Imagine usted un mitin electoral en un instituto de Medford, ciudad imaginaria situada en el Estado de Texas donde el alumnado cursa lo que aquí llamamos bachillerato. Se trata de elegir al delegado de los estudiantes.
Compiten, por una parte, un joven llamado Sheldon de nueve años que, como superdotado que es, aunque un poco raro y con un ego que ni puede ni quiere dominar, se ha podido matricular antes de lo que por su edad le hubiera correspondido. Y contra él, una alumna de los últimos cursos que es la líder más apreciada por la mayoría de sus compañeros y ni se podía imaginar que alguien se atreviera a cuestionarla.
Primero interviene ella y acusa a su competidor de no tener el menor interés por potenciar el deporte y el equipo de futbol americano en particular, que es el gran orgullo del centro y que, mira por donde, entrena el padre de su adversario. Los asistentes al mitin aplauden como siempre.
Entonces llega el turno del joven y comienza desvelando que su competidora no había nacido en Texas. En ese momento los asistentes, como si todos llevaran en la espalda la T de Texas marcada a fuego, como tantas veces hemos visto que los vaqueros hacen con el ganado, se revuelven incómodos en sus asientos y murmuran entre ellos, compartiendo gestos de sorpresa al sentirse ofendidos por el origen de la candidata. Aunque el acceso al instituto nunca estuvo condicionado al lugar de nacimiento.
Sigue Sheldon su intervención y admite que no le gusta el deporte. De repente, eleva el volumen y modula en tono de cierre de mitin sus palabras para concluir proclamando que él conseguirá que “nadie, nunca más, insulte a Texas”.
Entonces, los asistentes estallan en aplausos como nunca lo habían hecho y la líder de toda la vida sabe que no será delegada.
“The Big Bang Theory” es una de las series de la Warner para la televisión americana que más éxito ha tenido de audiencia, de crítica, con multitud de premios y nominaciones, y también de permanencia en las pantallas, con 279 episodios a lo largo de 12 años, desde 2007 hasta 2019.
Hasta tal punto triunfó la serie, y especialmente el personaje representado por el actor Jim Parsons, que se ha realizado una precuela titulada “El joven Sheldon” a la que pertenece la secuencia del mitin electoral descrito al principio. Esta serie, protagonizada extraordinariamente también por Iain Armitage, lleva cuatro temporadas emitiéndose y tiene garantizadas tres más por contrato. Estás viendo al jovencito y te imaginas perfectamente al Sheldon representado por Jim.
Es evidente que tanto Sheldon Lee Cooper como Isabel Díaz Ayuso son dos casos de éxito entre millones de espectadores, aunque los de ella, además, paguen impuestos y una vez cada cuatro años decidan su propio futuro.
Se trata de admiraciones colectivas construidas, paradójicamente, mientras los espectadores contemplan actitudes y comportamientos de dos personajes por los que, o yo me he perdido algo, o nadie está manifestando el deseo de ser como ellos en lo personal, ni siquiera de imitarlos.
Cada uno con sus maneras, la falta de empatía que Sheldon demuestra cada minuto de la serie con los personajes que interpretan Cuoco, Galecki y el resto de actores de “Big Bang” recuerda demasiado al desprecio hacia sus semejantes que traducen las palabras, los gestos y los tonos de voz de Díaz Ayuso cada vez que habla, tanto si dice lo que siente como lo que le conviene.
Y más difícil aún resulta no ver, en la demagogia populista de un niño superdotado cultivando en beneficio de su ego el odio de grupo contra un enemigo inventado que probablemente insulta a los de Texas lo mismo que ellos a sus adversarios en los partidos de futbol, un parecido total con ese madrileñismo de Ayuso que le lleva a decir simplezas como, ayer mismo y ante Alsina, otro éxito del periodista de Onda Cero, la de que “libertad es cambiar de pareja y no encontrártela nunca más porque Madrid es muy grande”, mientras insiste con lo de que el Gobierno de Sánchez, aliado con independentistas y comunistas, quiere acabar con la capital de España.
Hay seguidores ciegos de Díaz Ayuso que escuchan ese argumento y en el inconsciente concluyen que el maravilloso tamaño de Madrid, tan útil para ocultar también inconfesables, se ha construido desde cero gracias a los dos años escasos que su admirada presidenta lleva en la Puerta del Sol.
No es fácil tampoco que pase desapercibido el cronograma del éxito de “Big Bang” y el de un personaje tan poco empático, también, como Donald Trump, aunque procede hacerse dos preguntas.
¿Se levantó un día Jim Parsons de la cama, se encontró al de los tweets desde la Casa Blanca en el espejo y, sin saber por qué, se le quitaron de repente las ganas de seguir haciendo “Big Bang”?
¿Existe alguna relación, directa o indirecta, entre una de las muy escasas derrotas de un presidente USA al intentar el segundo mandato y el hecho de que millones de personas llevaran más de un año sin encontrar su ración renovada de sado maso de baja intensidad en las situaciones provocadas por el protagonista principal de su serie favorita?
Pero hay una tercera, que nos concierne, tan lejos y cerca como estamos de un país diverso que también tiene su propia capital, tan distinta por el papel que cumple ante los 50 Estados que le rodean, y que acaba de librarse de un presidente republicano a quien desde el Congreso le llamaron la atención un día para recordarle que los Estados Unidos no eran una monarquía.
¿Le concederán los madrileños el gobierno a la candidata de cuya cabeza salen cada día las simplezas ofensivas que más nos recuerdan al americano derrotado?
De momento, en España siempre hay alguna cadena de televisión que repite, uno detrás de otro, varios capítulos de la serie “Big Bang”.