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Reseña de Los obispos son peligrosos, de Víctor Moreno

Dios es ateo

Fuentes: Maverick Ink Press/Rebelión

Esta obra editada por «Pamiela», que me he leído de la quilla a la perilla y de las tetas del mascarón de proa al tolete del popel, es una barca de Caronte cuyo mayor mérito reside en que nos suscita a todo quisque, y me incluyo, remembranzas que la Religión – sucedáneo ajeno a la […]

Esta obra editada por «Pamiela», que me he leído de la quilla a la perilla y de las tetas del mascarón de proa al tolete del popel, es una barca de Caronte cuyo mayor mérito reside en que nos suscita a todo quisque, y me incluyo, remembranzas que la Religión – sucedáneo ajeno a la religiosidad – nos taraceó en las vertiginosas sinapsis de lo íntimo. Capciones cerebrales, me refiero, que aún nos magnetizan de cara al fenómeno eclesiástico, látrico, folklórico, supersticioso, tabú, tótem, intimidatorio, monjil, cenobita, tenebroso y dionisiaco en transustanciación de vino-sangre.

Son calambres que aún influyen en nuestros comportamientos irracionales (que son los más). ¿Qué es el chiquiteo, sino una eucaristía laica? Apolo y Baco, lo apolíneo y lo dionisiaco, nacen como el Cristo en la época en que el sol adquiere pujanza. Vienen al mundo en una gruta y de una madre virgen. Los astrólogos constatan que el solsticio se aproxima porque una estrella concreta aparece en el firmamento. ¿A qué les suena? Añadamos a Mithra, Tammuz, Osiris, Agni, paridos en idénticas circunstancias, y que resucitan tras la muerte (como el Sol). Resumiendo, todo lo cristiano-católico es sincretismo aglutinante. Teñido de lúgubre y de ‘grunge’.

El lingüista versátil y preciso que es Víctor Moreno, antes Ramón Lapesquera, echa mano cada cinco líneas de la Etimología, esa linterna olvidada y tan útil en investigación histórica y técnica. Hoy se la rechaza como antigualla, simplemente, porque una vez los conservadores solicitaron más Humanidades y la oposición binaria, en rutina de ciberajedrez, se opuso. En lugar de sumar lo analógico pensante a esa nueva deidad que es la informática, la progresía resta, reflejo condicionado, lo primero. Resultado: una ignorancia epidémica y culpable. Moreno es filólogo y pedagogo. Su estilo, ágil y sarcástico, salpimentado (y en ocasiones con guindilla de la Ribera de aderezo), te coloca la comisura cigomática, a veces las dos, en tensión.

El mecanismo parlamentarista antes aludido, obsesionarse con que el adversario mental, ya ni siquiera ideológico, sólo puede proferir sandeces sin mezcla de sensatez alguna, daña a la sociedad porque, tal y como se está destapando, se cobra un pastón por vivir de la inercia política. No basta con discursar que el adversario es idiota irrecuperable. Lo que se impone, y para eso pagamos a pésimos oradores que oran tópicos enardecidos, y que rara vez laboran, es superar al contrincante. Ello, y no el cómodo desdén, es lo que tiene mérito. Las Humanidades, los latinajos, les sirven a los neorojeras desteñidos, de punching-ball como única arma contra una CEE, con Rouco a la cabeza, que les puede, aventaja y chantajea.

«Re-ligare»

Procede Religión de ‘re-ligare’, reunir en solidaridad lo que se mueve y actúa, de forma innata, postfetal, en individualismo egoísta y pasivo. El ensayo de Moreno, lo digo a modo de comparación, contiene una novela infusa en la que héroes y heroínas, protas y de carácter, es decir, mis semejantes, se van a sentir reflejados sin piedad. Ello, por mucho que se opongan a ciertas aserciones, o flexionen cintura. No hay escapatoria. La religión embadurna toda etapa cultural. Los sumos sacerdotes (o ‘big men’) se la apropian, y, tras filtrarla al gusto y necesidad del Clan, el Estado o la Hacienda, incluso de la Guerra, la difunden excátedra e incluso se atribuyen nada menos que la infalibilidad en sus discursos, en sus falsas visiones y tesis de médium ful. Así vista, en síntesis, nos parece absurdo que semejante trapacería ontológica pueda persistir. Pues no: les funciona. Y lo que les queda.

