Traducido para Rebelión por LB.
En la guerra como en la guerra: Israel está hundiéndose en una estridente atmósfera nacionalista y la oscuridad está comenzando a cubrirlo todo. Los frenos de los que todavía disponíamos se están desgastando, la insensibilidad y la ceguera que han caracterizado a la sociedad israelí en los últimos años no hacen sino aumentar. El frente doméstico está dividido en dos: el norte sufre y el centro permanece sereno. Sin embargo, de ambos se ha apoderado el jingoismo, la vesanía y la venganza, y las voces del extremismo que antes caracterizaban a los márgenes del campo están expresando ahora su corazón. Una vez más la izquierda ha vuelto a extraviar su ruta, envolviéndose en el silencio o «admitiendo errores». Israel está mostrando un rostro unificado y nacionalista.
La devastación que estamos sembrando en el Líbano no conmueve aquí a nadie y la mayor parte de sus efectos ni siquiera están siendo mostrados a los israelíes. Los que quieren saber el aspecto que presenta Tiro ahora deben recurrir a canales extranjeros -el reportero de la BBC ofrece escalofriantes imágenes de esa ciudad, imágenes que no se verán en Israel. Por mucho que nuestro norte sufra, ¿cómo puede alguien permanecer impávido ante el sufrimiento ajeno cuando ese sufrimiento lo estamos causando nosotros? La muerte que en este mismo instante estamos sembrando simultáneamente en Gaza, donde ya van cerca de 120 muertos desde el secuestro de Gilad Shalit, 27 de ellos solamente el miércoles pasado, nos conmueve todavía menos. Los hospitales de Gaza están llenos de niños quemados, ¿pero a quién le importa? La oscuridad de la guerra en el norte les cubre también a ellos.
Dado que nos hemos acostumbrado a considerar el castigo colectivo como un arma legítima, no debe extrañarnos que no se haya suscitado aquí ningún debate acerca del cruel castigo que estamos descargando sobre el Líbano a causa de las acciones de Hezbollah. Si el castigo colectivo estaba bien en Nablús, ¿por qué no en Beirut? La única crítica que se está oyendo sobre esta guerra se refiere a cuestiones tácticas. Ahora cada israelí se ha convertido en un general y todos animan al ejército isarelí a que incremente sus acciones. Comentaristas, ex generales y políticos compiten entre sí para elevar el listón a base de propuestas extremistas
Haim Ramon «no entiende» por qué todavía hay electricidad en Baalbek; Eli Yishai propone convertir el sur del Líbano en «un erial de arena»; Yoav Limor, corresponsal militar de la cadena Channel 1, sugiere realizar una exhibición de cadáveres de Hezbollah y al día siguiente propone hacer desfilar a los prisioneros en paños menores «para reforzar la moral del frente doméstico».
No es difícil imaginar lo que pensaríamos sobre una cadena de televisión árabe cuyos comentaristas difundieran semejantes opiniones, pero bastará con que el ejército israelí sufra unas pocas bajas más para que la propuesta de Limor se lleve a la práctica. ¿Puede haber una señal más clara de hasta qué punto hemos perdido la cabeza y la humanidad?
El chovinismo y la sed de venganza están ganando terreno. Si hace dos semanas sólo lunáticos como Safed Rabbi Shmuel Eliyahu hablaban de «arrasar toda aldea desde la que se dispare un Katiusha», ahora un alto oficial del ejército israelí acaba de expresar la misma idea en los titulares del Yedioth Aharonoth. Puede que las aldeas libanesas no hayan sido arrasadas todavía, pero desde luego hace tiempo que nosotros hemos arrasado nuestras propias líneas rojas.
Un desconsolado padre, Haim Avraham, cuyo hijo fue secuestrado y muerto por Hezbollah en octubre del 2000, dispara un proyectil de artillería sobre el Líbano delante de los periodistas. Lo hace para vengarse por su hijo. Su imagen, abrazado a un proyectil de artillería garabateado, es una de las más desgraciadas imágenes de esta guerra. Y es sólo la primera. Un grupo de niñas también fue fotografiado escribiendo mensajes sobre los proyectiles del ejército israelí.
Maariv, que se ha convertido en la Fox News de Israel, llena sus páginas de eslógans chovinistas propias de maquinarias de propaganda de baja estofa del tipo de «Israel es fuerte» -indicativa precisamente de su debilidad-, mientras que un comentarista de televisión exige que se bombardee una estación de televisión.
El Líbano, que nunca ha luchado contra Israel y podee 40 periódicos, 42 liceos y universidades y centenares de bancos, está siendo destruido por nuestros aviones y cañones sin que nadie repare siquiera en la cantidad de odio que estamos sembrando. A los ojos de la opinión pública internacional Israel se ha convertido en un monstruo, algo que todavía nadie ha consignado en la columna del debe de esta guerra. Israel ha quedado seriamente manchado con una tacha moral que no podrá borrarse fácilmente ni en breve tiempo. Y nosotros seguimos empeñamos en no querer verlo.
La gente quiere la victoria, pero nadie sabe en qué consiste ni qué precio habrá que pagar por ella.
La izquierda sionista también se ha convertido en algo irrelevante. Como en todas las situaciones críticas del pasado -las dos Intifadas, por ejemplo-, también en esta ocasión la izquierda ha fallado precisamente en el momento en el que su voz era más necesaria como contrapeso al estridente batir de los tambores de guerra. ¿Para qué queremos a la izquierda si cada vez que surge una situación grave se une al coro nacional?
Peace Now permanece muda, igual que Meretz, exceptuando al valeroso Zehava Gal-On. Apenas han transcurrido unos días desde que empezó esta guerra elegida y ya Yehoshua Sobol está admitiendo que siempre estuvo equivocado. De pronto, la consigna ‘Paz ahora’ le parece un «eslógan infantil». Sus colegas callan y su silencio resulta no menos clamoroso. Sólo la extrema izquierda está haciendo oír su voz, pero es una voz a la que nadie presta atención.
Mucho antes de que se decida el desenlace de esta guerra ya podemos afirmar que su costo ascendente va a incluir el apagón moral que nos está cubriendo de oscuridad a todos y que amenaza nuestra existencia y nuestra imagen no menos gravemente de lo que lo puedan hacerlo las Katiushas de Hezbollah,
Texto original: http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=744061.