Traducido para Rebelión por LB.
Explosión tras explosión, proyectil tras proyectil, trueno tras trueno. Las ventanas de la casa se estremecen, las paredes que ya se habían resquebrajado durante el bombardeo anterior amenazan con derrumbarse por efecto de la onda expansiva, los niños chillan de miedo o deambulan aturdidos y mudos por la casa bombardeada. Uno detrás de otro, cada pocos minutos estalla un proyectil. A veces se escucha un vago y distante sonido, a veces retumba el estampido atronador de una explosión cercana. Los cielos tiemblan; es el fin del mundo. Explosión tras explosión, cada cinco minutos cae una bomba. Es imposible saber dónde aterrizó la última, mucho más saber dónde caerá la próxima. Ayer por la tarde un proyectil aterrizó sobre las cabezas de estos niños y adultos cuya casa nos encontramos visitando. Explosión tras explosión, incluso ahora, el miedo es aterrador.
El miedo comienza en el paso de Eretz. Los sonidos de la guerra. Después, cuando cruzas el abandonado checkpoint y te desplazas un poco hacia el sur, el ruido se hace cada vez más próximo. Es un ruido que no cesa. Al cabo de cierto tiempo uno acaba acostumbrándose a él, igual que uno se acostumbra al retumbar de los truenos. Sin embargo, estos millares de obuses dirigidos contra «zonas abiertas» no solamente siembran un miedo espantoso y terrible en los corazones de millares de personas, incluidos muchos niños, sino que de vez en cuando impactan sobre viviendas y entonces matan e hieren. No se oye hablar mucho de eso. El domingo Israel todavía estaba enfrascado en los festejos de la Final Four de los campeonatos de baloncesto, pero mientras que nuestros baloncestistas apuntaban a la canasta, nuestra artillería apuntaba a Beit Hanoun y Beit Lahiya, en la Franja de Gaza. En la cancha de baloncesto en Praga hubo vencedores y vencidos, pero no los hubo aquí, en los arenosos callejones. Aquí solo hay perdedores.
¿Habrá alguien en nuestras excelentes fuerzas de artillería que se haya parado a pensar en el enorme miedo que están causando a los niños sobre cuyos hogares disparan sus proyectiles? ¿Les habrá mostrado alguien fotografías de la destrucción que llevan sembrada, sea deliberada o involuntariamente? Ningún cohete Kassam justifica este bombardeo terrible y desproporcionado consistente en el lanzamiento de millares de proyectiles en medio de un área densamente poblada, sobre los campos de cultivo y a veces sobre las casas de la población civil. Los ecos de este bombardeo no alcanzaron a Israel y no interesan a nadie. La semana pasada fuimos a la bombardeada Beit Lahiya, a la hilera de casas que resultaron alcanzadas por las bombas, con el resultado de dos muertos y varios heridos; esta semana en la bombardeada Beit Hanoum tres niños han resultado heridos y docenas permanecen bajo los efectos del shock.
La pequeña Meisa camina descalza por entre las ruinas de su casa pisando un suelo regado de trozos rotos de vidrio. Camina en silencio por entre las ruinas esparcidas aquí y allá, sin saber qué hacer. Su rostro gris expresa estupor. Meisa no pronuncia una palabra, es imposible distinguir en su cara ni el más lejano atisbo de una sonrisa. Esta criatura está bajo los efectos de un shock. Cuando en la tarde del sábado el proyectil israelí sacudió las paredes de su casa, impactó en el tejado y lo destruyó, Meisa, de cinco años de edad, se hallaba en el piso superior del humilde hogar familiar. Ahora camina por la casa, inquieta, apretando contra su cuerpo un hato de harapos que sostiene firmemente para que no se le caiga. Su primo Abed estaba en el tejado y resultó herido. Esta casa es el hogar de 35 personas, casi todas las cuales se encontraban en la casa cuando el proyectil impactó en el tejado. La mayoría de ellos son niños de corta edad.