Dios no se sabe Dios

Puede que Yahvé, Allah, Visnú, Odín, Ortzi o Manitú existan. Cosas más raras vuelan por el cosmos y además cuestan un montón de trillones despilfarrados con tal de pisar, ¿para qué?, Marte. Pero atención a esto: Dios, sea cual sea su esencia, no se sabe a sí mismo Dios. Clama Nietzsche que si hubiera dioses, quién no querría ser un Dios. Pues, mostachudo maestro, yo, sin ir más lejos. Y no me suputo el único. Sucede que Dios se desconoce como tal entidad. Ergo, Dios es ateo.

¿Qué quier decir esto? Pues que nadie, por mucho seminario y teología en Lovaina que haya chupado, puede arrogarse la condición de representante o delegado en la Tierra del gratuitamente definido como Creador. Menos aún la de intérprete u oráculo de una Divinidad que no se identifica con su propia condición divina. (Y sobrehumana, cuando lo de el Nuevo Testamento).

Dios, como en varios párrafos apunta Moreno, es un entimema paralelo a la condición humana. Somos inmiscibles, yo, usted, y el Dios reflejado en su mollera. Vista esta humanidad ególatra, esto es, que se idolatra a sí misma, si hay en ella un ateo genuino, ése es precisa y exclusivamente Dios.

He aquí lo que no le cabe en la sesera a la clerecía. A saber, que su Ser Supremo consiste en una entelequia situada en otra dimensión y cuyos quebraderos de cabeza no incluyen el aborto legislado. Así, todo este montaje de tiaras y garrotas áureas, se queda en un timo de la estampita de Lourdes. O de Ezkioga. ¿Qué de ello surge un efecto-placebo? Sin duda. Muy poderoso, me asevera un doctor USA consultado. Lo es tanto en tiendas de productos-milagro como en peregrinajes jacobeos (un invento turístico-propagandístico de los Cluniacenses). Porque la religión liba de dos flores caníbales: el miedo y la culpa.

Con un más allá feliz y cariparejo garantizado, y un sacramento de confesión y atrición eficaz a modo de anzuelo «por si acaso», y no olvidemos ese ‘dolor de corazón’ psicosomático, resulta sugerente como ideario. Circunstancia que ninguna prédica, de momento, puede destruir. Pero hay que preguntarse cómo es que se nace, según los obispos de todo el orbe et urbi — y luego se meten con Mahoma y el Vudú — en pecado mortal. Toma ya. Y es más complicado abandonar esa condición de réprobo de por vida que, pongamos, fugarse de Guantánamo. La pila bautismal no tiene marcha atrás. Así, hay que desmontar esos absurdos. Y desagraviar las Primeras Comuniones que exigieron, ¿recuerdan?, que una criatura confesara previamente sus pecados. ¿Qué pecados, por Dios bendito? Luego pasa lo que pasa.

Un Liceo laico

El fenómeno eclesiástico ha dejado en toda persona humana educada en España (las hay inhumanas, de ahí que defienda el dicho) una impronta indeleble. Hoy en día se borran los tatuajes. El catolicismo, empero, imprime tics indelebles en el ánimo. Incluso en el mío: estudié en un colegio laico, el Lycée Français, donde el cura no era obligatorio, dado que los hijos e hijas de dos guerras mundiales, la española y la SGM, allí matriculados (los más desvalidos, con becas) procedíamos de hogares y países diversos. Cada cual con su credo y descredo particular. Y sus estigmas bélicos.

Aunque eso de que, con Franco en el Trono, lo del páter no era obligatorio resulta relativo. Los católicos, o bautizados como tales y de nacionalidad española, no podían permitirse el lujo de saltarse la Religión y la Formación del Espíritu Nacional en aquel apogeo del Movimiento más tartufo y meapilas. Lo de Falange se podía evitar apuntándose a cualquier deporte en la sede del SEU. Arrese había ordenado: «¡Menos latín y más gimnasia!» Mira, como hoy los socialistas y la Roja.

En la otra asignatura, la teosófica, no cabía alternativa. Había padres que, ateos o agnósticos absolutos, o que simplemente se la refanfinflaba, tribu social ésta que Víctor Moreno sugiere como la más común, se veían en peligro de delación del vecindario si sus hijos no se sabían los padrenuestros de rigor, o no iban a misa a comulgar.

