Desde que comenzaron los bombardeos rusos sobre Siria, Bashar al-Asad ha desaparecido. Que desaparezca no es noticia, pues desde que su ejército comenzó a desplomarse en Idleb, solo aparece para luego desaparecer. Sin embargo, esta desaparición, en un momento clave, con la entrada del ejército ruso como parte de la guerra siria, plantea más de una cuestión. Los rusos que han venido tras quedar claro lo limitadas que eran las posibilidades de la intervención iraní en todas sus formas y milicias, anuncian hoy la incapacidad del aliado iraní de proteger al régimen de la dictadura, y su necesidad de entregar el liderazgo a una nueva parte, a fin de que llene el vacío del desplome.
Bashar al-Asad sabe que no es más que un muñeco, y que los muñecos no hablan si no es por medio de la voz de quien los mueve, y hoy recibe clases para acostumbrarse a la voz rusa tras años de entrenamiento iraní.
Putin sueña con un estado zarista mezclado con el «enorme» peso que antes ocupaba la Unión Soviética, que las oraciones de unos cuantos chalados de la Iglesia rusa no pueden revivir. Del mismo modo, la influencia rusa comenzó como el soporte de la idea internacionalista antes de que la dictadura acabara con la idea y la experiencia soviéticas por completo.
Que Putin sueñe lo que quiera, porque no es a él a quien va dirigida la cuestión, sino al momento en que se perdió la inmunidad nacional que Siria vive desgraciadamente. La verdadera cuestión es la inmunidad y no la leyenda del antiimperialismo, que nunca fue más que un método para añadir a la dictadura baazista una dictadura religiosa.
El pueblo libanés ya ha vivido durante mucho tiempo la pérdida de inmunidad nacional, desde que se implantó la estructura sectaria al convertir Líbano en un campo de luchas regionales y al destruir nuestra tierra una cifra incalculable de ejércitos, hasta terminar bajo el paraguas del régimen dictatorial sirio.
No hay duda de que los oficiales y líderes del ejército y los servicios secretos sirios conocen bien el significado de que un ejército extranjero ocupe y/o dirija la guerra en otro país. Lo saben porque sus prácticas en Líbano fueron el preludio de su dominio, y hoy deben pasar por una experiencia similar de humillación, al margen de que se hable de una alianza estratégica de 4+1 (Rusia, Irán, Iraq, Siria y Hezbollah).
Esta realidad tiene un nombre: la pérdida de la inmunidad nacional. Y a esta pérdida no le sigue más que la derrota de las naciones. Rusia, Irán y Siria responderán echando la culpa sobre los demás: sobre Daesh, Al-Nusra, Turquía y los estados del Golfo. Y dirán que la pérdida de la inmunidad nacional comenzó con la intervención abierta de diversas potencias en la lucha siria.
Este tipo de excusas nos lleva a transformar las palabras en palabrería, porque su respuesta está preparada. Y si la dictadura no hubiera recurrido a la destrucción de las manifestaciones y al aplastamiento del gran levantamiento popular contra él, Siria no habría llegado a este terrorífico abismo. Sin embargo, esta respuesta no es más que otra sarta de palabrería que pretende excusar a las oposiciones sirias para que no asuman su responsabilidad en la militarización del conflicto, o advertir de los peligros de dicha militarización. Del mismo modo, las fuerzas de la oposición no pueden librarse de su responsabilidad al echarse en brazos de las fuerzas regionales e internacionales, que vieron en el estallido sirio una oportunidad para destruir e iraquizar el país y humillar a su pueblo.
La dictadura ha llevado a Siria a caer bajo las ocupaciones, ocupaciones que van desde Latakia a Raqqa y que se comportan como si la patria siria no existiera, y como si el país fuera un mero campo. Y quizá la expresión más clara de cómo Siria se ve como un campo de batalla se encuentre en el artículo del periodista estadounidense Thomas Friedman en el New York Times, en el que pedía a la administración estadounidense que se conformara con las imágenes de la afganización de Siria y el desgaste ruso en territorio sirio.
