Raúl Castro, quien le entregó el poder, lo nombró «el sobreviviente». «Germen» lo llamó su más fiel aliada internacional. Hay un opositor que lo apoda «Díaz-Canelo», como si fuera un perro. El sino de Miguel Díaz-Canel, primer presidente cubano que no se apellida Castro tras 42 años, está escrito con recelo. Cuando nació, en Placetas […]
Raúl Castro, quien le entregó el poder, lo nombró «el sobreviviente». «Germen» lo llamó su más fiel aliada internacional. Hay un opositor que lo apoda «Díaz-Canelo», como si fuera un perro. El sino de Miguel Díaz-Canel, primer presidente cubano que no se apellida Castro tras 42 años, está escrito con recelo.
Cuando nació, en Placetas (antigua provincia de Las Villas), 57 años antes de ser electo el pasado 19 de abril por poco más de 600 personas, Fidel Castro estaba a meses de declarar socialista al país. ¿Habrá soñado alguna vez, entre el arrullo de Aida Bermúdez, que relevaría a la «generación histórica»? ¿Lo pensó cuando, adolescente, lideró la Federación Estudiantil de la Enseñanza Media? ¿O estando frente a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) en la Universidad Marta Abreu, mientras se hacía ingeniero electrónico?
En 1982 comenzó a ejercer su profesión en el Ejército Central, y a la par dictó conferencias de su especialidad en la misma alma mater de la que egresó. Estudio, trabajo, fusil: santísima trinidad de la juventud marxista cubana.
Este último período, cuando fue en la UJC parte del equipo del canciller Robertico Robaina, lo catapultó a la vida política profesional o «de cuadro» en los duros años 90. El bloque comunista caía para dejar a Cuba aislada diplomática y económicamente. En 1991 Díaz-Canel se convertía en miembro del Comité Central del Partido.
¿Matrimonio igualitario?
En julio de 1994, en plena «crisis balsera», asciende a primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) en Villa Clara. Por esos años nació en la capital provincial, Santa Clara, El Mejunje, un centro cultural-recreativo que fue el primero en asumir públicamente el transformismo como expresión artística.
La Revolución persiguió a los homosexuales con redadas que acababan en detenciones masivas y, entre 1965 y 1968, con el envío a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, donde muchos vivieron maltratos y torturas. Para la activista cultural villaclareña Laura Rodríguez, que Díaz-Canel «defendiera la permanencia de El Mejunje dice mucho». Su halo de liberalidad ya estaba dibujado.
Rodríguez, atrevida como sus rulos, considera que si el actual presidente «no se reconoce aún públicamente como gay friendly tampoco es un hombre homofóbico, dado su historial». Eso, en la venidera reforma constitucional, podría significar «la inclusión del matrimonio igualitario, por ejemplo, aunque la comunidad LGBTI tiene otras demandas que merecen escucharse».
En los 90 un rumor atravesaba Cuba: que Díaz-Canel se declaró «el secretario de todos, de los obreros, los estudiantes, los campesinos, los homosexuales». Entonces manejaba su Lada oficial, tamborileando las rodillas al son del casete de Circo Beat. El argentino Martín Caparrós lo conoció en su viaje a Santa Clara para reportear la crisis económica, llamada «período especial» por Fidel Castro, en el último enclave comunista del mundo occidental. Bajo los jeans gastados del cubano y su pulóver del Che, el cronista identificó a un joven «alto, bien hecho, con mucho deporte encima: una especie de Richard Gere con la sonrisa siempre lista».
En 2016 le dije al autor de El hambre que, sin saberlo, había entrevistado al próximo presidente cubano: con un gesto decía «no puedo creerlo». Llegó a Cuba en 1997, durante una renovación de los cuadros políticos de la que Díaz-Canel era hijo: ocho de los 15 secretarios provinciales del PCC tenían menos de 40 años. Esa generación le pareció a Caparrós portadora de una «épica de la gerencia».