Se trataba de sacerdotes, los del Lycée, empero, rebatibles. Cuando se está aprendiendo a una hora Trigonometría y Álgebra, a otra Química Orgánica, a otra Filosofía y finalmente Religión, surgen en esta última asignatura dudas de todo pelaje. Heterodoxias de orden científico, mayormente. «Usted, padre, dice que sólo Dios es infinito; pero la línea recta (y poníamos en el encerado una raya y el signo del ocho tumbado) también lo es». Bufaba el curón (sobreactuando): «¡¡Animal, hereje, prolóngala, y terminará donde acaba la pizarra!!» Suspenso seguro. Aprobado, también seguro, en septiembre. Aquella materia tan inconsútil no podía frenar el transcurso lógico de las demás.

Educación mixta

Los Liceos franceses, no nos envidie nadie, los inventó Napoleón Bonaparte, cómo no, en estructura de escuelas militares. Disciplina marcial. La educación mixta, sépanlo esos energúmenos que la denigran, contenía un detalle antropológico curioso: jamás se ligaba con las (o los) condiscípulos del curso. Éramos como palomas y gaviotas en el muelle. Ni se atacan ni se tratan.

A lo que iba yo (el libro de Moreno, insisto, te extrae los recuerdos personales, las vividuras relativas a la Religión oficial) es a que esos Centros venían a ser a modo de embajadas inviolables. Contrataban a enseñantes fichados por rojos, y bajo sospecha. Nunca es tarde, y allí supimos que se nos aplicaban sistemas afines a los de la Institución Libre de Enseñanza. Hasta que se formó dentro una célula comunista de críos ¡de catorce años! Dirigidos por un ‘surveillant’ más adulto, se les detectó y fueron a parar al presidio de Cuelgamuros.

Según pasaba páginas de «Los Obispos son peligrosos», se me venían al magín las batallitas del crío criado en relativo laicismo y bajo un rigor prusiano en la conducta. A ustedes les ocurrirá lo mismo, sea cual sea su biografía en relación con lo Trascendente verdadero, y no otros éxtasis mendaces como el Islam o el Candomblé.

Aquel nacionalcatolicismo en Cruzada contra la obrerada, el gañán, el jornalero, las esclavas de pesquerías e industrias textiles, la peoná, y qué decir de quienes promulgaban que ilustrar a las masas era el mejor subsidio, porque las haría más productivas e independientes, léase la masacrada y ya citada Institución Libre de Enseñanza, todo aquello nos dejó cicatrices. Éstas, como las nubes, nunca son iguales, sólo similares. Con un eje común: el olor a incienso, a las palmas del Día de Ramos, a cirios funerarios. Y ese Cristo que, habituada la córnea, ya no se percibe como una icónica denterosa y necrofílica. Icónica que se que la Jerarquía se empecina en que presida las aulas, cuando ya se están quitando hasta de los ataúdes. Víctor olvida este detalle: no sólo son peligrosos los Obispos: son gafes.

Okupar los púlpitos

Me produce curiosidad inevitable, levemente mística, yo me entiendo, penetrar furtivo en iglesias vacías. Bajo el technicolor en haz de las vidrieras. Si están ensayando gregoriano, miel sobre hojuelas. Así, he reparado en que los púlpitos siguen allí asentados, aunque ya ningún oficiante se sube a tronar desde ellos. Alguna Encíclica recomendaría que fuesen a parar al desuso, que no al desguace.

Pues habrá que okuparlos y, una vez a la semana, o al mes, darles chance a librepensadores furibundos para que desde allí propaguen, a tandas y previa convocatoria, el sentido común didáctico, y la emprendan contra los sofismas patafísicos y desmedidos privilegios del Alto Clero. Que okupen, sí, esos púlpitos fantasmáticos, de eco no extinto, quienes sepan desmentir las opiniones jamás solicitadas a la Iglesia en torno a asuntos sexuales, biogenéticos, emocionales, pedagógicos, académicos, políticos, simbólicos y decorativos de interiores como hospitales y escuelas. Criterios, los del Clero de alto rango, que se aceptan, pese a la Constitución laica (siempre conectada a un crucifijo en las juras o promesas de ministros y presidentes, es sonrojante) como base de debate.

Exagerada tolerancia. Ya que la opinión irrebatible que les llega a través de canales parapsicológicos por voz de un Dios lego (lego es laico) en problemas humanos, un Dios muy vagaroso y polimorfo, no nos cuela.

