable:

«Israel, a pesar de su abrazo a la modernidad, permanece encadenado por la ideología sionista, que asegura que a pesar de su avanzada edad sigue siendo una experiencia fronteriza plagada de conflictos internos y externos».

Fuente: http://mondoweiss.net/2017/06/devastating-tradition-liberalism/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.