«En estos momentos difíciles, organizar una zafra, lograr la recuperación económica, convencer a la gente de que dé todos sus esfuerzos por la Revolución también es una batalla que vale la pena pelear -le comentó Díaz-Canel-. Hacer la Revolución fue importante, fundamental, pero construir el socialismo también puede ser la pelea de una vida».
Dos momentos de su jefatura fueron clave para darle notoriedad nacional: uno, la edificación del mausoleo y el recibimiento de los restos del Che en Santa Clara; el otro ocurrió en setiembre de 1997, cuando Fidel Castro pernoctaba de incógnito en aquella ciudad y el primer secretario le propuso armar una gran concentración al siguiente día.
Fidel estaba escéptico: ¿en tan pocas horas reunir a tanta gente, en tan gran espacio? Díaz-Canel insistió. El comandante aceptó. Desde la madrugada la radio difundió el llamado; 12 horas después la plaza del Che tenía 150.000 personas. Fidel dijo, ante los oyentes y los medios, que nunca se había organizado un acto así de grande en un tiempo tan breve.
Dice Caparrós que fue «el gran día de Díaz».
Primero con selfies, primero con dama
El paso de Díaz-Canel hacia la cumbre del statu quo tuvo un paréntesis en 2003, cuando asumió el secretariado del PCC en Holguín. ¿Fue este movimiento, acaso, un voto de confianza en el ajedrez secreto que llaman «política de cuadros»?
A inicios de los 2000 el Palacio de la Revolución, comandado ya por octogenarios, potenció una promoción de políticos que heredaría las riendas del país bajo preceptos socialistas. Cerca de 12 jóvenes fueron acogidos, al más alto nivel, como discípulos. De ahí en adelante Díaz-Canel vivió su vida política como un videojuego en red: ganando puntos tras cumplir ciertas misiones y viendo acabarse el combustible o las vidas de otros gamers.
Level 1: 2009, ministro de Educación Superior. Carlos Joaquín Blanco, ex jefe del Departamento de Psicología de la Universidad de Oriente, recuerda cómo Díaz-Canel «dio la instrucción de ajustar calendarios en los cursos por encuentro para favorecer a estudiantes imposibilitados de asistir por motivos religiosos». Desde su casa, en la calurosa Santiago de Cuba, Blanco recuerda el caso de los adventistas, quienes guardan el sábado, día en que se impartían clases.
Aquel proyecto, creado por Fidel y conocido como «municipalización» (una universidad por municipio), generó un aluvión de graduados superiores y un descenso cualitativo en las promociones. Díaz-Canel, se comenta, fue reduciendo aquel experimento con el que cualquiera podía blandir un título de licenciado o ingeniero estudiando por seis años los sábados.
Se cuenta, además, que hasta su antecesor en el ministerio, Juan Vela, los profesores contratados en el extranjero debían entregar al Estado un gran porcentaje de sus ganancias. Díaz-Canel pactó fifty-fifty.
Level 2: 2012, vicepresidente del Consejo de Ministros. Allí monitoreó las actividades de organismos científicos, deportivos, educacionales y de la cultura.
El evento que hizo girar los ojos del mundo hacia Díaz-Canel fue su elección como primer vicepresidente del país (level 3: 2013). El nuevo rostro robó titulares a la ratificación de Raúl Castro frente al país, y una ligera perplejidad sacudió el usual aburrimiento de las transmisiones parlamentarias. Entre tantos ancianos frente al país, Díaz-Canel parecía un jovenazo. Kennedy tras Eisenhower.
La gente no sabía muy bien quién era aquel hombre -como ocurre mayormente con los cuadros «no históricos»-, pero sí quién sería en breve. En junio de 2014, tras presidir la entrega de títulos a periodistas por la Universidad de La Habana, varios egresados se apiñaron junto a él. Móviles afuera, cámara inversa, lluvia de selfies. Es quizá el primer presidente cubano que se toma una selfie con sus ciudadanos.
En setiembre de 2015 inició una gira diplomática por el continente asiático que lo llevó a Corea del Norte, China y otros países aliados. Una foto me puso curioso y escribí del tema en mi blog: Díaz-Canel aparecía junto a Xi Jinping y dos mujeres a ambos extremos del encuadre. Sus esposas.
