La primera visita de presidente cubano Miguel Díaz Canel a Nueva York para la sesión anual de la Asamblea General generó notables expectativas sobre sus actividades y proyecciones
Se trató del bautismo diplomático del nuevo mandatario en la arena multilateral y las difíciles relaciones de Cuba con EE.UU. El balance de la visita es positivo para Cuba y preludia una mayor apertura dentro de los límites del sistema unipartidista.
El presidente cubrió importantes campos de la diplomacia multilateral, como la relación con América Latina, Europa y Africa, de cara a la votación de rechazo al bloqueo, aprovechó el conclave para avanzar la relación con terceros estados, en particular, España, y tocó públicos y temas neurálgicos de la relación con EE.UU.
Se trata de una siembra para el año venidero, con factores que potencialmente podrían pujar por un mundo más amistoso a su agenda de reformas, incluyendo mejores relaciones con España y con EE.UU, dependiendo de la elección de medio término en noviembre.
Las actividades del presidente cubano en Nueva York ilustran que la proyección exterior de la Cuba post-revolucionaria funciona más allá de la generación histórica. La agitada agenda que cubrió el mandatario en lo público y en lo privado contó con la preparación metódica y un alto nivel de movilización al interior del sistema estadounidense que precedió la visita.
El presidente barrió un espectro amplio y difícil de compaginar con intereses y perspectivas diversas dentro de la sociedad estadounidense. En un abanico que va desde los grupos más radicales de las comunidades afro y latinas, con los que se encontró en la Iglesia Riverside, en Harlem, territorio amistoso a Cuba desde la visita de Fidel Castro a ese barrio en 1960, hasta los sectores de negocios, celebridades del arte y la plural comunidad cubana, Diaz-Canel fue capaz de estructurar y ofrecer a cada sector una agenda de puentes e incentivos para una relación bilateral menos conflictiva con Washington.
En cuanto a los diálogos con mandatarios y representantes de otros países, destacó el encuentro del presidente cubano con el jefe del Gobierno de España, Pedro Sánchez. La relación de la isla con la Unión Europea vive un buen momento (también hubo encuentro con Federica Mogherini en la embajada cubana), pero adolece de atrasos en el relanzamiento de la relación con España, país clave y simbólico para Cuba en el viejo continente.
En todos los campos, Cuba y España tienen mucho que ganar con un posible viaje real a la isla el próximo año. En el ámbito multilateral, Cuba tiene asegurada una victoria en la resolución contra el embargo, con el respaldo de presidentes de todos los signos ideológicos de América Latina y Africa, aun en presencia de las más abiertas amenazas de EE.UU contra los que van a votar en su contra.
Diaz-Canel ha enfatizado los costos para la gran estrategia estadounidense de su política irracional de bloqueo.
En las reuniones dentro de EE.UU. destacaron los encuentros con congresistas estadounidenses que han jugado o pueden jugar un rol importante en las relaciones bilaterales, particularmente en proyectos congresionales de flexibilizar los mecanismos para las ventas de alimentos a Cuba y los viajes.
En la reunión con empresarios, el presidente dio continuidad a los acercamientos con ese segmento pero desde una perspectiva de bajo perfil pues las regulaciones del bloqueo siguen limitando cualquier apertura y las condiciones dictadas por la administración Trump y la Ley Helms no admiten nada menos que una incondicional rendición del gobierno cubano que no va a pasar.
De cara al futuro, la diplomacia pública cubana tendrá que trabajar de modo más amplio la relación con la gran prensa y la comunicación, con la población estadounidense como un todo.
Aquí hubo una oportunidad perdida. La apertura de relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU desde 2014 cambió la percepción oficial norteamericana sobre la isla de «amenaza» a «país en transición».
Las expectativas por un nuevo rostro en el liderazgo cubano permitían circunvalar a la administración Trump con una proyección más amigable y renovadora hacia EE.UU. Esas oportunidades no fueron usadas en todo su potencial. El reto era grande pero también lo eran los posibles réditos.
En un contexto marcado por la paralización de la mejoría de la relación debido al retiro de personal diplomático en Washington y La Habana por el presidente Trump, a raíz de supuestos ataques a diplomáticos en la Habana sin explicación creíble, una entrevista al presidente cubano con The New York Times, NBC, CBS o CNN, podía marcar la pauta. Es difícil no ver en ese espacio, una oportunidad perdida.
Un punto de inflexión se registró en la reunión con la comunidad cubana en EE.UU. En ella, en la que yo mismo participé, el nuevo presidente presentó a la emigración como parte de la nación misma, y llamó a aquellos que se oponen a la política de EE.UU a participar más activamente no solo en contra del embargo/bloqueo sino también en la política del país y el proceso de discusión de cambios constitucionales.
Al margen de las diferencias políticas entre la mayoría de los emigrados presentes, el presidente Diaz-Canel se mostró un cubano de estos tiempos, nacido después de 1959, que sabe que Cuba es una sociedad transnacional, plural, cada vez más conectada al mundo, y que hay cambios necesarios, difíciles y urgentes que hacer.
Diaz-Canel recibió una cálida acogida por la mayoría de los compatriotas con los que dialogó. Lo hizo, con humildad y astucia. En mi intercambio con el presidente, conversé sobre nuestros orígenes y relaciones comunes, en Santa Clara.