Traducido por Atenea Acevedo
No ha pasado ni un minuto cuando Nawal al-Sa’adawi, madrina ideológica de las feministas musulmanas, ya ha echado por la borda, con gran encanto, el protocolo que distingue a las entrevistas con las grandes plumas al pretender que esto no es una entrevista. Me encuentro en Edimburgo, sentada frente a una soleada mesa de desayuno en el último día de la gira literaria de esta autora en el Reino Unido para hablar de la reedición de sus obras fundamentales de la década de 1970, pero la reedición parece desconcertar un poco a la psiquiatra egipcia de 76 años y candidata presidencial en los comicios de 2005.
«Fue una sorpresa. Zed Books no prestaba atención a mis libros. En realidad no les interesan las novelas ni el feminismo, así que tuvimos muchos diferencias a lo largo de los años», afirma alegremente esta canosa iconoclasta. «Y, de repente, publican estos tres libros otra vez. Me quedé pasmada. ¿Por qué este súbito interés? Parece que los libros vuelven a ser relevantes. ¡Así es!» La suma sacerdotisa de la primera ola del feminismo se encoge de hombros en un gesto de garbo que combina el casual desinterés con la efectiva publicidad para su obra.
Sa’adawi escribió estos libros revolucionarios y espeluznantes sobre el brutal sometimiento sexual de las mujeres árabes cuando andaba en sus propios cuarenta, después de haber trabajado como médica rural en Egipto. La serie incluye su novela más famosa, Woman at Point Zero 1 (1973), acerca de una prostituta sentenciada a muerte por asesinar a su violador, y The Hidden Face of Eve2 (1977), que presenta la descarnada descripción de la clitoridectomía a la que la autora fue sometida a los seis años.
Sus libros bullen con una ira más que justificada y representan un mundo en el que las niñas sufren cotidianamente de abuso sexual en manos de lascivos varones de su propia familia y son mutiladas por sus madres en el nombre de Alá. Romper con estos tabúes en la década de 1970 la convirtió en una autoridad internacionalmente reconocida en temas sobre la situación de las mujeres en el mundo árabe e ‘introdujo la palabra feminista a la cultura egipcia’. Pero, ¿dónde se ubican sus ideas en un mundo en el que ‘quitarse el velo’ se ha convertido en algo tan anacrónico como ‘quemar el sostén’?
Ha surgido una nueva generación de críticas categóricas de la situación de las mujeres en las sociedades musulmanas, jóvenes que se disputan la corona de Sa’adawi. ¿Qué piensa ella de la neerlandesa-somalí Ayaan Hirsi Ali, controvertida y con claras tendencias derechistas que hace campaña en contra de la mutilación genital femenina y la cita como influencia en su vida? Sa’adawi se estremece ante la sola mención de su nombre.
«Se ha puesto de moda hablar de la circuncisión femenina, pero no en un contexto político más amplio. Te veo como un ser integral. Si apoyas la guerra en Iraq pero luchas contra la circuncisión femenina, ¿esperas que diga ‘Ah, es una heroína, una feminista’? ¡Pero si apoyas la guerra en Iraq y estás al costado de Condoleeza Rice! Tengo que entender tu ideología y tu visión para saber si eres auténtica o si estás jugando bien tus cartas».
¿Nada de solidaridad hacia otra mujer amenazada por los extremistas musulmanes por defender los derechos de las mujeres? «No, sería ridículo establecer una alianza con ella sobre esa base», explica mientras me regala una mirada de lástima por plantear una pregunta tan obtusa. Pone fin a la discusión con firmeza al afirmar que no vale la pena prestar más atención a una Hirsi Ali de por sí sobreexpuesta.
Prefiere a la feminista y psiquiatra francesa Julia Kristeva como aliada ideológica, y coincide con ella en que el hiyab no tiene cabida en las escuelas y el espacio público debería de ser secular. «Cuando era niña no había estudiantes que llevaran el velo. Claro, no tuvimos a Sadat alentando la fraternidad musulmana, pero hubo otras formas de opresión; no creo que el pasado haya sido mejor», afirma, enfática. «Mi hija es más feliz y goza de más libertad que yo. Hay avances y retrocesos, avances y retrocesos».
Más adelante vuelve a surgir el nombre de Hirsi Ali cuando hablamos de las críticas de Sa’adawi y percibo un asomo de su infame temperamento. Sa’adawi se arranca y dice: «Este tipo de mujeres, como la neerlandesa Ayaan… su trabajo es endeble y quieren ser estrellas. Yo he trabajo duro; trabajo y escribo y merezco respeto. Estas sensacionalistas son incapaces de trabajar en serio». Tiene más de cuarenta libros para respaldar sus palabras. El día que nos reunimos había sufrido una lesión jugando al tenis, deporte que forma parte de su rutina diaria de ejercicios que empieza a las 6 de la mañana.