Luego del efímero gobierno de Manuel Urrutia (primer presidente del período revolucionario), presentar públicamente a las señoras de los mandatarios quedó en desuso. ¿Se veía como un rezago capitalista que la nueva Cuba debía barrer? ¿Por seguridad de las familias de los altos mandos barbudos, a quienes les planificaron atentados como para superar la franquicia Terminator?
Ni Osvaldo Dorticós, ni Fidel Castro ni su hermano Raúl exhibieron a sus parientes más cercanos. Oliver Stone, en su documental Comandante (2003), trató de escarbar en la vida privada de Fidel y halló una muralla de balbuceos, cierto rubor. Que Díaz-Canel posara frente al mundo junto a su compañera de la vida, ¿era un indicador de algún cambio, al menos protocolar?
Lo de primera dama empezó en 1877, cuando una reportera definió a la esposa del presidente Rutherford Hayes como the first world’s lady. En la Cuba revolucionaria, la guerrillera Celia Sánchez cumplió algunas tareas protocolares, como acompañar a Fidel en recepciones oficiales y participar en actividades benéficas o sociales.
En su primer viaje presidencial Díaz-Canel aterrizó en la paupérrima Caracas del madurismo acompañado por su esposa, Lis Cuesta. La mujer no aparecía en la lista de la delegación que la prensa oficial publicó, sin embargo, la emisión vespertina del Noticiero Nacional de Televisión informó que Cuesta y Cilia Flores, esposa de Nicolás Maduro, tuvieron una «reunión de primeras damas». El analista cubano Brian Ramírez explica que Cuesta y su «cargo» son «un prototipo de la imagen de Celia Sánchez que aparece en los billetes de la divisa cubana: una mujer invisible que sólo puede mirarse a trasluz».
Durante su visita oficial el nuevo presidente buscó afianzar lazos con el aliado estratégico de La Habana. Delcy Rodríguez, una alta funcionaria venezolana, le agradeció expresando a un periodista que el nuevo presidente era un «germen, que expresa lo mejor del pueblo cubano».
De hecho, en su discurso del pasado abril, Raúl Castro lo llamó «sobreviviente» de aquella generación de relevos de principios de este siglo. Aunque la mayoría ocupó asiento en el Buró Político del PCC, Raúl aceptó que no lograron «materializar su preparación». Algunos, como el ex canciller Felipe Pérez Roque, fueron acusados de conspirar. Como invirtiendo la historia, de los 12 discípulos sólo uno fue leal.
Pero con poca moneda se pagó la lealtad. Las modificaciones que pueda hacer Díaz-Canel tendrán un alcance menor, como eso: que su esposa le acompañe en actos protocolares. Un cambio a priori significativo es el venidero proceso de reforma constitucional, para -entre otras cosas- limitar a diez años el cargo presidencial, pero en verdad se trata de una propuesta anunciada por Raúl antes de su salida del gobierno. Él mismo fue nombrado jefe de la comisión para la reforma.
En ese tema, Díaz-Canel es al anciano general lo que Kennedy a Eisenhower cuando la invasión a Bahía de Cochinos: un simple continuador al que ya le habían escrito el destino como si fuera un guion.
El televisor y el control remoto
«Él no ha matado, así que lo ven con desconfianza en los círculos de poder», dice el escritor Rafael Almanza sobre un tronco mustio en el patio de su casa. «Díaz-Canel es un tipo que anda en traje, lleva el pelo peinado. A los militares allá arriba les parece una señorita. La última guerra en que Cuba participó fue hace 30 años. Ya no quedan líderes fuertes y a la vez políticamente presentables».
De hecho, Díaz-Canel participó en una de las misiones internacionalistas revolucionarias: Nicaragua. Fue entre 1987 y 1989, cuando el veinteañero fungió como comisario político de la UJC dentro del Ejército cubano, posiblemente alternando con algún trabajo ingenieril.
