Traducido por Gorka Larrabeiti
Hay en el aire un olor acre de azufre, en el cielo se alternan resplendores con el fragor de las explosiones. Mis oídos ya no oyen las explosiones y mis ojos están áridos de lágrimas ante los cadáveres. Me encuentro delante del principal hospital de Gaza, Al Shifa, y acaba de conocerse la terrible amenaza de que Israel ha decidido bombardear el nuevo pabellón en construcción, lo que no sería una novedad. Ayer bombardearon el hospital Weam, además de un almacén de medicinas en Rafah, la universidad islámica (destruida) y varias mezquitas por toda la Franja; además de decenas de instalaciones CIVILES. Según parece, como no encuentran más objetivos «sensibles», la aviación y la marina militar se entretienen atacando lugares sagrados, escuelas y hospitales.
Hora tras hora, minuto tras minuto, se vive un 11 de setiembre. El mañana siempre es una nueva jornada de luto, siempre igual. Se oyen helicópteros y aviones continuamente. Cuando ves el resplandor, ya estás vendido: es demasiado tarde para ponerse a salvo. No hay refugios antiaéreos en toda la Franja: ningún lugar es seguro. No consigo contactar con muchos amigos en Rafah, ni siquiera con los que viven al norte de Gaza City, y confío en que sea porque las líneas están saturadas. Así lo espero. Hace más de 60 horas que no pego ojo, y como yo, todos los habitantes de Gaza. Ayer, tres compañeros del ISM y yo pasamos toda la noche en el hospital Al Awda del campo de refugiados de Yabaliya. Nos dirigimos allí porque temíamos ese anunciado ataque terrestre, que luego resulta que no se llevó a cabo.
De todos modos, los tanques israelíes ocupan posiciones a lo largo de la toda la frontera de la Franja. Sus orugas mecánicas hambrientas de cuerpos parece que se pondrán en fúnebre marcha esta noche. Hacia las 23:30 una bomba cayó a unos 800 metros del hospital; la onda expansiva hizo añicos varios cristales de las ventanas. Se produjeron varios heridos. Una ambulancia acudió al lugar. Arrasaron una mezquita, por suerte vacía a esa hora. Por desgracia -no por mala suerte sino con voluntad criminal y terrorista de cometer una matanza de civiles- la bomba israelí destruyó también el edificio adyacente a la mezquita. Vimos sacar de los escombros los cuerpecitos de seis hermanitas. 5 murieron, la otra está gravísima. Dispusieron los cuerpos de las niñas en el asfalto carbonizado y parecían muñequitas rotas, desechadas por inútiles. No fue un error, sino horror cínico y voluntario. Llevamos ya 320 muertos, más de mil heridos; según un doctor de Shifa el 60% tiene pronóstico de muerte en las próximas horas o en los próximos días, tras largas agonías. Hay decenas de desaparecidos; en los hospitales mujeres desesperadas buscan a sus maridos o a sus hijos desde hace dos días, a menudo en vano. En el depósito de cadáveres, el espectáculo es macabro. Un enfermero me ha dicho que una mujer después de buscar y rebuscar durante horas entre los cadáveres reconoció a su marido por su mano amputada. Todo lo que le ha quedado de su marido es el anillo de matrimonio. De una casa en la que vivían dos familias han quedado pocos restos. A los familiares les enseñaron medio busto y tres piernas. Justo ahora uno de nuestros barcos del movimiento Free Gaza acaba de zarpar del puerto de Larnaca en Chipre. He hablado con mis amigos a bordo. Heroicos han amontonado medicinas por todos los rincones de la embarcación. Debería arribar al puerto de Gaza mañana a eso de las 8:00 a.m. Eso contando con que aún exista el puerto después de otra noche de bombardeos constantes. Me mantendré en contacto continuamente durante esta noche.
Que alguien detenga esta pesadilla. Seguir en silencio significa respaldar el genocidio en marcha. Gritad vuestra indignación en todas las capitales del mundo «civil», en cada ciudad, en cada plaza. Haced llegar nuestros gritos de dolor y terror. Hay una parte de la humanidad que está muriendo, penosa la escucha.
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