Sa’adawi está de nuevo de gira, en parte porque el gobierno egipcio amenaza con revocar su ciudadanía. Salió del Cairo a principios de año ‘irritada’ por el interrogatorio al que la policía la sometió en enero en compañía de su hija, una columnista sediciosa. Escribe y da clases en la universidad femenina Spellman Women’s College en Atlanta («Ya saben, soy un poco malvada. Enseño creatividad y disidencia», bromeó ante el público durante una presentación en Londres).
Ser enemiga del Estado es motivo de orgullo y lo ha sido a lo largo de su vida. Pasó un mes en prisión en 1981 por criticar al gobierno de un solo partido del presidente Sadat y su esposo, disidente político, cumplió una sentencia de 15 años. En 1988 su nombre apareció en la lista de muerte de los extremistas musulmanes y se mudó a Estados Unidos, donde vivió 8 años. En 2001 hubo una cómica acusación legal en su contra por parte de conservadores religiosos que invocaron una extraña ley en contra del matrimonio entre apóstatas y musulmanes, y pretendieron forzarla a divorciarse de su esposo. La broma maliciosa en El Cairo era que su afable esposo estaba detrás del complot.
¿Acaso muchas personas piensan que Sa’adawi ya no merece ser reconocida como ‘la portavoz líder de la situación de las mujeres en el mundo árabe’? «Definitivamente», responde Ahdaf Soueif, novelista y comentarista cultural egipcia: «Tampoco lo ha sido en los últimos veinte años. Conozco mujeres que afirman que ella les abrió los ojos al feminismo tal como podríamos decirlo de las primeras autoras feministas transformadas en íconos en cualquier idioma. Pero después de que estuvo en prisión con otras mil personas empezó su carrera occidental; a partir de entonces su discurso se amoldó a Occidente y perdió contacto con su público árabe».
Soueif hace eco de una generación más joven de mujeres de Oriente Medio y mujeres árabes que se sienten orgullosas de su modernidad y resienten la importancia que se da a la obra de Sa’adawi en Occidente. Manal Lotfi, periodista egipcia que trabaja en Londres comenta: «Es valiente y carismática, pero también agresiva. En una sociedad tan conservadora como la egipcia se levanta y abre pecho a los golpes y las críticas de diversas facciones. Pero no representa ni entiende a las mujeres comunes y corrientes, la mayoría de las cuales son religiosas. Hoy hay más mujeres egipcias cursando estudios universitarios que hombres».
A veces sí parece incómodamente fuera de sintonía con las mujeres musulmanas. En respuesta a una pregunta sobre la adopción del hiyab entre muchas jóvenes musulmanas que viven en Occidente, respondió sin dudar: «Las mujeres que llevan el velo y dicen que lo hace por elección mienten o son ignorantes». Me pregunté qué pensarían de su respuesta las dos jóvenes musulmanas ataviadas conforme al hiyab que se encontraban entre el público. Pero en otras ocasiones sus textos parecen asombrosamente proféticos; en The Hidden Face of Eve, escrita hace más de treinta años, escribió sobre «una comprensión incompleta o sesgada del Islam y del papel que ha desempeñado en el cambio social».
Esto coincide con su análisis del caso de la ‘chica Qatib’: una víctima de violación en Arabia Saudita fue sentenciada a 200 latigazos porque reconoció haber sido atacada cuando se encontraba sentada en el interior de un auto con un hombre que no era su pariente, lo que se considera un delito según la sharia o ley musulmana. La historia se difundió ampliamente en la prensa occidental y el rey saudí acabó por otorgar el perdón a la mujer debido a la presión internacional. «Claro que estoy en contra de que se castigue un delito de honor», me dijo Sa’adawi al teléfono algunas semanas después, «pero este asunto tiene un tinte sumamente político, porque el Islam es el enemigo de Occidente y supuestamente la única religión que mata mujeres. No estoy de acuerdo: los asesinatos y las violaciones de mujeres suceden en Israel y las manos del gobierno usamericano, por ejemplo, también están tintas en sangre. ¿Por qué Clinton no hizo suyo el tema de las muertes en Iraq y no se pronunció en contra de la maquinaria militar usamericana? ¿Por qué no armó un gran escándalo al respecto en los medios? Este caso es terrible, pero también se violan constantemente los derechos humanos de quienes luchan contra la explotación del petróleo saudí en Arabia Saudita, que es para el reino y para Estados Unidos, no para el pueblo. Solo se habla de los problemas sexuales. En todo caso, el esposo de esta mujer es un gran hombre: la apoyó y llevó a los criminales a juicio. Haríamos bien en dedicar más atención a este hombre progresista y constructivo».
Fuente: http://mrzine.monthlyreview.
Sara Wajid, escritora, vive en Londres. Esta entrevista apareció en Darkmatter el 13 de febrero de 2008 con la licencia Creative Commons 2.0.
Atenea Acevedo es editora del blog Mujer y Palabra y miembra de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.