Por esos años Almanza comenzaba a experimentar su calvario personal en la ciudad de Camagüey, más de 600 kilómetros al este de La Habana. Desde esa lejanía escribió en oposición al régimen y, cuando Fidel Castro regía el país, fue amenazado y detenido varias veces. Luego pasaron décadas de relativa calma.
Sin embargo, meses antes de la asunción presidencial, notó «una escalada represiva» hacia intelectuales contestatarios. «A varios se les prohibió salir de Cuba, otros fueron asediados por la Seguridad del Estado», comenta Almanza enrollándose la barba encanecida. «Fue un intento por remarcar cómo siguen las cosas; que no habrá mano blanda».
En febrero de 2017 Díaz-Canel impartió una conferencia sobre el trabajo político-ideológico contra una pretendida «plataforma capitalista» que implantaría la contrarrevolución. El año pasado Obama estuvo en la isla, y no se vio a un rudo emperador sino a un caballero sonriente: al cuentapropismo, a veces, le quedaban chico el nombre y las normas; un grupo de medios digitales nacía al margen del Estado.
Sobre la web acreditada OnCuba, dijo con calmosa autoridad en un video filtrado: «La vamos a cerrar. Y que se arme el escándalo que se quiera armar. Que digan que censuramos, está bien, aquí todo el mundo censura». Ya no parecía el fan de Circo Beat o el vice de los selfies. La cercanía al poder había endurecido sus maneras.
Raúl Castro habló de continuidad en su discurso de entrega. En el recibimiento del cargo Díaz-Canel aseguró que su predecesor encabezaría «las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación». Almanza llama al nuevo presidente Díaz-Canelo, como refiriéndose a un perro faldero.
El cargo de presidente en Cuba perdió facultades reales para gobernar desde inicios de la Revolución. En febrero de 1959 la Ley Fundamental dictada por el gabinete barbudo transfirió el poder al primer ministro, entonces Fidel Castro.
Díaz-Canel pasó sus primeras semanas como mandatario en La Habana, ciudad que está por cumplir 500 años. Verificaba el avance de un megaproyecto para mejorar la movilidad, los servicios públicos, el acopio de basura. Pero la calma cedió al mes: lluvias torrenciales asolaron y mataron en el centro de la isla, y el 18 de mayo más de 100 personas murieron en un accidente aéreo en la periferia capitalina.
El presidente se apersonó expedito en el lugar del segundo desastre de aviación más grande en la historia nacional. Declaró, parca pero reveladoramente, que Raúl Castro «siempre indica algún detalle a tener en cuenta» (luego se sabría, desde la cama recién operado de una hernia).
La reforma institucional de 1976 declaró al Partido Comunista de Cuba «rector» del destino nacional. Su primer secretario, por medio siglo, fue Fidel Castro, y aquel mismo año quedó electo presidente de los consejos de Estado y de Ministros. Tanto él como su hermano concentraron ambos cargos en sus respectivos períodos de mandato. Díaz-Canel, en cambio, sólo alcanzó uno.
«Le dieron el televisor», dice Almanza, socarrón, «pero no le dieron el mando». No obstante, la dualidad de poderes parece que durará sólo tres años: en su alocución Raúl Castro manifestó el deseo de que el sucesor sea primer secretario del Partido en 2021.
Tal llamado le parece una burla a la democracia a Ángel, camagüeyano contemporáneo del nuevo presidente. «Su elección», dijo el general de Ejército en el discurso de abril, «se previó». Al otro día del nombramiento Díaz-Canel celebró su cumpleaños 58.
De vez en vez la televisión cubana transmite un video en que Raúl Castro toma un brazo de Fidel y lo alza en señal de victoria. En 2016 hizo igual, sorpresivamente, con Obama. En abril de 2018 el brazo que puso en alto fue el de Díaz-Canel. Antecesor, adversario, heredero. La mano del general ha estado sobre todos.
Fuente: http://findesemana.ladiaria.com.uy/articulo/2018/6/diaz-canel-el-sobreviviente/