La casa de la familia Abu Ouda está situada en el extremo de la ciudad de Beit Hanoum, lindando con los huertos que el ejército israelí arrasó en el marco de su política de «exposición» y que han sido posteriormente replantados. Es la casa nº 16, situada en una calle innominada y desde cuyo tejado se aprecia una deliciosa vista sobre el entorno rural: los plantones de los huertos y una hilera de palmeras Washingtonia. Los parches grisáceos visibles en el huerto son los cráteres de las bombas que cayeron ayer, las casas de la ciudad que se distinguen en el horizonte hacia el Este pertenecen a [la ciudad israelí de] Sderot.
Ahora los proyectiles impactan en la cercana ciudad de Beit Lahiya, un día caen en Beit Hanoun y al otro en Beit Lahiya. El ejército israelí destruyó aquí el pozo de agua hace un año, y aún sigue en ruinas. El tejado sobre el que nos encontramos y desde el que contemplamos los campos bombardeados amenaza con derrumbarse. Dos vigas de hierro que colocaron para sostenerlo horas después del impacto de los proyectiles no podrán sostener por mucho tiempo más estos bloques de cemento. Las paredes de la casa están resquebrajadas y algunos de sus techos amenazan también con derrumbarse. La escalera de caracol que conduce al techo resultó alcanzada por el proyectil y ahora cuelga en el aire. Subir al techo supone un riesgo para la integridad de las personas, todo es susceptible de desintegrarse de un momento a otro. Sin embargo, aquí quieren que observemos todos los signos de destrucción y no nos permiten pasar por alto ni el más pequeño trozo de metralla. Insisten en que veamos los tanques de agua pulverizados, las destrozadas antenas de televisión por satélite y las gotas de sangre esparcidas por el tejado, sangre del niño Abed, que yace ahora en el primer piso de la casa adyacente con pedazos de metralla en su pierna. Tuvo suerte: el hijo de los vecinos, Ahmed Naim, está ahora en el hospital Shifa con metralla alojada en su cerebro. Abed tiene 13 años y Ahmed 17. Nos dicen que el pequeño Mohammed Abu Ouda también resultó herido ligeramente por esquirlas de metralla que le alcanzaron la garganta. Tiene cinco años.
Desde el tejado también se pueden observar la condiciones de vida de estas desafortunadas gentes: un mar de improvisadas techumbres de asbestos reforzadas con ladrillos que se asemeja a una favela de Brasil o de Sri Lanka. El apartamento de Hatem Abu Ouda está medio derruido. Un niño pequeño permanece sentado sobre el polvoriento sofá presa del shock y mira absorto a su alrededor. Se llama Zakaria, tiene 8 años y sigue sin recobrarse del shock provocado por el bombardeo de ayer. Pero incluso ahora el bombardeo continúa, proyectil tras proyectil. La cocina resultó seriamente dañada, igual que el dormitorio. «Mira una puerta, mira una pared, mira un armario«, dice Ismail Abu Ouda, de 28 años, desde el segundo piso. «Mira una cama, mira un sofá«, como si fuéramos asesores fiscales inmobiliarios. La habitación de Ayman Abu Ouda también ha sido dañada. Está casado, tiene cuatro hijos y su pared está a punto de derrumbarse.
Yihye Abu Ouda, de 18 años, estaba en el tejado cuando cayó el proyectil. Estudia 12º curso y se estaba preparando para su examen de matriculación del bagrut en árabe. A eso de las 11 de la mañana el ejército israelí comenzó a bombardear el huerto situado frente a su casa, que recibió seis impactos. Más tarde, a eso de las 15:30, cuando su primo Abed Abu Ouda subió al tejado para llenar con agua los contenedores negros de plástico y mientras que Yihye estaba ensimismado estudiando en el tejado, cayó el siguiente proyectil. Esta vez fue un impacto directo. Yihye se abalanzó hacia su primo, que sangraba por causa de la metralla que le había perforado la cadera, y se lo llevó a la planta baja. En la planta baja reinaba el pánico. Todos los miembros de la familia corrieron a refugiarse a la casa de los vecinos, pensando que tal vez allí estarían más a salvo. Naturalmente, no hay refugios en este barrio, ninguna protección y ninguna habitación de seguridad. Como en toda Gaza, aquí las gentes bombardeadas están dejadas a su suerte.