Ocurre que si les tiendes el meñique a los obispos del talante de Rouco Varela (Víctor se ha nutrido a fondo de escritos, dicharaches y pastorales dadaístas debidas a voz y péndola de ese agrio pájaro, ‘capo di tutti capi’ en la CEE, y a su sanedrín de charlatanes convencidos de sus propios disparates) te pillan la clavícula y te reducen la cabeza a lo jíbaro.

Son, los cardenales católicos de la CEE, bien mirados en frío de crionismo, una agrupación cultural como los Amigos del Tarot, el Sindicato de Parapsicólogos o la Asociación de Videntes Estigmatizados. Sólo que con bula, subvenciones y privilegios que pecan de desmesura. Un agravio comparativo que dura en torno a los dos milenios.

Todos somos muy dueños de debatir o refugiarnos en nuestras chaladuras compartidas. Pero sin regalías. Que se registren, los que tienen hilo directo con lo Etéreo, como tales. No como depositarios exclusivos de lo ético, de la ‘com-pasión’ ni de la equidad de los seres humanos de esta Hesperia conversa según decreto-ley de las Tablas de Moisés.

«Don Tiroteo»

En mi pueblo predicaba, años de postguerra civil, un tal Don Timoteo, apéndice de monseñor Múgica, a quien se le puso el remoquete de «Don Tiroteo». Moreno insiste en la fobia sospechosamente morbosa de la clerigalla hacia todo lo que suene a carnal. A «Don Tiroteo» le he visto emerger, hediondo espectro, sin que Víctor le cite en concreto, de las páginas de su libro de los Obispos. Negaba este presbítero la hostia a mujeres con vestidos sin mangas o con un escote que sólo él percibía. Y a las que iban sin medias (en agosto). O con tacones. Subía al púlpito y clamaba: «Ya está aquí el verano, ya están aquí las sinvergüenzas». Algún marido o novio lo quiso linchar a la salida.

Porque, jovenzuelos, en las playas y piscinas, tras vencer Franco y sus Tradicionalistas, se estableció un control de moral pública. Los hombres debían vestir trajebaño total, como el anuncio del forzudo del linimento Sloan. Las mujeres, faldellín a modo de gregüescos y escote recto bajo la garganta. Mi tía Maruja, una trendi, se había comprado en 1932 un modelo de bañador fantasioso. ¿Renunciar a él? Jamás. Todo estaba muy caro (y muy feo). El encargado de la decencia se le acerca para multarla. «A ver, el nombre!» Y mi tía, impávida: «Ninón de Lenclos». Le cayó multa doble por desacato. ¿Dónde coño estaba Fellini?

«Paradise Lost»

Son detalles que afloran en tu saga, sí, la suya de usted también, según vas devorando capítulos en busca del siguiente relé que te enchufe a días de rosario o pánico porque te corriste por tus propios medios y debías arrodillarse ante un kiosco a referírselo a un extraño allí sumergido en penumbra. Ahora siguen meneando lo del divorcio, escrutando las causas, concediendo licencias y separaciones según a quién. Pero bueno, si Adán y Eva eran la primera pareja de hecho.

No es un libelo este libro, conste: a Moreno se le cala la búsqueda inhallable de lo ecuánime. Así que, insisto, hay que okupar los púlpitos. Y vengarse. Motivos no faltan, hoy también, y el autor nos los enumera. Aparte de las objeciones categóricas y patológicas de los Obispos al aprendizaje mixto, a su empeño de meter con cuña en el currículo la asignatura de Religión, o sea, de Ufología Postconciliar, habiendo como hay en toda población o barriada una Catequesis a donde enviar a la chavalería (tampoco es recomendable, puede que en un futuro lo reproche) a que les insuflen Historia Sagrada o Vidas Ejemplares; aparte de todo eso, no transige el Vaticano con condones, píldora del día siguiente o de la víspera; marchatrás de Onán, células madre, ingeniería genética, sexo oral, follar para disfrutar y no para reproducirse, etc. Vale que se opongan, pero que se inmiscuyan en la privacidad inviolable de individuos y colectivos, a modo de allanamiento moralista de morada, eso se pasa de la raya.

Nos exaspera, y aterra, sobre todo, su masoquismo existencial de fallecer en agonía, sufriendo, cuando la voluntad moribunda es dejar de sufrir en limpia y aliviada eutanasia. La CEE, claro, apela al estafermo de siempre: regreso a la perversión nazi, cámaras de gas, eugenesia, etc.