La afganización, tras la somalización y la iraquiación: ¿es a esto a lo que ha de llegar el sueño de la libertad que ha cubierto Siria de la sangre de sus hijos en uno de los más nobles levantamientos populares de la historia contemporánea?
¿Es que los sirios y sirias, y junto a ellos todos los árabes del Levante, han de pagar el precio de la libertad en muertes, cárceles, genocidios y desplazamientos forzados? Es como si estuviéramos en una pesadilla, por no decir en el momento más atroz de la pesadilla que vivimos despiertos, y no mientras dormimos. Debemos poner las cosas en su sitio a pesar de la oscuridad.
La realidad dice que hoy Siria está bajo más de una ocupación, y que resistir contra todas las ocupaciones es una condición para recuperar la inmunidad nacional. Comenzamos a conocer la naturaleza del despotismo, como nos enseñó Al-Kawakibi [1], pues la dictadura de la mafia dominante que fundó Hafez al-Asad ha llevado a la dictadura del dominio takfirí, fundado por los «muyahidines afganos» y sus señores, que nos han invadido por medio de sus herederos en Siria e Iraq. La relación entre ambos despotismos es complicada, pues ambos retroceden a los orígenes y destruyen el presente en nombre del pasado, ambos pretenden la resurrección en cierto modo, ninguno da valor al concepto de patria y ambos están dispuestos a lanzarse en brazos de las fuerzas extranjeras.
En Líbano tenemos una copia reducida de la amarga experiencia de desplome de la inmunidad nacional, y a pesar de que oficialmente la guerra civil terminó, seguimos frustrados buscándola, y quizá la movilización popular de los jóvenes sea el inicio de un largo camino hacia ella. La Palestina ocupada también vive otra forma de desplome, con la división, la incapacidad de los líderes y el desplome de los valores. Y tal vez la resistencia de Jerusalén sea un indicio de que se puede salir de esta caída.
Sin embargo, el desplome sirio es el más peligroso, porque Siria es el corazón y pulso de la región, y si no construye su inmunidad nacional, Palestina y Líbano permanecerán bajo la guillotina. Desde 2003, el Levante vive en una «tormenta del desierto» que se renueva con el cambio de jugadores. EEUU destruyó Iraq y lo dejó en manos de los rellena-huecos radicales: Irán y Daesh, y ahora han llegado los rusos para completar el tablero.
Sin embargo, el juego no habría tomado estos derroteros salvajes si no hubiera sido por los regímenes dictatoriales, que establecieron un precedente de destrucción de patrias y de humillación de la gente, facilitando la misión a las fuerzas exteriores que no esconden su naturaleza salvaje ni el hecho de que se han dejado arrastrar a las estupideces de la fuerza y al juego complejo. Después del envalentonamiento de Bush, llegó el acobardamiento del mentiroso de Obama y el pavoneo irrisorio de Putin. Y tras Al-Qaeda y el salvajismo de Al-Zarqawi, llegó Al-Bagdadi, con el salvajismo de la imagen y el brutal genocidio de las minorías, y llegaron también la Guardia Revolucionaria iraní y Hezbollah con un discurso de guerra abierta y proyectos de destrucción.
Nuestros países se han convertido en el escenario de la guerra de los salvajismos, se ha expulsado a su gente de la ecuación, y se ha perdido la inmunidad nacional. El camino para que termine este sacrificio abierto no se iniciará si la gente no recupera su destino, sin atender a absurdas ideologías apocalípticas y erigiéndose sobre los escombros del despotismo y las ocupaciones.
Nota
[1] Abd al-Rahman al-Kawakibi (1855-1902) fue un intelectual sirio autor de «La naturaleza del despotismo», en el que analiza este fenómeno.