El vecino Zaki Abu Wahdan dice que su nieto no ha cesado de temblar desde ayer. El coche de su vecino, un Fiat 131, está aparcado en la calle. Es uno de los pocos vehículos del barrio y ahora tiene los cristales pulverizados por la metralla. En la casa contigua a la que recibió los impactos, que también pertenece a la familia Abu Ouda, una cabaña de un piso donde se albergan un gran número de niños, el herido Abed yace tendido mientras que su madre permanece sentada a su lado en el suelo. El chico tiene la cadera vendada y su voz es apenas audible. También está bajo los efectos del shock. Su madre nos muestra los vaqueros empapados de sangre. «Sólo es un niño de 13 años. ¿Qué culpa tiene? No hizo más que subir al tejado para llenar de agua el contenedor«. La madre, Intisar, tiene 15 hijos. «¿Por qué lo han castigado de esta forma?«, pregunta.
La bomba fue su postre: aterrizó justo cuando Intisar estaba sirviendo la comida. Abed fue el primero en acabar de comer y subió escaleras arriba para buscar el agua: «Estaba mirando afuera, en dirección al huerto, Yihye estaba leyendo un libro y yo llené de agua el contenedor, y entonces cayó la bomba, a dos o tres metros de mí«. Todavía tiene la metralla en la pierna, lo operarán dentro de dos semanas. Desde ayer no ha probado bocado. ¿Volverá a subir al tejado? Su madre responde por él: «Naturalmente que volverá a subir. ¿Quién llenará el agua para nosotros? Es el niño más rápido de todos en la familia. Yo estoy enferma y no puedo subir«.
Obús tras obús, el bombardeo prosigue, estampido tras estampido, incluso ahora. Nos dicen que están deteniendo los cohetes Kassam con sus cuerpos, y niegan que se hayan producido lanzamientos desde su vecindario. «Nos enfrentamos a ellos y los maldecimos«, dice un vecino anciano, Abu Wahadn. «‘¡Queréis destruirnos!’, les decimos. Tengo 60 años, he trabajado toda mi vida para poderme construir esta casa, ¿y en un minuto me la van a destruir por culpa de los Kassams?«.
Portavoz del ejército israelí: «Los ciudadanos del Estado de Israel vienen sufriendo día tras otro indiscriminados ataques terroristas con cohetes lanzados desde la Franja de Gaza sobre comunidades de Israel. Es lo que ocurrió el pasado sábado, 29 de abril del 2006, cuando varios cohetes Kassam fueron disparados contra Israel. El ejército israelí trabaja para defender a los ciudadanos del Estado de Israel y lleva a cabo bombardeos de respuesta en dirección a los puntos de lanzamiento de los cohetes, tratando en la medida de lo posible de no alcanzar zonas pobladas. Desgraciadamente, las organizaciones terroristas explotan la sensibilidad del ejército israelí y su renuencia a dañar a civiles y operan de forma deliberada cerca y desde áreas pobladas, utilizando a la población palestina como `escudos humanos'».
«El ejército israelí lamenta cualquier daño causado a civiles o a sus propiedades, pero tales daños son consecuencia inevitable del continuo terrorismo de los cohetes. Los responsables de esta situación son las organizaciones terroristas y la Autoridad [Nacional] Palestina, que no hacen nada por detener el lanzamiento de cohetes. La posibilidad de que varios palestinos hayan podido resultar heridos por los disparos está siendo investigada y de momento no ha sido confirmada«.
Texto original en: http://www.haaretz.com/hasen/spages/712609.html