Una coña de Chesterton

No es este ejemplar consuelo para ateos, ojo; elementos que, es mi parecer, no abundan. También se les tira de la oreja a ellos. Algunos disponen de sospechosísimas webs, máxime en EEUU, y a ver qué diferencia una catequesis de una red-asocial. Es como aquel Club de los Enemigos de la Superstición, de Chesterton (católico practicante, cosa de incordiar a los baronets anglicanos, y maestro de la paradoja). Para penetrar en la sede se debía pasar en el número 13 de la calle, bajo una escalera, y atravesar un descansillo poblado de gatos negros. Antes del ágape todos estaban obligados a derramar un salero sobre el mantel. Creo que también se celebraba una ceremonia de ruptura de espejos.

Lo cual no quita que este fenómeno del vaticanismo perpetuo, anclado a un sistema económico, simoniaco, que sustenta a una farándula de truchimanes narcisistas y drogadictos del poder terrenal y parte del selenítico, usurpe la muy positiva noción de mutua ayuda, la re-ligadura, mediante amenazas eternales, connivencias con las Coronas, confesiones de dignatarios que les pasaban información y los convertía en chotas privilegiados al servicio (mutuo) de los Imperios, deba erradicarse. Pero ya. 

Libro que remite a libros

Señala el autor de «Los Obispos son peligrosos», en varias mojoneras del discurso -un discurso procaz, trufado de neologismos certeros y cultalatiniparlas cachondas que a veces te parten la caja– que la Jerarquía daña a la par a creyentes y curas rasos atenazados por la obediencia. Que el ateísmo, la laicidad, el agnosticismo, no entrañan por fuerza odio o simple aversión al párroco o a los coadjutores.

La obra, entre otras calidades, tiene la de remitir, más allá de sus bibliografías de trabajo, a otras muy significativas. Tenemos a «Lázaro», de Leonid Andréiev. A Lázaro, el Mesías le saca de la siesta eterna sin pedirle su opinión, y lo deja a merced de gente que le huye porque está a medio pudrir. Ni vivo ni muerto. Todo por hacer un numerito de taumaturgia. Pero remite también, sin citarlos, a Kropotkin, a Milton y su Árbol del Edén, ya tratado; al Burlador de Tirso y Zorrilla con su ‘punto de contrición’ – el supremo chollo del catolicismo – que le condona su vida de golferas y putero y lo manda derecho al Paraíso, con la novicia seducida de mediadora. Jauja, macho. Claro que el destino del Comendador, que se lo cepillan y después lo encarcelan en el Averno, constituye una arbitrariedad intragable. Y no olvidemos a Jardiel y su genial «La Tournée de Dios». Búsquenlo.

Presencia en masmedia

Denuncia Víctor, otrosí, que es indignante que la prensa y masmedia les conceda a estos mandrias no sólo raudas y esquinadas gacetillas, cosa de cumplir; sino llamadas en primera o en sumario radiotelevisivo que convierten en noticia la última y nefanda parida de un purpurado con colocón de elixires benditos e indignación genuflexa.

La Iglesia Católica y la CEE deben limitarse a sus propias publicaciones y webs. Que no son escasas ni carecen de audiencia. O al ‘Osservatore’, y punto.

Cómo han logrado este tipo de dictadura espiritual en occidente, y en la España socialista, que se resigna a un Concordato leonino, sólo tiene una explicación. Una erótica -¿casta?– del poder episcopal, más renacentista en sus formas y beata en sus hisopazos que troglodita en catacumbas con ágape. También cuenta, lo que más, la aplastante mayoría de fieles, creyentes, fanáticos y, en suma, clientelismo de turbamultas ante lo sacro, suntuoso y espectacular. La Plaza de San Pedro, las visitas del Pontífice a países en subdesarrollo animista o sumidas en catástrofe, nos dan la imagen del fenómeno. Acudan, sin ir más lejos, a la calle Postas, Madrid, y contemplen el escaparate de Casa Villasante y todo su material de penitencia, iconostasio, devoción y fetichismo. No faltan en capital alguna, y hacen caja. A esas masas no hay quien las extraiga de su hipnosis. Que «Los Obispos son Peligrosos», cuya intención no es la de un Novísimo Postestamento, sirva de semilla de lo laico. Que nadie lo sincretice a su favor.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.